La guerra del coronavirus

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“Para beneficio del mundo”: Emparejando el Canal de Panamá con canales de conocimiento de valor trascendental para la nación y la humanidad, por Hana Ayala

Biografía del autor

 La Dra. Hana Ayala, quien fuera miembro del cuerpo docente de la Escuela de Ecología Social de la Universidad de California en Irvine, es la fundadora, presidenta y directora ejecutiva de Pangea World. Dicha corporación entrelaza la ciencia, el arte y la diplomacia con un modelo de negocio diseñado para gestionar el legado de conservación de la emergente economía global del conocimiento. Su trabajo transdisciplinario y transnacional fue presentado oficialmente en varios actos internacionales organizados por el Centro de la Costa Oeste de las Academias Nacionales de Ciencias, Ingeniería y Medicina de los Estados Unidos en Irvine, en septiembre de 2005, abril de 2009 y febrero de 2014, y por la Escuela Internacional de las Naciones Unidas (UNIS) en Nueva York en septiembre de 2010, en el marco del 65º período de sesiones de la Asamblea General de la ONU. Asimismo, ha recibido el respaldo de directivos de la Institución Smithsonian, la Academia Nacional de Ciencias de Estados Unidos y la Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura (UNESCO), así como de varios jefes de Estado y embajadores.

En 2003, la Universidad de Masaryk (Brno, República Checa) concedió a la Dra. Ayala la Medalla de Oro “en reconocimiento y agradecimiento por sus extraordinarios méritos en el avance de la ciencia, la cultura y el arte”. En 2006, fue galardonada por sus logros profesionales por la Asociación Americana para el Avance de la Ciencia en Washington, DC.

Resumen

El istmo de Panamá, que une continentes y separa océanos, alberga dos ventajas estratégicas inigualables.  El canal de Panamá ha sacado provecho de una de ellas gracias al nicho incomparable que ocupa en la circulación del comercio mundial. La otra ventaja, todavía sin explotar, es la importancia económica que posee el istmo como encrucijada incomparable de la conectividad del mundo natural repleta de capital de conocimiento, tema del proyecto original presentado en este documento. Al construir el caso y presentar las pruebas a escala nacional y transnacional, la hoja de ruta trazada por este proyecto demuestra la promesa de emplear vías naturales de gran valor científico para generar y sustentar una economía híbrida de turismo y conocimiento, con importantes beneficios para la conservación. Este proyecto es pionero en el concepto y la estrategia de una neutralidad del conocimiento transnacional respaldada por un modelo de negocio y enmarcada por una sinergia de gran simbolismo con el paradigma de neutralidad del canal de Panamá. De este modo revela, y dota de una vía de implementación, el inmenso potencial de Panamá para abanderar el rumbo hacia el futuro sostenible de la tierra, desde su posición como intersección única del patrimonio y la economía mundial.

Palabras clave

Canal de Panamá, capital natural de conocimiento, conectividad transnacional, neutralidad, Nuevo Mundo

  1. INTRODUCCIÓN

Las naciones se forman y viven de tener un programa para el mañana.

José Ortega y Gasset

(España Invertebrada, 1922)

La pandemia de Covid-19 ha cambiado el mundo de una manera sin precedentes, afectando profundamente a la producción global, las cadenas de suministro y los mercados financieros. También ha venido a dar peso al argumento de que deberíamos ser mucho más proactivos en el fomento del bienestar humano y medioambiental mediante políticas sinérgicas que inevitablemente difuminen la línea entre lo nacional y lo global.  En una entrevista reciente para Penta del Dow Jones Media Group (Schultz, 2020), Harvey Fineberg, presidente de la Fundación Gordon y Betty Moore y presidente del Comité Permanente sobre Enfermedades Infecciosas Emergentes y Amenazas a la Salud del Siglo XXI de las Academias Nacionales de Ciencias, Ingeniería y Medicina de Estados Unidos, señaló: Hay muchas conexiones entre este nexo de alteración del clima, la sostenibilidad de los ecosistemas, la transmisión de organismos entre especies y, por tanto, las cuestiones de agricultura y de salud humana, animal y del planeta. Con el tiempo, desde el punto de vista filantrópico, académico y gubernamental, esta intersección se va a convertir en el lugar más destacado para la comprensión, la inversión y la gestión.

Incrementar una interdependencia mutuamente beneficiosa entre lo nacional y lo transnacional es el núcleo del desarrollo sostenible, tanto como ideal de conservación o como plataforma económica cada vez más validada. No puedo pensar en una evidencia más poderosa que lo corrobore, que aquella proporcionada por la interfaz de la humanidad con el sistema mundial de arrecifes de coral.

Como señalan Morrison y colaboradores (2019), los arrecifes de coral cubren únicamente el 0,5% del fondo oceánico, pero sustentan casi al 30% de las especies de peces marinos del mundo. Su pérdida tiene enormes implicaciones para la biodiversidad y para los aproximadamente 400 millones de personas que dependen de ellos para trabajar, alimentarse y protegerse de las olas, las tormentas y las inundaciones en más de 100 países a lo largo de Australia, el sureste de Asia, el Indo-Pacífico, Oriente Medio, el Caribe y las Américas tropicales (p. 333). Este artículo, publicado en la revista Nature, hace un llamamiento urgente para alcanzar un nuevo enfoque que lleve a cabo modificaciones en tierra y mar, así como en todos los países. Kavousi y Keppel (2018) defienden de forma complementaria la urgencia de una investigación y una planificación de la conservación a escala mundial, que identifique y proteja aquellos lugares que puedan actuar como refugios del cambio climático para los arrecifes de coral, es decir, refugios caracterizados por amortiguar a largo plazo el calentamiento y la acidificación de los océanos y que constituyen la mejor oportunidad de supervivencia para muchas especies de coral en estado salvaje (p. 43).

¿Y si hubiera un país que tuviese un plan concreto para valorar la conectividad transnacional de su riqueza natural como base de una estrategia de desarrollo sostenible que aumenta sistemáticamente el beneficio nacional con beneficios para el medioambiente global y la humanidad en una economía global cada vez más orientada al conocimiento?

Lo hay. A mediados de febrero de 2020, me encontraba en un vuelo de Copa Airlines de regreso a Los Ángeles desde Ciudad de Panamá, justo unas semanas antes de que el gobierno panameño, en triste consonancia con las acciones incitadas por el Covid-19 en todo el mundo, declarara el estado de emergencia nacional. Regresaba de un reencuentro con una nación que inspiró profundamente las etapas formativas de mi trayectoria profesional y que ahora me ha honrado con una invitación para asistir en la reactivación y el cumplimiento de un modelo de desarrollo económico cuya promesa comprobé en Panamá hace más de dos décadas. Me comprometí de todo corazón con la presente continuación de mi alianza con Panamá para dar forma a una oportunidad que vaya más allá de Panamá y que redefina las posibilidades de la economía basada en el conocimiento. En el texto que sigue expongo los fundamentos de esta continuación: un plan nacional para el mañana que celebre la conectividad de la tierra, y que se conciba y ejecute en beneficio de toda la humanidad.

  1. UNA ENCRUCIJADA DE VISIONES ECONÓMICAS A UN SIGLO DE DISTANCIA

La creación de un paso de agua a través de Panamá fue uno de los logros humanos más importantes de todos los tiempos, la culminación de un sueño heroico de cuatrocientos años y de más de veinte años de esfuerzos y sacrificios monumentales. Estas cincuenta millas entre océanos fueron de las más difíciles de conquistar por el esfuerzo y el ingenio humanos, y ninguna estadística sobre el tonelaje o los peajes puede siquiera transmitir la grandeza de lo que se logró. Ante todo, el Canal es la expresión de ese antiguo y noble deseo de salvar la brecha, de unir a la gente.  Es una obra de civilización.

(McCullough, 1977, pp. 613-614)

El lema nacional de Panamá, que adorna el escudo del país, reza Pro Mundi Beneficio. Esta poderosa y destacada afirmación resuena con el espíritu de antiguas visiones, aquellas del siglo XIX, las de un canal a través de Centroamérica que atravesara Nicaragua o Panamá, pero que tuviera una dimensión universal. En su mensaje al Congreso, del 8 de diciembre de 1885, el presidente estadounidense Grover Cleveland habló de un futuro canal istmeño que estuviera al margen de la contienda internacional: Cualquiera que sea la carretera que se construya, debe ser para el beneficio del mundo, un fideicomiso para la humanidad… (citado en Padelford, 1942).  Ahora bajo la plena soberanía de Panamá, el Canal ofrece una poderosa ratificación del valor de la plataforma Pro Mundi Beneficio como paradigma económico de vanguardia. La esencia de este paradigma podría describirse de la siguiente manera: cuanto mayor sea la contribución que un recurso nacional vital haga al mundo, mayor será el prestigio y el valor que dicho recurso aporte a la nación.  

Major (1983) escribe: El canal de Panamá posee una gran importancia internacional… Al igual que el canal de Suez, se ha convertido en un punto clave para la estrategia y el comercio mundial, una vía entre los océanos de enorme valor para el mundo en general (p. 17).

El canal de Suez es una vía de agua a nivel del mar que atraviesa de norte a sur el istmo de Suez en Egipto —la parte más estrecha del Sinaí—, para conectar el Mediterráneo y el mar Rojo. En cambio, el canal de Panamá, que une las costas panameñas del Atlántico y el Caribe, por un lado, y del Pacífico, por el otro, es un sistema lacustre alimentado por la presa del río Chagres y al que se accede mediante tramos de esclusas en ambos extremos. Para llenar sus esclusas depende de la lluvia, no del agua del mar y, por tanto, sigue siendo una barrera entre los dos océanos. Su futuro está inextricablemente entrelazado con el de su “guardián del agua”, la selva tropical que tapiza su cuenca (y este vínculo perdurará independientemente del plan actual de Panamá para mitigar años de sequía persistente mediante la ingeniería de un sistema de agua suplementario).  El canal de Panamá tiende un puente sobre el istmo como un largo brazo de agua dulce suspendido en la selva (McCullough, 1977, p. 590).

Reflexionando sobre los contextos geográficos amplios de los dos canales, Wallace (1997) establece otra comparación, de máxima relevancia para el tema de este artículo: Centroamérica, escribe, no es ni un continente ni una isla. Conecta dos continentes, pero no es una filial de ninguno de ellos… Estrictamente hablando, existe otro puente terrestre en el mundo actual, el Sinaí entre África y Eurasia, pero el Sinaí es desierto, y más un obstáculo para la mayoría de los organismos que un paso.  Centroamérica está tan repleta de vida que alberga el siete por ciento de las especies de la Tierra en menos de la mitad de su superficie, y esas especies son una extraordinaria mezcla de las formas norteamericanas y sudamericanas que han ido y venido a través de ella durante millones de años (p. xiii).

Coates (1997) ofrece una visión meticulosamente documentada y exquisitamente articulada de la historia de las complicadas colisiones de las placas tectónicas que han hecho de Centroamérica una de las zonas geológicamente más complejas del mundo.  Destacaré sólo algunos capítulos de esta historia, que comienza hace unos 140 millones de años, al final del período Jurásico, cuando el supercontinente Pangea comenzó a separarse: al principio, América del Norte se separó de Europa, África del Norte y América del Sur para formar el incipiente océano Atlántico, que se conectó directamente con el Pacífico gracias a la ubicación actual de Centroamérica. Hace entre 20 y 13 millones de años, una larga línea de volcanes se extendía desde la placa norteamericana hacia América del Sur, marcando la turbulenta unión de las placas del Pacífico y del Caribe en colisión. Una gran extensión de océano profundo entre América del Norte y América del Sur quedó ocupando el futuro emplazamiento de Panamá. A partir de hace unos 12 millones de años, el activo arco volcánico de Centroamérica comenzó a colisionar con el extremo noroeste de América del Sur y estos movimientos geológicos formaron y elevaron lentamente el istmo de Panamá. La presión de las placas en colisión acabó por hacer emerger toda la longitud del istmo, hace aproximadamente tres millones de años, lo que completó el cierre del istmo centroamericano.

La formación del istmo de Panamá, que conectó dos continentes americanos que habían estado ampliamente separados durante decenas de millones de años, ha sido calificada como el acontecimiento natural más importante que ha afectado a la superficie de la tierra en los últimos 60 millones de años (Coates, 1997, p. 1). Ello tuvo un impacto revolucionario.  Desencadenó el Gran Intercambio Biótico Americano: la migración masiva de animales y plantas a través de los trópicos y hacia latitudes templadas, tanto en dirección norte a sur como a la inversa (Webb, 1997; Wallace, 1997). Asimismo, creó una barrera que dividió en dos el otrora continuo océano tropical americano. Los océanos de ambos lados se volvieron increíblemente diferentes. Los organismos del Pacífico y del Caribe divergieron cada vez más, creando lo que Jackson y D’Croz (1997) llaman dos reinos ecológicamente distintos.

La riqueza del legado cultural precolombino complementa la riqueza del patrimonio natural del istmo centroamericano.  Cooke (1997) considera el istmo como una unidad cultural e histórica que comienza con la llegada de los pueblos nativos de Centroamérica en algún momento anterior al 9.000 a.C., definida por una gran riqueza y variedad de su herencia nativa americana, y que abarca —al sur de las tierras mayas con sus impresionantes ruinas— grandes bloques de tiempo y grandes franjas de espacio que aún están por estudiar.

El canal de Panamá es merecidamente elogiado como una hazaña de ingeniería sin precedentes. Como dijo McCullough (1977): Para construir la Gran Pirámide o la Gran Muralla china, o las catedrales de Francia, se colocaron bloques de piedra uno encima de otro de la manera ancestral. Sin embargo, los muros de las esclusas de Panamá se vertieron desde arriba, cubo a cubo, para crear formas gigantescas. Y dentro de esas formas había que hacer otras para crear las diferentes alcantarillas y túneles, las cámaras especiales y los pasillos necesarios dentro de los muros (p. 591). La ampliación del Canal, finalizada en 2016, ha reforzado aún más la genial concepción y ejecución de esta obra maestra de la ingeniería, al tiempo que ha consolidado la posición de Panamá como encrucijada del comercio mundial.

Centroamérica es una hazaña sin igual de la ingeniería de la naturaleza, un impresionante laberinto de maravillas con una extraordinaria influencia en el mundo entero.  El istmo de Panamá es el eslabón culminante y unificador de esta obra maestra de la ingeniería geológica y evolutiva, y el desencadenante del enorme impacto que la realización de dicha obra ha tenido en el clima y el medioambiente mundiales. La apreciación del valor único y la relevancia de la riqueza del patrimonio natural de Panamá como un poderoso catalizador y un microcosmos de conectividad deslumbrante a nivel mundial ha estado tradicionalmente limitado al ámbito de la ciencia. En su valor y envergadura pude ver una gigantesca oportunidad económica sin explotar, una oportunidad nacional con un formidable beneficio global. Por todo ello, considero que Panamá es un receptor extraordinario para el paradigma de desarrollo sostenible que he denominado “TCI”.

2.1. La economía de conectividad del modelo TCI

El modelo de desarrollo económico Turismo-Conservación-Investigación (TCI) se enmarca en la visión y la estrategia de forjar una alianza proactiva de tres sectores que podrían ayudarse mutuamente de forma única, para juntos impulsar una economía medioambiental innovadora y altamente sostenible. 

Remitiré a los lectores a dos artículos recientes (Ayala, 2017, 2020), que perfilan brevemente el modelo TCI y proporcionan referencias a otras publicaciones que detallan la génesis y las credenciales de este modelo. En esta introducción me limitaré a destacar el papel fundamental que desempeña la divulgación, guiada por la ciencia, de la dinámica y la conectividad de las riquezas del patrimonio natural y cultural —detectables en varias escalas espaciales y temporales— en la unión del TCI.  Entra aquí en juego el instrumento original de las rutas patrimoniales del TCI, basado en temáticas que entrecruzan un país, una región o un conjunto de partes del mundo que sean diversamente distantes y que permitan interpretar e integrar los descubrimientos científicos desde ángulos nuevos y multidisciplinares. La premisa central de estos temas es desvelar y ensalzar la pertenencia evolutiva, ecológica, geológica o histórica de un recurso patrimonial a un contexto natural o cultural mucho más amplio. A su vez, esta premisa es la base para un aumento sistemático y simultáneo de la importancia científica, de conservación y económica de todo el conjunto de recursos patrimoniales abarcados por cada temática. 

El énfasis fundamental del TCI en desvelar los vínculos, las afinidades y las relaciones pone de relieve al componente “C” como una estrategia de conservación proactiva de escala audaz, con potencial de crecimiento infinito y garantías únicas de que cada nueva expansión impulsará la integridad y la fuerza de toda la red de bienes custodiados y valorados mediante esta estrategia. La investigación científica, la “I”, es vital para dotar a la estrategia de conservación de la deseada calidad proactiva e ilimitada, así como para fundamentar esta estrategia en una red de temas patrimoniales de gran valor. La ciencia debe encargarse de trazar caminos óptimos para estos temas, creando así una matriz patrimonial dinámica que invite a una investigación pionera que interconecte múltiples lugares. A una escala mayor, y dada su capacidad para hacer avanzar las fronteras del conocimiento, esta investigación también seguirá fomentando el inmenso potencial de los temas patrimoniales como canales interpretativos que ofrecen una visión única y siempre cambiante de los complejos legados moldeados tanto por la naturaleza como por las civilizaciones humanas.

Sin embargo, esta perspectiva y su viabilidad a largo plazo están condicionadas a una estrategia de inversión concurrente que valore la eficacia y el prestigio del trabajo en equipo del C-I como medidas de beneficio recíproco. Y aquí es donde entra en juego el tercer componente, la “T”, que representa a la empresa turística y hotelera. La posibilidad de acceder y administrar uno o varios temas patrimoniales que rebosen de asombro, sean fluidos y puedan expandirse a medida que absorban nuevos descubrimientos, supone un importante valor comercial para la empresa, en la que la fuerza competitiva y el rendimiento de la inversión se definen cada vez más por la singularidad y la calidad de la experiencia como su principal producto. La perspectiva de poder adquirir la capacidad de enriquecer continuamente la experiencia y mejorarla con la aportación de lo asombroso de aquellos lugares que exigen de una protección estricta, al tiempo que se les devuelve el favor patrocinando su conservación, no tiene precio. Lo mismo ocurre con la perspectiva de singularizar aún más la experiencia al permitir que los temas adoptados funcionen como arterias de un desarrollo económico sostenible. La motivación de la “T” para permitir y mantener esta función a través de unos productos que protejan las inversiones en investigación, formación y empleo en el ámbito de la conservación estriba en la estrategia empresarial, no en las donaciones. El “T” es también el socio comercial ideal, porque la capitalización de descubrimientos relacionados con cada temática como si fueran una cosecha de portentos no disminuye en absoluto el valor de esos mismos descubrimientos para el avance de la ciencia, la medicina y demás campos.

2.2. Preparar el istmo para una economía impulsada por el patrimonio

En un artículo titulado escuetamente “El TCI”, Gonzáles Clare (2000) recordaba a Panamá una frase que dije años antes: Si pudiera cerrar mis ojos y elegir un país maravilloso para aplicar mi plan, ese país sería Panamá. Ese deseo se ha cumplido.

Por invitación del gobierno panameño, entonces bajo la administración del presidente Ernesto Pérez Balladares, me embarqué en un esfuerzo de dos años (1998-2000) a fin de promover en Panamá un proyecto pionero de TCI a escala nacional y validarlo como un imperativo económico para la nación. La prioridad que Panamá ha dado al desarrollo de su industria de turismo de ocio y la presencia en Panamá del prestigioso Instituto Smithsonian de Investigaciones Tropicales, posicionan a Panamá para entrar en el nuevo milenio gracias a una asociación innovadora que integraría el turismo, la conservación y la investigación como catalizador del bienestar nacional de Panamá. El momento de hacerlo es ahora, mientras Panamá disfruta del impulso del relanzamiento que se avecina de la octava maravilla del mundo: el canal de Panamá (Ayala, 1998a, p. 7).   Uno de los principales objetivos era demostrar que Panamá es mucho más que su canal: La aspiración detrás del Plan de Acción TCI es hacer que el patrimonio nacional de Panamá, legendario en el mundo académico, sea igualmente legendario en el mundo empresarial, y hacerlo en una plataforma que haga que los intereses académicos y empresariales se fortalezcan mutuamente (Ayala, 1998b, p. 74).

Si me piden que destaque el resultado más significativo de este proyecto nacional piloto, respondería sin dudarlo: una red inédita de 23 rutas temáticas patrimoniales que dotan a Panamá de base para asegurarse una posición de mercado única como el primer país capaz de entrelazar su riqueza patrimonial y la ciencia de vanguardia en una plataforma de valor añadido para el desarrollo económico nacional y la prominencia internacional. Esta memoria temática de la identidad patrimonial de Panamá a través del espacio y el tiempo se convirtió en el germen de la concreción del Plan de Acción TCI. Fue el resultado de un esfuerzo colosal, de varios meses de duración, jamás realizado por ningún otro país, y que aún hoy no tiene parangón. Todo ello no habría sido posible sin el gran apoyo que recibí del prestigioso Instituto Smithsonian de Investigaciones Tropicales (STRI) y de su entonces director, Ira Rubinoff, y sin la participación de un extraordinario equipo de expertos con los que mantuve innumerables sesiones de intercambio de ideas y a los que atribuyo, con gratitud, la rigurosa sustancia, la magnífica narración y el efecto mutuamente energizante de estos temas. Este equipo estelar estuvo formado por tres distinguidos expertos del STRI —Anthony Coates (geología de los trópicos), George Angehr (biodiversidad, ecología tropical, interpretación del patrimonio) y Richard Cooke (arqueología, ecología humana)— a los que se sumó Omar Jaén Suárez, destacado geógrafo e historiador panameño.

En este tapiz de maravillas se entretejen tres categorías de rutas patrimoniales TCI: rutas temáticas que destacan e integran aspectos particularmente notables del espectacular y diverso patrimonio natural y cultural de Panamá; rutas cronológicas que viajan en el tiempo en alas de los hallazgos y formaciones paleontológicas y geológicas; y rutas espaciales que enfatizan una serie de lugares relacionados con un solo tema y que a su vez se subdividen en travesías transístmicas, que muestran la diversidad de las zonas de vida y las especies de Panamá, y en corredores ístmicos, que exaltan el papel del istmo como corredor migratorio entre las Américas.

Se pueden encontrar descripciones completas de la identidad patrimonial única de Panamá en otros lugares (Cooke y Jaén Suárez, 1999; Ayala, 2000). Sin embargo, me gustaría hacer una mención especial a las cualidades que estas rutas adquirieron al adherirse a los conceptos originales del modelo de áreas base TCI y zonas de aprovechamiento TCI.

El concepto de área base sustituye al concepto tradicional de lugares de desarrollo bajo la premisa de que la planificación de las bases del turismo de ocio debe ser inseparable de la planificación de las bases económicas de la conservación.  Este concepto define las ubicaciones óptimas a lo largo de cada ruta para la confluencia de las infraestructuras interpretativas y hoteleras. Las áreas base tendrán la responsabilidad clave de difundir los beneficios del turismo patrimonial en las zonas de aprovechamiento que catalizan dichas rutas. 

En el ámbito de la conservación, cabe destacar la capacidad de las rutas integradas de interpretación para convertir el eminentemente comerciable patrocinio de la conservación por parte de los proyectos turísticos y hoteleros en una fuerza económica que impulse y proteja la inversión en el turismo de ocio de Panamá y para difundir sistemáticamente los beneficios del patrocinio de la conservación más allá de las zonas de visita turística, especialmente en las áreas ecológicamente frágiles o culturalmente sensibles.

En el ámbito del conocimiento, las rutas invitan y estructuran de forma magnífica el avance de la investigación patrocinada por la industria sobre la diversidad y la complejidad del patrimonio panameño, así como las iniciativas para revitalizar el conocimiento tradicional; ambas pueden combinarse bien con becas financiadas por la industria. Transformar los descubrimientos pioneros de STRI en cualidades inigualables e imposibles de imitar de los productos patrimoniales de Panamá es un plus empresarial muy especial. 

El tercer aspecto crucial de las zonas de aprovechamiento que convierte a las rutas temáticas del patrimonio en superestrellas comerciales es el fomento de las oportunidades de empleo para las comunidades locales en la gestión sostenible de los propios recursos naturales. Como se me citaba en la revista Science, sólo si la gestión sostenible de los recursos se introduce como incentivo financiero y como oportunidad de empleo en el comercio turístico, la comercialización de experiencias relacionadas con el patrimonio podrá alcanzar el máximo nivel de calidad de este producto y al mismo tiempo catalizar economías que prosperen en la sostenibilidad (Ayers, 1999, p. 1546). 

El canal de Panamá —una ruta de fama mundial rodeada de riquezas naturales y culturales no menos merecedoras de dicha fama—, fue elegido escenario para la más ambiciosa puesta en práctica de los conceptos de áreas base TCI y zonas de aprovechamiento TCI. Para este proyecto a gran escala tuve el honor de atraer al mundialmente conocido arquitecto Frank O. Gehry. Junto con la empresa de planificación y diseño urbano URBIO, S.A., con sede en Ciudad de Panamá, Gehry dirigió un equipo de arquitectos, ingenieros y asesores financieros para desarrollar una estrategia integral de conservación y economía, que permitiera preservar y restaurar los tesoros naturales y la arquitectura histórica de las desembocaduras del canal en el Caribe y el Pacífico, y simultáneamente combatiera la pobreza y diera prioridad a los beneficios sociales (FOGA, Inc., 1999).  Como señala Hogrefe (1999/2000), Colón—la segunda ciudad más grande de Panamá, con un rico patrimonio colonial pero azotada por un alto nivel de desempleo y por el deterioro de su infraestructura física—, fue la pieza central de este proyecto. De este modo, Colón fue designado como enclave para el más importante de los tres modelos de instalaciones diseñadas por Gehry y ancladas en los contextos patrimoniales del Caribe y el Pacífico de Panamá.  Esta trilogía de vanguardia de las áreas base estuvo destinada a producir un innovador centro de patrimonio nacional que convirtiera a todo el país en una gigantesca zona de aprovechamiento para la conservación y la mitigación de la pobreza.

Miller (1999) describió el trabajo en equipo y la agenda del Plan de Acción TCI como un esfuerzo descomunal para sentar las bases de una economía impulsada por el patrimonio. 

Entonces, el Gobierno de Panamá cambió y la creación de una emblemática economía impulsada por el patrimonio se detuvo y quedó relegada a los archivos. El arquitecto panameño Gonzáles Clare se cuenta entre aquellos que se esforzaron para que esta oportunidad estuviera por encima de las transiciones políticas.  La percepción de la nueva República, ahora que estamos conformando nuestra nacionalidad totalmente independiente y soberana, requiere de iniciativas como la del TCI que puedan ponderar la riqueza natural y patrimonial combinada con la herencia cultural. El camino está trazado y Panamá sería el primer país en el mundo que adapte este innovador plan de desarrollo integral sostenible. No perdamos esta oportunidad (Gonzáles Clare, 2000).

Su llamada ha sido atendida —casi exactamente 20 años después.

  1. ORQUESTANDO LO “NACIONAL” Y LO “TRANSNACIONAL” EN LA BÚSQUEDA DE LO MARAVILLOSO COMO GRAN FRONTERA ECONÓMICA

Reflexiono, con gratitud, sobre la calidez y el entusiasmo que definieron mis encuentros personales con el presidente de Panamá, Laurentino Cortizo Cohen, miembros de su gabinete y otros líderes panameños cuando fui invitada a visitar Panamá en febrero de 2020, para participar en el despertar de esta oportunidad (ANPanamá, 2020; Hernández, 2020). Este despertar, como acto y proceso en desarrollo, es un tributo a la previsión e interés del ministro de Turismo Iván Eskildsen y la viceministra Denise Guillén, quienes actualmente dirigen la Autoridad de Turismo de Panamá. Un reconocimiento especial merece Gilberto Alemancia, ejecutivo de comunicaciones de la Autoridad de Turismo, guía y representante de la comunidad indígena Guna de Panamá —y mi colaborador desde hace 20 años—, por haber alertado al ministro Eskildsen y a su equipo de la existencia del Plan de Acción TCI.

Me he comprometido con emoción y determinación a llevar esta continuación a un nuevo nivel de ambición nacional e internacional. 

Panamá es rica dado que cuenta con un tesoro patrimonial de impresionante diversidad y exquisita belleza, además de ser un microcosmos donde se manifiestan los dramas geológicos y evolutivos más impactantes de la Tierra. Todo ello hace de Panamá, como unidad espacial enmarcada por fronteras políticas, el receptor ideal para una alianza TCI a escala nacional. Sin embargo, el pleno potencial de esta alianza iniciada en Panamá aún no se ha materializado. Panamá posee asimismo otra cualidad única, cuyo valor se deriva del papel singular del istmo panameño en la creación de una conectividad transnacional. Esta cualidad tiene una connotación económica poderosa, aunque latente. Los siguientes apartados de este documento presentan mi visión y oferta para movilizar y dinamizar mutuamente las oportunidades nacionales y globales no aprovechadas exclusivas de Panamá. En ellos se expone la estrategia propuesta para reactivar el cumplimiento del Plan de Acción TCI (3.1. Elevar los tesoros patrimoniales de Panamá a tesoro icónico para la nación) en conjunción con el empleo de la filosofía TCI en una nueva plataforma transnacional que fortalezca el valor y el beneficio nacional de los atributos patrimoniales y de conocimiento inigualables de Panamá (3.2. Desbloquear el potencial de Panamá para sobresalir como centro de las rutas transnacionales patrimoniales para la economía global del conocimiento).

3.1. Elevar los tesoros patrimoniales de Panamá a tesoro icónico para la nación

Al comentar la importancia del logro de las rutas patrimoniales del Plan de Acción TCI y como celebración del renacimiento de este proyecto, Jaén Suárez (2020) observó: Todos los diversos elementos del paisaje panameño, naturales y humanos, tendrían una nueva coherencia si los integramos dentro de un nuevo concepto más amplio, el de ruta como riqueza patrimonial que insistiera en la característica más sobresaliente de nuestro territorio y de nuestra sociedad, su capacidad de funcionar como ruta desde los tiempos más inmemoriales.

