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El sentimiento de victimización (cuando alguien se siente víctima) supone siempre que el otro-agresor pasa a ser otro-no-prójimo. Este extrañamiento del otro supone un cambio cualitativo de la alteridad del agresor vista desde la víctima y al tiempo acentúa el previsible proceso previo que ha llevado a dicho agresor a convertir a la victima en un objeto. O lo que es lo mismo, en un enemigo.
Precisamente para que el otro-agresor sea tal, hace falta que la vista que se dirige desde el agresor al agredido haya convertido a este en un otro-no-prójimo. Hay pues un movimiento que probablemente sea previo y que culmina en el acto de la agresión, en el que la alteridad se destruye o, al menos, se lesiona con tal gravedad que permite la deshumanización, siquiera sea momentánea, del otro-prójimo.
En la agresión la alteridad se destruye como decimos pero, tras la materialización de la víctima, esta destrucción es bilateral y circular.
Así ocurre particularmente en los casos de la violencia terrorista.
La violencia sexual en su sentido mas amplio (es decir recogiendo en este epígrafe tanto la mal llamada violencia de género como la violencia en la pareja y también la depredación sexual) la victima puede luchar contra este fenómeno del extrañamiento del otro agresor y su conversión en otro-no-prójimo, pero también puede luchar contar este hecho produciéndose así una ambivalencia que no hay que menospreciar y cuyo estudio está aun por hacer. La idea de que tras la violencia por razones sexuales (entiéndase bien, violencia sobre el sexo objeto del deseo y en razón del ser del mismo) hay sentimientos conflictivos no resueltos y, como acabamos de decir, ambivalencias profundas que lo convierten en un buen tema de investigación.
Esto hace de la violencia de genero (llamémosla así en su sentido mas abarcativo) un caso que tiene particularidades en relación con los mecanismos de la violencia general.