Una noticia antigua que no lo es tanto
En 1986 una mujer con cara y aspecto de ama de casa normal que tenía entonces unos 32 años (no sabemos si vive aun, en cualquier caso, sería una venerable abuelita) fue condenada a muerte en Memphis (USA) por haber pagado a un asesino a sueldo para que acabara con un marido presuntamente maltratador y abusador sexual. La mujer no detalló sus sufrimientos en el juicio (el periodista, complaciente, dice que “para no hacer sufrir a sus hijos entonces pequeños”) y la condena (junto con el que ejecutó el mandato) fue inapelable.
26 años después fue indultada entre el alborozo generalizado y convertida casi en una heroína popular, ejemplo de la némesis femenina frente al macho brutal. El asesino en la época del indulto seguía en el corredor de la muerte, no se sabe bien esperando qué.
Sus primeras manifestaciones tras la liberación fueron para decir que “no pensaba que el encargo se iba a llevar a cabo” (reconoció que lo encargó) y sobre todo que no sabía que su marido feroz iba a ser muerto mediante 21 golpes propinados en todo el cuerpo, cabeza incluida, por una barra metálica. Esperaba (todo parece indicarlo) un método de ejecución más misericordioso. Y, sobre todo, como declaró en el juicio, que “no lo hicieran delante de los niños”.
Esta tragedia y este final daría para un buen seminario sobre los recovecos de la conducta humana.
Pero hay más. En ese mismo periódico, día y página, se contaba (no se sabe muy bien que extraño paralelismo impulsó al maquetador del diario a hacer semejante equiparación) la historia de Omaina Nelson que, en la fecha de la publicación, llevaba veinte años presa por que mató, desmembró, cocinó y se comió a su marido. Omaina insiste en que ella no es un monstruo sino un ser humano que pide la revisión y eventual suspensión de su condena. (Hay algo en lo que tiene toda la razón: es un ser humano. Lo que hizo solo lo hacen los seres humanos).
Un par de detalles adicionales: Omaina Nelson, una atractiva mujer de origen egipcio y exmodelo, trabajaba de cuidadora y tenía veintitrés años cuando cometió el crimen. Su marido tenía 56. Llevaban casados algo más de un mes.
¿La razón que alude?: Todo fue en defensa propia. El la violó. Y como testimonio de su maldad el abogado defensor (muy americano, él) adujo como muestra de la insaciable crueldad del marido que “arrojó al gato de la acusada por la ventanilla del coche mientras iba a 100 km hora”.
Les confieso que ante casos así yo miro, pero no consigo ver.