Es precisamente esta nueva coherencia —y su fortalecimiento sistemático a través de la activación y posterior evolución de la matriz pionera de las rutas patrimoniales TCI de Panamá— lo que, recomiendo, debería estar en el centro del relanzamiento de la implementación de la hoja de ruta TCI en todo el país.

3.1.1. Un plan maestro de patrimonio estratificado para un legado infinito

El Plan de Acción TCI 1998-2000 aportó un concepto y un contenido totalmente nuevos sobre el patrimonio nacional como producto y base dinámica para el desarrollo de la nación. Una base cuya estructura, vigor y apreciación a largo plazo sean otorgados y custodiados por la ciencia de alto nivel. La continuación del TCI 2020 Plus tiene ahora la oportunidad de activar y capitalizar la base ya existente y exclusiva de Panamá. Las superposiciones y sinergias de valor añadido que el Plan de Acción TCI ha incorporado a la red de rutas patrimoniales cobrarán gran importancia durante la ejecución de esta próxima etapa. Ilustraré este punto señalando una provincia específica de Panamá, el Darién, y presentando sus riquezas patrimoniales dentro de un grupo de rutas (seleccionadas de la matriz de 23 rutas cuya visión general puede encontrarse en Cooke y Jaén Suárez, 1999) que otorgan múltiples niveles de apreciación de estas riquezas.

El Darién —la provincia más oriental de Panamá que alberga el parque nacional de Darién, Patrimonio de la Humanidad de la UNESCO y que resplandece con una espectacular variedad de hábitats y vida silvestre— es el dominio de la Ruta del Águila Arpía, denominada así por el símbolo nacional de Panamá. Dentro de toda la red de rutas patrimoniales, esta ruta es quizás la que mejor ejemplifica la impresionante dinámica del patrimonio natural de Panamá, ya que capta la sorprendente mezcla de estabilidad y cambio que consolida la identidad del istmo panameño como puente del mundo.  En una fascinante interacción de flujo y aislamiento; las tierras altas y bajas de Darién actúan como corredores para el paso de plantas y animales entre las Américas, pero, además, las tierras altas de Darién —que anteriormente fueron islas— albergan un elevado número de especies endémicas, es decir, especies que no se encuentran en ningún otro lugar del mundo.

Sin embargo, la riqueza de especies endémicas de Panamá no se limita únicamente al Darién. Como revela la Ruta de los Santuarios de la Vida, Panamá abarca cinco grandes áreas endémicas que, en conjunto, merecen una máxima y urgente atención para asegurar su efectiva protección. Este invaluable mosaico de hábitats naturales de animales tropicales terrestres que sólo se encuentran en Panamá complementa la cuna de vida endémica del Darién con las ubicadas en el occidente de Panamá, tanto en las tierras altas como en las tierras bajas de las costas del Caribe y del Pacífico.  En su totalidad, este valioso conjunto patrimonial tendrá una capacidad mucho mayor que la que podría alcanzar cualquiera de sus partes para fomentar el orgullo nacional, atraer la atención internacional que merece y propiciar la inversión en un área base que destacará como patrón de toda la ruta.   

El Darién también aporta algunos de los testimonios más antiguos a la Saga del Istmo—la ruta cronológica que integra los registros geológicos y paleontológicos más importantes de todo Panamá en un relato apasionante y rigurosamente investigado sobre la formación del istmo centroamericano y su culminación con el surgimiento del istmo de Panamá. Codificada en múltiples hileras de sedimentos geológicos en el valle de Chucunaque, en el Darién, y en la península de Burica (bañada por el Pacífico en la provincia panameña de Chiriquí, fronteriza con Costa Rica) está La Gran Colisión, una de las rutas verticales que se remonta a la época de la colisión del arco volcánico centroamericano con los Andes y la intersección de tres placas tectónicas. El archipiélago de Bocas del Toro es otro destacado contribuyente a esta saga de maravillas: se atribuye a los estratos geológicos de las islas, saturados de fauna marina preservada, el revelar la historia más completa de la evolución de la vida tropical en el mar durante los últimos 20 millones de años. No menos merecedores de una mención especial son los depósitos geológicos de la Formación Charges, observables entre la antigua base militar estadounidense de Fuerte Sherman y las ruinas coloniales de San Lorenzo.  Aunque se encuentra junto a la costa caribeña de Panamá, esta formación está ricamente dotada de fósiles de especies del Pacífico, desenmascarando así un amplio estrecho marino Pacífico-Caribe que existía en la misma zona del actual canal de Panamá antes de que el istmo terminara de formarse a partir de una cadena insular de volcanes.

Es imposible apreciar plenamente la singularidad de los paisajes terrestres y marinos de Panamá sin tener en cuenta su dimensión mitológica.  Darién es uno de los portales de la Ruta de los Paisajes Mitológicos y del Mundo Indígena que atraviesa Panamá, ya que presenta a siete pueblos nativos americanos que ahora viven dentro de las fronteras del país y celebra sus vivos legados.  Aunque la singularidad de cada uno de estos legados puede definirse y ensalzarse individualmente, sólo a través de las percepciones recogidas a lo largo de la ruta se puede apreciar cómo las adaptaciones a los diferentes hábitats tropicales que evolucionaron a lo largo de los siglos han imprimido la arquitectura y el trazado de las comunidades de estos pueblos nativos y cómo sus artesanías reflejan los vínculos entre los artesanos y los productos de la costa y la selva.

Al observar y valorar las rutas patrimoniales TCI a través del prisma de la conectividad, tanto física como contextual, las riquezas patrimoniales del Darién —y de otras provincias panameñas— se convierten en pilares de legados de mucha mayor complejidad y visibilidad. Los nexos rigurosamente investigados, repletos de conocimientos y maravillas, y altamente susceptibles de combinarse o ramificarse en nuevas vías patrimoniales a medida que absorban nuevos descubrimientos, poseen realmente el poder de crecer y seguir enriqueciendo la riqueza patrimonial de la nación. La preeminencia y relevancia de las investigaciones del STRI son vitales para esta apreciación y, por ello, asegurar la participación del STRI en la ampliación y perfeccionamiento de la red originaria de 23 rutas con nuevos descubrimientos de trayectorias de conectividad, merece la máxima prioridad en la consolidación y expansión de los almacenes de riqueza patrimonial de Panamá.

A su vez, este incremento de la riqueza patrimonial panameña basado en las rutas y apoyado por el STRI ofrece una plataforma e incentivo únicos para la reactivación de una alianza estratégica de los sectores T-C-I (Turismo-Conservación-Investigación) que reviva el precedente internacional establecido por un decreto presidencial diseñado por el Plan de Acción TCI (Ministerio de la Presidencia de la República de Panamá, 1998). Me complace y agradezco mencionar que, el 28 de septiembre de 2020, el presidente de Panamá, Cortizo Cohen, firmó un decreto ejecutivo que restablece la estrategia TCI y crea la Alianza y el Comité formado por la Autoridad de Turismo de Panamá, el Ministerio de Ambiente, el Ministerio de Cultura y la Secretaría Nacional de Ciencia, Tecnología e Innovación (Ministerio de la Presidencia de la República de Panamá, 2020).  Esta Alianza también podría proporcionar salvaguardas institucionales invaluables para una estrategia de inversión en apoyo al relanzamiento y cumplimiento del TCI en Panamá como una oportunidad nacional.

3.1.2. Un plan de inversión estratificado para un dividendo infinito

Cuando se inició el Plan de Acción TCI hace 22 años, la industria del turismo de ocio en Panamá estaba en una fase incipiente y casi no existía infraestructura hotelera fuera de la Ciudad de Panamá.  Consideré esto como una enorme ventaja competitiva, ya que ofrecía la oportunidad de utilizar el activo de la ruta patrimonial como imán para las inversiones en viajes de descubrimiento que fueran exclusivos de Panamá y que estuvieran anclados en áreas base cuyos futuros proyectos hoteleros tuvieran la capacidad de ofrecer productos patrimoniales inmunes a la imitación. Una inversión en un área base sería, al mismo tiempo, una inversión de alto nivel para la consolidación de un sistema nacional de conservación temático que siente precedentes y que, de manera proactiva, extraiga de las rutas una dirección para su futura expansión que de forma invariable fortalezca la conservación, la investigación y la importancia económica de ese sistema. De este modo, cada área base actuaría y sobresaldría como co-arquitecto de una alineación a escala nacional de la planificación del turismo y la conservación, incrementando con ello aún más el prestigio internacional de la riqueza patrimonial de Panamá.

En sintonía con esta estrategia, el Plan de Acción TCI llevó a cabo el lanzamiento formal de la matriz de rutas patrimoniales a la par que la presentación de una cartera piloto de áreas base (Ratchford, 1999).  Ejemplos concretos acompañaron el despliegue del evento con el objetivo de definir y distinguir proactivamente la futura industria hotelera en Panamá mediante proyectos de hospitalidad nacidos de —y planificados para cumplir— las aspiraciones de conservación y administración de la investigación. Herman Bern, destacado promotor panameño y pionero en la industria hotelera de Panamá, presentó su Gamboa Rainforest Resort de la siguiente manera: Este proyecto tiene un compromiso formal con la iniciativa TCI… nuestra filosofía incluye primero centrarse en la ecología, la investigación científica y la conservación del medioambiente… Queremos que el proyecto Gamboa no sea solamente un hotel sino un museo de todas las riquezas que tenemos en nuestro país y que aún muchos panameños desconocen (Bern, 1999, pp. 53, 55).

El Gamboa Rainforest Resort, que se encontraba en fase de desarrollo como miembro de la cartera piloto de Socios Hoteleros TCI, está rodeado por la selva tropical de las tierras bajas del parque nacional de Soberanía, un paraíso de la biodiversidad dentro de la cuenca del canal de Panamá y un importante enlace en varias rutas patrimoniales. Por su función como otra área base dentro de este parque nacional de 55.000 acres, la Canopy Tower obtuvo una mención especial en la cobertura mediática del lanzamiento de la hoja de ruta del TCI de Panamá en publicaciones que van desde Scientific American (Nemecek, 1999) hasta Civilization, la revista de la Biblioteca del Congreso (Hogrefe, 1999/2000). Este piloto del TCI dio nueva vida y legado a una antigua torre de radar de la Fuerza Aérea de los Estados Unidos que se eleva a través y por encima de la selva semicaducifolia de Soberanía. Raúl Arias de Para, el visionario detrás de este proyecto en el que el Plan de Acción TCI halló, según sus propias palabras, a un entusiasta defensor de esta nueva estrategia, describió su motivación de la siguiente manera: Imaginé que podría transformar la torre en un alojamiento único con habitaciones que se abrieran al nivel de las copas de los árboles y lo hice… Lo llamo el proyecto de reciclaje definitivo (Arias de Para, 1999, p. 57). El creciente menú de iniciativas de conservación e investigación de Canopy Tower, que incluye estudios para determinar la importancia de los bosques del canal de Panamá como lugares de pernocta para las aves migratorias, complementa la transformación de esta instalación en una mezcla vanguardista de hospitalidad e interpretación con la ayuda de exposiciones del STRI. Además, Canopy Tower está agraciada con vistas poco comunes de múltiples capas del dosel de la selva tropical y se halla coronada por la terraza de la azotea que proporciona una inmersión panorámica de 360 grados en el dosel, uno de los ecosistemas menos explorados del planeta. Hart (1999) dedica a esta propiedad de espíritu TCI una cobertura de varias páginas en la revista Architecture: a lo lejos, los buques contenedores y los transatlánticos suben y bajan al pasar por las esclusas del canal. Pero a pocos metros y a la altura de los ojos, tucanes, águilas arpías, guacamayos, loros, rapaces y cientos de aves migratorias anidan a todos los niveles en el espeso follaje (p. 138).

En la red de rutas patrimoniales, el Plan de Acción TCI ofreció un sinfín de misiones de conservación e investigación de gran alcance. Tanto en el concepto como en las ubicaciones privilegiadas de las áreas base, el Plan fomentó la selectividad para invitar a proyectos hoteleros que se permitan el lujo de casar hospitalidad e interpretación desde las fases más tempranas de sus planes maestros conceptuales, transformando sus enclaves en portales de viajes reales y virtuales de descubrimientos únicos para cada área base y que, al mismo tiempo, estuvieran unidos a la hora de tutelar la conservación, el conocimiento y la sostenibilidad en Panamá.  

La continuación del Plan de Acción TCI para 2020 debería adaptar este plan a la etapa actual, significativamente avanzada, del desarrollo de la industria del turismo de ocio en Panamá. En los últimos 20 años han surgido en Panamá numerosos hoteles, complejos turísticos y otros establecimientos de hostelería. Si bien algunos lugares que originalmente representaban candidatos excepcionales para áreas base han perdido ese potencial de forma parcial o total, todavía quedan bastantes. Panamá es ahora también sede de complejos turísticos de alto nivel que han perfeccionado el arte de la gestión medioambiental y la responsabilidad social en sus respectivos asentamientos de gran belleza y diversidad natural, y cuyos productos ya existentes serían por tanto muy susceptibles de ser valorados y distinguidos por su pertenencia a ámbitos de admiración mucho más amplios.  El Resort Isla Palenque, miembro de Alojamientos Únicos en el Mundo del National Geographic, y el ecoresort Islas Secas, formado por 14 islas, podrían ejemplificar la magnitud del valor añadido y de su legado. Su entorno, el golfo de Chiriquí —que alberga el parque nacional de Coiba y su zona especial de protección marina, Patrimonio de la Humanidad de la UNESCO, y el parque nacional marino del golfo de Chiriquí— es una piedra angular de las rutas patrimoniales del TCI que ensalzan la conectividad vital a lo largo de la costa del Pacífico panameño y que tienden un puente entre el Pacífico y el Caribe de Panamá.  Estas rutas no sólo son canales de asombro que seducen e inspiran a la mente humana; también son cauces para llevar a escala y envergadura nacional el loable apoyo que estos dos centros turísticos prestan actualmente a las comunidades y organizaciones de conservación a nivel local.

La relanzada Alianza TCI está bien posicionada para actuar como custodio de la matriz de rutas patrimoniales y de su continua expansión y perfeccionamiento, sustentado por una rigurosa experiencia científica. Este papel podría incluir la facilitación y coordinación del compromiso de los inversores y operadores hoteleros afines con la matriz, como forma de personalizar su oferta de experiencias patrimoniales de la manera más inteligente y beneficiosa para la sociedad. La coherencia que fomenta las sinergias entre las rutas invita a las mayores ambiciones empresariales de las grandes aspiraciones filantrópicas, ancladas en una sola propiedad o llevadas a cabo a través de colaboraciones multihoteleras. Además, la presentación en el Plan de Acción TCI de la superposición de las rutas patrimoniales con las zonas castigadas por la pobreza en Panamá genera una poderosa confluencia entre la prioridad del gobierno panameño por combatir la pobreza en el país y la inclinación de las inversiones conocedoras del patrimonio por activar dichas rutas como portadoras de beneficios sociales allá donde más se necesitan en la nación. Dicha confluencia también refuerza la importancia de la matriz del patrimonio temático para preparar a Panamá, como país, de cara a la tendencia global cada vez más pronunciada de una inversión de impacto que busque generar un efecto social y medioambiental positivo y cuantificable, junto con un rendimiento financiero. Esta ha sido caracterizada de forma adecuada por Forbes como la combinación de la rigurosa analítica de la inversión tradicional con el corazón de la filantropía, y se prevé que esta tendencia transformadora crezca exponencialmente durante la próxima década y con posterioridad (Dallmann, 2018).

La singular dotación patrimonial de Panamá y su red de rutas en la que se entretejen exclusividad, seguridad y apreciación, merecen ser proyectadas en los objetivos de desarrollo de la nación, en las estrategias de promoción de inversiones y en las alianzas comerciales internacionales para así adquirir la función y distinción de Tesoro Patrimonial que nutra la prosperidad sostenible de la nación, su imagen y el prestigio internacional. Es mi aspiración que el Plan de Acción TCI vuelva a ser un verdadero proyecto nacional, aspiración que complemento con una invitación a que Panamá vuelva a trazar las fronteras del Nuevo Mundo, esta vez como puente hacia una nueva geografía económica del mundo.

3.2. Desbloquear el potencial de Panamá para despuntar como centro de las rutas transnacionales patrimoniales de la economía global del conocimiento

Para desarrollar esta invitación, debo empezar por explicar su contexto. Desde el año 2000 —y bajo los auspicios de la organización Pangea World que fundé—, he llevado la filosofía del TCI tanto a un nivel transnacional como al ámbito de la economía del conocimiento.  Este cambio ha dado lugar a modelos económicos y empresariales originales.  El modelo económico valora el tejido evolutivo y ecológico de la tierra como una reserva transnacional de conocimiento científico latente —el mineral del conocimiento que podría impulsar la emergente economía global del conocimiento de forma tan profunda como el petróleo definió la economía industrial y de ese modo catapultar la conservación de los recursos naturales como motor económico (Ayala, 2017).  El modelo empresarial es pionero en la creación del concepto de Resorts Transnacionales (Ayala, 2020) con la capacidad de alinear un sistema empresarial privado con inversiones en proyectos de investigación básica sin restricciones geográficas. En su interacción, estos novedosos modelos económicos y empresariales aspiran a dar forma al liderazgo empresarial, filantrópico y político a lo largo de puentes transnacionales de conocimiento.

Los dos modelos se complementan al centrarse en el flujo libre y el traspaso de fronteras políticas característico de ese mineral del conocimiento. Ambos convergen al abordar el inmenso potencial de investigación que tendría el apoyo financiero y logístico para perseguir el libre flujo de conocimientos en el tejido natural de la tierra, ya sea a lo largo de rutas sin fronteras de conectividad espacial o dentro de temáticas que integren conjuntos ilimitados de comparaciones y correlaciones. Ambos modelos son las piedras angulares de una alianza que ahora vincula oficialmente el espíritu de la misión de Pangea World con el legado de la Villa Tugendhat, Patrimonio de la Humanidad de la UNESCO y obra maestra arquitectónica de Ludwig Mies van der Rohe de armonía que fluye libremente con la naturaleza. 

Situada en la República Checa e inscrita en la Lista del Patrimonio Mundial en 2001, la Villa y su jardín son elogiados por la UNESCO como una obra pionera que encarna conceptos espaciales y estéticos innovadores, así como su articulación en un espacio sin límites. La magistral realización de estos conceptos por parte de Mies cambió fundamentalmente la relación que las personas tenían con su entorno espacial, e incluso con el espacio infinito, al suprimir la ansiedad que proviene de las distancias desconocidas. Fue un enfoque revolucionario (ICOMOS, 2001).

El vínculo altamente simbólico entre Villa Tugendhat y Pangea World se dio a conocer a través de dos eventos internacionales celebrados en dos enclaves diferentes del mundo: El primero, en junio de 2017, ratificó formalmente este vínculo en las instalaciones de la Villa en el corazón de Europa; el segundo, en octubre de 2018, se celebró en California, con la interpretación especial de la Sinfónica del Pacífico de la mundialmente conocida Sinfonía del Nuevo Mundo de Antonín Dvořák.  El presidente de la Sinfónica del Pacífico, John Forsyte, se refirió a la ocasión como un concierto histórico, que vincula los lugares del Patrimonio Mundial de la UNESCO y la misión de Pangea World de despertar el valor de la materia prima del conocimiento de la tierra… tendiendo un puente entre el nuevo y el viejo mundo (Sinfónica del Pacífico, 2018).

Ambos eventos estuvieron unidos por el tema del descubrimiento del Nuevo Mundo, explorado desde dos ángulos contrastados para aventurase en el Pacífico y más allá en una poética Sinfonía del Nuevo Mundo para el siglo XXI.  Esta exploración, realizada para ilustrar los principios fundamentales de la misión transnacional de Pangea World, merece una explicación más detallada.

3.2.1. A la luz de los descubrimientos del Nuevo Mundo

El primer ángulo ofrece una perspectiva que se inició a finales del siglo XV. En agosto de 1492, el explorador Cristóbal Colón se embarcó en el primero de sus cuatro viajes hacia el oeste cruzando el Atlántico al servicio de la Corona española, decidido a encontrar una ruta comercial oceánica directa entre Europa y Asia. En lugar de ello, al avistar una isla en las Bahamas el 12 de octubre, descubrió el Nuevo Mundo, inaugurando la era de la influencia europea en las Américas. De este modo, puso en contacto dos grandes hemisferios del mundo antes desconectados (Fernández-Armesto, 2009, p. 42). Ello vino a impulsar un capítulo de la historia del mundo que estuvo profundamente entrelazado con el istmo de Panamá, como lo destacan dos de las rutas patrimoniales del Plan de Acción TCI que dejé intencionalmente para este segmento.

En la provincia panameña de Darién, la Ruta del Mar del Sur congela en el tiempo el segundo acontecimiento geográfico más significativo del continente americano después del descubrimiento de América por Colón (Cooke y Jaén Suárez, 1999).   Durante su viaje por el istmo de Darién, Vasco Núñez de Balboa se convirtió, el 25 de septiembre de 1513, en el primer europeo en divisar el océano Pacífico (entonces llamado mar del Sur) desde el Nuevo Mundo. Unos días después completó esta primera ruta interoceánica y tomó posesión del mar del Sur y de las tierras adyacentes para el rey de Castilla (Pletcher, 2010, p. 86).

El descubrimiento del océano Pacífico, que posibilitó la unificación de la geografía de nuestro planeta, desencadenó la fundación, en 1519, de la Ciudad de Panamá, el asentamiento europeo más antiguo en la costa del Pacífico de las Américas, cuyo componente original —el actual sitio arqueológico de Panamá Viejo— lleva la distinción de Patrimonio Mundial de la UNESCO como testimonio de la transferencia desde Europa de la idea de ciudad planificada. El descubrimiento del océano Pacífico también impulsó el desarrollo de las rutas marítimas y transístmicas que facilitaron la expansión española en Centroamérica y América del Sur y consolidaron el dominio español del Nuevo Mundo. La Ruta de los Tesoros de América comprende la ruta terrestre del Camino Real Transístmico y la vía mixta fluvial y terrestre del río Chagres-Camino de Cruces por la que se transportaban el oro, la plata y otras riquezas desde Perú y otras posesiones sudamericanas de España en su camino hacia Europa. En la costa caribeña de Panamá, la ciudad portuaria fortificada de Portobelo y el Castillo de San Lorenzo y su batería superior, hoy Patrimonio de la Humanidad, han sido reconocidos por la UNESCO como ejemplos de la arquitectura militar de los siglos XVII y XVIII desarrollada por el Imperio español en sus territorios del Nuevo Mundo. Estas fortificaciones fueron parte fundamental de la estrategia de defensa promulgada por la Corona española para proteger las vías terrestres y acuáticas transístmicas. Por el eje transístmico de Panamá-Nombre de Dios/Portobelo pasó el 50-60 por ciento de todos los metales preciosos, oro y sobre todo plata, que llegaron a Europa durante los siglos XVI y XVII (Cooke y Jaén Suárez, 1999, p. 43).

Como observa Conde-Salazar Infiesta (2009), el descubrimiento del Nuevo Mundo y sus consecuencias hicieron de Europa una verdadera metrópoli y de América la gran frontera de Europa (p. 39).

En 1892, el año que marcaba exactamente cuatro siglos después del descubrimiento del Nuevo Mundo por Cristóbal Colón, el compositor checo Antonín Dvořák desembarcó en América, con una noble misión de proporciones no menos históricas, al engendrar un descubrimiento y una transformación artística en América. El viaje de Dvořák a Nueva York, donde asumió el puesto de director invitado en el Conservatorio Nacional de Música, y a la vasta campiña de Iowa fue, en su relación con Europa, un antídoto del encuentro de Colón con América. Como declaró Dvořák en una entrevista para el New York Herald publicada el 21 de mayo de 1893, no he venido a América para interpretar a Beethoven o a Wagner ante el público… He venido para descubrir lo que los jóvenes americanos llevan dentro y ayudarles a expresarlo (citado en Abbott y Seroff, 2009, pp. 273-274).  Coronando el cumplimiento de esta misión histórica, la sinfonía nº 9 en mi menor de Dvořák, Desde el Nuevo Mundo, se estrenó en el Carnegie Hall de Nueva York el 16 de diciembre de 1893, influyendo el desarrollo de la música durante décadas y siglos venideros.

Esto me lleva al segundo ángulo de mi exploración del descubrimiento del Nuevo Mundo. Dvořák consideró que el núcleo del sonido americano podía encontrarse en las melodías de los nativos americanos y en los espirituales afroamericanos.  Como también compartió con el Herald, estos hermosos y variados temas son producto de la tierra.  Son americanos… Son las canciones populares de América, y sus compositores deben recurrir a ellas… Tengo la intención de hacer todo lo que esté en mi mano para llamar la atención sobre el espléndido tesoro de melodías que poseen (Abbott y Seroff, 2009, p. 273).

El viaje de Dvořák para descubrir y celebrar el Nuevo Mundo también mezcló de forma única el rico paisaje musical originario de América con la magnificencia del paisaje natural de este país. Durante sus viajes por Iowa en el verano de 1893, Dvořák quedó cautivado por el esplendor de la naturaleza de ese estado. Velická (2011) documenta una de las entusiastas declaraciones que hizo: ¡Y qué decir del Misisipi, por el que cabalgamos hasta un valle y hasta la pequeña cascada de Minnehaha!  No puedo expresar lo encantadoramente hermoso que era (p. 70).

Dvořák procedió a fusionar el despertar de la voz americana con la alegría y la inspiración que extrajo de la naturaleza de América, tendiendo así un puente entre la identidad del Nuevo Mundo reflejada en la Sinfonía y la tradición checa de integrar el paisaje en la música. Reflexionando sobre uno de los movimientos de la Sinfonía, Clive (2016) se expresó de la siguiente manera: La propensión nacionalista checa a esbozar el paisaje en la música es evidente en este movimiento, pero el paisaje en sí mismo con sus rocas, peñascos y aguas caudalosases… una evocación dramática del patrimonio único de los Estados Unidos, un sentido de su belleza natural, de una naturaleza épica y virginal… Dvořák trajo al Nuevo Mundo esta tradición del Viejo Mundo de una manera muy respetuosa y mutuamente enriquecedora que añadió una capa transcontinental de apreciación a los activos naturales de Estados Unidos.  Ello aumentó el valor para América del descubrimiento de América por parte de Dvořák, a la vez que inmortalizó su Sinfonía del Nuevo Mundo como un regalo no sólo para América, sino para el mundo entero.

He concebido la misión transnacional de Pangea World en el espíritu de esta obra maestra sinfónica. Es una misión de descubrimiento y potenciación económica de grandes extensiones de riquezas naturales unidas por relaciones de enorme importancia para la conservación y la investigación, las cuales albergan un gran potencial para servir como incubadoras de economías dinámicas del conocimiento que fomenten una mejor gestión y conservación del capital natural global, y que sean receptivas a incrementar su valor mediante la asociación con legados culturales de importancia internacional. 

La ascendencia de Panamá como centro global para la estrategia de implementación sería inigualable al hacer que esta estrategia tuviera un significado único en el contexto de la historia de la exploración del mundo y fuera singularmente proactiva al complementar la aproximación de los continentes y las culturas que facilita el Canal.

3.2.2. Exclusividad del beneficio sin fronteras para la humanidad

Los caminos, primero arduos y luego pavimentados y reales, por los que se transportaron los tesoros de América a través del istmo hasta la orilla del Atlántico, para luego enviarlos a los erarios reales en Madrid, representan un legado colonial de tres siglos.  Constituyen uno de los ejes en torno al cual se ha articulado gran parte de la historia panameña, juntamente con la idea de un enlace acuático a través del istmo que conectara los dos océanos —idea nacida durante la primera etapa de la ocupación española. El descubrimiento del Pacífico por parte de Balboa reveló de forma concluyente a la civilización el hallazgo de esa estrecha franja de tierra que se extendía entre dos grandes océanos y que conectaba dos grandes continentes, conocidos luego como América del Norte y del Sur. De forma inmediata, surgió en la mente del hombre un sueño que lo iba a atormentar durante casi 400 años, hasta hacerlo realidad: el sueño de una vía fluvial artificial que conectara los dos océanos (Congreso de los Estados Unidos, 1930, p. 9842). Cumpliendo ese sueño, el Canal es una obra maestra del ingenio humano que aprovecha la gran ventaja estratégica de la ubicación del istmo en el centro de América para hacerse con un nicho y una ventaja inigualables en el tráfico del comercio mundial. En comparación, la importancia y el valor del territorio panameño como encrucijada sin parangón de vías naturales que trascienden las fronteras y las zonas económicas exclusivas de múltiples países, e incluso serpentean por alta mar más allá de las jurisdicciones nacionales, deben aún ser apreciadas como fuentes formidables de poder competitivo y posición de liderazgo en el mercado global. Así, afirmo, que el auge de la economía global del conocimiento está generando un impulso y un valor inmensos para la riqueza natural de Panamá como encrucijada de conectividad transnacional plena de capital de conocimiento. Y plasmaré esta afirmación en una estrategia que despierte el potencial de Panamá a fin de que sobresalga como portal de rutas patrimoniales transnacionales que permitan que la economía basada en el turismo y la economía del conocimiento crezcan en una relación de fortalecimiento mutuo, sobre la premisa de que comparten una base de recursos de vital importancia tanto para su futuro sostenible, como para el futuro de la tierra.

Las áreas base que van a generar y catalizar estos esfuerzos transnacionales deben estar, por su ubicación y potencial, a la altura de la magnitud de las oportunidades que se convertirán en su legado y que tendrán el poder de transformarse en logros de inspiración mundial. Estas áreas base serán receptores ideales del modelo de negocio del resort transnacional, ya que otorgarán a las inversiones en este modelo la capacidad de alzarse como inversiones transformadoras para la economía global del conocimiento (Ayala, 2020).

