Ferlosio no es de este mundo

Presentación de Diálogos con Ferlosio

Editorial Triacastela, dentro de su colección Deliberar, ha publicado en noviembre de 2019 Diálogos con Ferlosio. Una serie de entrevistas realizadas por escrito que son como una sucesión de breves artículos suyos; otras fueron grabadas para televisión —con Julio Llamazares o Fernando Sánchez Dragó— y aquí han sido transcritas con rigurosa fidelidad; algunas las redactó el entrevistador a partir de notas tomadas durante el encuentro. Hay incluso una inédita, realizada para la revista Archipiélago por Félix de Azúa en 1997 y que no pudo ser publicada entonces. De diferente manera, todas ellas ayudan a conocer la personalidad excepcional de este escritor genuinamente auténtico. Fechados entre 1956 y 2017, estos diálogos ofrecen una visión directa y personal de Ferlosio, a la vez que una vía muy accesible y fiable para acercarse a su no siempre fácil pensamiento. Y algunas aportan detalles inesperados, desde su interés juvenil por John Dos Passos o la comparación entre El Jarama y La colmena hasta sus explosivas opiniones sobre Lope de Vega o los principales escritores de su propia generación.

En 1957 declaraba Rafael Sánchez Ferlosio a un periodista: «Yo para las entrevistas no sirvo. No puedo contestar rápido. Soy fundamentalmente enemigo de la espontaneidad». Sin embargo, las cuarenta y cuatro conversaciones y entrevistas con él que este volumen recopila son un documento excepcional para conocer al Ferlosio oral y espontáneo a su pesar. El volumen enriquece y complementa la imagen ya conocida del escritor que pulía su sintaxis con paciente vocación perfeccionista.


El ogro filológico por Manuel Gregorio Fernández

Publicado originalmente en El Diario de Sevilla el 19 de abril de 2020

Se recogen aquí, en único volumen, buena parte de las entrevistas que Rafael Sanchez Ferlosio concedió en su fértil y misteriosa vida. Misteriosa, incluso para él, dado los largos trances alucinatorios que el autor propició y se infligió durante años, y que fueron el germen de una parte importante de su obra. No hay, sin embargo, misterio alguno respecto del contenido último de las presentes páginas. De las entrevistas que el lector tiene ante sí, oportunamente agavilladas, se desprende una única pasión, escandida en dos pliegues o facetas. Es la vieja pasión barroca del poder, con la no menos barroca deploración del gobierno y un análisis del conocimiento, de su deformidad y sus fallas. Esto es, un análisis del discurso.

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Entrevistas y conversaciones por Alberto González Troyano

Publicado originalmente en el Diario de Sevilla,  lunes, 20 de enero, 2020      

Aunque se admita que el sentido de una obra va por un lado y la biografía del autor por otro; aunque se repita que una creación cobra autonomía respecto a la persona que la escribe, siempre la vida y las ideas de un escritor despiertan curiosidad. El lector que ha sido tocado por la gracia y el gusto de una obra bien hecha rara vez se conforma con la referencia de un simple nombre escrito en la cubierta del libro. Quiere saber más. El proceso creador y el cómo y el porqué se escribe un libro llaman la atención e incluso se confía que la trayectoria biográfica -los lugares en que ha vivido el escritor, los libros leídos, los conflictos padecidos- ayudará a comprender mejor las páginas impresas.

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Habla el grafómano, por Manuel Arias Maldonado

Habían transcurrido apenas unos meses desde el fallecimiento de Rafael Sánchez Ferlosio cuando llegaban a las librerías, a finales del año pasado, estos Diálogos que José Lázaro empezó a compilar en vida del escritor. De hecho, el título que llevaba inicialmente su prólogo afirmaba que Ferlosio «no era de este mundo» y hubo de ser modificado. No cabe duda, sin embargo, de que Ferlosio nos ha dejado un mundo. Y estas conversaciones, que arrancan en 1956 y se cierran en 2017, sirven para enriquecerlo: hoy nos devuelven a un Ferlosio entrañable y mañana servirán de complemento a su obra escrita. No en vano, Ferlosio se ve obligado aquí a hablar de sí mismo y a dar explicaciones sobre su obra; no es poco. Ni que decir tiene que esta compilación no cambiará la opinión de quienes nunca han tenido interés por Ferlosio o lo hayan perdido por el camino; para los demás, miembros de una parroquia decreciente, la cita resulta ineludible.

