Hesiquía o paz interior 2: ¿Cómo conseguirla en in-cómodos plazos?, por Fernando Rivas Rebaque

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Como decíamos ayer (https://n9.cl/b6m18), la hesiquía es el estado de paz y tranquilidad que se consigue después de haber eliminado las agitaciones o inquietudes exteriores e interiores. Ahora veremos cómo conseguir esta hesiquía (en in-cómodos plazos, porque esto va para largo) a través de la eliminación de las preocupaciones, la atención vigilante a nuestra vida y el volver a nuestro propio interior, tres etapas fundamentales en este esfuerzo por experimentar una vida pacífica, tranquila y gozosa. Para este peregrinaje tendremos como guías algunos dichos evangélicos y las enseñanzas de los padres del desierto, aunque no desdeñaremos las reflexiones de ciertos pensadores estoicos.

  1. Eliminación de las preocupaciones (ἀμεριμνία = amerimnía)

 La primera tarea de quien busca la hesiquía es huir de los espacios y circunstancias donde predominan los ruidos y problemas como son la vida agitada del mundo, las pre-ocupaciones (que no es igual que ocupaciones) por todo lo relacionado con nuestro cuerpo, como bellamente expresa Jesus de Nazaret en una de sus enseñanzas más sapienciales en torno a las preocupaciones (μεριμνίαι = meremníai):

“No andéis preocupados por vuestra vida, qué comeréis, ni por vuestro cuerpo, con qué os vestiréis. ¿No vale más la vida que el alimento y el cuerpo más que el vestido? Mirad las aves del cielo: no siembran, ni cosechan, ni recogen en graneros; y vuestro Padre celestial las alimenta. ¿No valéis vosotros más que ellas? Por lo demás, ¿quién de vosotros puede, por más que se preocupe, añadir una sola hora a la medida de su vida? Y del vestido, ¿por qué preocuparos? Observad los lirios del campo, cómo crecen: no se fatigan ni hilan. Pero os digo que ni Salomón en toda su gloria se vistió como uno de ellos… Así que no os preocupéis del mañana, porque el mañana se preocupa de sí mismo y cada día tiene bastante con su inquietud (Mt 6,25-29.34)[1].

Y lo mismo habría que decir sobre la inquietud que nos produce la adquisición y posesión de riquezas, consideradas como un medio, nunca como un fin, que nos hacen crecer en la medida que las compartimos con quienes más las necesitan, mientras nos destruyen cuando las acumulamos sin sentido, con las dependencias que generan, así como los miedos a su pérdida, que se prefieren incluso a la propia salud, por el tiempo y energía tan inmensos que les dedicamos. Por lo tanto:

“No amontonéis tesoros en la tierra, donde hay polilla y herrumbre que corroen, y ladrones que socavan y roban. Amontonad más bien tesoros en el cielo, donde no hay polilla ni herrumbre que corroan, ni ladrones que socaven y roben. Porque, donde está tu tesoro allí estará también tu corazón” (Mt 6,19-21). ¡Y eso que todavía no existían ni la bolsa ni el bitcoin!

Pues, como bien expresa Epicteto, debemos comportarnos en la vida como en un banquete: “Si algún plato pasa cerca de ti, cuídate mucho de meter la mano. En cambio, si te lo ofrecen, coge tu parte. Haz lo mismo con tus riquezas, amigos, pareja, familia o cualquier otro aspecto. Si puedes lograrlo, serás digno de sentarte a la mesa de los dioses. Y si eres capaz, incluso, de rechazar lo que te ponen delante, tendrás parte de su poder».

  1. Atención vigilante (νῆψις = nêpsis) a nuestra vida

Pero todo esto no basta, porque el enemigo más insidioso habita en nuestro interior y es la disipación del corazón, que queda atrapado por los problemas producidos por sus propios pensamientos y deseos. De aquí que la hesiquía es un combate interior, más que un estado de vida, para ir eliminando aquellos pensamientos y deseos irracionales que nos impiden vivir plenamente (apatheia).