Esta visión ya sirve de base para un proyecto piloto en Panamá. Compuesta por una cartera de islas de propiedad privada —isla Bayoneta, isla Cañas e islote La Caída—, situadas en el archipiélago de Las Perlas, en el golfo de Panamá, la zona de operaciones comprende casi 1.800 acres de belleza natural enmarcados por 50 playas, algunas de las cuales albergan la anidación de tortugas marinas. Es importante destacar que esta área base ya está dotada de un plan maestro conceptual que traza las zonas de aprovechamiento transnacional del proyecto, el cual ya ha sido adelantado en eventos internacionales celebrados en los marcos de la Academia Nacional de Ciencias de Estados Unidos y de las Naciones Unidas. Me referiré ahora a un artículo ya publicado (Ayala, 2020) en el que detallo estas credenciales, revelo el valor científico colectivo del dúo de islas Bayoneta y Cañas como microcosmos del inmenso interés biológico, ecológico y geológico del archipiélago de Las Perlas, y dirijo la discusión de la importancia de este proyecto hasta lo más profundo del Pacífico, con el agradecimiento por la acogida que ha recibido de los representantes de las naciones insulares del Pacífico y de la UNESCO. Utilizaré este documento para canalizar la importancia histórica y ambiental de la ubicación que ancla este proyecto en novedosas sinergias estratégicas diseñadas para revalorizar, si cabe aún más, este proyecto piloto como guardián del entrelazamiento y el fortalecimiento mutuo del patrimonio cultural panameño de valor universal y un conjunto multinacional de patrimonio natural de importancia mundial.

El golfo de Panamá es una gran ensenada del océano Pacífico en la costa sur de Panamá.  La bahía de Panamá, en la que se encuentra la Ciudad de Panamá y que enmarca la entrada del Pacífico al canal de Panamá, es la parte interior del golfo.  Por lo tanto, fue justo al norte del archipiélago de Las Perlas donde se fundó Panamá Viejo, el asentamiento español originario en la costa del Pacífico, y desde donde las rutas transístmicas de los tesoros del Nuevo Mundo se extendían hasta la costa caribeña de Panamá y sus puertos. El propio archipiélago de Las Perlas ocupa un lugar destacado en la saga del descubrimiento europeo del océano Pacífico y de la expansión española en Centroamérica y en la América del Sur andina.  Las Perlas fueron las primeras islas del Pacífico americano visitadas por los conquistadores españoles del Nuevo Mundo en el siglo XVI, entre ellos Vasco Núñez de Balboa… estos conquistadores se encontraron con indígenas que buceaban para conseguir hermosas perlas… trajeron consigo expertos en buceo y pesca de perlas, entre ellos indígenas de Margarita, Venezuela, y esclavos africanos, ya que esta actividad se había vuelto muy lucrativa (Cooke y Jaén Suárez, 1999, p. 41). Durante los siglos XVI y XVII, los galeones españoles que transportaban el oro sudamericano fueron objeto de ataques por parte de los piratas que utilizaban las islas de Las Perlas como base. La antigua Ciudad de Panamá también fue víctima de un ataque pirata, cuando Sir Henry Morgan la redujo a ruinas en 1671.

Sin embargo, las aguas e islas del golfo de Panamá no sólo son parte integrante de la turbulenta historia de los tesoros de América que espolearon el surgimiento de la Europa Moderna y dotaron a Panamá de legados culturales de valor universal.  También ocupan un lugar destacado en los caminos de los tesoros naturales que bordean grandes extensiones de la costa del Pacífico en Centroamérica y América del Sur, se adentran en el Pacífico y abarcan varios sitios naturales del Patrimonio Mundial. 

Las Perlas es el segundo archipiélago más grande de la región biogeográfica marina conocida como Pacífico oriental tropical, una región de gran conectividad biológica y ecológica, de excepcional biodiversidad y de complejas características oceanográficas, debido principalmente a la convergencia de importantes corrientes marinas. El golfo de Panamá y su riqueza, natural de gran importancia científica, son componentes de la ensenada marina regional conocida como “Panamá Bight” o Ensenada de Panamá: una parte del Pacífico oriental tropical que se extiende hacia el oeste desde las costas de Panamá, Colombia y Ecuador hasta aproximadamente 81º longitud O. Incluida en la lista de ecorregiones prioritarias para la conservación global (Olson y Dinerstein, 2002), “Panamá Bight” abarca sistemas marinos altamente productivos sustentados por la riqueza de nutrientes que son transportados a la superficie del océano gracias al afloramiento y las corrientes tropicales. El golfo de Panamá también pertenece al Corredor Marino del Pacífico oriental tropical, una red de conservación marina transfronteriza que cuenta con cuatro bienes del Patrimonio Mundial: el parque nacional de Isla del Coco (frente a la costa del Pacífico de Costa Rica), el parque nacional de Coiba de Panamá y su zona especial de protección marina, el santuario de fauna y flora Malpelo (frente a la costa de Colombia), y las islas Galápagos (a unas 620 millas del continente sudamericano, bajo la jurisdicción de Ecuador). Las investigaciones llevadas a cabo por Guzmán, Benfield y Breedy (2008) en el área marina protegida de Las Perlas, de reciente creación, han revelado el potencial que posee para convertirse en la segunda zona de mayor diversidad coralina del Corredor Marino del Pacífico oriental tropical y una inspiración a la hora de utilizar métodos de estudio comparables para revisar la representación de la diversidad coralina regional, facilitando así un mejor diseño de las reservas a pequeña escala en todo el Pacífico oriental tropical.

Valoro Las Perlas como una encrucijada única del flujo de las riquezas del pasado y del futuro: estas últimas caracterizadas por el precioso capital de conocimiento científico potencial embebido en la infraestructura de conectividad del mundo natural. El Pacífico y sus archipiélagos son una reserva excepcional de esta materia prima de conocimiento sin fronteras. Sin embargo, todavía tenemos un limitado conocimiento del tejido conectivo presente en el seno de este inmenso océano, incluso la conectividad entre el Pacífico oriental tropical y el Pacífico central tropical a través de la barrera del Pacífico oriental de aguas profundas que separa los dos pacíficos y es considerada infranqueable para la mayoría de las especies. Sometiendo esta hipótesis de imposibilidad a la primera prueba realizada con corales, concretamente con una especie de coral constructora de arrecifes, Porites lobata, abundante desde Indonesia hacia el este, hasta alcanzar Fiyi, Samoa y las islas de la Línea, Baums, Boulay, Polato y Hellberg (2012) descubrieron que las larvas de coral originadas en el Pacífico central no pueden atravesar la barrera y, por tanto, no pueden restaurar las poblaciones de coral en el Pacífico oriental. El panorama se ha vuelto más complejo —y alentador— gracias a otro esfuerzo de investigación pionero. Romero-Torres, Treml, Acosta y Paz-García (2018) ampliaron el enfoque a especies de coral clave en la construcción de arrecifes y utilizaron las pruebas descubiertas de conectividad —y dispersión en ambas direcciones— a través de la barrera del Pacífico oriental para trazar una estrategia de conservación destinada a preservar esta conectividad con profundas implicaciones para la salud de las economías, muchas de ellas turísticas, de las naciones insulares del Pacífico y países fronterizos.

Es precisamente su calidad de encrucijada de monumentales vías culturales que moldearon el pasado y de no menos monumentales vías naturales que podrían moldear el futuro, lo que hace del golfo de Panamá y el archipiélago de Las Perlas un lugar icónico para el área base de Bayoneta-Cañas y su misión para facilitar el descubrimiento del Pacífico como frontera de la economía de conocimiento cuya riqueza está en la importancia científica colectiva de las conexiones y dinámicas que trascienden un patrimonio natural de increíble diversidad. Un resort transnacional planificado a partir de esta área base y que adopte su misión ocupará una posición privilegiada para orquestar, a través de la arquitectura y el diseño, una interacción de exposiciones siempre cambiantes, vistas panorámicas exploradas como canales interpretativos y otras herramientas que ofrezcan auténticas experiencias de encuentro con esas conexiones dinámicas, cuya exploración constituirá su prestigioso legado. El resort tendrá la capacidad de elevar el enriquecimiento de las mentes de los viajeros a un nivel de sofisticación que iguale y supere el arte cada vez más refinado de la hospitalidad y el cuidado físico, sin ejercer monopolio alguno sobre los hallazgos de la investigación básica generados bajo su patrocinio.

Separado del Pacífico por el istmo centroamericano, el mar Caribe alberga otra historia monumental de conectividad y aislamiento.  El Caribe alberga la ecorregión del arrecife mesoamericano, que cuenta con el mayor sistema de arrecifes de barrera del océano Atlántico. ¿Cuál es la relación, si es que la hay, entre esta ecorregión, que se extiende desde el extremo de la península de Yucatán en México hasta las costas de Belice, Guatemala y Honduras, y el cinturón de arrecifes de coral a lo largo de las costas caribeñas de Costa Rica y Panamá? Investigaciones pertinentes están revelando una conectividad limitada, así como una deriva genética limitada entre ambos, como lo ejemplifica el trabajo de Salas, Molina-Ureña, Walter y Heath (2010), quienes identifican al giro Panamá-Colombia como la probable barrera. Evidentemente, y no diferente del caso de la interfaz del Pacífico oriental y central tropical, es un imperativo tanto de conservación como económico comprender plenamente la rigidez o la porosidad del aislamiento de las poblaciones de arrecifes de Costa Rica-Panamá de las del sistema de arrecifes mesoamericanos.  Ayudar a esa comprensión es también una formidable oportunidad de negocio y de legado, que complementaría bien las recompensas de un esfuerzo global previsto para un proyecto resort transnacional que tuviera su sede en la costa caribeña de Panamá.

Estoy explorando un lugar de confluencia entre los extensos arrecifes de coral de la costa caribeña de Panamá y un vasto territorio de bosque tropical primario en la provincia de Colón, como posible área base para este proyecto. Ese terreno de propiedad privada tiene más de dos kilómetros de longitud, a lo largo de una magnífica extensión de arrecifes. También tiene una profundidad considerable, ya que asciende y se ensancha aún más, alfombrado de selva tropical, hasta el límite del reino de la selva primaria del parque nacional de Chagres, con el que colinda durante más de 10 kilómetros. Dicho parque natural es la principal reserva de agua para la operación del canal de Panamá y un componente clave del Corredor Biológico Mesoamericano, que abarca un sistema de áreas protegidas y corredores de conexión desde el sur de México hasta el este de Panamá. Con un total de casi 6.000 acres, esta zona ofrecería una ubicación excelente para un plan de negocios transnacional que interconectara y ayudara a proteger, a través de la ciencia y la diplomacia de vanguardia, los pocos lugares en la tierra donde los hábitats de los arrecifes de coral y la selva tropical coexisten en estrecha proximidad. Como señalé al presentar por primera vez esta oportunidad: Un resort que defienda y apoye una iniciativa para unir estas dos joyas de hábitats en un rosario transnacional de conocimientos de valor universal no sólo aprovecharía un nicho único y una oportunidad empresarial, sino que también impulsaría la ciencia y la conservación de manera importante (Ayala, 2020, p. 1584).

3.2.3. Un paradigma de neutralidad para el futuro sostenible de la tierra

La ciencia básica es un bien público. Berluzzi (2017) sostiene la posición generalmente aceptada de que la financiación pública es la única forma eficaz de fomentar una investigación científica abierta y orientada a la curiosidad. Se hace eco así de la opinión establecida de que, aunque pudieran permitírselo, las empresas con ánimo de lucro no financiarían un bien público como la comprensión biológica básica, ya que no podrían beneficiarse de ningún descubrimiento conceptual innovador durante mucho tiempo. 

El modelo de negocio del resort transnacional pretende liderar el despertar de esa capacidad dormida de la industria turística y hotelera internacional —la industria de los hoteles resort en particular—, para ofrecer una singular excepción. Este modelo, que es una pieza clave de la misión de Pangea World, eleva la gestión de la exploración científica de flujo libre de la conectividad del mundo natural a una plataforma de inversión lucrativa. Utiliza un argumento económico para establecer que el potencial actualmente latente de muchos lugares turísticos, a la hora de servir de ventanas a las asombrosas conexiones entre ecosistemas distantes, formaciones geológicas y otros pilares de la arquitectura terrestre, tiene un valor aún mayor para la capitalización empresarial y de legado de los lugares que los propios activos naturales de éstos (Ayala, 2020).  Las inversiones para impulsar nuevos descubrimientos científicos a lo largo de estas conexiones ilimitadas se verán bien recompensadas por la oportunidad de transformar tales descubrimientos mediante su reinterpretación en experiencias únicas que tengan un significado singular y exclusivo, puesto que se ofrecerán desde puntos de vista distintivos a lo largo de los trayectos de estas conexiones. Este carácter único y exclusivo —mediado por interpretación y altamente personalizado— mantiene intactos el valor científico y la propiedad intelectual de los resultados de la investigación básica. También ofrece un fuerte incentivo empresarial para fomentar el uso sin restricciones, por parte de la ciencia, de los resultados de la investigación suscrita como aportación a nuevos proyectos de investigación y como base para iniciativas de conservación y desarrollo sostenible de escala transnacional, ya que dicho uso ofrece garantías de una apreciación continuada de la inversión tanto en la dimensión empresarial como en la del legado.

Considero que el conocimiento movilizado a través de esfuerzos de investigación básica de dimensión transnacional es un bien público en el sentido más puro. La ciencia básica que se lleva a cabo a través y por encima de las jurisdicciones nacionales es la más necesitada de apoyo logístico y financiero. Sin embargo, cobra cada vez más actualidad e importancia en un mundo día a día más conectado en sus dimensiones económica y medioambiental. El modelo de resort transnacional es pionero en un paradigma empresarial que se nutre de alianzas con visiones basadas en una ciencia de ambición transnacional, para revelar las complejidades y mitigar las vulnerabilidades del tejido natural de la tierra. Sirva este documento para establecer que el modelo de resort transnacional incluye el compromiso y la exigencia de que los conocimientos que se obtengan de la investigación, concebidos y ejecutados a escala transnacional, deben tratarse siempre como neutrales: deben ser accesibles a todos y de uso libre para poder sustentar nuevos avances en ciencia básica. Mi intención de ser pionera en esta neutralidad del conocimiento transnacional a partir de proyectos de resort transnacional que estén anclados en Panamá se enmarca en una poderosa y muy simbólica sinergia con el paradigma de neutralidad del propio canal de Panamá.

Los principios que controlan la defensa y el funcionamiento del canal de Panamá están contenidos en los tratados que fueron firmados por el presidente estadounidense Jimmy Carter y el general Omar Torrijos de Panamá el 7 de septiembre de 1977.  Las disposiciones del Tratado están contenidas en tres documentos: El Tratado del canal de Panamá, el Tratado relativo a la neutralidad permanente y al funcionamiento del canal de Panamá (Tratado de neutralidad), y el Protocolo al tratado de neutralidad (el texto completo de estos tratados puede encontrarse en United States Congress, Senate Committee on Foreign Relations, 1977). Extracto del tratado de neutralidad: La República de Panamá declara que el Canal, como vía acuática de tránsito internacional, será permanentemente neutral (Artículo 1) y los Estados Unidos de América y la República de Panamá convienen en mantener el régimen de neutralidad establecido en este Tratado (Artículo IV) y auspiciarán conjuntamente una resolución en la Organización de Estados Americanos abriendo a la adhesión de todas las naciones del mundo el Protocolo a este Tratado por el cual todos los signatarios se adherirán a los objetivos de dicho Tratado, acordando respetar el régimen de neutralidad (Artículo VII).   

La Organización de Estados Americanos actúa como depositaria del Tratado de neutralidad y de su Protocolo, cuyas premisas incluyen que el mantenimiento de la neutralidad del canal de Panamá es importante no sólo para el comercio y la seguridad de los Estados Unidos de América y de la República de Panamá, sino también para la paz y la seguridad del hemisferio occidental y para los intereses del comercio mundial, y que el régimen de neutralidad que los Estados Unidos de América y la República de Panamá han acordado mantener asegurará el acceso permanente al Canal de los buques de todas las naciones en condiciones de plena igualdad (Organización de Estados Americanos, 1977).

Según el modelo de resort transnacional, el principio de neutralidad del conocimiento transnacional respeta y honra plenamente la soberanía de las naciones sobre sus riquezas patrimoniales naturales. En los trayectos que atraviesan las fronteras de los proyectos de investigación básica financiados por los proyectos de resort transnacional, el conocimiento derivado de los recursos naturales de un país concreto se compartirá con ese país, mientras que el conocimiento sacado a la luz mediante comparaciones y correlaciones realizadas a nivel transnacional se tratará como un activo de valor universal destinado a beneficiar a toda la humanidad. Esto genera una afinidad única con el paradigma del Patrimonio Mundial. La inclusión de un enclave en la prestigiosa cartera mundial de bienes del Patrimonio Mundial no influye en absoluto en la propiedad del sitio por parte del país en cuya jurisdicción se encuentre. Sin embargo, con la inscripción en la Lista del Patrimonio Mundial, el enclave adquiere una dimensión adicional y universal, siendo honrado por su insustituible valor para la humanidad y compartido con el mundo. Panamá tiene ahora una oportunidad inmejorable para demostrar el potencial de esta afinidad con un proyecto cuyo beneficio nacional se verá multiplicado por la inspiración que ofrecerá al mundo.

  1. EL HORIZONTE DEL PATRIMONIO MUNDIAL DEL SENDERO ENTRE LOS MARES

Aplaudo una reciente propuesta de la Delegación Permanente de Panamá ante la UNESCO (2017), que busca integrar algunos de los lugares del Patrimonio Mundial ya existentes en el país en un bien seriado que aportaría dos nuevos componentes adicionales al valor universal de excepcionalidad del legado colectivo que se conocerá como Ruta Transístmica Colonial de Panamá.  Esta candidatura en serie viene a complementar dos sitios mixtos con la distinción del Patrimonio Mundial (a saber, el sitio arqueológico de Panamá Viejo y el distrito histórico de Panamá, cuyos límites se verían modificados nuevamente, y las fortificaciones del Caribe de Panamá: Portobelo-San Lorenzo) con el Camino de Cruces y el Camino Real—los caminos transístmicos que sellaban el sistema defensivo del triángulo estratégico de fortificaciones, vías de comunicación y estructuras asociadas establecidas por la Corona española. Como se señala en la propuesta, el impacto del transporte transístmico a través de la Ruta Transístmica Colonial de Panamá, como motor de la economía mundial, fue enorme.

Entrelazar los testimonios conservados de este capítulo transformador de la historia panameña en una candidatura en serie a la clasificación de ruta del patrimonio cultural es una empresa de gran mérito. Pero esta singular herencia del pasado podría ir más allá, al fundamentar una estrategia que facilite proactivamente la dirección del mundo hacia un futuro más sostenible. Hago esta afirmación teniendo en cuenta un acontecimiento que considero una oportunidad para la consecución de esta perspectiva.

En su 43ª reunión, celebrada en Bakú (Azerbaiyán), el Comité del Patrimonio Mundial (2019) aplazó la evaluación de la candidatura de La Ruta Transístmica Colonial de Panamá (Panamá) e instó a presentar una propuesta revisada antes del 1 de febrero de 2022. Entre las recomendaciones del Comité se encuentran: implementar y poner en funcionamiento de forma plena el sistema de gestión, incluyendo la asignación de fondos para las acciones de conservación, documentación y gestión previstas; elaborar un único y completo Plan de Gestión; y establecer la autoridad de la gestión para todo el bien en serie que se presenta a la candidatura.   

El germen de mis recomendaciones ya está inserto en la propuesta existente de este bien en serie. En dicha propuesta destaca la notable continuidad, a lo largo de los siglos, de la idea de crear una vía navegable entre los océanos Pacífico y Atlántico. En 1532, el rey de España emitió una orden para explorar la posibilidad de unir ambos océanos con un canal a través del río Chagres. Esa orden, como se señala en la propuesta, acabó dando lugar a la creación de la red viaria transístmica de la que el Camino de Cruces y el Camino Real fueron los dos componentes principales. El río Chagres —la ruta fluvial del Camino de Cruces— fue embalsado en su mayor parte para crear el lago Gatún y el canal de Panamá, lo que convierte al Camino de Cruces en el precursor y antecesor del Canal.

Yo emparejo ambos con una premisa diferente, la de su papel crítico para la conservación del medioambiente, tanto para perpetuar el vínculo vital entre el Canal y su cuenca hidrográfica de selva tropical, como para asegurar la distinción de Patrimonio Mundial para el legado cultural de la ruta colonial propuesta como un ejemplo sobresaliente del uso de la tierra y la interacción humana con el medioambiente, y que la UNESCO condiciona a sus planes integrales de conservación y gestión. La inscripción en 2012 —aún vigente— de las fortificaciones de Portobelo-San Lorenzo en la Lista de Patrimonio Mundial en Peligro subraya esta premisa. Y remarco la importancia de la superposición espacial de la Ruta del Canal-Cuenca y la Ruta Colonial, que hace de la cuenca, además de una joya del patrimonio natural por derecho propio como corredor forestal desde el Atlántico hasta el Pacífico y como laboratorio de investigación de incalculable valor, un acompañante medioambiental estelar del acervo interoceánico de su insustituible patrimonio cultural.

Un componente digno de mención en esta visión es el momento en que se produce. El esfuerzo por asegurar el futuro de la Ruta Colonial como patrimonio de toda la humanidad coincide con un esfuerzo por redefinir la escala y el contenido de la gestión integrada de los recursos hídricos del Canal, prerrequisito crítico para el futuro sostenible del Canal. La alteración de los patrones de lluvia provocada por el cambio climático y sus consecuencias, varios años de sequía sin precedentes que han disminuido progresiva y gravemente los niveles de agua en los lagos Gatún y Alajuela —las principales reservas de agua tanto del Canal como de gran parte de la creciente población de Panamá— han desencadenado una colosal estrategia de mitigación. Con un costo estimado de alrededor de dos mil millones de dólares y una finalización prevista para finales de 2025 (Jordán S., 2020), esta estrategia busca enlazar medidas para maximizar el almacenamiento de agua dentro de la cuenca, emplear tecnología digital en la optimización de la gestión de todo el sistema hídrico del canal, y estudiar, diseñar e ingeniar una solución que proporcione nuevas fuentes de agua (Autoridad del Canal de Panamá, 2020a). Como señala Fountain (2019), la nueva fuente de agua tendrá que proceder de cuencas hidrográficas más alejadas del canal, lo que requerirá la construcción de túneles y presas. También se está considerando la desalinización.

Sugeriré que se dé máxima prioridad a garantizar que este proyecto, que constituye un hito, no sólo reafirme, sino que enriquezca el posicionamiento y el legado del Canal como La Ruta Marítima Verde del Mundo (Autoridad del Canal de Panamá, 2009, p. 149). Un abanico de proyectos innovadores ya distingue a la operación del canal de Panamá en los frentes de la sostenibilidad y el medioambiente, incluyendo los límites de velocidad y otras medidas implementadas en los puntos de entrada al Canal, tanto en el mar Caribe como en el océano Pacífico, para proteger a las ballenas, los delfines y otros mamíferos acuáticos durante su migración estacional, así como el Premio Conexión Verde que reconoce a los clientes que demuestran una extraordinaria gestión ambiental en la reducción de emisiones de gases de efecto invernadero. También se incluye el acuerdo de cooperación de 2019 ratificado por el administrador del Canal de Panamá y el director regional de la ONU para el Medio Ambiente en América Latina y el Caribe, y que compromete la alianza de ambas partes en la lucha contra el cambio climático y la defensa del desarrollo sostenible a través de la creación y gestión de incentivos económicos ambientales, la gestión integrada de cuencas hidrográficas y otras contribuciones conjuntas (Autoridad del Canal de Panamá, 2016, 2019, 2020b).  La ingeniería de un sistema robusto de gestión del agua que insertará la cuenca en una red de conectividad creada por el hombre, presenta una oportunidad trascendental para fortalecer el nivel nacional y global del Canal con un nuevo y audaz compromiso con la custodia del patrimonio de Panamá, a lo largo de la conectividad de largo alcance de los propios recursos naturales de la cuenca y con énfasis adicional a impulsar, en la premisa de conservación, una novedosa alianza de las dos arterias de comercio global que han transformado el mundo.

Aunque separadas entre sí por varios siglos, la Ruta del Canal-Cuenca y la Ruta Colonial podrían complementarse magníficamente dentro de una estrategia de conservación diseñada y ejecutada para elevar la intersección única del Patrimonio Mundial y la economía mundial en el istmo de Panamá a catalizador de una convergencia mutuamente enriquecedora de estos dos sistemas de valores, que posea un efecto transformador para la emergente economía global del conocimiento. Utilizaré este documento para reintroducir un proyecto que iba a convertirse en un emblema del Plan de Acción TCI 1998-2000, pero fue abandonado al producirse el cambio de Gobierno panameño hace 20 años. Ahora sitúo este proyecto como un área base para una inversión patrimonial que se encargue y se distinga globalmente por facilitar esta empresa que hace historia.

El Fuerte Sherman, originalmente una base militar estadounidense cuyas baterías de cañones custodiaban la entrada atlántica del canal de Panamá, fue la pieza central de un proyecto de TCI descrito por Miller (1999) como modelo para futuras asociaciones de TCI a gran escala (p. 44). Como señala Hogrefe (1999/2000), el Fuerte Sherman fue también el receptor designado para uno de los tres pilares —modelos diseñados por Gehry— del centro nacional del patrimonio previsto por el Plan de Acción TCI.  En 1998, publiqué mi visión para dotar de una vida nueva a esta base militar que estaba a punto de revertir a Panamá, una visión orientada a celebrar y proteger las riquezas culturales y naturales de la base. Escribí entonces: La joya histórica de San Lorenzo es un Patrimonio Cultural de la Humanidad. Sin embargo, la magnificencia del sitio no proviene únicamente de las impresionantes ruinas de un fuerte que data de la época colonial de Panamá. Se debe también a su espectacular entorno, con impresionantes vistas de la costa, el río Chagres y la selva tropical. Como me señaló George Angehr, del STRI, mientras recorríamos la zona, uno puede encontrar aquí tres tipos de bosque diferentes en un sendero en bucle de tan sólo un kilómetro… El sitio cuenta incluso con una excelente área base, la base militar estadounidense Fort Sherman, que revertirá a Panamá en 1999. El entorno será una recompensa inestimable para el inversor que transforme la gran infraestructura del Fuerte Sherman en un centro turístico patrimonial. El compromiso de proteger todo el enclave debe estar a la altura de esta recompensa (Ayala, 1998b, p. 74).

Las dos décadas transcurridas desde entonces han dejado abandonada y sin uso una parte importante de la infraestructura de este complejo militar. Sin embargo, el resto todavía tiene la capacidad de sustentar un proyecto de gran beneficio para Panamá a nivel nacional e internacional. Para esta evaluación es fundamental el hecho de que cuando el Fuerte Sherman revirtió a Panamá en junio de 1999, abarcaba más de 23.000 acres de tierra, con más de la mitad de ese terreno cubierto por bosque tropical. Desde principios de la década de 1950, ese bosque sirvió de lugar para un programa de entrenamiento intensivo en técnicas de guerra y supervivencia en la selva; tras la reversión, ha adquirido una nueva vida como componente central del área protegida de San Lorenzo. Tanto el Fuerte Sherman como el Fuerte San Lorenzo se encuentran ahora dentro de esta área protegida que se extiende a lo largo de 30.000 acres (12.000 hectáreas) en la entrada noroeste del canal de Panamá y contiene un tesoro de legados naturales, históricos y culturales (como se detalla en Weaver, Bauer y Jiménez, 2003).  En marzo de 2017, el Ministerio de Ambiente de Panamá adoptó una Resolución que aprobó un plan quinquenal para el uso público del bosque y paisaje protegido de San Lorenzo, destinado a convertirse en un modelo de turismo sostenible que incluya la participación y el beneficio de las comunidades locales (Ministerio de Ambiente de la República de Panamá, 2017).  Asigno una especial importancia al reconocimiento de que es necesario mostrar que el bosque tropical húmedo no es simplemente la vegetación decorativa que rodea el Castillo de San Lorenzo, sino un extraordinario ecosistema que posee una rica biodiversidad y complejos procesos que son fundamentales para la vida en la tierra (p. 135 del plan que se anexa y forma parte integral de la Resolución).

Este extraordinario ecosistema cuenta con un socio de investigación no menos asombroso: el STRI. La cima, que domina la entrada del río Chagres en el mar Caribe y que se halla dentro del área protegida de San Lorenzo, es el lugar donde se encuentra la grúa de investigación del STRI. Esta estructura, que asciende unos 55 metros en vertical y está equipada con una góndola para desplazarse en la horizontal, ha revolucionado la investigación en lo que concierne al difícil acceso del dosel del bosque tropical. Cabe destacar que esta ubicación en el bosque húmedo perennifolio presenta una localización homóloga —y también una grúa de investigación— en el bosque estacional seco del parque natural Metropolitano, en el lado opuesto del istmo, lo que permite realizar estudios comparativos invaluables del aún poco explorado nuevo mundo del dosel forestal.

Junto a la grúa de acceso al dosel en el área protegida de San Lorenzo se encuentra la base de otro esfuerzo pionero del STRI: la parcela forestal de San Lorenzo. Pertenece a una vasta red de parcelas forestales dirigida por el STRI, diseñada para monitorear la diversidad y transformación de los bosques, y que en la actualidad se conoce como ForestGEO (Forest Global Earth Observatory). En Panamá, la cartera de parcelas forestales incluye la mundialmente conocida isla de Barro Colorado, donde se halla la parcela de 50 hectáreas de bosque tropical húmedo caducifolio mejor investigada en comparación con cualquier otra de tamaño similar del mundo, y más de 50 parcelas de una hectárea en la cuenca del canal de Panamá. Ibáñez y colaboradores (2002) detallan la génesis y la importancia del programa integral del STRI para monitorear el ecosistema de la Cuenca, señalando que el área del canal de Panamá es uno de los pocos enclaves donde existe un corredor de bosque que transcurre desde el Atlántico hasta el Pacífico (p. 91). También en la cuenca del canal de Panamá se encuentra el Proyecto Agua Salud del STRI, una iniciativa de investigación y un experimento de campo a gran escala cuyo objetivo es cuantificar los servicios o beneficios del ecosistema que se pueden obtener de los bosques tropicales y, de este modo, exponer y contribuir a respaldar el carácter crítico de éstos en el rol fundamental que juega el Canal en el comercio mundial.

