Recuerdos invitados a cenar, por Paloma Serrano Molinero

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Charles Dickens fue un gran defensor de la Navidad. Fue, además, un activista en favor de mantener el espíritu navideño durante todo el año. Es lo que promete su famoso Scrooge, el avaro personaje arrepentido tras la visita de los fantasmas en Canción de Navidad. Quizá menos conocido es su cuento El significado de la Navidad cuando envejecemos[1].

En él recuerda una época en que las Navidades llenaban nuestro pequeño mundo hasta tal punto que «no deseábamos nada nuevo ni tampoco echábamos nada de menos». Una buena definición de la felicidad. Nos habla de la infancia que fue inocente y despreocupada hasta que llegó a nosotros una persona muy querida y «entrelazábamos su nombre en cada corona y guirnalda de nuestra vida». Se nos requería, pues, también en otro hogar para celebrar. Era entonces cuando «gozábamos ingenuamente de las cosas que iban a suceder… y que nunca sucedieron». ¡Pero parecían tan reales los deseos con la ilusión! Deseos de mejora, promesas de amor, esperanzas para el futuro.

Dickens cuenta cómo esos buenos sentimientos, con el cumplir de los años, se tornan en hipocresías y contradicciones. Si unas Navidades miramos hacia lo que nunca sucedió, hacia «las cosas que fueron y ya se han ido», o hacia lo que aún existe, ¿debemos pensar que «de nada sirven los amores y los esfuerzos»?, nos pregunta. «¡No!», exclama. Y nos habla de la utilidad activa del espíritu navideño: perseverancia, cumplimiento de los deberes, bondad y perdón. Virtudes donde «las dudosas visiones de nuestra juventud» nos fortalecen. Por eso llegados a cierta edad, cuando nos quedan más recuerdos que cosas por vivir, debemos dar la bienvenida a cada uno de ellos y dejarles «ocupar un lugar junto a la chimenea». Amores pasados, viejos proyectos, todo lo que un día fue real en nuestros corazones. Veamos en el rostro de un niño el hogar y alegrémonos de que «cuando nuestras sepulturas son ya viejas, otras esperanzas son jóvenes».

Todo tiene sitio alrededor del fuego en Navidad. «¡Nada es imposible en Navidad!», proclama. Podemos —debemos— reunirnos con nuestros fantasmas, los muertos que no olvidamos y no están ya. «¿Acaso no desean venir en estas fechas a su hogar?». Todos hemos perdido a alguien: un padre, unos abuelos, una amiga. No les cerremos la puerta de nuestro recuerdo, «¿Su amor nos habría olvidado?».

Como los recuerdos son la vida, los muertos siguen vivos siendo queridos. Dickens piensa que esto se aprende con la edad. De ahí su título El significado de la Navidad cuando envejecemos. Pero si lo sabemos ya de jóvenes no esperemos a ser viejos, y no nos limitemos a recordar en ciertas fechas.

Que nuestros muertos tampoco nos olviden. Que como los fantasmas de Scrooge, aparezcan en Nochebuena. Y que recuerden que esta Navidad están invitados para cenar.

[1] Canción de Navidad y otros cuentos. Charles Dickens (Austral).

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