Hablamos de sesenta años de conversaciones; se dice pronto. Las primeras tienen como motivo la concesión del Premio Nadal a El Jarama en 1955; las últimas coinciden con la publicación de sus ensayos reunidos y lo encuentran ya «muy viejo para entrevistas». Entre medias, sin embargo, hay un hiato formidable: entre 1957 y 1983 Ferlosio no habla con nadie. Sabido es que durante buena parte de ese tiempo nuestro autor prefirió dedicarse al estudio de la gramática, menester para el que se ayudaba de anfetaminas que le permitían trabajar 48 horas seguidas a pleno rendimiento y otras 48 a medio gas; un tema que Ferlosio y Sánchez Dragó trataron como connoiseurs en el programa televisivo del segundo, recogido en estas páginas. A principios de los 80, después de ser salvado de la «animalización» por el propietario del piso donde vivía, Ferlosio regresa con fuerza al ensayo y a una narrativa que abandonaría definitivamente con la prodigiosa El testimonio de Yarfoz. En esa época habla con Blanca Berasátegui, José Antonio Gabriel y Galán, Julio Llamazares; luego, manteniendo ya un ritmo estable de publicaciones, comparecen Alfonso Armada, José Andrés Rojo, Arcadi Espada. Pero también se encuentra en este volumen la entrevista inédita que Félix de Azúa hizo a Ferlosio para la revista Archipiélago en 1997, incluidas las acotaciones críticas de este último, así como un preciso retrato que de él hiciera Miguel Delibes por 1960. Yo solo he echado de menos, precisamente, la conversación en torno a la vida rural que Ferlosio mantuvo con Miguel Delibes de Castro, biólogo e hijo del escritor, para el diario ABC en diciembre de 2005.

Se tiene la impresión de que la mayor parte de estas entrevistas tienen lugar a regañadientes y contra la voluntad del entrevistado. Ferlosio se declara «fundamentalmente enemigo de la espontaneidad» y de ahí que en ocasiones recurra al cuestionario, un formato que le permite suprimir aquellas preguntas que juzga superfluas o siente incómodas. Si no sirve para las entrevistas, empero, es también porque recela de «la simplicidad de la síntesis». Pero este cultivador de la frase larga y sinuosa sabía también expresarse de manera concisa; de ahí la justa fama de sus pecios, que él mismo emparenta con Karl Kraus antes que con su venerado Theodor Adorno. El formato de la entrevista, que limita la extensión de las respuestas, no es entonces obstáculo para que Ferlosio luzca su ingenio: puede responder con malhumor al cliché periodístico (preguntado en en qué época quisiera vivir, responde que «en ninguna, y menos que en ninguna en esta»), dar rienda suelta a sus fobias personales («Lope de Vega fue un chapucero, un mamarracho y un sinvergüenza»), crear imágenes formidables («la araña roja del ridículo») y aforismos perdurables («La hora de la victoria de los débiles suena siempre de noche y en invierno»), así como enunciar sobriamente una ambivalencia universal («En ocasiones uno busca la soledad, pero otras no, y echa uno de menos la compañía»).

Cuando nuestro autor habla de sí mismo, la condición de hombre de letras prevalece sobre las demás aun a pesar suyo. No es que Ferlosio se identifique con el gremio, aunque allá por 1955 bajase una vez la guardia y se declarase «escritor profesional», ni se tenga por un intelectual público pese a su confesa vocación de influir en el público. Lo que sucede es que su conocimiento del mundo se debe a la palabra escrita, igual que sus actividades principales fueron siempre el estudio y la escritura. Hablando con Alfonso Armada, dice Ferlosio de sí mismo que es «un animal sin instinto y un hombre sin experiencia», razón por la cual no puede definirse: «solo tengo exterior». Esa falta de experiencia vital desemboca en lo que él mismo mismo llamaría una «autorrepresentación» cuya punzante belleza justifica por sí sola la publicación de este volumen: «He pasado por el mundo o el mundo ha pasado por mi alma como el sol por un cristal, sin romperlo ni mancharlo». ¡Sublime! Este rechazo de la «profundidad» explica su alergia al psicologismo literario y su preferencia por los personajes literarios que hablan y actúan, abjurando en cambio de la verbalización omnisciente de la interioridad, ya que «nadie puede saber cómo se define lingüísticamente un sentimiento». Y ello pese a que en algún momento dirá que sus pecios son sentimientos antes que pensamientos.