Considero que la grúa de investigación del dosel, las parcelas forestales, el Proyecto Agua Salud y otros proyectos de investigación de vanguardia que incrementan el valor y la resistencia del corredor forestal que sostiene el Canal son las fortificaciones que proporcionan un sistema de defensa cada vez más crucial para la ruta de importancia mundial del Canal-Cuenca.  Ese sistema de defensa adquiere igualmente gran valor y relevancia a la hora de proteger la integridad ambiental de la propuesta Ruta Transístmica Colonial de Panamá y sus tesoros culturales que incluyen, dentro del territorio del Triángulo Estratégico, algunas de las evidencias más tempranas de ocupación humana en Panamá y las Américas.  Además, ese sistema de defensa basado en la investigación sustentará y fortalecerá el modelo de turismo sostenible enriquecido por el conocimiento adoptado por el área Protegida de San Lorenzo y aplicable a lo largo de estas dos rutas transístmicas. 

Todo ello me lleva a ofrecer dos recomendaciones. La primera es que creo que el Comité de la Alianza TCI sería la autoridad de gestión ideal para el conjunto del bien en serie propuesto para su candidatura a Patrimonio Mundial. En segundo lugar, recomiendo que se considere la posibilidad de entrelazar el insustituible patrimonio cultural y natural de las rutas coloniales y del Canal-Cuenca dentro de la propuesta revisada. La versión revisada propondría para la inscripción en el Patrimonio Mundial un bien cultural y natural mixto en serie, cuyo énfasis en el futuro confiera también nuevo vigor y relevancia a un legado del pasado que ha transformado el mundo. 

Esta segunda recomendación se ajusta a una cualidad importante del instrumento del Patrimonio Mundial de la UNESCO, a saber, que no se establece una frontera rígida entre lo natural y lo cultural a la hora de honrar legados considerados de valor insustituible para la humanidad. Así, por ejemplo, los bienes culturales incluyen los paisajes culturales: las obras combinadas de la naturaleza y del hombre, las manifestaciones de la interacción entre la humanidad y su entorno natural.  Además, si bien la evaluación de Valor Universal Excepcional se basaba originalmente en dos conjuntos de criterios distintos, la revisión de las Directrices Operativas para la Aplicación de la Convención del Patrimonio Mundial adoptadas por el Comité Intergubernamental de la UNESCO para la Protección del Patrimonio Mundial Cultural y Natural en su sexta sesión extraordinaria de marzo de 2003 (Comité del Patrimonio Mundial, 2003) fusionó ambos en un único conjunto.  En consecuencia, la inclusión de un enclave en la lista del Patrimonio Mundial está ahora condicionada al cumplimiento de, al menos, uno de los diez criterios de selección combinados.

La justificación de entrelazar las rutas Colonial y del Canal-Cuenca dentro de una candidatura a bien cultural-natural en serie es también fácilmente ampliable a una escala transnacional. La descripción de la UNESCO de las fortificaciones de Portobelo y San Lorenzo, clasificadas como Patrimonio Mundial, sitúa estos recintos militares como pertenecientes a un sistema defensivo más amplio —que incluye Veracruz (México), Cartagena (Colombia) y La Habana (Cuba)—, que servía para proteger la ruta del comercio entre las Américas y España. Fuerte Sherman perteneció así a un sistema defensivo que abarcaba todas las fronteras, como eslabón crucial del Mando de Defensa del Caribe, creado con el objetivo principal de proteger el Canal de los ataques aéreos y que se extendía por numerosas islas (Larew, 2004). El nuevo establecimiento de Fuerte Sherman, el área protegida de San Lorenzo, así como el parque nacional de Charges y otras partes de la cuenca del Canal son componentes importantes del Corredor Biológico Mesoamericano, un sistema multinacional de defensa de la diversidad biológica y la conectividad del paisaje destinado a fomentar el desarrollo social y económico sostenible.

Al mando de un nicho único en la encrucijada de los sistemas defensivos que evolucionaron —y siguen evolucionando— en torno a dos arterias transformadoras y unificadoras del mundo del comercio, el Fuerte Sherman destaca como ancla singular para una inversión de legado de gran importancia. En sintonía con la misión de Pangea World, y guiada por ella, esa inversión se convertiría en prestigio y poder transformador, en sinónimo de una gran ruta patrimonial que combine la custodia de un tesoro transístmico de legados culturales y naturales, mutuamente inseparables y de valor insustituible para la humanidad, con un aumento sistemático del valor de ese tesoro para Panamá y para el mundo entero. También gozaría de una conexión trascendental con la ambición del área base de Bayoneta-Cañas a fin de convertir a Panamá en el portal de una ruta de las riquezas del Pacífico que busque engendrar una economía transnacional del conocimiento en torno a la impresionante conectividad que integre y refuerce el valor como tesoro natural del capital del conocimiento del Pacífico. El Puente del Pacífico hacia la Riqueza Noble es la denominación de la ruta que se presentará para inversiones complementarias del legado (Ayala, 2017). 

A nivel transnacional y, finalmente, mundial, es donde tienen lugar los descubrimientos más transformadores acerca de las relaciones y afinidades que pueden crear nuevas fronteras para la ciencia y la conservación, y que también podrían influir profundamente la salud de las economías de los grupos de naciones. He creado el modelo de resort transnacional con la aspiración de introducir un socio comercial en la exploración, sin límites geográficos, del mundo natural, así como de diseñar y dirigir esta asociación innovadora bajo la premisa de que el conocimiento producido a lo largo de las vías transnacionales de esta exploración debe seguir siendo siempre un activo global accesible a todos. Activar esta premisa mediante el lanzamiento piloto de los canales transnacionales de neutralidad del conocimiento en Panamá, en resonancia inspiradora con el paradigma de neutralidad del canal de Panamá, es una perspectiva de una fuerza y un potencial impresionantes. Refuerza la capacidad del modelo de resort transnacional para engendrar, desde Panamá, una convergencia globalmente trascendental de la economía del turismo y la economía del conocimiento, en una relación que se refuerza mutuamente y se nutre de las venas por las que fluye libremente el capital natural del conocimiento. La perspectiva de establecer más descendientes de este modelo en el Corredor Biológico Mesoamericano y otros caminos patrimoniales que atraviesen las fronteras y que ofrezcan un vasto territorio inexplorado para inversiones de legado de extraordinaria rentabilidad, es parte integral de un plan para el mañana que une el canal de Panamá con canales de conocimiento concebidos para insertar firmemente la conservación en el vocabulario de la economía global cada día más orientada al conocimiento.

Que este plan para el mañana potencie el ideal y la fuerza económica de la sostenibilidad global, que a su vez fortalezca la salud humana y de nuestro planeta y, por lo tanto, refuerce igualmente la resistencia a las pandemias y otros desafíos pannacionales de la sociedad.

Hana Ayala

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Reflexión, por Camilo José Cela Conde

La pandemia provocada por la trasmisión a los humanos del SARS-CoV-2 ha cambiado por completo el mundo que conocíamos. A la catástrofe sanitaria, que ha causado unas cifras de mortalidad inimaginables hace apenas un año —casi 6.000 fallecidos en Panamá, más de 60.000 España y cerca de medio millón en los Estados Unidos cuando se escribe este comentario—, se añade una crisis económica de alcance planetario y un derrumbe de las claves principales en las que se asentaban nuestras sociedades. Los Gobiernos buscan a la desesperada fórmulas para combatir lo que en principio parece incontrolable, porque las amenazas que afectan a la salud obligan a tomar medidas que paralizan las actividades económicas y los intentos de aliviar los confinamientos llevan a la aparición de nuevas oleadas de la Covid-19.

Si a las dificultades para adaptarse al mundo confinado se les añade la angustia acerca de un futuro que nos resulta imprevisible, llegamos a lo que parece ser el desafío más grande al que se enfrenta la humanidad tras las grandes guerras del siglo anterior. Sin embargo, cualquier intento de buscar soluciones para nuestros problemas actuales debería tener en cuenta que otros aún mayores nos esperan. En una entrevista concedida al diario español El País, Bill Gates —quien, por cierto, predijo hace años la amenaza de un nuevo virus capaz de extenderse por todo el planeta— asegura que el cambio climático que estamos sufriendo ya tendrá efectos mucho peores que la pandemia.

Haciendo caso a la advertencia de Gates, y conviene tomarla muy en cuenta, aparece una dificultad añadida a las que tiene que afrontar ya cualquier solución que se aporte para la triple crisis sanitaria, económica y social que padecemos. La de tener que luchar de manera decidida contra los factores que, de la mano humana, agravan el calentamiento global. En su principal dimensión, esa lucha tiene un soporte político: el de los Gobiernos que no hacen lo bastante para cumplir con los compromisos asumidos en el Acuerdo de París de 2015 sobre el cambio climático quizá porque el populismo, con sus promesas falsas, se ha vuelto una gran amenaza en los últimos años. La política no es la única clave relevante: incluso el esfuerzo individual de cada uno de nosotros cuenta para lograr la reducción en las emisiones de gases de efecto invernadero. Y por supuesto que el mundo de la industria y el comercio añade la necesidad de nuevas fórmulas de negocio más respetuosas con las necesidades medioambientales.

Sin embargo, de lo que se trata en este caso en particular que estamos comentando es de dar con una fórmula capaz de diseñar las mejores fórmulas para organizar o, mejor dicho, impulsar ese mundo nuevo tras la pandemia que atisbamos hoy.

Será con toda probabilidad un mundo diferente al que vivíamos hace un año. Cuesta ya casi recordar que antes del comienzo de la pandemia nuestras costumbres incluían el turismo masivo, la concentración en actividades de gran afluencia —estadios deportivos, museos, mercados, templos, conciertos— e incluso la indiferencia, relativa al menos, hacia la dilapidación de recursos no sostenibles… Pues bien, la búsqueda de respuestas creativas debe lograrse por medio de una estrategia común en la que colaboren los distintos frentes: el económico, el sanitario, el científico y, por supuesto, el político, dentro de una de las pocas ventajas que habíamos alcanzado antes de que el SARS-CoV-2 nos azotase: la de vivir en un mundo global.

La propuesta de Hana Ayala, que cuenta ya con dos décadas de experiencia, se refiere a un país en concreto, Panamá, pero desde una perspectiva que es global en dos sentidos: el primero, el de integrar esfuerzos que proceden de distintos sectores siguiendo un modelo multidisciplinar en su sentido más amplio. El segundo, el de suponer una estrategia que puede ser seguida en cualquier otro espacio de nuestro mundo global.

El proyecto Pangea World, basado en el paradigma de desarrollo sostenible TCR (Tourism, Conservation, Research), es una respuesta global en esos dos sentidos a una de las primeras preguntas que nos plantea Hana Ayala:

¿Y si hubiera un país que tuviese un plan concreto para valorar la conectividad transnacional de su riqueza natural como la base de una estrategia de desarrollo sostenible que aumenta sistemáticamente el beneficio nacional con beneficios para el medioambiente global y la humanidad en una economía global cada vez más orientada al conocimiento?

Una primera respuesta que podemos dar es que ese país lideraría el empeño por alcanzar cuanto antes el nuevo mundo de superación de las diversas crisis que nos azotan. Una segunda respuesta anticipa que los beneficios de tal iniciativa no alcanzarían sólo al protagonista que haya dado el primer salto sino a la humanidad entera. Pero la tercera, y más temible, respuesta advierte, por el contrario, acerca de los riesgos que supone no hacer nada, seguir de brazos cruzados esperando que el destino nos alcance. Esos mismos riesgos con el que el pensamiento mágico azotó al ser humano hasta que la ciencia apuntó el camino hacia la liberación.

Si Panamá se convierte, asumiendo el paradigma TCR, en el impulsor de ese nuevo mundo, España tendría la oportunidad —y la obligación— de retomar los puentes con Centroamérica ejerciendo de embajadora de la Unión Europea para la diseminación y globalización del proyecto. Permítaseme añadir una pregunta más. ¿Podemos permitirnos el lujo —por no decir el disparate— de perder esa oportunidad?

Dr. Camilo José Cela Conde

Profesor emérito, Universidad de las Islas Baleares (Palma de Mallorca, España)

Presidente, Fundación Charo y Camilo José Cela

Marqués de Iria Flavia


Desinformación con estadísticas, por Juan Díez Nicolás

Publicado originalmente  en AECYA  en abril 2021

Al comienzo de la pandemia publiqué en estas mismas páginas un breve comentario sobre el confuso uso de las estadísticas que se publicaban sobre el COVID-19 (Estadística y Covid-19). Vuelvo ahora sobre el tema porque la información que emana de las autoridades competentes y de los medios de comunicación son cada día más confusas y en lugar de ayudar al ciudadano le someten a un suplicio de cifras que no tienen posibilidad de ser comprendidas. En primer lugar, en cualquier canal de televisión se dedica mucho tiempo, pero los presentadores lo hacen a tal velocidad que el pobre espectador no se entera de nada, primero por la velocidad, y segundo porque los datos nunca son comparables entre sí. Primero se dice que “en Madrid hay tantos contagiados”, y a continuación se dice, pero en Sevilla “ha habido tantos fallecidos”, mientras que “en Turquía los vacunados ascienden ya a tantos”. ¿Qué puede entender cualquier espectador de esa información? Nada. Ni recordará nada ni sacará ninguna conclusión, salvo que la situación parece muy grave, pero será incapaz de saber si es más grave en Madrid, o en Sevilla o en Turquía, puesto que carece de elementos de comparación. Y toda la información la habrá recibido a velocidad de metralleta.

Intentaré explicar de forma comprensible los elementos que pueden ser importantes para la información, si de verdad se quiere informar a los ciudadanos. Lo primero que hace imposible cualquier comprensión o comparación es que no se deben utilizar cifras absolutas, pues no hace falta ser doctor por Harvard para saber que Estados Unidos tendrá más de todo que Andorra, pues la población de Estados Unidos (328 millones) es más de 4 mil veces superior a la de Andorra (77 mil), por lo que es bastante seguro que los EE. UU. tendrán más coches, más calvos, más niños, más casos de cáncer, más premios Nobel, etc. que Andorra. Las cifras absolutas no sirven para comparar, y por tanto no sirven para entender. Los temas que pueden interesar, no digo que tengan que interesar, pero que autoridades y medios de comunicación pueden querer utilizar en sus informaciones, son los relativos a la población contagiada, la población ingresada en hospitales, la población en UCI’s y la población que ha muerto a consecuencia del Covid-19. Cada uno de esos cuatro elementos es un indicador de la evolución del virus, pero cualquier comparación debe basarse en el mismo indicador, y debe tener en cuenta las diferencias entre las unidades que se comparan, tanto en su dimensión territorial como en la temporal. A nadie se le ocurriría comparar los goles de un equipo de futbol con las orejas que ha cortado un matador de toros. En la medición de cualquier fenómeno, si se desea comparar, hay que estandarizar la medición en las diferentes unidades de espacio y tiempo. No se debe comparar la temperatura en Madrid a las 12 de la mañana de un día de enero con la de Sevilla a las 5 de la tarde en un día de julio. Esa comparación no nos ayuda a entender nada.

Por todo lo anterior, sugiero a continuación los diferentes indicadores que se pueden calcular, y que permitirían comparaciones, siempre utilizando el mismo indicador para las dos o más unidades que se comparen, y siempre en el mismo instante o período de tiempo.

Población diagnosticada como contagiada del Covid-19. Es evidente que la medición del contagio puede hacerse por un médico auscultando al paciente directamente o mediante una prueba adecuada para ello. Si no se dispone de diagnósticos por auscultaciones directas ni pruebas (análisis de sangre, PCR, antígenos, etc.), los contagiados medidos serían 0. Y parece evidente que si toda la población fuese diagnosticada directamente o sometida a una prueba del Covid-19, el número de contagiados podría ser más alto. Es decir, el número de personas contagiadas depende de dos factores: las pruebas sanitarias directas o mediante pruebas específicas, y el volumen de la población total. Por tanto, tendríamos al menos los siguientes indicadores:

• Numero de diagnosticados como contagiados por 100.000 habitantes
• Número de diagnosticados como contagiados por cada 1.000 habitantes auscultados o sometidos a alguna prueba.

Estos dos indicadores se pueden calcular separadamente para hombres o para mujeres, para jóvenes, adultos o mayores, etc., para cada país, para cada provincia o unidad territorial. Pero hay que tener en cuenta que las dos magnitudes de cada índice deben referirse a la misma población y fecha. Por ejemplo, mujeres contagiadas en Soria por cada 100.000 mujeres en Soria, o por cada 1.000 mujeres auscultadas o testadas en Soria, y en una fecha determinada. No hacerlo así es confundir a la población, es desinformar o engañar, aunque no sea mentir.

Población diagnosticada como contagiada por Covid-19 pero No Ingresada. Reconozco que no he visto ninguna estadística sobre esta población, pero admito que alguien pueda tener datos y que no los haya conocido.

Evidentemente, los datos deberían proceder de los centros de atención primaria, que posiblemente han diagnosticada esos casos, pero los han atendido o bien en consulta externa o incluso en los domicilios de los diagnosticados. Por supuesto, supongo que sería difícil (pero no imposible, teniendo en cuenta la actual tecnología telemática) recoger esta información para disponer de datos diarios en todo España, en la Comunidad Autónoma o en un municipio concreto, sobre todo si se trata de una gran ciudad. Si hubiese datos los índices podrían ser los siguientes:

  • Numero de diagnosticados como contagiados, tratados en consulta externa o domiciliaria por 100.000 habitantes
  • Número de diagnosticados como contagiados, tratados en consulta externa o domiciliaria por cada 1.000 habitantes auscultados o sometidos a alguna prueba.
  • Número de diagnosticados como contagiados, no ingresados en centros hospitalarios, por cada 1.000 diagnosticados como contagiados por Covid-19 mediante auscultación o sometidos a alguna prueba.

Cada indicador puede por supuesto calcularse separadamente para los tratados en consulta externa y los tratados en el domicilio del contagiado.

Población Ingresada por Covid-19. En este caso, la población ingresada dependerá del volumen total de población, pero también del número de diagnosticados como contagiados, y por supuesto, del número de camas disponibles en el territorio del que se informe, y del número de camas disponibles para el Covid-19, porque muchas camas pueden estar destinadas a otro tipo de pacientes. Por tanto, las mediciones pueden ser las siguientes:

  • Número de ingresados por 100.000 habitantes.
  • Número de ingresados por cada 1.000 habitantes diagnosticados como contagiados
  • Número de ingresados por cada 1.000 camas disponibles en hospitales públicos o privados
  • Número de ingresados por cada 1.000 camas disponibles para casos de Covid-19 en hospitales públicos o privados

Estos indicadores se pueden calcular separadamente para hombres o para mujeres, para jóvenes, adultos o mayores, etc., para cada país, para cada provincia o unidad territorial. Pero hay que tener en cuenta que las dos magnitudes de cada índice deben referirse a la misma población y fecha.

Población ingresada en UCI’s. Siguiendo el mismo razonamiento anterior, este indicador depende de los mismos de antes y, además, del número de camas en UCI’s disponible. Por tanto, los indicadores podrían ser los siguientes:

  • Número de ingresados en UCI’s por 100.000 habitantes.
  • Número de ingresados en UCI’s por cada 1.000 habitantes diagnosticados como contagiados
  • Número de ingresados en UCI’s por cada 1.000 camas disponibles en hospitales públicos o privados
  • Número de ingresados en UCI’s por cada 1.000 camas disponibles para casos de Covid-19 en hospitales públicos o privados.
  • Número de ingresados en UCI’s por Covid-19 por cada 100 camas en UCI’s en hospitales públicos y privados
  • Número de ingresados en UCI’s por Covid-19 por cada 100 camas en UCI’s ocupadas por cualquier tipo de causa, en hospitales públicos y privados

Por supuesto, como en los casos anteriores, todos los indicadores se pueden calcular separadamente para hombres o para mujeres, para jóvenes, adultos o mayores, etc., para cada país, para cada provincia o unidad territorial. Pero las dos magnitudes de cada índice deben referirse siempre a la misma población y fecha.

Muertos por Covid-19. Este es, o debería ser, el indicador más elocuente y descriptivo de los efectos letales de la pandemia del Covid-19, que depende de todos los factores anteriores, diagnosticados, contagiados, ingresados en hospital e ingresados en UCI’s. La primera dificultad, como ocurre con cualquier definición de la causa de una muerte o defunción, es que debe ser diagnosticada como tal por una autoridad competente, sanitaria o judicial (generalmente basada en una autoridad sanitaria). En España y otros países, y en relación con el Covid-19, las autoridades han cambiado varias veces de criterio para la definición de la causa de la muerte, a veces ha bastado con el certificado de una autoridad sanitaria, otras veces se ha exigido autopsia y certificación sanitaria. Todo ello complica obviamente aún más la comparabilidad de los datos, tanto entre territorios como en el tiempo, según se haya exigido o no la autopsia. En todo caso, los indicadores podrían ser estos:

  • Número de muertos por Covid-19 por 100.000 habitantes, (separadamente si se ha exigido o no una autopsia)
  • Número de muertos por Covid-19 por cada 1.000 habitantes diagnosticados como contagiados, ingresados o tratados externamente o en domicilio (y separadamente si se ha exigido o no una autopsia)
  • Número de muertos por Covid-19 por cada 1.000 camas disponibles en hospitales públicos o privados, (separadamente si se ha exigido o no una autopsia)
  • Número de muertos por Covid-19 por cada 1.000 camas disponibles para casos de Covid-19 en hospitales públicos o privados, (separadamente si se ha exigido o no una autopsia)
  • Número de muertos por Covid-19 por cada 100 camas en UCI’s en hospitales públicos y privados, (separadamente si se ha exigido o no una autopsia)
  • Número de muertos por Covid-19 por cada 100 camas en UCI’s ocupadas por cualquier tipo de causa, en hospitales públicos y privados, (separadamente si se ha exigido o no una autopsia)
  • Número de muertos por Covid-19 por cada 1.000 muertos por cualquier causa, (separadamente si se ha exigido o no una autopsia).

Tanto las autoridades sanitarias como los medios de comunicación habrían debido asesorarse y ponerse de acuerdo con el Instituto Nacional de Estadística sobre la información que debían transmitir a la población, si lo que se quería era realmente informar, y no confundir. El INE es de las instituciones que ha mantenido un algo prestigio basado en una gran competencia de sus funcionarios, y resulta muy sorprendente que en un tema tan importante como ese no lo hayan hecho así. Es evidente que, en el reducido espacio de este artículo se han dejado fuera otros posibles indicadores, como el del número de curados o dados de alta por cada 100.000 habitante, o por cada 1.000 contagiados, o por cada 1.000 ingresados en hospital, o por cada 1.000 ingresados en UCI’s, pero el lector sabrá idear muchos otros indicadores, siempre según lo que se quiera describir, analizar o explicar.

Juan Díez Nicolás


La gran mentira, por Carlos López-Otín

Publicado originalmente el 7 de marzo de 2021 en El Mundo

Somos vulnerables e imperfectos. Este doloroso descubrimiento se lo debemos en buena medida a una sencilla criatura sin vida independiente y cuyas instrucciones vitales caben en menos de treinta mil letras genómicas, una minucia biológica.

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Carlos López-Otín


Pandemia y paranoia, por José Álvarez Junco

Publicado originalmente en El País el 27 de diciembre de 2020

Hay reacciones ante la covid-19 que aunque parezcan novedosas son las de siempre. Atribuir la causa de la situación a la masonería, los chinos o Putin ya se hizo antes con los judíos, las brujas o los jesuitas

Este 2020 ha sido un año raro; pero raro de verdad. Una epidemia mundial, un aislamiento forzoso, una alteración de nuestras costumbres y relaciones sociales como solo podría haber producido una guerra. Nos ha desordenado la vida, nos ha roto las rutinas y nos ha sumido en la soledad y la depresión.

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José Álvarez Junco


Meditaciones en periodo de caos, por Pedro García Barreno

Carta a quién corresponda

«If it is necessary for you to be a member of a group that is involved in bitter conflicts,

then we advise that you go to more

technical and authoritative works on parliamentary procedure such as

“Robert’s Rules of Orden”, “Cushing’s Manual”,

“Sturgis’Standard Code of Parliamentary Procedure” and others. We also suggest that you go to the meetings with a good lawyer and a baseball bat». Dan Golenpaul, Parliamentary Procedure

Los procedimientos parlamentarios son normas para que una reunión vaya por buen camino; de modo ordenado y democrático.

En las sociedades actuales, sean monarquías o repúblicas parlamentarias y en los regímenes autoritarios, creyentes, agnósticos o ateos, echan mano de «credos» diferentes para conseguir una convivencia tipo democracia liberal, o con libertad limitada bien con mercado libre o intervenido.

Pero las democracias de corte liberal están en horas bajas. Los dirigentes -elegidos en libertad- no han respondido a la confianza en ellos depositada. Reaccionan tarde, dubitativamente y pensando en la foto antes que en su responsabilidad, también libremente aceptada. Los ciudadanos se han acostumbrado al mensaje banal. Es un efecto general, tanto si los dirigentes van diariamente a la peluquería o se atusan en casa.

La unidad se resquebraja. No hay referentes. Cuantos ciudadanos conocen el nombre de sus máximos responsables; quienes son sus ministros. Cuantos ciudadanos conocen los nombres de los que están al frente de los organismos claves internacionales; sirvan de ejemplo: ONU, OIT, UNESCO, OMS, FMI o Tribunal Penal Internacional. Y qué decir de la UE y sus principales organismos: Parlamento Europeo, Consejo Europeo, Comisión Europea o Banco Central Europeo. Cuantos conocen el nombre de los presidentes de, al menos por ponerlo fácil como en la compra -una docena de huevos-, doce países de la UE. Y otros doce de países que no son de la UE. Y doce nombres de Premios Nobel de diferentes categorías…

Formación básica insolvente, paro, ausencia de entramado empresarial, deuda… En nuestro entorno, por encima de cualquier tema de preocupación y ocupación, surge el tamaño de las palas. ¡El tamaño importa! Parece que también en la confección de vacunas contra Covid. O los zapatos -¿serán de marca?- de quién al parecer debería haberse puesto con la pala. Recuerden que una figura respetada ocupó portadas no con pala sino con escobón. Los segundos de abordo echan una mano al líder respectivo. Unos dicen que la pala es un buen ejercicio para mantener la mente despierta. Los otros, que pensar en el despacho es ejercicio igualmente sano. Al aire libre o en el despacho, ¿alguien ha echado las cuentas del número de ciudadanos que accederán al ungüento de Fierabrás adquirido en el mercado libre? Éramos pocos y parió la burra. No se vacuna fines de semana ni fiestas de guardar, las dosis llegan a cuentagotas… Los «protectores», ¿se han vacunado alguna vez de la gripe?, porque estoy seguro que su ética les impide que lo hayan hecho del Covid. Tal vez sea necesario tener un MBA en vacunación. Farmacéuticos, cuerpo de sanidad militar, sanitarios jubilados en buen estado… ¿no están capacitados para ello? El que escribe, que es médico añejo, no da crédito. Tal vez, visto lo visto, mejor que no la ejerzan. A propósito, la falta de ultracongeladores no es excusa, porque los hay a montones llenos de nimiedades.

Para todo ello hay una frase mágica: «No se preocupen, estamos trabajando incansablemente en bien de la ciudadanía». Recuerdo, por lo que puede ser incorrecto, que un añorado Ministro, con mayúscula, hace años hizo un comentario: «Si la gente supiera de lo que se habla en los consejos de ministros, saldría por patas hacia el aeropuerto más cercano». La Historia es terca. Ahora no es necesario apelar a la ironía de quién asumió el secretismo de las reuniones; ahora los medios de comunicación de toda clase nos desnudan la realidad. Aunque falta un ingrediente. Ante las broncas constantes, ¿alguien apelará al bate? La impresora ya tuvo su momento. Hoy escuché dos noticias jugosas: Una, «lo esperábamos», otra, «sabemos lo que tenemos que hacer». Si lo esperaban y saben lo que hay que hacer, porqué se cruzaron y cruzan de brazos.

La trama política se desarrolla a nivel de guardería, sin ofender a los avispados peques que allí pasan las horas.  Se juntaron el hambre con las ganas de comer. Por supuesto ningún país en el que cae una nevada épica cada 50 años está preparado, aunque le avisen, para hacer frente de manera eficaz a lo que ello implica. Nadie en su sano juicio puede pretender que se tenga un parque de quitanieves en paro cinco décadas; pero tampoco a nadie se le ocurre que una empresa privada decida cortar la luz a un núcleo de personas por motivos, los que sean, cuando es decisión que corresponde a la autoridad pública. Pero la autoridad pública dice que a los que no le han suprimido el suministro eléctrico, una subida del recibo de la luz de un 30% no es para ponerse así. Queridas y queridos gobernantes, ¿no leyeron el programa político de sus respectivos partidos? Aunque vaya en su descargo que en los países en que están acostumbrados a las grandes nevadas, son los ciudadanos los que apechugan con la retirada de la nieve y el hielo en sus respectivas propiedades. ¡Cómo para implantarlo en estos lares!

Por romper y amenizar el ambiente echemos manos de un previsor. En 1965, Richard «Bucky» Fuller -arquitecto, ingeniero, inventor, cartógrafo y matemático, inventor del futuro-, diseñó una megacúpula geodésica para cubrir el centro de Manhattan:

«The way the consumption curves are going in many of our big cities is clear that we are running out of energy. Therefore it is important for our goverment to know if there are better ways of enclosing space in terms of material, time, and energy. If there are better ways society needs to know them.