Para ello necesitaremos en primer lugar prestar atención (προσοχή = prosojê) a todo lo que sucede en nuestro corazón, imitando la estrategia de la araña que, con los hilos que ha tejido, es capaz de atrapar los insectos que caen en sus redes. Así seremos capaces de diferenciar entre los pensamientos razonables y los insensatos, que dañan nuestro interior[2]. O, como afirma Epicuro, distinguiendo entre deseos naturales, y por tanto necesarios, y deseos vanos e innecesarios.

Y, además, no andar obcecados por el pasado ni por el futuro, sino vivir en el presente, porque el ahora es el único tiempo en el que podemos actuar, nos dirán los estoicos. Mientras la obsesión por el futuro no hace más que generar temores o falsas expectativas, cuando no ansiedad o estrés, la fascinación por el pasado, añorando lo que podría haber sido, suele conducir a una nostalgia paralizante, cuando no la depresión. De aquí el consejo de Epicteto de no dejar que ni el pasado ni el futuro nos atormenten, pues el primero no existe y el segundo lo viviremos de la misma manera que el hoy.

  1. Volver a nuestro propio interior

La eliminación de nuestras preocupaciones y la atención vigilante a nuestra propia vida nos permiten avanzar a la siguiente etapa: el volver a nuestro propio interior, el viaje más duro y apasionante al que estamos invitados, siguiendo el rastro del hijo prodigo, que solo al “entrar en sí mismo” (Lucas 15,17) fue capaz de descubrir la situación de pobreza en la que vivía, sus propias carencias, la existencia tan miserable a que le había llevado el abandono de la casa del padre. Porque “el reino de Dios está en nosotros” (Lucas 17,21) y es aquí donde empezar a vivirlo, extendiéndolo a quienes nos rodean.

            Así describe Basilio de Cesarea (siglo IV) esta etapa: “Cuando la mente ya no esta disipada en medio de las cosas externas, ni tampoco dispersa por el mundo a través de los sentidos, vuelve a sí misma y por sus propios medios asciende hacia el pensamiento de Dios”. Y tres siglos después continuará Isaac de Nínive: “Estate en paz con tu propia alma, entonces el cielo y la tierra estarán en paz contigo. Entra con ansia en la casa del tesoro que está dentro de ti, y verás las cosas que están en el cielo, porque la entrada a ambas es única. La escalera que lleva al Reino es invisible dentro de tu alma. Huye del pecado, sumérgete en ti mismo, y encontrarás en tu alma los peldaños que te llevarán arriba”[3].

            De aquí la necesidad de espacios de reflexión donde profundizar en la hondura de la realidad, de cara a evitar que los acontecimientos nos superen y vayan siendo percibidos como meteoritos, los proyectos se vean sepultados como en una avalancha de nieve y los encuentros queden relegados al olvido. Pues “una vida no examinada es una vida que no merece la pena vivir” (Sócrates).

Quizá vaya siendo tiempo de recuperar los diarios como cuadernos de vida o el examen de conciencia al final de cada día, como aconsejaban los estoicos. O, sencillamente, dejar momentos de silencio y convertir nuestras casas en algo parecido a las celdas del desierto, un espacio de acogida para ser conscientes de la Vida que nos habita, dejarnos arrastrar por el Río que nos lleva y estar abiertos a la presencia del Otro y de los otros.

[1] Séneca lo dirá de una manera algo menos poética: “Ningún ser humano puede tener una vida pacífica cuando piensa demasiado en alargarla”.

[2] Hesiquio de Bathos I,27 (Patrología Griega 93,1480d).

[3] Textos tomados de Kallistos Ware, “El silencio en la oración. El significado de la hesiquía” (http://orthodoxmadrid.com/wp-content/uploads/2011/03/40325426-El-silencio-en-la-oracion-Kallistos-Ware.pdf: 07/06/2022).

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