Que Ferlosio haya pasado por el mundo como el sol por el cristal no significa que su relación con el mundo haya sido pacífica. Aficionado a los periódicos e inclinado a la vida pública, escribía según nos dice «por reacción, no por acción». La indignación resultante lo convertía no pocas veces en un sermoneador, el «cura párroco» que solo encuentra motivos para la queja y olvida momentáneamente cuán peligroso es cargarse de razón. Pero no es ése el Ferlosio dominante en estas páginas, donde topamos a menudo con su minusvalorado sentido del humor. Así, cuando explica que no hay ningún mérito en amar lo propio, sino que en todo caso la virtud estará en amar Portugal siendo uno extremeño y viceversa, concluye que «ya hace falta estómago para poder amar la historia de España, o bien la de cualquier otro país». O cuando presenta su opinión sobre el nacionalismo a través de una anécdota, recordando cómo durante su servicio militar en Marruecos se familiarizó con el habla popular de toda España en contacto con sus compañeros, con una excepción: «solo los catalanes, que eran doce, hablaban en su lengua; tenían un portavoz para las relaciones exteriores, un chico llamado Caparrós, tal vez dependiente de comercio». Y desarrollando la idea de que los espectadores disfrutan de un «derecho narrativo» a que las cosas sucedan de un modo previsible, apunta que «incluso hay actores especializados en un destino fijo: por ejemplo, Borgnine casi siempre se sabe que va a ser “el que se va a morir”». En cuanto al periodismo contemporáneo, en fin, aduce que el uso de la negrita para enfatizar nombres o ideas es la medida de un amarillismo nefasto que «está ya en los ojos de los periodistas, como una ictericia».

He aquí, en definitiva, un libro que merece leerse por la exactitud de su lenguaje y la felicidad de sus ideas. No sabemos si tendrá lectores dentro de 20 años, pero Ferlosio fue el primero en enseñarnos a no pensar en el éxito ni en la posteridad: leámosle con el júbilo desinteresado con que él mismo se deslizaba cuando niño, pinaza abajo, en la añorada villa de su abuelo italiano.

Manuel Arias Maldonado


Brindis al sol: Entrevistas y conversaciones, por Alberto González Troyano

Texto publicado en el  Diario de Sevilla,  lunes, 20 de enero, 2020

Aunque se admita que el sentido de una obra va por un lado y la biografía del autor por otro; aunque se repita que una creación cobra autonomía respecto a la persona que la escribe, siempre la vida y las ideas de un escritor despiertan curiosidad. El lector que ha sido tocado por la gracia y el gusto de una obra bien hecha rara vez se conforma con la referencia de un simple nombre escrito en la cubierta del libro. Quiere saber más. El proceso creador y el cómo y el porqué se escribe un libro llaman la atención e incluso se confía que la trayectoria biográfica -los lugares en que ha vivido el escritor, los libros leídos, los conflictos padecidos- ayudará a comprender mejor las páginas impresas. Por eso las biografías de escritores se han convertido en género tan socorrido: porque se espera que la vida de Cervantes permita entender las andanzas de Don Quijote.

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Del que hace punto, e incluso a veces jerséis…, por Fernando Valls

Texto publicado originalmente en Infolibre.

Pocos escritores españoles se han mostrado tan reacios a conceder entrevistas como Sánchez Ferlosio y, sin embargo, en Diálogos con Ferlosio (Triacastela), de José Lázaro, tienen un volumen entero plagado de conversaciones con tan esquivo autor. Y aunque no estén todas, se trata de una generosa selección, si bien las que se nos dan aparecen completas, sin los cortes que a veces sufrieron a la hora de ver la luz.

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Historia oral de Rafael Sánchez Ferlosio, por Diego Medrano

Texto publicado originalmente en El Imparcial

La generosidad, el buen hacer, la paciencia de José Lázaro ha sido mayúscula en la compilación actual que ahora se presenta y quedará por mucho tiempo: Diálogos con Ferlosio (Triacastela Editorial). Lázaro, miembro de la tertulia ferlosiana del bar El Universo del barrio madrileño de la Prosperidad, amplio conocedor de la ferlosía –en el decir de Arcadi Espada- se propuso un proyecto gigante: una historia oral, por así decir, del homenajeado, donde se produce todo aquello de interés que le oyó explicar y, por el otro, el grueso de las entrevistas mejores desde el inicio de su carrera literaria (años 50). Lo aclaraba Ferlosio en 1957: “Yo para las entrevistas no sirvo. No puedo contestar rápido. Soy fundamentalmente enemigo de la espontaneidad”. El Ferlosio locuaz, explicativo, de tesis, arde en las presentes páginas junto a todas sus derivas, en edición barata de puro lujo, buen papel y mejor tino a la hora de ordenar el conjunto.