Domed cities can be illuminated by daylight without direct sunlight. That part of the dome through which the sun does not shine directly would be transparent. In summer the dome would be protected by polarized glass; during the sunny hours it would not hold heat but in winter the sun would penetrate all the dome. The atmosphere will be dust-free.

Controlling the environment through domes offers the enormous advantages of the extraversión of privacy and the introversión of the community».

No se alteren, a Bucky, creador del mundo dymaxion -Dynamic Maximun Tension-, la geometría energético-sinergética, las estructuras geodésicas o del concepto tensegridad, no le hicieron caso. Por si quieren consultarle -ustedes han construido un mundo no dymaxion sino fantasmagórico-, está enterrado en el cementerio Mount Albourn, cerca de Boston.

Ante el panorama consolidado, que recuerda una frase del editor de un periódico relevante en una película conocida: «una negación que no niega», que puede darse la vuelta: una afirmación que no afirma, solo queda apelar a lo que cada uno tenga más a mano pero alejado de lo mundano. Hay donde elegir: las festividades centrales del cristianismo -católico, protestante, anglicano, ortodoxo-, Navidad, Pascua y Pentecostés, dan motivo al recogimiento; basta escuchar las Pasiones de Bach. En la festividad judía Janucá -Hanukkha: rededicación-, Fiesta de las Luces o Luminaria, se encienden las velas de una januquiá. El Diwali -Deepawali- o Festival de las luces, es un festival hindú en honor de la diosa Lakshmi, que favorece de forma especial a quienes se reconcilien con sus enemigos. Especial atención merece un posible antecedente del pensamiento liberal: la doctrina anekantavada, una de las ideas fundamentales del jainismo. Hace referencia a los principios del pluralismo y la variedad de puntos de vista, la noción de que la verdad y la realidad son percibidos de manera distinta desde puntos de vista diversos y no un único punto de vista con la verdad absoluta, que proclama la no violencia y el rechazo a la corrupción. Corrupción, que no es solo despistar dinero, también lo son las «puertas giratorias» -para lo que hay grandes empresas especializadas en acoger a quién se le diga- o el nepotismo, costumbres para las que se ha logrado un pacto de Estado sin que nadie haya rechistado.

O el Vesak, el día del plenilunio en el mes de mayo, el día más sagrado para millones de budistas fue reconocido por la ONU en 1999. El pasado año, el día 7 de mayo, el Secretario General de la ONU:

«Este mensaje imperecedero de unidad y servicio al prójimo es hoy más importante que nunca. Solo podremos detener la propagación del coronavirus y recuperarnos si lo hacemos juntos». Incluso neopaganismo, panteísmo, politeísmo o animistas, tienen sus recursos. A los que ya enfilamos el camino hacia el valle de Josafat -«Valle donde Yahvé juzgará»- o hacia el siddha, nos quedan el monolito de «2001: Una Odisea en el Espacio», reaparecido los últimos meses, y los objetos voladores de «Encuentros en la tercera fase», en espera.

NOTAS: Esta vez no hay notas. Tal como me enseñan a diario quienes deciden mis pasos: que el lector interesado se las apañe.

PAZ y BIEN.

Pedro R. García Barreno


Filosofía de urgencias, por Mariano de las Nieves

El pensamiento y los pensadores sobre la pandemia en la prensa diaria. (Marzo –Noviembre de 2020)

La aparición de la pandemia contemporánea del coronavirus-19 (al que la bendita y omnipresente OMS ha decidido bautizar provisionalmente como coronavirus disease o COVID-19) y su conversión en una catástrofe de proporciones mundiales ha propiciado una salida en tromba de pensadores de muy diversa laya y categoría que han comenzado a lanzar ideas y teorías, primero en la prensa e inmediatamente después en libros.  Aunque en una segunda oleada de lo que podría llamarse “reflexiones de urgencia”, el orden se ha hecho inverso y primero han aparecido los libros y mas tarde las entrevistas en los periódicos.

En cualquier caso se trata de algo que no ha hecho mas que comenzar, que no ha llegado aun a florecer del todo pero cuya expansión ¿incontrolable? que ya se avizora en la lontananza cercana  (y valga el oxímoron).

Todo este conjunto de “filosofía” periodística (o de periodismo “filosófico”) ¾y las comillas son, querido lector, perfectamente intencionales¾ ha suscitado un interés relativo a tenor de los comentarios provocados. A pesar de ello puede ser útil que, sin animo alguno de exhaustividad, recojamos para su deliberación una muestra mas o menos significativa de la dirección y los fundamentos de semejante actividad pensadora. En su conjunto no es desdeñable en absoluto sino, muy al contrario, claramente deseable, por mucho que denote una de las características o rasgos más prevalentes del pensamiento mundial actual: su apego a la interpretación ético/ideológica de los problemas fundamentales, en su vertiente más identificable con la realidad inmediata.

Un buen comienzo nos lo ofrece el debate que, a raíz de la pandemia ha surgido sobre la muerte del capitalismo. En realidad, es un debate que ya existía.

El 28 de febrero un largo articulo de Joaquín Estefanía en El País citaba una lista de 11 libros publicados en 2019 y 2020, de autores que van desde Stiglitz, Krugman o Piketty a otros, menos mediáticos pero incluso más sólidos (se esté o no de acuerdo con ellos) como Ontiveros, Milanovic o Collier). Todos giran alrededor de un prospectiva crisis de la estructura económica mundial. Todos, como se ve, publicados antes del estallido del contagio y extensión mundial de la enfermedad.

El panorama que nos ofrecen estos textos (y otros muchos) refleja la  imagen de un sistema que resultó herido de muerte en la crisis de 2008  pero, pese a lo cual,  está extendido por todo el planeta sin que se vislumbren otras alternativas sólidas: el sistema capitalista.

Lo que si parece evidente para todos, incluido el autor del artículo, es que la palabra capitalismo se hace cada vez mas polisémica. Hay capitalismo meritocrático liberal (Occidente) y capitalismo político y autocrático  (China y otros países).  También si atendemos a su funcionamiento parecen poder distinguirse tres capitalismos: el de accionistas, el de Estado y el stakeholder capitalism o capitalismo en el que “las empresas son las administradoras de la sociedad”.

Las criticas parecen concentrase en dos aspectos: a) la creación y mantenimiento de desigualdades (con la consiguiente aparición de “brechas” entre casi todos: se mencionan brechas entre campo y cuidad, ricos y pobres, educados y no educados, hombres y mujeres, incluso se habla de las brechas que se abren entre la propia clase media); y b) el carácter “toxico” del capitalismo puesto en evidencia, según Estafanía, en la crisis de 2007/2008.

Y una sentencia final: “No se puede separar la economía de la política si se pretende avanzar en un examen certero de las circunstancias. La economía es demasiado importante para dejársela solo a los economistas”.

 A lo que solo cabe decir amén, con solo una apostilla interrogante:  ¿es de la política de la que no puede separarse la economía o de la ideología de la que no puede emanciparse y a la que permanece continuamente atada?

Seguido a esta primera entrega aparece, también en El País, y en el suplemento cultural Babelia  (14 de Marzo de 2020) un largo articulo de  Jorge Tamames  que habla de la aparición de varios libros (algunos muy estimables, como el de Giuseppe Vacca) sobre ese autentico profeta de lo que está pasando que fue Antonio Gramsci.  Tamames, que hace una revisión algo elusiva, centra la atención sobre tres puntos principales del pensamiento gramsciano.

 El primero, el mas importante, es la consideración de los valores culturales nacionales como el terreno fundamental de la lucha por el poder. El poder político no se puede conseguir si antes no se ha conseguido lo que Gramsci llamó “hegemonía cultural”, que exige de marera imperiosa e imprescindible la lucha, precisamente, contra la hegemonía cultural existente.  El segundo es la apelación al maquiavelismo táctico en su sentido mas original (el que Maquiavelo plantea en sus escritos políticos):  hay que estar atentos para aprovechar ideas y suerte a la hora de establecer estrategias, maniobrar contra el adversario o explorar la situación con talento. El tercero es hacer política de coyuntura, es decir prestar atención a captar el problema central que plantea cada momento y actuar en consecuencia.

Sin querer hacer una caricatura del pensamiento de Gramsci, que no es simple por muy apegado al tactismo que pueda parecer, se puede decir que operativamente las ideas gramscianas quieren diseñar la acción basándose en un punto de partida seguro:  el asalto a los valores predominantes y la consecución de  valores “nuevos” en la masa social. Tras este primer e imprescindible paso aparece la táctica de estar muy atentos a las oportunidades que se presenten y olvidarse de escrúpulos que impidan las acciones y maniobras que la victoria política exige.

No cabe duda de que el pensamiento gramsciano esta vivito y coleando en una parte importante de la llamada izquierda radical (y en España quizá no tan radical, al menos en su apariencia y presentación). Pero también hay que señalar que Gramsci no es pensable en los días que corren sin la interpretación que Laclau y Mouffe  (táctica y estratégicamente) han hecho de sus postulados.

Tema éste que, desgraciadamente no aparece mucho en los periódicos que hablan sobre la “elaboración” política de la pandemia.

En tercer lugar, mencionaremos un artículo de Gabriel Tortella publicado en El Mundo el 24 de Abril de 2020.  De forma contundente y sagaz Tortella dedica sus esfuerzos a desmontar ideas comúnmente aceptadas: a) la idea de la intervención estatal en la economía no es de la izquierda sino de la derecha y mas aun de la derecha extrema; b) las críticas al intervencionismo de Adam Smith fueron acogidas con entusiasmo por la izquierda ilustrada del siglo XIX en España; c) también en el siglo XIX los conservadores eran proteccionista y los progresistas (“menos los catalanes”, apunta con acierto) era librecambistas;  d) el régimen de Franco fue el mas intervencionista de la historia de España y los movimientos de apertura eran combatido por los conservadores del Régimen.

Al final del repaso Tortella concluye que la desconfianza hacia los mecanismos del mercado estaba “arraigada en nuestra derecha extrema y en nuestros fascistas”

Y acaba con un rejón de muerte con nombre y apellidos del toro: “Unidas Podemos tiene gran fe en lo público en economía, pero sus líderes no son paradigmas de erudición. Sus lamentables currículos universitarios y científicos lo muestran a las claras. Ellos quieren traernos un nuevo franquismo con ribetes progres, sin tener conocimiento de lo que fue aquella economía.”

Pues ya esta dicho.

Una tercera  mención está referida a Anna Applebaum, premio Pulitzer y autora de dos de los libros mas duros sobre la realidad del sistema soviético: Gulag. Historia de los campos de concentración soviéticos y  Hambruna roja. La guerra de Stalin contra Ucrania.

Applebaum ha escrito para The Atlantic Monthly Group un extenso trabajo que publicó, traducido, El País el 10 de Mayo de 2020. Su argumentario es interesante. Pone en alerta hacia un nuevo nacionalismo de derechas que centra en la posición política de Viktor Orban y en el ensayo de Hazony, The virtue of Nationalism.  La idea de que no se puede ser al tiempo “progresista ilustrado, patriota, cuidar a los hijos y sentir apego por las costumbres locales” le parece una grave distorsión de la realidad  y abomina de aquellos que pretenden acabar con la herencia de los conservadores “razonables” que ejemplifica en Thatcher y en Reagan (también coloca entre ellos a  Juan Pablo II). Hay en todo este escrito un temor explicito: que la suprarreacción conservadora y nacionalista de cancha a  la izquierda marxista.

Quizá haya que hacer una breve apostilla a Appelbaum que ella insinúa y no acaba de decir: el enemigo mas eficaz de la derecha suele ser la escasa importancia que ella misma da al debate intelectual y a la discusión conceptual y que contrasta con el gran énfasis que pone en la discusión apasionada (y muchas veces no bien fundamentada) en los temas de las costumbres y de la regulación de las mismas. No parece claro que ser de derechas implique necesariamente hablar a través de dogmas. Hasta incluso podríamos decir que la dogmática anida con mas comodidad en la izquierda.

Y, desde luego, ser liberal es exactamente lo contrario.

Vamos a por la tercera. John Gray es bien conocido por sus posturas radicales aunque coherentes. Su fundamento lejano está en una biologismo elemental (cabe la posibilidad de que él no se reconozca en esta adscripción) que coloca al ser humano dentro de una naturalidad originaria depredadora y voraz. Para Gray somos una especie que, al saltarse las estrictas leyes que se suponen deberían darnos la genética de especie, nos hemos convertido en un monstruo que agazapado debajo de los eslóganes de progreso social (“utopía nefasta y apocalíptica”) destruye todo lo que toca, llevada en andas por la ideología “religiosa” expresada en muy diversas formas a lo largo de la historia. Como es lógico, Gray abomina de ella.

Gray ha escrito sobre la pandemia en  el número de primavera de New Stateman  y su trabajo fue traducido por El País del 12 de Abril.

Su punto de partida es que la pandemia catastrófica que padece el mundo es “un punto de inflexión en la historia”. Este carácter apocalíptico, de fin de los tiempos, es algo que ha entusiasmado a muchos pensadores, como podremos ir viendo. Para Gray supone modificaciones en el ámbito de la comunicación y el contacto social pero no tanto en el sistema político . En este punto hace una curiosa consideración y afirma que el sistema político británico se salvará aunque también augura que muchos otros lugares, que no tienen el privilegio de ser british,  “tropezarán y caerán”.

Pero hay además de “boutades” hay en este artículo toda una serie de apuntes interesantes que sintetizo aquí:  a) hay que construir sociedades que no estén expuestas a la “anarquía del mercado global”; b) el capitalismo liberal está en quiebra; c) la producción de bienes “delicados” (los sanitarios entre ellos) volverán a los ámbitos nacionales; d) se tomará conciencia de que los problemas mundiales no tienen siempre soluciones mundiales; e) la idea de que crisis como la presente se pueden resolver con un estallido sin precedentes de cooperación mundial es pensamiento mágico en su forma mas pura; f) los Estados que no hagan de la protección de sus ciudadanos su objetivo mas importante, fracasarán; g) el virus nos enseña no solo que el progreso es reversible sino que se pueden socavar las propias bases de dicho progreso; h) el estado nacional se está revelando como la fuerza más poderosa para conducir la acción a gran escala; i) el gobierno postliberal será la norma en el futuro próximo; j) prácticamente para cualquiera la seguridad y la pertenecía son igual de importantes (y a veces más) que la libertad. El liberalismo ha sido una negación sistemática de este hecho.

Es una buena sarta de advertencias que no hay que echar en saco roto por mas que su autor se decante claramente por una idea que es consustancial a las tesis de la izquierda: el concepción liberal de la sociedad (y en especial el liberalismo económico) está muerto. Pero al tiempo sostiene un aserto que no es en absoluto propio de la izquierda: la mención negativa de la globalización. Es evidente que la izquierda concibe perfectamente la globalización política aunque simultáneamente abomine de la globalización de los mercados y del capital.

Pero no son solo artículos también se han desbordado las entrevistas, mejor o peor conducidas por intrépidos periodistas que interrogan a los pensadores. Un ejemplo breve pero contundente es la entrevista que  Carmen Pérez–Lanzac le hace a Richard Sennett, el conspicuo representante del pragmatismo americano, y que se publica en El País el 10 de Mayo de 2020.

Sennet es bien conocido en España (tiene traducidos 13 de sus libros) y la entrevista no es demasiado profunda pero es significativa por lo que destaca. Tras sentenciar que el liberalismo “como fuerza económica” (¿?) “ha debilitado nuestra red de salvación” y ha “convertido el Estado de Bienestar en algo que no funciona”, termina con unas reflexiones sobre la bipolaridad entre libertad y seguridad que saben a poco. Acabar diciendo que el remedio frente al hecho de que la libertad suponga siempre un riesgo está en el Estado de Bienestar o es una simplificación periodística o es una frase bastante vacía de contenido.

El día 2 de Mayo,  de nuevo El País, trae un articulo que Michel J. Sanders publica en el New York Times. Sanders, un comunitarista suave, critico de Rawls y del liberalismo y premio Princesa de Asturias del 2018, habla de la oportunidad que supone la pandemia para revisar aspectos de lo actual y diseñar los del futuro.

Su argumentación es, como es habitual en él, brillante. Desde esa brillantez critica la meritocracia (en la que encuentra aspectos que “suponen una degradación moral”) y lo explica destacando el aspecto negativo que tiene la “retorica del ascenso”, entendida como la promesa de que el talento basta para alcanzar el éxito.

Y remata: la meritocracia debilita la solidaridad y es propicia para que los que “llegan a la cima” no se muestren agradecidos con el resto, e incluso puedan  desarrollar actitudes de desprecio hacia los que no son como ellos (en definitiva señala el riesgo inherente a toda élite) . Y  achaca directamente a estos hechos la reacción populista producto –dice- del resentimiento de los que no han podido o no han sabido llegar.

¿Quiénes son los que “llegan a la cima”? Cuando lo aclara –indirectamente- vemos que está escribiendo para una sociedad concreta, la americana, que habita en el mundo de la industria, las finanzas y de los altos ejecutivos de Wall Street. ¿Quiénes son los que no han llegado?  Pues una variopinta multitud que incluye desde los repartidores, los policías, los auxiliares de enfermería y todos aquellos que no tienen titulo universitario aunque inmediatamente después también mencione a los médicos  (y a todos los que “no tiene posibilidades de reunirse a través de Zoom”).

Para todos ellos (y es difícil negarse a aceptar lo que propone) exige recompensas “que los mercados no van a resolver”,  y enumera toda una serie de medidas, fiscales y de subsidio, que habría que adoptar.

Acaba con una cántico a la renovación cívica y moral y una critica frontal a la economía generadora de desigualdades. Su alegato final es claro: valorar la dignidad del trabajo, recompensar las aportaciones a la economía real, dar voz los trabajadores y repartir los riesgos de las enfermedades y de los periodos difíciles.

Pero ¡ay! no aclara cómo se hace todo eso.

También el 2 de Mayo El Mundo publica un trabajo, este indígena, de Félix Ovejero. Ovejero, promotor en su día de Ciudadanos, es un prolífico autor que siempre mantiene un tono equilibrado y objetivo. Aquí solo lanza una serie de advertencias sensatas que se pueden resumir diciendo que: a) la democracia no es un sistema  que funcione por sí, para que sea efectiva necesita que se trabaje en ello; b) en las sociedades democráticas los valores asentados como derechos operan como restricciones a las decisiones. No todo vale; c) ante la epidemia hay tres objetivos a conciliar: la salud, las libertades y la economía. No es posible orillar ninguno y menos los tres al tiempo; d) los fundamentalistas los orillan, los palabreros los disparan por elevación (la humanidad, el sistema), los carentes de escrúpulos los manipulan ; e)  lo malo es cuando los fundamentalistas, los palabreros y los carentes de escrúpulos coinciden y tiene el BOE en sus manos.

No se puede decir más con menos palabras.

Asimismo el 2 de Mayo  y de nuevo El País trae un articulo aparecido en el New York Times de Michael J. Sandel, premio Princesa de Asturias de 2018.  Sandel es catedrático en Harvard y muy popular por sus lecciones on line dadas en abierto para todo el mundo.  Sandel es un crítico de la teoría de la Justicia de Rawls y un decidido opositor a la posibilidad de la manipulación genética para mejora de los humanos. Su idea de la aceptación (que extiende a otras áreas de la vida) como base de la paternidad y maternidad es interesante.

En el articulo que mencionamos las ideas de Sandel se pueden concretar así: a) hay que reexaminar las virtudes y defectos de la meritocracia y los casos en los que la meritocracia nos lleva a una “degradación moral”; b) la meritocracia genera unas actitudes morales reprobables entre los que llegan a la cima en la medida que no se sienten en deuda con los demás conciudadanos; c) incluso una meritocracia perfecta, en la que hubiera verdadera igualdad de oportunidades, debilitaría la solidaridad; c) la soberbia meritocrática y el resentimiento que suscita están en el origen de la reacción populista contra las elites y son una fuente poderosa de polarización social y política.

Al margen  de lo que se pueda criticar es evidente que lo que dice Sandel merece una deliberación profunda y sensata. Pero teniendo en cuenta que la critica de la meritocracia tiene el limite absoluto en la promoción de la mediocridad.

Y de nuevo ese mismo 2 de mayo (prolífico sin duda) Cess Nooteboom remataba con una frase en el contexto de una entrevista, también en El Mundo: “Algunas ideologías se apoyan en la falsedad para hacerse sitio, para crecer. Y cada vez es más complejo combatir sus mentiras”.

El día 17 de Mayo entra en liza el filosofo de moda, Byung-Chul Han. Profesor, como es bien sabido, de la Universidad de las Artes de Berlín, que es entrevistado por Cesar Rendueles, filosofo marxista a su vez profesor contratado doctor en la facultad de Trabajo Social de la U. Complutense.

El titulo que se da al artículo es llamativo “El coronavirus ha acabado con los rituales”. En el texto Byung-Chul Han argumenta sobre la función vertebradora del rito, sobre el hecho de que la hiperconexión no fomente más vinculación ni produzca más cercanía y habla de cómo los rituales producen una comunidad sin comunicación cuando se convierten en lo preeminente. Pero también insiste en que sin rituales se produce una comunicación sin comunidad y, dado que la comunidad es considerada por Byung-Chul como “fuente de felicidad” aboga por “definir la libertad a partir de la comunidad”. Propuesta que nos suena tremendamente peligrosa si no se aclara bien que se quiere exactamente decir con ella.

De hecho para entender lo que dice el filosofo coreano-germano lo mejor es leerse su libro “La desaparición de los rituales” aunque al final de la entrevista tiene algunas frases a recordar. Son: a) la pandemia ha dado paso a una sociedad de la cuarentena en la que se pierde toda experiencia comunitaria; b) a consecuencia de la pandemia nos dirigimos a un régimen de vigilancia biopolítica (querido lector, léete a Foucault); c ) el virus ha dejado al descubierto un punto muy vulnerable del capitalismo en la medida de que el régimen de vigilancia biopolítica significa en fin del liberalismo.

Y dos perlas finales: “La pandemia es la consecuencia de la intervención brutal del ser humano en un delicado ecosistema” y “La violencia  que el ser humano ejerce contra la naturaleza se está volviendo contra él con más fuerza”.

Byung-Chul Han es un hombre que sabe mezclar en sus libros la divulgación de las ideas de otros con elaboraciones no demasiado profundas de un pensamiento que no se ve muy bien que tiene de propio. Pero es el filosofo de moda, como le sucedió hace poco al francés Michel Onfray, hoy relativamente silente.

El día 24 de Mayo y de nuevo EL País aparece un viejo cocodrilo de la izquierda norteamericana y con influencia en prácticamente todo el mundo. Hombre   polémico, que tiene la gran virtud de sus posicionamientos siempre definidos  (radicalmente definidos, diríamos), habla de la pandemia y de su consecuencias en una entrevista que concede a la periodista Marta Peirano.

¿Y nos dice Noam Chomsky a sus 91 años? Pues poco nuevo en realidad.

Se puede resumir así: a) la culpa de todo sin exclusión o discusión alguna (incluida la pandemia y sus relaciones con el cambio climático) la tiene le neocapitalismo; b) se diga lo que se diga estamos en vísperas de un gran triunfo de la izquierda “pero (el triunfo) no se gana en un solo intento”; c) los ancianos se mueren en las residencias por que están privatizadas y la pandemia no tiene remedio porque las farmacéuticas son privadas y solo buscan el lucro; d) el capitalismo es sinónimo de “mucho coronavirus, muchos muertos”.

Chomsky es ahora impulsor, junto con The Sanders Institute, el Movimiento por la Democracia en Europa 2025 (DIEM25) y  otras organizaciones de Sudamérica, India y África de la llamada Internacional Progresista. Lo curioso es que el  Sanders Institute fundado por la mujer del candidato demócrata a la presidencia de los Estados Unidos, Bernie Sanders, había suspendido actividades un mes antes de que este articulo saliese en El País. En el Sanders Institute aparece como participante Ada Colau en tanto que alcaldesa de Barcelona.

Esta es la izquierda americana mas convencional, conservadora (de sus ideas) y quizá, un poco rancia ya.

El mismo 24 de Mayo y también en El PaísEsther Duflo, francesa en USA y profesora del MIT además de Nobel de economía en 2019, mantenía una entrevista con la periodista Amanda Mars. Duflo una experta en microeconomía y en economía de la pobreza, es, ante todo, una inteligencia sensata y ponderada poco propicia a las exaltaciones y a las radicalidades.

Hay en su discurso elementos interesantes que sintetizamos así: a) los pobres tiene tan poco dinero que no hace falta mucho para sacarles de la pobreza. Pero al hacerlo ampliamos la meta de manera que la lucha contra la pobreza nunca desaparecerá Una vez que logras que nadie viva con menos de un dólar debes pensar que nadie debe hacerlo con menos de dos y, mas adelante, con menos de cinco. La definición de pobreza va, así, evolucionando de forma muy natural; b) la idea de proporcionar medios de subsistencia y de trabajo no hace que nadie trabaje menos. Si  se le da a una familia una vaca o elementos para hacer bolsos no se harán mas vagos sino mas productivos (lo que Duflo no dice es lo que pasa cuando nos se dan medios de trabajo o de producción sino que lo que se da es dinero); c) crecimiento no implica bienestar (aquí Duflo toca un tema candente y muy poco explorado: la relación no siempre directa entre calidad de vida y nivel de vida); d) no se puede contar con el que el mercado por si solo lo solucione todo.

Un baño de realidad que merece una reflexión profunda.

El 7 de Junio de 2020 entra en liza la opinión de los científicos representada por un largo artículo en El País del mismo día que firman Rafael Yuste, profesor en la Universidad de Columbia (EE.UU)  y Darío Gil, ingeniero y director del área de investigación de IBM.

Es un trabajo interesante, dividido en dos partes y que representa bien una opinión que esta llena de observaciones acertadas. Así cuando dice que “es difícil que los representantes públicos acierten en sus decisiones cuando la información que manejan no es precisa, rigurosa o ni siquiera cierta” pone el dedo en la primera llaga de la actuación política: la falta de rigor en los datos e informaciones que se manejan. Y este hecho, desgraciadamente, no solo es consecuencia de una deficiente información sino, en una significativa parte de las veces, de una voluntaria e intencional postura que ignora la realidad para construir una realidad paralela y mas conveniente.

Dicho esto los autores prosiguen en su repaso centrado en la absoluta necesidad de restaurar la solidez del pensamiento y a reivindicar la ciencia y lo científico como una manera fiable y útil para el entendimiento del mundo actual. Es entonces cuando dicen cosas como “Es el momento de elevar al pensamiento científico a las esferas del poder, como se hizo con el pensamiento legal y económico en décadas pasadas”  y aclaran “más allá de reclutar científicos como lideres políticos, es el pensamiento científico el que debemos infundir tanto en las instituciones existentes como en las nuevas” y para eso proponen “que “se deberían institucionalizar con mayor rigor y formalidad los consejos científicos asesores como organismo fundamentales de cualquier gobierno” e incluso sugieren reformas institucionales globales constituyéndose “un consejo científico asesor que funcione a nivel mundial”.

No contentos con este programe intensivo de hacer que la ciencia tenga sitio en el mundo de lo sociopolítico, abundan en la necesidad de asesoría mediante consejos consultores, a los parlamentos, al poder judicial y a los medios de comunicación y, ya puestos, a la educación de toda la ciudadanía.

En un aparte abogan asimismo por la creación de un cuerpos de “reservistas científicos” que operasen como una fuerza a movilizar en cualquier momento que se la necesitase y con objetivos concretos “asesorar gratuitamente a todas las instituciones del planeta para prevenir crisis futuras, movilizar recursos humanos o técnicos y facilitar acciones coordinadas”. En definitiva “un ejercito de voluntarios provenientes de instituciones científicas, tecnológicas y médicas con expertos en todo tipo de temas que donarían su tiempo y su talento y estarían listos para ser movilizados en caso de necesidad”.

Y acaban con un corolario bien claro “El método y el pensamiento científico son una de las mayores creaciones de la humanidad y la herramienta que nos puede ayudar a superar los retos del futuro”.

Mas allá de las indudables aspiraciones utópicas que no tienen en cuenta el carácter eminentemente utilitario de las conductas humanas (dejando a salvo, por supuesto, las actitudes altruistas que pueden aparecer en determinadas situaciones y personas) el mensaje que envían estos dos hombres de ciencia representa la necesidad  de reivindicar sin descanso una fundamentación racional y basada en hechos y datos de la actividad sociopolítica. Pero esto es precisamente lo que contrasta con muchas actitudes y movimientos que proclaman adanismos lógica e históricamente insostenibles o especulan con pseudorazonamientos basados en el deseo y en el sentimiento.

Como diría un griego clásico es la lucha de la episteme contra la invasión de la doxa, y todo apunta a que  la doxa, en sus versiones mas ramplonas, está teniendo, al parecer, la última palabra.

El 19 de Julio de 2020, también en El PaísFernando Vallespín, y a propósito de la muy comentada Carta contra la intolerancia firmada por 153 celebridades y publicada en Harper’s Bazaar, escribe un artículo, algo confuso en su argumentación, en el que destaca una frase de la carta de la que asegura “es difícil no estar de acuerdo”. Dice así “la forma de derrotar las malas ideas es mediante la exposición, la discusión y la persuasión, no tratando de silenciarlas o desecharlas”.

Aunque yo modificaría algo la redacción de las buenas intenciones de los 153 de la fama, no cabe duda de que silenciar lo que se nos opone es un mal negocio (la clandestinidad siempre favorece la difuminación de lo negativo). Aunque quizá mereciera la pena debatir acerca del lo conveniente o no de desechar lo que no nos convence o argumentamos como falso (siempre, claro está, que lo argumentemos y no lo rechacemos sin más).

