Las noticias de la prensa sobre la reforma educativa son descorazonadoras. No ya por la invasión de una neolengua abstrusa y llena de significantes vacíos (puestos en circulación por parte de los/las que se ufanan precisamente en conseguir una especie de victoria lingüística) sino por el absoluto desconocimiento de lo que son los mecanismos por los cuales la infancia incorpora saberes y valores.
Se puede dudar ante la idea de que se trate de simple ignorancia o de maquiavélica estrategia.
Pero cuando usted lea esto (en el improbable caso de que lo lea) la tropelía estará ya hecha y, a lo mejor, será el momento de hacer palidecer a los que la han perpetrado. Pero ¡ay! un elemento me hace desconfiar de la eficacia de las comprobaciones a posteriori: es posible que la normalización que implica toda persistencia haya hecho desaparecer los efectos, aunque no las consecuencias.