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Habla Ferlosio, por Ignacio Echevarría

Texto publicado originalmente en El Cultural.

El mismo día en que Rafael Sánchez Ferlosio hubiera cumplido 92 años, el pasado 4 de diciembre, se celebró en la sede del Instituto Cervantes de Madrid un homenaje a su memoria que contó con la participación de un buen número de amigos y de personas cercanas al escritor, empezando por su viuda, Demetria Chamorro.

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Autorretrato inédito de Rafael Sánchez Ferlosio, por Félix de Azúa

Texto originalmente publicado en Babelia.

La entrevista forma parte del volumen ‘Diálogos con Ferlosio’.

‘Babelia’ publica una entrevista de Félix de Azúa al autor de ‘El Jarama’, mítica por la negativa del escritor a que viera la luz.

Realizada para un homenaje preparado en 1997 por la revista Archipiélago, esta entrevista ve la luz por primera vez. Incómodo con el resultado, el autor de Alfanhuí la retiró y, a cambio, escribió su texto más autobiográfico: La forja de un plumífero.

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Como el sol por un cristal, por Arcadi Espada

Texto publicado originalmente en El Mundo.

José Lázaro ha reunido hasta 45 entrevistas de Ferlosio a lo largo de 60 años en el volumen ‘Diálogos con Ferlosio’ que acaba de publicar.

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Los pecios orales, por José Lázaro

Es sabido que Ferlosio eligió el término “pecios” («pedazo o fragmento de la nave que ha naufragado», según la RAE) para designar sus escritos más breves. Es frecuente confundirlos con aforismos, y de hecho algunos pecios lo son, pero otros tienen más bien el carácter de apólogos, parábolas, sentencias o incluso breves relatos. Los que se acercaban al chiste procuraba su autor eliminarlos en las sucesivas reediciones de sus libros.

Pero además de los pecios que él escribió como tales están también los que, a modo de citas, pueden sacarse de sus escritos y, además, los de carácter oral, que se encontraban dispersos en el medio centenar largo de diálogos y entrevistas que (con muchas resistencias) concedió a lo largo de su vida y que he tenido la suerte de poder recopilar en un reciente volumen (Diálogos con Ferlosio). Los ejemplos de estos pecios orales son bastante variados y jugosos: 

«A mí me parece que la memoria no es más que venganza».

«Yo para las entrevistas no sirvo. No puedo contestar rápido. Soy fundamentalmente enemigo de la espontaneidad».

«No me interesan nada los temas íntimos. (…) Leo los periódicos porque mi interés está totalmente volcado hacia lo público. Por eso mismo lamento la invasión de la prensa por lo privado».

«Yo soy partidario de la censura. Censura contra los programas de telebasura y contra la publicidad dirigida a los niños».

«Lope de Vega fue un chapucero, un mamarracho y un sinvergüenza».

«Cela hizo muchos libros, pero siempre repitiendo lo mismo. Se le reconoce la voz a las leguas, siempre con la misma monserga. Es un hombre que todo lo envilece. Fue el que escribió la primera crítica sobre el Alfanhuí y lo lanzó. Luego he sido ingrato con Cela, pero es que era un abusón».

Como el resto de las fuentes orales, estos textos plantean muchos problemas pero ofrecen también algunas enseñanzas. 

Los problemas se derivan de la diferencia entre lo dicho y lo escrito. Es evidente que nuestras formas de hablar y de escribir no son iguales, y aunque es habitual que una persona hable y escriba bien (o mal), hay bastantes casos de grandes escritores que son malos oradores y de personas a las que da gusto escuchar pero que son incapaces de redactar un párrafo legible. De hecho es sabido que las bases anatómicas de la expresión oral y escrita se localizan en zonas cerebrales distintas, son funciones lingüísticas diferentes. Y esa diferencia se refleja también en el distinto valor de una cosa y otra: no podemos atribuir la misma solvencia a una frase pensada, escrita, revisada y publicada por su autor y a otra que un periodista anotó que le había oido improvisar en respuesta a una pregunta inesperada.