Por lo demás es evidente que la acción censora de lo que Vallespín menciona como la “cultura de la cancelación” (que no se otra cosa que el clásico ostracismo y marginación del que no nos gusta o lo construimos como enemigo y que tantas víctimas a ocasionado a lo largo de la historia humana) debe ser rechazada de plano y convertida en oprobio para los que la practiquen o intenten practicarla.

Habrá que volver sobre esto.

El 8 de Noviembre y en el suplemento de negocios de El País trae una entrevista con Klaus Schwab, fundador del Foro Económico Mundial que se apresta a dibujar la panorámica global de lo que, según él, será el mundo postcovid.

Para Schwab  el mundo va a cambiar y el mundo que era no va a volver.

¿Qué hacer?  A corto plazo hacer frente al desempleo; a medio plazo, abordar las deficiencias del sistema en falta de inclusión, la sostenibilidad en términos medioambientales y la imperiosa necesidad de abordar un nuevo contrato social. Todo ello en un marco global. Sin cooperación global todos somos perdedores, nadie gana.

Para Schwab las nuevas generaciones van a vivir peor que las anteriores y esto tendera a aumentar la desigualdad y pondrá en riesgo la cohesión social que es la condición para la democracia.

Sobre estas premisas hace una seria de consideraciones concretas: a) Europa solo será un socio influyente si es fuerte; b) Los países que mejor han afrontado la pandemia son aquellos con una economía social de mercado y una infraestructura social y sanitaria muy fuerte; c) Los gobiernos no son creadores de riqueza ni de innovación pero lo pueden facilitar a través de un sistema impositivo adecuado (fuerte presión sobre las rentas, nula presión sobre las ganancias de capital y impuesto sobre las fortunas; c) Los estados deben fijar las nomas de funcionamiento del mercado; d) La mayor preocupación es una radicalización de la derecha y de la izquierda.

También es un programa de soluciones que difícilmente pueden ser aceptadas (y aceptables)  en su conjunto. Y deliberar sobre ellas puede resultar de utilidad aunque no se nos debe olvidar el hecho de que Schwab es un personalidad controvertida a los ojos de muchos.

En El País Semanal del día 8 de Noviembre y en una entrevista realizada por el periodista Juan Cruz, Amin Maalouf, que acaba de publicar Nuestros inesperados hermanos, una distopia en la que todo el planeta se queda a oscuras a causa de  un apagón súbito  que elimina todas las conexiones, parte de una afirmación tan categórica como alarmante: Dice “He observado el mundo durante las ultimas décadas y vamos por mal camino”.

Y sigue afirmando una serie de cosas interesantes: a) La pandemia ha supuesto lo que nunca suele suceder: que el conjunto de la humanidad sufra un percance. En esta crisis el mundo ha sufrido el mismo accidente. Nunca había pasado antes ni podía pasar por que jamás habíamos estado tan interconectados. Es la primera vez que todos nos enfrentamos al mismo problema, b) El mundo se ha parado de repente. Y aun así no estamos unidos, ni siquiera los europeos, ni siquiera dentro del mismo país; c) Aunque nuestras maneras de responder sean diferentes compartimos el mismo destino; d) Podemos ir en cualquier dirección, hacia cualquier conflicto, hacia la guerra, fría o no necesariamente fría. Podemos ir en cualquier dirección y no tenemos medios para impedirlo; e) Ha habido toda suerte de desafíos a la hegemonía de Occidente  e independientemente que estos desafíos viniesen del comunismo o de potencias asiáticas, en cada ocasión Occidente ha demostrado su capacidad de superarlos; f) El mundo en los últimos años ha servido de campo de batalla para la rapiña y el odio. Todo ha sido adulterado: el arte, el pensamiento, las ideas, la escritura, el futuro, el sexo el vecindario; g) (Hablando de la obra de Camus “El revés y el derecho”): Hubo en su tiempo cierto sentido de la decencia que ha desaparecido. Hoy se da una crueldad generalizada, una falta de respeto hacia todo; h) El resentimiento nos lleva a buscar venganza, es uno de los problemas que más me preocupan hoy.

Sabio Maalouf que, en muchos aspectos,  es la voz que hoy clama en el desierto.

Mas adelante el día 15 de Noviembre también El País publica una entrevista con Pierre Rosanvallon, historiador, profesor del Collège de France y próximo al partido socialista francés, en la cual de forma clara y directa defiende el populismo rampante al que califica como “la ideología ascendente de este siglo”, tesis que documenta su libro El siglo del populismo: Historia, teoría, crítica.

Lo que dice Rosanvallon puede sintetizarse así: a) Existe una fatiga democrática subyacente en la vida política de muchos Estados que se expresa de manera muy amplia; b) El populismo “aparece como solución a problemas contemporáneos como la crisis de la representación o las injusticias sociales”; c) La tentación de convertirse en “democraturas” (regímenes autoritarios validados por el sufragio universal) es un rasgo común de los populistas; d) Una aportación muy importante del populismo es “haber entendido que se gobierna también de acuerdo con las emociones. Los sentimientos de pertenencia, de identidad, de rechazo, determinan la visión que tiene los individuos de su papel en la sociedad”; e) Cuando (el populismo) aparece es porque la democracia liberal no esta cumpliendo su agenda. “Esta en crisis”; f)”El voto populista está sólidamente instalado en la sociedad y representa hoy casi la mitad de la población” (se refiere USA y a los votantes de Trump); g) La democracia actual puede desaparecer: “la historia está llena de ejemplos de democracias que desaparecen. h) La democracia no es una conquista. Es un frente de batalla. Es frágil si no se renueva. “Sin instituciones democráticas vivas existe el riesgo de que los ciudadanos se cansen de la democracia y consientan en su desaparición”.

Si nos fijamos también hay aquí elementos que se repiten en otros autores y sobre ellos, flotando, la advertencia de la desaparición de las formas de democracia representativa que se extendieron como “patrón de forma deseable de gobierno” tras la segunda guerra mundial a lo ancho y largo del mundo, por mucho que solo fructificasen adecuadamente en contadas ocasiones y en contados ámbitos geográficos

Acabamos esta parcial recopilación con dos artículos publicados los días 22 y 29 de Noviembre en el diario El Mundo. En el primero es una entrevista a Dreidre McCloskey a propósito de su ultimo libro traducido al español “Por que liberalismo funciona” y el segundo es otra  entrevista a Josep María Esquirol  profesor de filosofía de la universidad de Barcelona.

Dreidre McCloskey es un personaje insólito que ha mantenido un alto nivel en su producción intelectual en medio de fragores poco convencionales en su vida personal.  Su posicionamiento teórico la convierte en una defensora sólida de los principios liberales y así se manifiesta en la entrevista que le hace el periodista Pablo R,. Suanzes.

En síntesis McCloskey sostiene una posición básica: La cesión de espacios de libertad a cambio de falsas  promesas de seguridad es una posición pueril (o sea, inmadura). Esta afinación capital la completa al añadir “El liberalismo es un adultismo”.

Sobre esta línea precisa:  a)  El poder económico en un mercado no es un poder real; poder es la capacidad de obligar físicamente a las personas a hacer lo que de otra manera no desearían, como pagar impuestos; b) El argumento (los impuestos son el precio que pagamos por una sociedad civilizada) es en parte correcto… pero solo en parte. Quizá entre el 10 y el 5 % del PIB: el otro 30% se destina al beneficio de las empresas o a un gasto publico corrupto o simplemente estúpido; c) El socialismo y los nacionalismos son ideas hijas de Hegel. El nacionalismo fue originariamente liberal contra los reyes que eran tratados como dioses. El socialismo es de origen cristiano; d) Como dice David Boaz solo hay dos y solo dos, filosofías políticas: libertad y poder; e) Los liberales afirmamos: No les demos a nadie el poder y todo irá bien;  f) Las leyes son necesarias pero no suficientes.

Todo un programa.

La entrevista a Josep María Esquirol la hace Antonio Lucas que nos da una imagen casi franciscana del filosofo y de su decidida apuesta por las actitudes comprensivas y tolerantes (incluida su reivindicación de la paciencia como capacidad de comprensión de lo que sucede dentro del tiempo y no como un mero “dejar pasar”).  Sobre esto Esquirol no se recata de señalar como “hemos perdido el sentido de la fraternidad”,  reivindicar la bondad como generosidad y añorar la falta de cierta serenidad, de un juicio critico en la gente.

Y acaba con lo que constituye el titulo escogido por el periodista para el artículo: “Hoy triunfan los mejores aliados del caos: la verborrea, la demagogia y la frivolidad”.

Es evidente que esta recopilación es parcial e incompleta. No trata de evitar esos defectos sino que los asume con placidez. Pero si representa una parte sustancial de lo publicado en los periódicos de tirada nacional y, en consecuencia de lo que llega (o ha podido llegar) a la masa lectora española. Si no se citan otros medios (y otros artículos) es por una razón que se puede discutir sin duda: no aparecen en ellos trabajos de interés tan general y tan básico como los mencionados.

Pero toda selección es siempre subjetiva. Esto es lo que hace que se pueda firmar, sin recato y sin rubor,  y al tiempo que esté abierta a la rectificación y a la critica.

Pero sobre todo, el recopilador la quiere abierta a la deliberación.

Mariano de las Nieves


La verdad siempre está desnuda, por Enrique Baca

Octubre 2020

Todos nos sabemos de memoria lo del rey que andaba desnudo. Tan nos lo sabemos que cuando alguien lo invoca suscita irremediablemente un cierto movimiento de hastío. “Jo, ya está este (o esta) otra vez con lo del rey desnudo”.

Pero hay que reconocer que el cuentecillo es una mezcla magistral de lo que la hipocresía, la adulación, el interés, el miedo y “lo correcto” puede generar en el (pobre) espíritu humano. Solo la mirada inocente que, por insensata, no teme decir la verdad, rompe el hechizo de los conjurados alrededor de la mentira.

Los políticos y los medios de comunicación en España crearon el mantra, que se repitió hasta la exasperación, de que disponíamos “del mejor sistema sanitario del mundo”. Se citaba la cobertura universal de la población, la Organización Nacional de Trasplantes, el programa de formación de los médicos y a la red hospitalaria como ejemplos señeros de esa primacía mundial. Y no andaban equivocados los que defendían eso. Pero lo que se ocultaba es que el sistema sanitario tenía también defectos graves, agujeros muy sensibles que no se querían ver.

La pandemia del COVID-19 ha sido una formidable prueba para ese sistema sanitario tan loado como descuidado. Y ahora parece que todo el mudo se apresura a decir que el rey estaba (y está) desnudo.

Viene esto a cuento de los artículos publicados en la sección “Ideas” del diario El País el día 27 de septiembre de 2020. Una serie de trabajos que pergeñan una especie de vuelo rasante sobre el sistema sanitario español. Hay artículos que repasan los problemas (Oriol Güell y Ana Alfageme), entrevistas con Rafael Matesanz, y Beatriz González López-Valcárcel y reflexiones de Rafael Bengoa y Carme Borrell. Un panorama que promete, sin duda.

¿Y qué dicen?

Los periodistas afilan el lápiz y sobre la base de testimonios (pelín sesgados, todo hay que decirlo) apuntan a las dianas más o menos repetidamente mencionadas, incluso por muchos de los que las han provocado primero y las critican después: recortes, sanitarios en precario, sistema hospitalocentrista, defectos en la organización del Sistema Nacional de Salud (sistemas de información, capacitación de los gestores, interferencias políticas en los nombramientos, etc) y, al final pero no lo menos importante (permítanme que por una vez lo diga en castellano y no en inglés) los problemas derivados de la pirámide poblacional (mayores), de las enfermedades crónicas y la lacra de las listas de espera.

En su examen los periodistas sintetizan todo esto y hacen recomendaciones directas. Son: más dinero; más inversión en atención primaria y en salud pública; mejorar las condiciones de los “trabajadores sanitarios”; potenciar las profesiones sanitarias no médicas; acuerdo político para practicar reformas; despolitización; evaluación independiente. No cabe duda de que es un programa de buenas intenciones en el que la colita de la ideología sigue apareciendo con más o menos timidez. Y que alguno de los que ha hecho más esfuerzos para politizar la sanidad abogue ahora por la despolitización y la evaluación independiente, tiene un punto irresistiblemente chusco y perillán.

Prosigamos. La dos entrevistas, realizadas a personas solventes y conocedoras de la situación, ofrecen datos similares aunque vistos desde unas perspectivas digamos más “profesionales”. Matesanz enfatiza con acierto los huecos y deficiencias del sistema que ponen en cuestión el mantra de “la mejor sanidad del mundo”: bajo presupuesto comparativo con las naciones de nuestro nivel tanto en relación al PIB como per capita; buenos indicadores conseguidos a base de pagar poco al personal; sistema que se mantiene a duras penas y que en consecuencia no resiste ninguna prueba de esfuerzo; carencia absoluta de coordinación entre las autonomías; lastre invencible de la división política. Y acaba recomendando: a) mejor financiación; b) refuerzo de la atención primaria y salud publica y c) mejorar las condiciones laborales del personal sanitario. “Queremos una sanidad de Europa Occidental pagando sueldos de Europa Oriental”, remata.

Beatriz González apunta a los déficits en la gobernanza del sistema (“centros públicos con profesionales sanitarios sometidos a gerentes designados más por lealtad política que por capacidad demostrada”); eficacia discutible del Consejo Interterritorial y debilidad del ministerio de Sanidad; fragmentación del sistema de información; necesidad de una agencia estatal de salud publica y “diferenciación “ de la sanidad de la Administración General del Estado (“Un hospital no es un centro administrativo”).

Como siempre la voz de los que saben resuena con agrado en los oídos de los que escuchan.

Por último tenemos los dos articulistas. Bengoa apunta la previsibilidad de lo que ha pasado. “Una salud pública debilitada, una atención primaria insuficiente, unas residencias infradotadas, un sector sanitario politizado y un presupuesto sanitario y social insuficiente han contribuido a empeorar la crisis”. Y señala también la “escasa cultura evaluativa en España” al tiempo que está convencido de la necesidad de poner en marcha una nueva instancia denominada Agencia Independiente de Responsabilidad en Salud, que, como su nombre indica, no dependería del Ministerio de Sanidad, aunque no aclara su origen ni composición.

Borrell se limita a describir parte de lo que ha pasado y a lamentar que “la salud pública no estaba preparada para una pandemia de estas características”, achacándolo a los “recortes de la última década”. Enfatiza la necesidad de una evaluación independiente de lo sucedido y de las respuestas dadas y acaba pidiendo más dinero para “el sector sanitario y la salud pública”.

Y ahora miremos de frente y sin reservas al rey y a su cuerpo y digamos con absoluta claridad lo que se ve indubitablemente al margen de lo que nos dicen todas estas beneméritas personas. Pero antes hay que hacer una última precisión que, a pesar de ser bien conocida, no se menciona y que provoca en la gente corriente un equivoco que alimenta tanto artículos periodísticos como manifestaciones callejeras.

Hay que dejar claro que el sistema sanitario público y la salud pública no son lo mismo. Mientras la salud pública es la especialidad (generalmente multidisciplinar) que trata del cuidado de la salud de las poblaciones en cuanto tales, el sistema sanitario público es una forma de organizar la provisión de servicios médicos (en todas sus especialidades) a los ciudadanos.

La salud pública desarrolla acciones tales como la vigilancia epidemiológica, la salud ambiental, la economía de la salud, el control de los alimentos, la prevención y promoción de la salud y otras muchas más, y sus profesionales no son principalmente médicos, aunque los haya.

Por su parte, un sistema sanitario público, socializado y moderno, en cuanto proveedor de servicios clínicos a la población, debe caracterizarse por tres rasgos fundamentales que, en su máxima expresión, son los que siguen: a) su universalidad (es decir, está disponible para todos los habitantes de un país); b) su accesibilidad, que tiene a su vez varias caras: i) económica (los servicios no los paga el usuario sino el Estado); ii) burocrática (el usuario no tiene trabas administrativas para recibir el servicio); iii) geográfica (el dispositivo que presta los servicios se encuentra a una distancia, medida en tiempo, razonablemente próxima al usuario), y iv) temporal (el servicio esa disponible 24 horas sobre 24), y c) su equidad (todos los ciudadanos de un Estado reciben lo mismo tanto en prestación de servicios como en calidad de ellos).

La salud pública es claramente competencia del Estado en cualquier país del mundo. No se entendería una salud pública ejercida desde el sector privado, tanto por la previsible falta de rentabilidad (que es lo propio de dicho sector) como por las implicaciones legislativas que conlleva. Por tanto, cuando se pide que no se privatice la salud pública estamos voceando un absurdo.

El sistema sanitario es otra cosa. Aquí sí puede existir el mundo de lo privado. Es decir, tanto por parte del profesional aislado o constituido en empresa sanitaria, que atiende a clientes que le solicitan sus servicios y pagan por los mismos (esta es la auténtica medicina privada), como por parte de corporaciones (generalmente de seguros) que desarrollan una cartera de clientes que libremente les escogen y les pagan y que tiene un cuerpo médico y sanitario a su servicio. Aquí el profesional no le cobra al cliente sino que es pagado por el proveedor del servicio. Es lo que se llama un tercer pagador.

El sistema público también puede tener otra modalidad. El Estado concierta con una organización privada, hospitalaria o no, que atiende a la población con criterios de absoluta accesibilidad (especialmente económica y burocrática) y paga por ello a dicha organización privada. A esto muchas veces se la ha llamado concertación y también gestión privada de la asistencia pública.

Y, como todo, estos sistemas tienen detractores y defensores cuyas razones (o sinrazones) no vamos a abordar aquí. Sería, en cualquier caso, un excelente tema a deliberar.

Y ahora, por fin, miremos sin metáforas al Sistema Nacional de Salud (SNS) español y digamos lo que vemos con la inocencia del niño que miró al rey y con la audacia exenta de temor con la que expresó lo que veían todos pero nadie se atrevía a decir.

  1. El SNS no existe. Es la dura y pura verdad. La primera consecuencia para la población es la desaparición de la equidad del sistema. En España no es igual ponerse enfermo en A que en Z. Y no menciono lugares concretos para no despertar susceptibilidades tipo “tinta de calamar”.
  2. Existen 17 “sistemitas” aislados y un ministerio desarbolado y poblado de burócratas cuya capacitación y rendimiento profesional, más allá de su adscripción política, había que revisar y evaluar. La desgracia se completa cuando en muchas CCAA se repite, de una forma u otra, la misma situación que en el Ministerio.
  3. Cada uno de los “sistemitas” se ha desarrollado a su gusto y eso produce diferencias cualitativas abismales entre unos y otros. Hay lugares donde el nivel es excelente y otros donde lo es menos. Una causa a tener muy en cuenta: la ideologización (mas allá incluso de la politización) que en ocasiones hace que la efectividad, y no digamos la eficiencia, esté por los suelos.
  4. De los instrumentos de coordinación, la Alta Inspección ni está ni se la espera. Y el Consejo Interterritorial no funciona sino como un miniparlamento que reproduce en modo farsa la inoperancia del parlamento real.
  5. No hay un sistema de información capaz de recibir y procesar los datos de los sistemas de información (dispares cuando no incompatibles, aislados o simplemente inexistentes) de las CCAA. Pero al margen de la incompatibilidad y el aislamiento de los sistemas autonómicos se da, por increíble que parezca, la deliberada y manifestada postura de no compartir la información. Semejante dislate se acepta sin rechistar y sin pensar en que no es un gobierno (mucho menos un partido) el propietario de los datos sino que estos están (deben estar) al servicio de la preservación y atención a la salud de los ciudadanos.
  6. Por ello es necesario decir que la evaluación es inexistente y, en las circunstancias actuales de funcionamiento y de reinos de taifas sanitarios, imposible en el nivel del SNS y aleatoria en el nivel de cada CCAA.
  7. Y el primer principio de la evaluación dice que no es posible asignar recursos (o disminuir recursos) sin una evaluación previa del efecto sobre la efectividad y eficiencia del sistema. Dicho para que se entienda: si se destina (o se suprime) dinero hay que saber: a) a qué se le aumenta o disminuye; b) qué efecto hace ese aumento o disminución en el funcionamiento de los servicios; c) si ese efecto es razonable en términos de coste/beneficio.
  8. Suena duro decirlo pero históricamente prácticamente ninguna de las medidad de asignación presupuestaria negativa (vulgo recortes) se ha hecho con criterios de eficiencia. Se han hecho con el mero criterio del control del gasto.
  9. Hay apelaciones recurrentes que no tienen una razón sanitaria sino que esconden luchas de poder dentro del sistema. Es el caso de la denuncia tópica del hospitalocentrismo.
  • Esto no quiere decir, sino que refuerza, la realidad de la precariedad de dos subsistemas fundamentales del sistema: la atención primaria y la salud pública.
  • Expliquemos esto: el hospital es donde se concentra la atención especializada y la tecnología médica más sofisticada. Es un elemento clave del sistema y es caro pero es imprescindible tanto por razones clínicas como económicas. Este juicio no es gratuito, sino que está abonado por la necesidad y la realidad. Discutir esto nos llevaría mucho tiempo pero es, para la medicina mundial, un hecho incontrovertible.
  • La Atención Primaria es la trinchera, la avanzadilla de la atención sanitaria. No exige una gran tecnología pero sí suficiente para llevar a cabo su función con garantías. Pero lo que exige son tres condiciones sistemáticamente ignoradas por los gobiernos central y autonómicos: tiempo, estabilidad y compensación adecuada para sus profesionales. El hecho “desnudo” es que se les niega las tres empecinadamente ignorando cualquier queja sensata, que las hay. No tienen tiempo para hacer su trabajo, no tienen estabilidad para poder conocer a la población a la que atienden (y ese es uno de sus instrumentos más efectivos) y sus remuneraciones (afectadas además por una inestabilidad en el empleo sonrojante y abusiva) son comparativamente miserables en el ámbito europeo.
  • Por su parte la salud pública, de la cual nadie se acuerda en tiempo de bonanza, ha sido sistemáticamente desprofesionalizada y destinada a recoger a los amigos, paniaguados y afines políticamente. Hay las excepciones de rigor, por supuesto, pero en su conjunto lo que tenemos es una muchedumbre de cualificaciones mediocres en una España en la que hay muy buenos profesionales salubristas que se encuentra fuera del sistema o, lo que es peor, arrinconados dentro.

Y aquí es donde hay que buscar la interdisciplinariedad que parece que les gusta tanto a algunos aunque no sepan bien qué hacer con ella. Es la salud pública la que concierta, prioritariamente, la necesidad de profesionales no médicos e incluso no primariamente sanitarios. Lo cual no impide que también sean necesarios y bienvenidos en las actividades propias de la medicina asistencial. Pero no confundamos a la gente haciendo llamamientos, inespecíficos por lo generales, que esconden otras cosas.

Y para qué seguir. Tanta desnudez ya cansa y sobre todo asusta. No teníamos ni tenemos el mejor sistema sanitario del mundo si por SNS se entiende tanto el hospital como la atención primaria y la salud pública. Tenemos una atención especializada y unos hospitales punteros y competitivos porque también tenemos profesionales clínicos punteros y competitivos, tenemos unos profesionales de atención primara bien formados y asimismo perfectamente competitivos a nivel internacional pero les maltratamos y les negamos la posibilidad de hacer bien su trabajo, y por último tenemos una salud pública necesitada de una cierta “limpieza” que comienza por dar relevancia a los que saben y revisar, con toda delicadeza pero revisar, a los que están en sitios que no deberían estar.

Y una última consideración: no se puede abominar de la ideología haciendo ideología propia. Ya está bien.

Enrique Baca


La servidumbre de los cuerpos, por María Ángeles Durán

Publicado originalmente el 30 de julio de 2020 en El País

En sus estudios sobre la sociología del cuerpo, Le Breton expuso con gran éxito la idea de que la técnica y la ideología estaban construyendo la nueva corporalidad de la Modernidad. Más restringida la velocidad del cambio por condicionantes éticos que por barreras tecnológicas, el cuerpo humano escapaba de su condición natural y dejaba progresivamente de ser un cuerpo orgánico para convertirse en un cuerpo plástico, protésico, digital, cibernético y, finalmente, inmaterial. De golpe y sin previo aviso, esta perspectiva parece haberse esfumado. A causa de la pandemia de la covid-19, las insuficiencias de la técnica y de la estructura productiva se han hecho patentes y la penuria de simples equipos de protección ha echado por tierra el sueño de la inmortalidad cibernética. Quizá no era un sueño, sino una pesadilla en los comienzos de su gestación. Las relaciones humanas se han hecho más restringidas y corpóreas a la par que virtuales; el cuerpo no puede darse ya por garantizado ni es el telón de fondo que enmarca las demás cualidades de la persona, sino un aviso de alerta que se anticipa a cualquier otra percepción. El miedo al contagio se ha instalado firmemente y evitar el cuerpo del otro es una guía de conducta legalmente impuesta.

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María Ángeles Durán


El tiempo de la modestia, por Juan José Martinez Jambrina

Publicado originalmente junio 2020 en El Español

Las historias del ser humano son bastante simples. Se reducen a todo lo que transcurre entre dos sintagmas: el miedo y el deseo. Para poder comprender esta turbulencia alucinósica que estamos atravesando desde hace cuatro meses hay que recordar que en el principio fue el deseo. Llevábamos 25 años deseándolo todo, sin tregua. Pero en el año 2006, en pleno éxtasis de deseo, en los Estados Unidos de América se produjo una crisis inmobiliaria. Y el deseo se detuvo. Y unos medios de comunicación  despegados del respeto a los hechos desataron el miedo en unos mercados que solo toleran la confianza. Y el miedo hizo estallar la burbuja inmobiliaria. Y a los medios de comunicación se sumaron las redes sociales. Y en el año 2007, el miedo se llevó por delante el curioso mundo de las hipotecas subprime. Y así entramos en el año 2008 con una grave crisis económica tan infodémica como globalizada. Y la crisis también llegó a la pulpa de Occidente. Los sistemas democráticos comienzan a ser cuestionados desde los extremos. Y en esas estábamos cuando llegó la Covid-19, la pandemia que nos ha sumido en un drama sanitario y económico. Estamos en manos del miedo. A lo desconocido, al futuro más inmediato, al contagio, a los cambios necesarios para salir del atolladero. Miedo a todo. Tenemos una pandemia desatada sobre la que crece una nueva crisis económica que va a poner a prueba la resistencia de los sistemas democráticos. Una tormenta perfecta hecha de miedos y deseos.

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Juanjo Jambrina


La pandemia insostenible, por Diego Gracia y José Lázaro

Nota: Este documento forma parte del proyecto de investigación y difusión del conocimiento propio del Colegio Libre de Eméritos que se titula: “Aspectos biológicos, tecnológicos, culturales, sociales y emocionales de las epidemias: Enseñanzas prácticas de aplicación actual”. Si usted desea obtener gratuitamente los demás documentos  del proyecto e información sobre el resto de las actividades que se realizan dentro del convenio de colaboración entre Colegio Libre de Eméritos y la Fundación Deliberar.

La larga experiencia docente de Diego Gracia como catedrático de Historia de la Medicina le dio ocasión de estudiar (y exponer a sus alumnos) todo lo que las enfermedades han enseñado a la humanidad a lo largo de la historia. Y en el año 2020 esas enseñanzas históricas han cobrado un inesperado protagonismo con la aparición del coronavirus causal de la epidemia Covid-19. El siguiente diálogo deliberativo intenta explorar la relación entre la experiencia de las enfermedades antiguas y la punzante actualidad de la presente.

José Lázaro: Diego, en tus cursos de la Facultad de Medicina (Universidad Complutense) siempre diferenciabas la Historia natural y social de las enfermedades (que estudia la forma en que se desarrollaron las enfermedades del pasado) y la Historia de la Patología (dedicada a los conocimientos y teorías que los médicos de cada época han ido desarrollando sobre las diferentes enfermedades). Son dos planos tan distintos como lo son siempre los hechos reales, por un lado, y las teorías humanas sobre ellos, por el otro. Yo he seguido muy de cerca en mis cursos (Universidad Autónoma de Madrid) esos temas elaborados por ti, entre otras razones porque nunca he encontrado un planteamiento pedagógico mejor sobre el tema.

Desde la perspectiva de la Historia natural y social (lo que Laín Entralgo solía llamar “la realidad del enfermar”) sostienes que, a lo largo de los siglos, las enfermedades aparecen, cambian y desaparecen como consecuencia, por supuesto, de factores naturales y biológicos (la geografía, el clima, las mutaciones genéticas…), pero también, y decisivamente, de factores sociales, culturales y humanos (el comercio, las guerras, la higiene, los cambios alimentarios, la modificación técnica del medio ambiente…). Sueles repetir que muchas enfermedades son consecuencia de la forma en que los humanos transformamos, en cada momento histórico, los recursos naturales (animales, plantas, terreno, minerales…) en nuevas posibilidades de vida (ganadería, agricultura, industria…); este proceso de transformación lo consideras prácticamente como el hecho definitorio del término “cultura”. La transformación cultural de la naturaleza es lo que constituye la civilización humana.

Aquellas lecciones tuyas —que impartías a los estudiantes de Medicina y que para mí fueron, en su día, una revelación—, las enfocabas hacia las muchas enseñanzas que los médicos han recibido de las enfermedades a lo largo de la historia y hacia la aplicación práctica actual de esas enseñanzas.

La pandemia vírica que estamos padeciendo en el momento en que iniciamos este diálogo (mayo de 2020) tiene un impresionante paralelismo con las grandes epidemias históricas, pero también importantes diferencias. ¿Cuáles de esos paralelismo y diferencias te parecen más relevantes y qué enseñanzas se desprenden de unos y de otras?