Pero en el caso de Ferlosio el testimonio de sus amigos más próximos (que se preparaba para las entrevistas tratando de adivinar las preguntas que podrían hacerle y la respuestas que debería darles), la coherencia entre sus escritos y sus declaraciones, así como la frecuente reiteración de respuestas muy parecidas ante preguntas similares, indican que también sus testimonios orales estaban muy bien pensados y que, incluso con el ritmo que impone una conversación, sabía manejar su alergia a la espontaneidad y a la improvisación para mantener siempre la coherencia y el rigor de su pensamiento.

Estas son las razones por las que una amplia muestra de diálogos con Ferlosio nos permite conocer mejor sus ideas, aclarando cuestiones sobre las que él no habría escrito si no se las hubiesen planteado y resumiendo sus reflexiones en términos más breves y sencillos que los habituales en su escritura, pero sin caer en la imprecisión ni en la falta de rigor que tanto temía, por lo que solía pulir una y otra vez sus borradores, muchas veces para acabar decidiendo que no merecían ser publicados.

Un terreno en el que se ve muy clara la aportación de sus pecios orales es el autobiográfico (ya que a la hora de escribir era especialmente reacio a las confesiones personales):

«Mi hija y yo lo pasábamos muy bien. Yo iba así todo desastrado, como un vagabundo. En el Retiro nos separábamos y luego nos encontrábamos entre los árboles y yo le daba caramelos. Las señoras pensaban cosas raras y llamaban a la Policía. Nos divertíamos mucho».

«No siento en Madrid agresividad alguna ni he hecho nunca fines de semana porque no he trabajado nunca». 

«Con pocos conocimientos he hecho que parezca que soy más instruido de lo que en realidad soy. Tengo muy pocas lecturas.» 

«Yo, es que soy viejo casi de nacimiento, ¿sabe?».

«La palabra intelectual es demasiado respetable para mí. En el fondo no me siento más que un chisgarabís, un pelagatos, un tío tirado con el que no se puede contar para nada». 

Otro punto que iluminan sus declaraciones verbales, cuando se tiene en cuenta la fecha en que las realizó, es, lógicamente, el del cambio de gustos. Es bien sabido que desde hace muchos años no solía decir de El Jarama más que la frase que él hizo célebre: «Lo tengo aborrecido». Pero en 1957, un año después de publicada la novela, era bastante más explícito:

«En El Jarama me parece que hay, si hay algo nuevo, un escrúpulo de mutua fidelidad y correspondencia entre todos los elementos que integran el mundo novelístico. Puede haber antecedentes en toda la literatura española, desde el realismo clásico hasta Carlos Arniches; y en la extranjera, como ya han señalado algunos críticos. La Colmena, en este sentido, tiene que ver en cuanto es la novela que ha introducido en España la estructura “behaviorista”. Por ahí puede estar El Jarama emparentado con ella.»

Ese cambio de gustos aparece también, como es lógico, cuando se le pregunta por los novelistas que prefiere. En 1957 respondía: «Un europeo: Conrad; y un americano: John Dos Pasos».  En 1986, en cambio, ya asegura: «Las novelas me aburren, sobre todo las de chismes familiares. En realidad, después de Kafka no ha vuelto a salir nada bueno».

Y en cuestión de gustos cinematográficos no es menos contundente: «Charlot mató el cine. Tiempos modernos y La quimera del oro son tan buenas que acabaron con todo».


Hay quien prefiere no conocer personalmente a los escritores que admira. Hay también muchos teóricos de la literatura según los cuales un texto debe ser leído al margen de cualquier dato biográfico o psicológico de su autor. Otros pensamos que la vida privada de un escritor —e incluso la íntima—, en la medida en que es posible y lícito conocerla, enriquece de forma decisiva las posibilidades de interpretar su literatura. En este último caso las fuentes orales, como las epistolares o las archivísticas, son, con todos sus problemas, una gran ayuda para la hermenéutica literaria. Una de las pesonas más respetuosas que conozco con la vida privada de los demás confiesa al mismo tiempo que daría un año de vida a cambio de una larga conversación con Aristóteles.

 José Lázaro