Diego Gracia: El hecho de que seamos hijos de la cultura occidental hace que nos parezca obvio el concepto de “naturaleza”, que a partir del análisis que de él hicieron los antiguos griegos, se ha convertido en el generatriz de toda la cultura occidental, la nuestra. Pero, bien mirado, eso de la naturaleza es una pura abstracción. En el ser humano no hay nada natural. La naturaleza pura, si es que puede hablarse en esos términos, es la propia de los animales. En el ser humano todo está modificado a través de la inteligencia, que si para algo sirve es para modificar el medio y adecuarlo a las necesidades humanas. Nuestra naturaleza no es pura, sino modificada, cultivada; es decir, no se trata de naturaleza sino de “cultura”. Y las epidemias hay que verlas así, como fenómenos culturales, no meramente naturales. Por ejemplo, la difusión de esta epidemia ha sido tan sorprendentemente rápida porque vivimos en la era de la globalización, y la movilidad humana es hoy infinitamente mayor que la de cualquier época anterior. Movilidad humana es también movilidad de gérmenes. Y el remedio clásico contra las epidemias, la cuarentena (por lo que se ve, hasta ahora no hemos sido capaces de inventar otro distinto) es lo más opuesto que pensarse pueda a la globalización. Esto explica la crisis total que está provocando.

JL: Una lección fundamental que tú subrayas al estudiar las enfermedades del pasado es que los factores, positivos y negativos, que influyen sobre ellas, son de los más variados tipos: los hay biológicos, económicos, sociales, culturales… Desde la geografía o el clima hasta el comercio, los materiales arquitectónicos o la industria textil, es enorme la variedad y complejidad de los factores (biológicos, sociales o personales) que interactúan en la aparición, los cambios y la desaparición de las enfermedades. Se solía decir de la medicina que nada humano le es ajeno; el estudio de las enfermedades llega aun más lejos, pues a ellas no les es ajeno nada humano, ni cultural, económico, social, medioambiental, biológico… Esto implica la necesidad de interacción —para el estudio y para el combate contra la enfermedad— de todo tipo de especialistas, ya lo sean de ciencias formales (la estadística, por ejemplo), naturales, sociales o humanísticas. Y ahí topamos con la vieja tesis de Ortega sobre la ceguera selectiva que se deriva del especialismo.

Por un lado era inevitable (y positivo) que el crecimiento exponencial de los conocimientos humanos a partir de Renacimiento diese lugar a un fuerte proceso de especialización. Cuanto más amplio es “lo que sabemos entre todos”, más especialistas hacen falta para conocer con rigor y profundidad cada una de sus partes. Pero ese proceso no deja de ampliarse y la eficacia del conocimiento especializado hace que cada vez sean más las disciplinas ajenas a las que el especialista ha de renunciar para mantenerse al nivel que le exige la suya. A ello se añade el conocido mecanismo psicosocial por el que los grupos profesionales tienden a enfatizar la importancia de su disciplina y a minusvalorar las ajenas. Todo ello da lugar a una mezcla de erudición específica y analfabetismo selectivo que necesariamente lleva a perder la visión del conjunto y acaba por ocultar el sentido global de los fenómenos complejos. Y por eso Ortega, en Misión de la universidad, define al científico especializado como “un bárbaro que sabe mucho de una cosa”.

DG: Parecería que eso del bárbaro especialismo es una consecuencia inevitable del progreso científico y técnico, pero no es verdad. Se trata más bien de la consecuencia de un modo de entender la cultura y la vida humana, y en consecuencia también la educación. Lo que Ortega quiere denunciar en su ensayo es la necesidad de reformar la educación. El texto es de 1930. Pero cuando las cosas han empezado a ponerse verdaderamente serias ha sido después de la Segunda Guerra Mundial. Entonces se impuso en Europa Occidental el estilo de vida norteamericano, ya que no en vano Norteamérica había sido la ganadora de la guerra. Esto afectó a todas las facetas de la vida, también a la educación. El pragmatismo de Dewey se aplicó sistemáticamente a la pedagogía norteamericana en las primeras décadas del siglo XX, y con el aplastante triunfo de la cultura norteamericana —a partir de los años cuarenta— ese modo de entender la educación y la cultura es el que se ha impuesto en prácticamente todo el mundo. Una de las cosas que más me sorprendieron en mi primera visita a los Estados Unidos fue que, al hablar sobre la enseñanza, es decir, sobre lo que debía o no debía enseñarse, lo primero que preguntaban era: “¿Y eso para qué sirve?”. Se supone que todo lo que no tiene una utilidad práctica inmediata carece de importancia. Del homo faber clásico hemos pasado, según diagnosticó Hannah Arendt, al homo laborans. Es una aberración que no puede conducir a nada bueno, por más que haga crecer el PIB y aumente el bienestar.

JL: Cuando Laín Entralgo expuso la historia de la microbiología en el tercio final del siglo XIX (lo que denomina “mentalidad etiopatológica”) usó el ejemplo bélico como el modelo ideal para estudiarlas: desde la época de Pasteur y Koch se ha tendido a concebir las enfermedades infecciosas como una guerra entre la especie humana y el germen infectante, ya fuese una guerra relámpago (infecciones agudas) o una guerra de desgaste (infecciones crónicas). En el caso de la epidemia Covid-19 las metáforas bélicas han sido omnipresentes, e incluso se han fomentado desde el gobierno, como se ha visto en las ruedas de prensa oficiales en que el número de militares uniformados era mayor que el de civiles. Ha habido opiniones muy dispares sobre esa “militarización” de la lucha contra la epidemia. ¿Qué aspectos positivos y negativos encuentras tú en ella?

DG: Tienes razón. La estrategia clásica ante las enfermedades infecciosas ha buscado su “exterminio” a cualquier precio. La consigna era erradicar todos los microorganismos patógenos para la especie humana de la faz de la tierra. Ha sido una consecuencia natural de la mentalidad dominante a lo largo de tantos siglos: el ser humano es el rey de la creación y puede hacer y deshacer en ella cuanto le plazca. He contado varias veces mi experiencia en este asunto, que supongo idéntica a la de cualquier persona de mi edad. Una característica del primer antibiótico era que casi no tenía efectos secundarios, con lo cual la estrategia de exterminio consistía en ir subiendo los millones de unidades que se administraban, en la creencia de que al final los gérmenes tendrían que rendirse, aunque solo fuera por agotamiento. Pero pronto se vio que eso no era así. También ahí funcionaba la regla darwiniana de la lucha por la existencia y la supervivencia del más apto, con lo que resultaba que al final los que no morían eran los gérmenes resistentes, es decir, los más peligrosos. Así que la propia antibioterapia estaba seleccionando los gérmenes que luego no podía exterminar. Era la prueba del nueve de que la estrategia que se estaba utilizando era errónea. Así que hubo que asumir, aunque fuera a regañadientes, otra estrategia (a la que cabe llamar “ecológica”) que más que exterminar los gérmenes, trataba de apaciguarlos. Hubo que esperar a la segunda mitad del siglo XIX para que un médico, Ernst Haeckel, acuñara el término “ecología”, con el que intentaba expresar que los seres vivos no son nada separados de su medio, de tal modo que es una pura abstracción considerar a cualquier especie animal fuera de él. Si ponemos un oso polar en el ecuador, lo más probable es que fallezca. El ser vivo y el medio constituyen una unidad indisoluble. También en el caso de la especie humana. Cada ser vivo tiene su propio medio, al que está adaptado, de modo que ambos coexisten en equilibrio. Los problemas comienzan cuando se rompe el equilibrio, es decir, cuando una especie invade el espacio de otra. En esto, la especie humana ha sido y es particularmente activa. Ha considerado que su medio es el mundo entero, y que puede destruir o alterar los medios naturales a su antojo. Es un error infantil, cuyas consecuencias ahora estamos empezando a calibrar. Esta pandemia es uno de los síntomas de que la cultura humana tiene que cambiar de orientación de modo drástico. Pero como los seres occidentales vivimos en un delirio de narcisismo y estamos encantados de habernos conocido, no nos pueden despertar, si es que lo hacen, crisis como la actual. Esto es un aviso, sólo un aviso. No podemos tratar a la naturaleza como el patio de atrás en el que podemos echar todos nuestros desperdicios. La naturaleza no puede verse como patio o cuadra, es nuestro oikos, la “casa” del ser humano. Maltratar nuestra propia casa es tirar piedras contra el propio tejado. Y es lo que estamos haciendo. El Covid-19 es un virus que vivía ecológicamente en sus reservorios naturales, probablemente unas aves, y que se ha convertido en problema cuando el ser humano ha invadido un terreno que no le correspondía. Lo cual demuestra, por otra parte, que las epidemias no son fenómenos “naturales”, como es frecuente pensar. Cuando el ser humano anda de por medio, no hay nada puramente “natural”. Eso es, de nuevo, una abstracción irreal.

JL: En el caso del actual coronavirus se puede hablar de la Tercera Guerra Mundial, y no solo entre los que sospechan una manipulación intencionada del germen. En sentido metafórico, la expresión también tiene validez. En las dos primeras guerras mundiales había países combatientes y otros neutrales; en este caso todos los países del mundo participan o participarán en ella, y además no incluye sólo a una especie viva sino a dos muy distintas: un mamífero superior y un virus (que es la forma más elemental de la vida, hasta el punto de que a veces se ha considerado como el punto límite entre la materia inerte y la orgánica). En este sentido, la tercera sería la más auténticamente mundial de todas, hasta el punto de que podríamos considerarla como la Primera Guerra Global. Y así introducimos el concepto de globalización que es fundamental para el análisis de estos temas.

DG: He citado varias veces una experiencia que tuve siendo un jovencito de siete años. Yo vivía, lógicamente, con mis padres, y mientras almorzábamos solíamos oír el diario hablado de Radio Nacional de España. Fue, si no recuerdo mal, con ocasión de la visita de Alexander Fleming a España, en mayo de 1948. La Universidad de Madrid le nombró Doctor Honoris Causa, y Gregorio Marañón pronunció su laudatio. Con esa ocasión le entrevistaron en Radio Nacional. El periodista le preguntó por los enormes avances que estaba haciendo la medicina, y muy en especial por el descubrimiento de Fleming, la penicilina. Marañón respondió que los avances estaban siendo tales que en las próximas décadas desaparecerían partes enteras de los tratados clásicos de Patología. Sorprendido, el locutor le preguntó que cuáles eran esas partes. Y la respuesta de Marañón fue que estaba cercana la desaparición de la parte dedicada a las enfermedades infecciosas.

El testimonio de Marañón tenía particular relevancia, dado que él había sido jefe de la Unidad de enfermedades infecciosas del Hospital General de Madrid durante bastantes años. No era una idea particular de Marañón, sino la creencia común en la Medicina y en la sociedad en aquel entonces. Había que “exterminar” todo microorganismo patógeno para la especie humana, como decíamos antes. Ha habido que esperar a las últimas décadas para que la medicina pasara de le estrategia belicista y exterminadora a otra más “ecológica”. Hoy sabemos que la mejor barrera contra el progreso de los gérmenes patógenos son los llamados saprofitos, es decir, aquellos que viven y se reproducen en nuestro organismo sin dañarle, y que defendiendo su territorio son la mejor barrera contra los patógenos. De una mentalidad belicista hemos pasado a otra, digamos, ecológica.

Por eso la metáfora de la guerra me parece especialmente funesta en este caso concreto. Es, de nuevo, desviar la atención del asunto central. Se supone que en una guerra tiene que haber vencedores y vencidos. Aquí utilizamos el término guerra en un sentido metafórico, pero incluso eso resulta peligroso. Lo que se pretende, en última instancia, es saber quién ha sido el culpable de todo esto. Es decir, vamos a la búsqueda de un chivo expiatorio, lo típico en cualquier crisis individual o colectiva. Es un error. No hay chivo expiatorio. No hay dos bandos, ni cabe hablar de buenos y malos. Es toda la cultura occidental la que se encuentra en una encrucijada sin precedentes. Lo que está pasando es un toque de atención de que estamos en un camino equivocado, que nuestro desarrollo, del que estamos tan orgullosos, es insostenible, y que la única salida posible es la del “desarrollo sostenible”, un término que apareció, si no recuerdo mal, en el año 1987, y que hoy sigue siendo un puro concepto teórico. Lo que oímos en los medios de comunicación a lo largo de este confinamiento es que todo el globo está entrando en recesión económica, y que es necesario volver cuanto antes a la plena producción y el pleno empleo, es decir, a repetir los errores del pasado. Nadie quiere darse cuenta de que no podemos seguir viviendo al ritmo en que veníamos haciéndolo. Hay que cambiar de modo de vida. Si algo podemos aprender de este confinamiento, es que para vivir hacen falta muy pocas cosas, y que la mayor parte de lo que hacemos es superfluo, inútil, y en buena medida contraproducente. Como repito desde hace tiempo, hemos de caminar hacia una cultura de la pobreza, o, como eso suena muy duro, de la frugalidad. Todo lo que consumimos de más se lo estamos quitando a alguien, presente o futuro.

JL: El concepto de “inmunidad de rebaño” plantea varios problemas importantes que me interesa analizar contigo. Al exponer la historia de la viruela solemos recurrir al ejemplo de la conquista de México por Hernán Cortes (desarrollado ya por McNeill en su clásico libro Plagas y pueblos, de 1976, al que se ha acusado de “patocentrismo” por el énfasis, quizá excesivo, con que subraya el papel causal de las enfermedades en los grandes acontecimientos históricos). Se admite que los soldados de Cortés eran inmunes porque habían sobrevivido a epidemias previas en su lugar de origen y la viruela deja inmunidad permanente. Eso tiene sentido si se aplica a todos ellos, no al 70% ni al 90%, porque en una epidemia masiva ese 30% o 10% de personas inmunológicamente vírgenes tendrían las máximas posibilidades de contagiarse. Es el problema en que se han metido esos pequeños pueblos españoles que se aislaron en marzo —antes de tener un solo enfermo— y no dejaron entrar a ningún extraño: ahora tienen la posibilidad de seguir en aislamiento permanente o bien de abrirse al exterior asumiendo un riesgo muy superior al del resto del país. Está claro que el concepto de “inmunidad de rebaño” tiene todo el sentido para frenar el ritmo de los contagios y ese freno es fundamental para disminuir el número de muertes: da tiempo a que los enfermos sean tratados en hospitales, evitando el colapso; permite investigar en busca de vacunas o tratamiento antivíricos y además abre la posibilidad hipotética de que un cambio natural, como la llegada del verano, reduzca la epidemia. El precio es la paralización del mundo y la reclusión masiva. Ahora bien, las grandes epidemias víricas del tipo de la viruela, hasta el siglo XIX, acababan cuando ya había fallecido la llamada “tasa de mortalidad” y todos los supervivientes habían quedado inmunizados. Por lo tanto, si la tasa de mortalidad es baja —y se logra averiguar la inmunidad que deja este coronavirus— pasar la enfermedad se convierte en una auténtica liberación que permitiría a los afortunados reintegrarse con normalidad a la vida laboral y social. Ese, y no otro, sería el sentido de las medidas de aislamiento, cosa que muchas veces no está clara en opiniones que circulan por los medios de comunicación. ¿Qué opinas de este planteamiento, cuyas consecuencias habría que explorar?

DG: Si yo no estoy confundido, la “inmunidad de rebaño” tiene que ver con el hecho de que cuando un porcentaje muy alto de una población, que creo que está entre el 60 y el 70%, está inmunizado, los demás es muy poco probable que vayan a sufrir la enfermedad, porque la inmunidad de la mayoría impide que el virus se difunda, al estarlo matando el 70% de los individuos. Esto se ve muy claramente en el tema, de gran actualidad, de la vacunación infantil. Quienes se oponen a la vacunación de sus hijos saben que estos tienen muy poca probabilidad de infectarse, dado que los demás sí lo hacen y actúan como barrera en la difusión de los gérmenes. Pero si el porcentaje llegara a ser alto, las cosas las verían de otro modo. Se aprovechan del grupo, y por eso se les llama “gorrones” o “polizones”, ya que viven a costa de los demás. Lo cual no obsta para que sigan teniendo una probabilidad, bien que no elevada, de enfermar. Esa probabilidad no desaparece hasta que todos pasen la enfermedad, o estén inmunizados.

En el caso de la difusión de las epidemias sucede exactamente lo mismo. Hay algunos que se reúnen para divertirse y consumir alcohol sin mucho riesgo de contagio, pero porque los demás cumplen las normas de confinamiento. Son, de nuevo, gorrones. En esto de las epidemias, como en tantas otras cosas, se cumple indefectiblemente la llamada “ley de los grandes números”. Pero al margen de ello, creo que tienes razón en pensar que las medidas de aislamiento buscan, no exclusivamente, pero sí entre otras cosas, lentificar la difusión de la epidemia y no colapsar el sistema sanitario. Por las mañanas oigo la BBC mientras hago un poco de ejercicio, y no deja de sorprenderme que esto se dice en ella todas las mañanas, a diferencia de lo que sucede entre nosotros. En el caso actual, acabamos de saber que el porcentaje de población infectado en España a día de hoy (15 de mayo) está en torno al 5%. Es un porcentaje muy bajo para que actúe como barrera. Con lo cual la probabilidad de que el virus se siga extendiendo es altísima, a no ser que continuemos indefinidamente en cuarentena. La única posibilidad de cambiar ese curso natural de la enfermedad es que dispongamos de una vacuna eficaz, que inmunice a la población sin por ello sufrir la enfermedad. La cuarentena que ahora estamos pasando sirve para retrasar el contagio de la población, evitando muchas muertes y el colapso del sistema sanitario. Con un 5% de contagiados, esto no lo arregla más que la vacuna.

JL: Una situación angustiosa para todo ser humano es tener que tomar decisiones graves sin tener conocimientos y certezas sólidas como apoyo. Con la epidemia Covid-19 esa situación ha llegado a un punto extremo. Desconocemos rasgos fundamentales del virus, —empezando por la mencionada inmunidad que deja o no deja a los afectados— ya que es muy escaso el tiempo que ha transcurrido desde su aparición; pero, a pesar de ese desconocimiento, tenemos que tomar medidas urgentes.

Por otra parte, la medicina siempre exige una actuación firme a la vez que un cuestionamiento permanente de las teorías que la guían. Es tan peligroso en la práctica clínica creer en teorías que podrían ser falsas como quedar paralizado por la duda continua. Durante dos mil años la medicina occidental siguió dogmáticamente la teoría humoral, que se apoyaba en observaciones acertadas y razonamientos lógicos, pero llevó a conclusiones disparatadas: por ejemplo, que toda enfermedad se cura extrayendo del cuerpo los “malos humores” que la provocan, lo que supuso la aplicación masiva de sangrías, eméticos y purgantes, que en muchos casos debilitarían a los pacientes y acelerarían su muerte.

Es muy difícil mantener a la vez el escepticismo sobre lo que sabemos y la urgente firmeza de la actuación terapéutica. ¿Cómo encontrar, ante ese dilema, la posición intermedia y la actitud prudente que tú recomiendas siempre?

DG: Los seres humanos tenemos alergia a la incertidumbre. Pero la filosofía nos viene diciendo, desde hace muchos siglos, que las proposiciones empíricas, como son todas las de la ciencia, sólo son probables, nunca ciertas. Resulta sorprendente que esto —que es tan claro en filosofía— resulte tan desconocido no solo por la población general, sino también por los propios científicos. ¿Por qué será? La respuesta más plausible creo que la dio Freud. La incertidumbre genera en los seres humanos angustia y dispara los llamados mecanismos de defensa del yo. El primero, como resulta bien conocido, es la negación. Así que los humanos tenemos una fortísima inclinación natural a negar la incertidumbre verdadera y hacerla pasar por certeza falsa. Y esto sin darnos realmente cuenta de lo que hacemos, de modo inconsciente. Es decir, actuamos imprudentemente, y no nos damos cuenta. Esto se ve muy bien en las situaciones críticas, como la actual. Kretschmer describió hace casi cien años que entonces se disparan las llamadas “reacciones de pánico”, la de “sobresalto” (que generalmente se traduce en una tempestad de movimientos, porque algo hay que hacer, aunque no sepamos qué) y la de “sobrecogimiento” (el sujeto queda paralizado y es incapaz de reaccionar ante la crisis). Las dos son reacciones irracionales e imprudentes. La prudencia está entre esos dos extremos.

Yo siempre digo que el cerebro humano no está muy bien hecho, y que como consecuencia de ello la mente humana no es muy fiable. Esto se debe, obviamente, a razones evolutivas. Pero dejando eso de lado, es claro que nuestras decisiones están plagadas de “sesgos”, de los que encima no nos damos cuenta. La capacidad de autoengaño del ser humano es casi infinita. De ahí que la educación deba tener como uno de sus objetivos, quizá el principal, acostumbrarnos a controlar nuestra angustia, a fin de que podamos tomar decisiones razonables, sensatas, sabias, responsables o prudentes. Pero para tomar decisiones prudentes hay que estar entrenado, de tal modo que uno sepa controlar sus reacciones inconscientes, deliberar sobre lo que está sucediendo y ser capaz de identificar el curso óptimo, que siempre será el mejor de los posibles. Hay que educar en la prudencia. Cosa que no es nada fácil, a pesar de que el tema tiene una larga historia. Aristóteles dijo que el método para tomar decisiones prudentes es la “deliberación”. Pero resulta que tampoco nos gusta deliberar. El cuerpo nos pide tomar decisiones rápidas, fulminantes, instantáneas. Todas ellas están sesgadas, y tienen una alta probabilidad de resultar erróneas y perjudiciales. Esto, que desdichadamente no se enseña en las escuelas —creyendo que con el iPad y el iPhone está todo solucionado—, ahora empieza a tener una cierta fama como consecuencia de la atención que han comenzado a prestarle los psicólogos. Ejemplo, el libro de Kahneman Pensar rápido, pensar despacio. No deja de ser sorprendente que Kahneman, psicólogo, sea Premio Nobel de economía. Y es que los economistas han caído en la cuenta de lo importante que es conocer los sesgos de decisión para su negocio. No buscan combatirlos sino fomentarlos, o al menos no modificarlos. Al contrario de lo que sí quiere hacer la ética, y de lo que debería proponerse todo proceso educativo. Por cierto, que el ejemplo de Kahneman no es el único. Él recibió el Premio Nobel de economía en 2002. Pero en 2017 se lo dieron a Richard Tahler por algo similar.

JL: Hay una larga tradición de médicos ilustres —además de Marañón— que metieron la pata cuando se lanzaron a hacer profecías. Esto fue muy claro a mediados del siglo veinte, cuando el deslumbramiento producido por los antibióticos, que tú has mencionado, hizo pensar en el final definitivo de las enfermedades infecciosas. Un gran historiador de la medicina, Henry E. Sigerist, en un libro de 1943 (Civilización y enfermedad), llegó a escribir: “Ya le hemos perdido el miedo a la tuberculosis, enfermedad que desaparecerá en un futuro no lejano, por lo menos en los países económicamente adelantados. Las enfermedades venéreas tienden también a desaparecer porque conocemos su etiología y patogénesis y hemos ideado tratamientos efectivos”. Sigerist no podía imaginar que en las últimas décadas del siglo XX la incidencia de la tuberculosis aumentaría en los países desarrollados y las enfermedades venéreas se verían enriquecidas por el sida. Pero todavía en 1972, el Premio Nobel de Medicina Sir Macfarlane Burnet y el catedrático de Microbiología David O. White iniciaban la cuarta edición de su Historia natural de la enfermedad infecciosa diciendo: “En el tercio final del siglo XX, a los habitantes del próspero mundo occidental no nos van a faltar problemas de índole social, política y de medio ambiente, y sin embargo, uno de los peligros inmemoriales para la existencia humana se ha desvanecido. Los jóvenes de hoy casi no han tenido ninguna experiencia con las enfermedades infecciosas graves”.

Frente a esta lamentable tradición de médicos buenos convertidos en profetas malos, ha habido otros, entre los que tú te encuentras, dedicados a advertir desde hace años que la aparición de una nueva epidemia de origen animal y proporciones imprevisibles era solo cuestión de tiempo. En el año 2020 ya la tenemos aquí. ¿Podrías exponer los hechos en los que te apoyabas para realizar un pronóstico tan acertado y las perspectivas que ves para el futuro?

DG: Es curioso advertir lo lejos que quedan ya nombres tan insignes como los de Sigerist y Burnet. Las cosas han cambiado radicalmente respecto a lo que eran en las décadas inmediatamente posteriores a la Segunda Guerra Mundial. El problema es que aún no nos hemos enterado. Nadie ha venido a zarandearnos y decirnos que el panorama ya es otro. Como las cosas suceden paulatinamente, tendemos a minimizar el cambio, incluso a no advertirlo. Sólo cuando las cosas se observan a una cierta distancia, con perspectiva, se ven las enormes diferencias que nos separan de hace escasos cincuenta años. El caso de Sigerist es particularmente significativo. Durante toda su vida jugó a profeta de los nuevos tiempos. Y esos nuevos tiempos que él profetizaba eran los de una especie de socialismo democrático que, por arte de magia, iba a colocar a la humanidad en un paraíso. Y su profecía era la típica de los intelectuales progresistas en los años inmediatamente posteriores a la Segunda Guerra Mundial. Los avances de la ciencia permitían otear ya una sociedad opulenta, en la que la riqueza acabaría llegando a todos los estratos sociales, terminaría con la pobreza propia de las sociedades anteriores y generalizaría la nueva cultura del bienestar, en la que, entre otras cosas, desaparecerían las enfermedades infecciosas. Como mínimo hay que decir que sus propuestas constituían condición necesaria, pero no suficiente. El cambio tiene que ser más profundo. Cada vez estamos más cerca de convertir la humanidad en un rebaño de ovejas. Aquí sí que cobra todo su sentido la expresión “efecto rebaño”. Pero se trata de un rebaño distinto al de los epidemiólogos. Es el rebaño de lo que Kant bautizó como “heteronomía”, por oposición a autonomía. Las nuevas tecnologías y las redes sociales son fantásticos sistemas de control social, que pueden servir para educar, pero también para manipular y someter a la población. Y parece que esto último es lo que tiene más probabilidades de suceder. Nunca había existido en España un gobierno con tal capacidad de manipulación y control de los medios como el que ahora tenemos.

JL: Un virólogo tan célebre como cuestionado, Luc Montagnier, afirma que el germen causante del Covid-19 es un virus manipulado en un laboratorio. Pero la tesis predominante en medios científicos, por el momento (escribo esto el 2 de mayo de 2020, y lo que se escribe sobre estos temas tiene próxima fecha de caducidad) es que su origen está en una más de las muchísimas mutaciones víricas que se producen constantemente en animales y que de vez en cuando saltan a la especie humana con efectos patógenos. Jaret Diamond es autor de un libro muy difundido sobre el papel que las epidemias —entre otros factores— juegan en la historia de la humanidad (Armas, gérmenes y acero); en cuanto estalló la epidemia del coronavirus, Diamond firmó con el virólogo Nathan Wolfe un artículo de gran contundencia en el Washington Post, pidiendo la clausura por el gobierno chino de los múltiples mercados de animales salvajes sin control sanitario que existen en aquel país. Recordaban que su riesgo como posibles focos de nuevas epidemias se conoce perfectamente desde hace tiempo (igual que se conoce el riesgo de los laboratorios virológicos con insuficientes medidas de seguridad). Si esa clausura no se produce, decían, la futura aparición de otras pandemias es solo cuestión de tiempo. Su postura coincide con la tuya, entiendo, pero tú piensas, si no me equivoco, que la eventual clausura de esos mercados quizá sea necesaria, pero no es, desde luego, suficiente.

DG: No sé si este virus salió de un laboratorio, pero me parece una explicación excesivamente rebuscada. Hay otra más sencilla y que resulta mucho más plausible. Es bien sabido que las enfermedades epidémicas no se han dado siempre en la historia humana. De hecho, no han existido durante la mayor parte de la historia de la humanidad. Su origen suele hacerse coincidir con las revoluciones neolíticas. Entonces empezaron a darse las condiciones que necesita una enfermedad infecciosa para hacerse epidémica. La primera es que los seres humanos, en vez de vivir dispersos, como parece que sucedía en el nomadismo del paleolítico, se concentren en ciertos lugares, de tal modo que éstos empiecen a estar densamente poblados. De no ser así, el agente infeccioso no podrá difundirse masivamente. La otra característica es que los seres humanos vivan en la proximidad de los animales que actúan como reservorios naturales de esos gérmenes. Esto también apareció con la revolución neolítica, cuando comenzó la domesticación de animales y con ello la convivencia dentro de la misma domus, de la misma casa, los animales domésticos y los seres humanos.

Todo esto demuestra, una vez más, que lo importante es respetar el medio ecológico de cada ser vivo y no invadirlo. Algo que los seres humanos hemos convertido, al menos desde la revolución neolítica, en una costumbre, cuando no en un deporte. Creemos que todos los demás seres de la naturaleza están a nuestro servicio. Y no es cierto. El argumento puede formularse así: si, como pensamos, nuestra especie tiene dignidad, como decía Kant, y merece respeto, dado que eso solo puede conseguirse en el interior de un medio adecuado, y que este medio es el mundo, resulta que también el medio es merecedor de dignidad y respeto. Y ese medio es el propio de los animales. Las epidemias no son fenómenos naturales sino humanos. Los seres humanos somos los causantes de las epidemias. En el origen suele estar la falta de respeto hacia los equilibrios ecológicos. Solo respetando la ecología animal podremos respetarnos a nosotros mismos. Lo demás es no solo ilusorio sino también inmoral.

JL: Tú llevas más de treinta años hablando de bioética ecológica y derechos de las futuras generaciones. El punto de partida histórico es la aparición, en el siglo XIX, de la ecología como rama de la biología que se ocupa de estudiar científicamente la relación entre los seres vivos y su medio ambiente. Los descubrimientos de Darwin —la selección natural de los individuos mejor adaptados al medio y la eliminación de los inadaptados, algo que desde entonces no ha hecho más que confirmarse y ampliarse con nuevos datos—, abrieron paso al conocimiento científico de los factores que regulan el equilibrio natural entre los individuos, las especies y su entorno. Suele admitirse que el número de individuos en cada especie está regulado por la tasa de natalidad y la de mortalidad habitual. Pero cuando ese número aumenta excesivamente se produce una “crisis de mortalidad catastrófica” que lo reduce de nuevo a los límites tolerados por el medio. El ser humano no escapa, en principio, a estas leyes naturales de la biología, pero en muchos aspectos se ha puesto por encima de ellas a través de la técnica. Tan por encima que ha llegado a convertirse en una seria amenaza para el equilibrio ecológico. Su capacidad de modificar el medio desde la revolución industrial es de tal dimensión que, en menos de tres siglos, tiempo históricamente ínfimo, la esperanza media de vida se ha duplicado (de unos 40 a unos 80 años) y el numero de personas en el planeta se ha multiplicado por diez. Eso supone una explosión demográfica de tal calibre que desde hace medio siglo se viene cuestionando la posibilidad de mantenerla sin poner límites al crecimiento. No se ha logrado en la práctica poner esos límites y aquí es donde se produce la conexión inquietante entre la superpoblación, la inevitabilidad de nuevas epidemias y la posibilidad de una crisis de mortalidad catastrófica que reduzca la especie humana a un número de individuos muy inferior al actual…, porque desde ese punto de vista la humanidad es la auténtica pandemia insostenible. ¿Qué opinas de esta preocupante hipótesis?

DG: Con ocasión de la Primera Guerra Mundial surgieron, sobre todo en Alemania, reflexiones muy interesantes sobre este tema que planteas. Un general prusiano, Friedrich von Bernhardi, publicó en 1911 un famoso libro titulado Deutschland und der nächste Krieg (Alemania y la próxima guerra), en el que daba una interpretación darwiniana de los conflictos bélicos, como casos particulares del principio de “lucha por la existencia”. Quienes ganan la guerra son por definición los mejores, de modo que a través de las guerras se llevan a cabo procesos de “selección natural”. Hitler no hizo otra cosa que sacar las consecuencias políticas de esta tesis en su famoso libro Mein Kampf. Es algo semejante a lo que ya había dicho Robert Malthus en su Ensayo sobre la población, al afirmar que el crecimiento de la humanidad, dado que aumenta a un ritmo superior al de los recursos, resulta limitado siempre por éstos. El tamaño de las poblaciones lo han regulado históricamente este tipo de procedimientos: la guerra, las hambrunas, la miseria, etc. El problema es qué debemos hacer hoy si, como parece, esos métodos clásicos nos parecen inhumanos e indignos.

Es elemental que la tierra tiene un límite, que los demógrafos denominan “capacidad de sustento”. Los recursos son limitados, y cuando la población supera esas cifras, se produce una crisis demográfica. Lo lógico sería limitar la población antes de que eso sucediera. De ahí el segundo gran concepto, el de “óptimo de población”. Esto pasa en las poblaciones animales, y pasa también en la humana. Hay zonas en la tierra, cada vez más, que están por encima del óptimo de población. Eso no puede tener más que consecuencias negativas. Lo cual significa que algún tipo de control de población es necesario. ¿Cuál? Aquí, de nuevo, estamos perdidos. Y como siempre, las respuestas más frecuentes son las extremas: el control de las poblaciones es intocable, de tal modo que la naturaleza (o Dios) debe seguir ocupándose de su control; y en el extremo opuesto, el aborto libre, e incluso el infanticidio, como proponen algunas organizaciones. Nuestra cultura se mueve siempre entre dos extremos, la criminalización de las conductas y su banalización. De nuevo la solución no puede estar más que el curso intermedio que busca promover la responsabilidad de los seres humanos en la toma de decisiones sobre un asunto tan importante como el de la transmisión de la vida. El problema de nuestra sociedad es que suele trivializar los asuntos más graves. Y el antídoto contra la trivialización no puede ser otro que la responsabilización.

JL: La explosión demográfica de los últimos siglos ha supuesto una degradación del medio ambiente que no tiene precedentes históricos y cuyas consecuencias, empezando por el cambio climático, pero no sólo por él, son impredictibles y pueden ser catastróficas. En el libro que tienes en prensa, En busca de la identidad perdida, vuelves sobre estos temas y dejas clara tu opinión sobre lo que conviene hacer: no esperar demasiado de los políticos y concentrarnos en educar a la sociedad para aprender a consumir menos, a vivir frugalmente, con austeridad, sabiendo que todo lo que consumimos de forma innecesaria se lo estamos quitando a alguien, presente o futuro. Propones, a la vez, fomentar el trabajo duro, entendiendo por “trabajo” el cultivo de los valores esenciales, la verdadera calidad intelectual, moral o estética, la excelencia en las manifestaciones superiores del ser humano, tan potentes como sus tendencias negativas y destructivas.

Concretas tu postura, en ese libro, de la siguiente forma: “Los consumos que llenan nuestras vidas son de una ínfima calidad, y a la larga, o a la corta, resultan insostenibles. Ése es el consumo que hemos de restringir. Debemos consumir nuestro tiempo y nuestra vida de otra manera, creando valor, añadiendo valor, pero valor de verdad. (…) ¿Por qué no comenzamos a preguntarnos cada uno por nuestros valores, si tienen en cuenta a la globalidad de los seres humanos o sólo a unos pocos? ¿Y por qué no actuar en la vida, en nuestra vida, desde hoy, desde ahora mismo, de acuerdo con el siguiente imperativo, que lo es, y además categórico: ‘Vive frugalmente, piensa y actúa globalmente’? El globo es de todos. Cuando tanta gente se halla en necesidad extrema, cuando el propio planeta parece deteriorarse hasta el punto de hacer cuestionable la propia existencia de las generaciones futuras, hay razones para afirmar que todo lo que a unos nos sobra pertenece a otros. (…) Que el subdesarrollo del llamado Tercer Mundo es insostenible, parece a todas luces evidente. Pero lo que ya no lo es tanto es que también resulta insostenible el desarrollo del Primer Mundo. Y si éste no puede sostenerse, menos lo sería su generalización al conjunto del planeta, que es lo que ingenuamente se pensó en los felices cincuenta y sesenta. (…) Porque el desarrollo del Norte es insostenible. Con ello quiere decirse que no es generalizable al conjunto de la humanidad, que no es universalizable o globalizable. Si reducido a los países del Norte como casi está ahora, resulta ya insostenible, como lo demuestra el deterioro, cada vez más peligroso y próximo a la irreversibilidad, cuánto más si se generalizara al conjunto de la humanidad. Esto es lo que no queremos ver ni entender. Que nuestro desarrollo es insostenible, y que no valen paños calientes, del tipo de los muros o las concertinas, ni tampoco vale con el rescate de los náufragos. Todos tenemos la obligación de saber que estamos viviendo por encima de nuestras posibilidades, y que la única solución es que restrinjamos nuestro consumo, que vivamos frugalmente, pobremente, de tal modo que el primer y el tercer mundo se encuentren en ese punto de convergencia que es el ‘desarrollo sostenible’. Cualquier cosa menor que esa será insuficiente. Y tampoco podemos esperar a que esto lo resuelvan los gobiernos. No es primariamente un problema político sino moral. Hay muchas razones para pensar que nuestro consumo de más es un hurto que hacemos a alguien presente o futuro. Esto nos afecta a todos, y todos hemos de colaborar, cada uno en su medida, en la solución”.

Diego, estas formulaciones tuyas son impecables, es difícil no estar de acuerdo con ellas. Pero el hecho es que la inmensa mayoría de los seres humanos no actúan así en absoluto. Lo que se observa de hecho es que en los países desarrollados del norte hay un consumo desenfrenado de objetos materiales y en los países pobres del sur hay una enorme envidia y un deseo muy intenso de participar en la sociedad de consumo. Se lamenta continuamente que los jóvenes van a vivir peor que sus padres, pero al decir eso es evidente que por “vivir peor” se entiende ganar menos dinero y consumir, por tanto, menos productos. Parece muy difícil que las cosas dejen de ser así y se produzca esa austeridad voluntaria que tú aconsejas. Pero las formulaciones abstractas y conceptuales con que la propones en textos como los que acabo de citar —formulaciones que son imprescindibles como fundamento teórico— a mí me plantean siempre la misma pregunta: eso, ¿cómo se hace en la práctica? ¿Podrías aplicar esa idea general a ejemplos concretos? ¿Cuáles son los enormes obstáculos que se oponen a la realización de ese hermoso ideal? Porque si no identificamos con mucha claridad las dificultades concretas, ellas acabarán reduciendo los más nobles propósitos a música celestial.

DG: Apelo a tus lecturas psicoanalíticas para que tú mismo te preguntes si esas preguntas que me haces no son, en el fondo, el resultado de resistencias inconscientes ante algo que nos obliga a una transformación radical de nuestras vidas.

Necesitamos un cambio drástico de mentalidad, de tal modo que resulte posible lo que el Informe Brundtland definió por vez primera, creo que fue en el año 1987, con el nombre de “desarrollo sostenible”. Han pasado más de treinta años desde aquello, y el desarrollo sostenible sigue sin haber pasado de la teoría a la práctica. Estamos en medio de una crisis, y lo único que buscan políticos y economistas es acabar con ella cuanto antes para volver tan pronto como se pueda al mismo desarrollo insostenible que fue su origen. No aprendemos ni de los errores. Este confinamiento nos está enseñando que los seres humanos podemos vivir muy dignamente sin casi nada de lo que el marketing quiere que nos parezca necesario, cuando es completamente superfluo. La mayor parte de las cosas que hacemos, viajes, etc., son perfectamente prescindibles. No sirven más que para matar el tiempo de personas que han perdido el norte en la vida, porque han sido educadas mal, muy mal. Acabas de recordar que, desde hace bastantes años, mi consigna es: “Vive frugalmente, piensa y actúa globalmente”. Pero no parece que las cosas vayan por ahí. Una sociedad que solo piensa en el incremento del PIB está enferma, gravemente enferma.

Me preguntas que cómo se hace eso. Y yo no puedo responderte más que repitiendo una sola palabra, un gerundio: “educando”. Me has oído varias veces que yo no me considero un escritor que educa en sus ratos libres, sino un educador, un profesor que escribe. Yo creo en la educación, eso que parece no interesar a casi nadie, porque en caso contrario los profesores no tendrían la bajísima estimación social de la que gozan en nuestra sociedad. Lo normal es creer en otras cosas; por ejemplo, en la política. Los políticos dan una imagen social penosa, e inmediatamente sale un grupo que se propone remediar eso desde dentro de la propia política. Les llama “casta” y busca hacerse un hueco en el espacio político del país. Desde el primer día dije que se acabarían convirtiendo en lo mismo que criticaban. Y, en efecto, en cuanto vieron posibilidad de llegar al poder dejaron de utilizar el dicterio “casta” y se amoldaron a las reglas del sistema. Era evidente. La política no se puede moralizar desde la política. La política es, como ya dijera Marx, un epifenómeno de la sociedad. Dime qué sociedad tienes y te diré qué política sale. La política se hace en los parlamentos, pero la sociedad se educa en las escuelas. Y así como el lenguaje del Estado es el Derecho, el de la sociedad es la Ética. ¿Por qué será que todos estos redentores ocasionales coinciden en identificar el Derecho con la Ética y pensar que no hay más ética que la de los derechos humanos? No sé si somos conscientes de que la palabra “derecho” puede ponerse delante de casi cualquier cosa. El resultado es grotesco, cuando no penoso. Mientras no se me demuestre lo contrario, y lo veo difícil, yo seguiré pensando que la solución no puede venir de la política —que por definición habrá de ser siempre de mínimos, buscando armonizar hasta donde sea posible los intereses de todos, o mejor, de la mayoría— sino de la educación, de la ética, que necesariamente ha de mirar más allá de los propios intereses. Se dirá que esto es mucho idealismo. No, esto es humanidad.

JL: Diego, si un diálogo como este (que intenta ser una deliberación) sirve para algo es para explorar cuestiones que no tratamos en nuestros escritos previos. Una de las aportaciones del método deliberativo es que el interlocutor nos plantea cuestiones que nosotros mismos no nos plantearíamos de forma espontanea, y de ese modo nos abre nuevas perspectivas de reflexión. Yo echo de menos en tus escritos sobre el desarrollo sostenible un tema que me interesa particularmente: ¿cuál es, en el fondo, la fuerza que nos empuja a los humanos hacia un irracional crecimiento ilimitado? Porque está claro que esa fuerza existe. No hay empresa que considere que tiene ya suficientes beneficios; no hay político que crea haber logrado demasiado poder; no hay potentado al que su fortuna le parezca excesiva; no hay donjuán (o doñajuana) que se canse de disfrutar nuevos cuerpos femeninos (o masculinos); no hay iglesia que se queje del exceso de fieles; no hay escritor que lamente tener demasiados lectores; no hay deportista que crea haber ganado demasiadas medallas… La conquista, el agonismo, la carrera hacia nuevos triunfos que nunca son suficientes, parece estar inscrita en lo más profundo del alma y de las instituciones humanas. Por mucho que razonemos sobre la necesidad de limitar el crecimiento hay una poderosísima fuerza en nuestro interior que se opone a ello. Y esto se ve muy bien en el caso de la economía, con su intocable dogma del crecimiento perpetuo: si alguien dice que no es conveniente un crecimiento de los beneficios, la riqueza y el PIB sino que, por sus gravísimas consecuencias negativas sobre el medio ambiente y sobre nuestra forma de vida, quizá habría que pensar en estabilizarlos o incluso en moderarlos razonablemente, lo más probable es que lo envíen al psiquiatra. ¿Dónde situarías tú la raíz de esa oscura fuerza que nos empuja, de forma irracional pero irresistible, a la conquista, la pelea y el crecimiento ilimitado e interminable?

DG: Quizá conviene comenzar recordando algunos conceptos de la psicología clásica, la que se encuentra, por ejemplo, en el tratado De anima, de Aristóteles. Él dice que en el psiquismo humano hay dos grandes facultades, que llama Noûs (inteligencia) y Órexis, que se tradujo al latín por appetitus, apetito. La mente la localizaron los antiguos en el cerebro, y el apetito del cuello para abajo, bien en el tórax (apetitos irascibles), bien en el abdomen (apetitos concupiscibles). Pensemos en el apetito de comer. La mera visión de una mesa repleta de suculenta comida no me lleva a comer. La inteligencia, dice Aristóteles, ve, pero no tiende. La tendencia es cosa de la otra facultad, la apetitiva. Me lanzo a comer si tengo hambre, no si simplemente veo la comida. ¿Y cuánto he de comer? Por mi gusto, comería hasta hartarme. Eso es lo que me pide el cuerpo. El deseo de comer no desaparece hasta que estoy harto. Cuando actúo así, soy sujeto pasivo de mi apetito: eso es lo que los clásicos llamaban una “pasión”. Por el contrario, cuando el apetito está controlado por la razón, que me dice que coma, pero con moderación, entonces el cerebro controla el impulso abdominal, y comeré moderadamente. Esto no es algo natural. Esto es algo que hay que educar porque es lo específicamente humano, y a eso es a lo que los clásicos llamaron “voluntad”, el apetito racional, a diferencia de la “pasión”, un apetito irracional, desbocado.

Es lógico que la gente quiera más y más, cada vez más. Apetitos tenemos todos, y además son necesarios para la vida. El problema está en que los apetitos nos dominen y se conviertan en pasiones. Las pasiones son muchas, pero cabe reducirlas a tres: el poder, el dinero y el sexo. Como nos enseñó Ricoeur, en la cultura moderna ha habido tres maestros que nos han enseñado el modo como funcionan: Nietzsche, Marx y Freud. El dominio de cualquiera de ellas tiene como consecuencia la destrucción de todos los demás valores. No puede vivir frugalmente y pensar y actuar globalmente, según el lema que antes hemos comentado, quien se halla dominado por estas tres grandes pasiones. Este es un fenómeno que describió un filósofo alemán, Nicolai Hartmann, y al que puso el nombre de “tiranía axiológica”. La pasión desmedida se convierte en tirana y destruye todo lo que toca. Ni que decir tiene que de la “pasión” se pasa con gran facilidad a la “patología”. El resultado son gravísimos trastornos de la personalidad, personalidades anormales, que generalmente se autodestruyen a sí mismas, pero en muchas ocasiones tras destruir familias o incluso naciones enteras. El grave problema es que, en nuestra cultura, estos sujetos, al acaparar enorme poder, se convierten en los auténticos ídolos de la sociedad. Estos son los modelos que hoy gozan de prestigio social, y de los que se habla continuamente en los medios de comunicación. Max Scheler, un filósofo del que ya nadie sabe nada ni en Alemania, habló mucho de los “modelos”. Para tomar el pulso a una sociedad es preciso saber cuáles son sus modelos, aquellos a los que admira. En la antigua Grecia eran los “héroes”: Aquiles, Héctor, Ulises. En el mundo medieval, los “santos”: Francisco de Asís, Agustín de Hipona. En el moderno, los “sabios”: Galileo, Newton, y entre nosotros Ramón y Cajal. La pregunta es cuáles son hoy los modelos de nuestra juventud. La respuesta puede acabar quitándonos el sueño.

JL: Hay temas que son muy difíciles de plantear, porque parecen estar en el límite de lo que se puede decir. Pero a veces son los más importantes. Para entrar en ellos hay que ponerse varios cinturones de seguridad y medir con precisión cada palabra que se utiliza. Uno de esos temas es la convicción de que siempre es malo que muera gente. Solo mencionarlo parece que da escalofríos y dispara todas las alarmas.

La Peste Negra mató en el siglo XIV aproximadamente a la mitad de los europeos. Lo que ocurrió a continuación fue el Renacimiento. Aunque se discutan los mecanismos concretos, y sobre todo la influencia de otros factores, parece que la relación entre ambas cosas está clara para los historiadores: tras la epidemia hubo una gran escasez de mano de obra, aumentaron los salarios, se desplomaron las rentas de los terratenientes pero aumentaron los ingresos de los trabajadores, hubo una redistribución de la riqueza entre una población total mucho menos numerosa… Se puso en marcha un proceso del que salió el Mundo Moderno. No se puede decir, por supuesto, que la Peste Negra fuese la causa del Renacimiento, pero no se puede negar que fue uno de los factores que intervinieron en su génesis.

La última gran crisis de mortalidad catastrófica que ha tenido España fue la Guerra Civil. Tras la dura postguerra, la situación económica despegó en los años 60, y tras la muerte del dictador España ha disfrutado de 45 años con un bienestar y una libertad que no tienen precedentes en la desdichada historia de nuestro país.

Tras la Segunda Guerra Mundial, Alemania y Japón quedaron en ruinas y con su población diezmada, especialmente la de varones jóvenes. Pero tras una postguerra sorprendentemente corta, ambos países alcanzaron una prosperidad y unas libertades democráticas que duran ya más de siete décadas y tampoco tienen allí precedentes históricos.

Es evidente que una muerte, aparte de ser el final del que muere, es una brutal desgracia para sus allegados. A un desconocido seguramente ni le llegue la noticia. Y siempre hay alguien que se beneficia o se alegra de que otro muera. Una encuesta entre estudiantes universitarios de Estados Unidos les pedía que reconociesen sinceramente si en el año anterior habían deseado la muerte de alguien; el 80% respondió que sí; al publicarse la encuesta, alguno comentó que el otro 20% mentía. Creo que fue Borges el que confesó que le costaba trabajo sentir pena por los muertos en la batalla de Salamina…

Los comentarios que hemos hecho antes sobre la explosión demográfica y sus consecuencias, si se desarrollan sin anestesia hasta las últimas consecuencias, acaban necesariamente llevándonos a esa pregunta insoportable: ¿Es siempre malo que muera gente?

DG: Nunca debemos perder de vista que nuestro cerebro ha ido formándose a estratos, como consecuencia de un complejísimo proceso evolutivo, y que los estratos resultantes tampoco se llevan excesivamente bien entre sí. De ahí las contradicciones que nos envuelven y en buena medida nos atenazan.

En el orden puramente natural, es obvio que la muerte te libera de un posible o seguro rival. Solo la muerte de unos permite el vivir de otros. Y la muerte en sí no es ni buena, ni mala. Se trata de un fenómeno natural. La evolución biológica avanza sobre montañas de cadáveres... El “otro” es, en principio, un “rival”, cuando no un “enemigo”. Así debió suceder en las culturas más arcaicas. Todo el que no formaba parte del núcleo familiar —o de la aldea— era un potencial o real enemigo, y como tal se le trataba. Aún en la época griega, el término “meteco” sirve para designar al extranjero, pero por extensión al forastero, extraño o, incluso, enemigo. En cualquier caso, parece que la cultura humana, si ha hecho algo, ha sido ir ampliando paulatinamente el ámbito de lo propiamente humano. No deja de ser sorprendente que hayamos tenido que esperar hasta el siglo XVIII para que un filósofo, Kant, formulara el llamado “principio de universalización”, que extiende a todos los seres humanos la categoría de “dignidad”. Y hoy estamos en la época de la “globalización”, que obliga a ampliar la dignidad, no solo a todos los seres humanos, sino también a los demás seres vivos y a la naturaleza toda. En esto consiste la humanidad. Los seres humanos somos unos sujetos bastante extraños, con ideas que son claramente antievolucionistas y antidiscriminatorias. Max Scheler definió al ser humano como al animal capaz de decir “no”. Yo prefiero decir que es el animal capaz de “perdonar”. No he encontrado una categoría más humana que esta.

Lo bueno y lo malo no tiene que ver con el orden natural sino con el moral. Por ejemplo, no es lo mismo morir que matar, porque uno puede ser un fenómeno natural y el otro es un asunto humano. ¿De las muertes naturales pueden derivarse bienes? ¿De las muertes colectivas pueden derivar bienes colectivos? Parece que sí. Citas algunos ejemplos, pero quizá pueden también derivarse otros. Por ejemplo, la mayor austeridad de vida, el no despilfarro, el trabajo duro, el que la necesidad de reconstrucción dote a uno de un objetivo en la vida, el no sentirse inútil, etc. Es bien conocido que en tiempos de guerra disminuyen ciertas enfermedades mentales, como la depresión, cuando en principio parece que debería suceder lo contrario. Lo verdaderamente grave, lo deprimente, es sentirse, como decía Sartre, de trop, de más. Cada mañana uno debe preguntarse cuál es su “misión” en ese día. Este es un tema que a Ortega le gustaba mucho, el de la “misión”. La vida humana tiene carácter misivo, decía Zubiri. Y ante la misión lo único que nos cabe decir es, como los patriarcas y profetas bíblicos: “¡Heme aquí!”. A mi modo de ver, esta es la actitud auténticamente humana.

JL: Diego, tú eres especialista en bioética, muchos pensamos que el mejor de nuestro país. De los grandes problemas clásicos que estudia esa disciplina, ¿cuáles han sido puestos de relieve por la actual epidemia? ¿Ha planteado alguno nuevo?

DG: Ha planteado muchos. Por ejemplo, el de la toma de decisiones en situaciones trágicas, es decir, cuando las necesidades son superiores a los recursos. Es un tema clásico desde comienzos del siglo XIX, cuando se le planteó al gran Larrey, el cirujano jefe de Napoleón, en la campaña de Rusia. Aquí se ha producido de nuevo, no tanto por falta de recursos cuanto por exceso de improvisación en nuestros políticos y gestores. Algo que se ha pagado con mucho sufrimiento y bastantes muertes.

Otro tema enorme, del que poco se habla, es el de la actitud de los profesionales sanitarios ante la situación. Dando un ejemplo de ética profesional a todo el país, han asumido sus riesgos hasta el punto de poner en peligro su propia vida, sin ni siquiera rechistar. Han dado un enorme ejemplo de ética profesional a la sociedad española. Ya me gustaría a mí que esa ética se extendiera al conjunto de las profesiones, incluida la de los políticos, si es que cabe llamar a eso una profesión.

Pero el tema de los temas es el de la causa de esta pandemia y, por tanto, el de qué deberíamos reformar si es que conseguimos superarla. Y de esto nadie habla, ni parece que existan ideas muy claras. Lo que todo el mundo pretende es volver a la situación anterior lo antes posible, que es tanto como volver a las andadas. Esta epidemia ha venido en un momento muy malo, en el que habíamos dinamitado todas las identidades previas pero sin alternativa ninguna, si no es la de vivir al buen tuntún.

Esto del coronavirus no es más que un aviso. Pasarlo cuanto antes y volver a la situación anterior es acumular error sobre error. De ser así, vendrán nuevos avisos, cada vez más serios. No podemos seguir deteriorando el medio ambiente, polucionando los mares, deforestando los bosques, con una obsesión depredadora que, como corresponde a las obsesiones, debería estar en los tratados de Psiquiatría. Lo que está en juego no es solo la humanidad, la vida humana, es la propia supervivencia biológica.

Acabo de escribir un breve artículo sobre Potter, el que acuñó el término “bioética”. Se cumplen ahora cincuenta años de esta hazaña, que, por cierto, está pasando desapercibida. Él la concibió, no como la ética de la medicina, que es lo que ha tenido más éxito en su medio siglo de existencia, sino como la “ética de la vida”. Quizá hoy estamos en mejores condiciones que nunca para entender el mensaje de Potter. La bioética no es el nuevo rostro de la ética médica, sino la ética de la vida, de la vida en general. Y como hoy más que nunca son los equilibrios de la vida los que están amenazados, puede concluirse que la bioética es la ética sin más del siglo XXI. La ética de esta centuria será bioética o simplemente no será.

JL: Miguel Ángel Quintana Paz, joven profesor de ética en Valladolid, ha criticado recientemente los sermones de filósofos muy conocidos que defienden ideologías diferentes, pero todos coinciden en que el coronavirus ha venido a darles la razón. Y frente a ellos Quintana señala que el Covid-19 es un problema real que ha venido a sustituir los pseudoproblemas identitarios que centraban el discurso político e intelectual en España. Él lo plantea de esta manera: “Es divertido vernos reaccionar ante la Covid-19. ¡Todos creemos que viene a confirmar nuestras teorías previas! Žižek, por ejemplo, afirma que esto anuncia el fin del capitalismo: interesante, si no fuera porque lleva los últimos 20 años atribuyendo a todo igual diagnóstico. (…) Hay que entender que un filósofo intente corroborar sus ideas con lo que pasa en el mundo. Lo hacen también los científicos: buscan hechos que validen sus hipótesis. Otra cosa, claro, es que la realidad esté por la labor de colaborar en ello. Muchos intelectuales sostienen en las últimas décadas que la clave para entender lo humano está en cuál es el grupo identitario al que perteneces, cómo se te oprime por ello. Esos eran los asuntos estrella en España justo antes de llegar el coronavirus (en lugar de cómo prevenirlo): la identidad feminista (castigar los piropos, el 8-M), la identidad catalana, etcétera. Es normal que incluso ahora muchos intenten prolongar esos discursos. Ay, pero por desgracia para ellos el virus no está por la labor de ayudarles. Es muy revoltoso, le da igual qué teorías estén triunfando en la academia. Por ejemplo, está matando en mucha mayor proporción a hombres que a mujeres, pese a que miles de teóricas feministas creen que siempre es la mujer la que debe verse oprimida. O está cebándose en un grupo, el de los mayores, al que no suelen defender estas teorías identitarias (más centradas en otros grupos, como naciones, sexos, orientaciones sexuales… oprimidas)”.

Diego, tú tienes en imprenta, como hemos dicho antes, un libro sobre la búsqueda de la identidad perdida, y en él demuestras que ese es un problema crucial, y no un pseudoproblema, aunque los planteamientos interesados y triviales que critica Quintana Paz lo conviertan en tal. ¿Podrías resumir la razón por la que has centrado tu pensamiento en la cuestión de la identidad y la forma en que la actual epidemia afecta a nuestra identidad, perdida o encontrada?

DG: Resulta sorprendente que esto de la identidad tenga tan poca historia. Por ejemplo, los filósofos no se ocuparon de este tema hasta bien entrado el mundo moderno, en la época de Descartes. Entonces comenzó la reflexión sobre el ídem en el sentido de ego, es decir, sobre la identidad. Esto en filosofía, porque en psicología la cosa no empezó más que en Norteamérica después de la Segunda Guerra Mundial, con el movimiento de “Psicología centrada en el yo”. No se ha pensado en la identidad más que cuando empezó a perderse, o a convertirse en problema. Todo el mundo anda a la búsqueda de identidades, sin duda porque carecen de ellas, las han perdido o porque les resultan desconocidas. Esto no solo sucede en los individuos sino también en los pueblos. Y por más que han propuesto varias teorías sobre qué sea esto de la identidad, no parece que ninguna haya conseguido un mínimo consenso.

Lo primero es saber si con la identidad se nace o la identidad se hace. Al nacimiento, como decía Zubiri, se nos dan dos herencias. Una, la más obvia, es una dotación genética. Pero hay otra herencia. Además de la transmisión genética, hay lo que Zubiri llamaba la tradición cultural. El verbo latino trado significa entregar. Se nos entrega un depósito de valores que conforman lo que Hegel denomina “espíritu objetivo”, y que para simplificar podemos llamar “cultura”. Ese depósito no es de nadie, pero está en medio de todos, y quien nace aquí no tiene más remedio que asumirlo como propio: introyectará una lengua, unos usos, unas costumbres, determinadas creencias, etc., etc. Ese depósito se ha constituido con el resultado de las acciones de todos aquellos que nos precedieron. Si ellos fueron corruptos, en el depósito estará el valor “corrupción”, y quien nazca en este medio no tendrá más remedio que asumirlo como propio. Toda acción humana objetiva valores (o disvalores, como la corrupción) y los introduce en ese depósito que no es de nadie pero es de todos. No nos damos cuenta de la trascendencia de toda acción humana, por más secreta que haya sido. Los valores comienzan siendo subjetivos, pero a través de nuestros actos se objetivan y entran a formar parte del “espíritu objetivo” de Hegel. No hay modo de escapar de esto. Hay actos de corrupción, pero hay también países corruptos, más o menos corruptos. Y ello se debe a que la corrupción de los actos pasa a ese depósito que no es de nadie pero es de todos, y que tendrán que asumir como propio las futuras generaciones por el simple hecho de nacer en un determinado medio. Luego, cuando sean mayores, podrán mediante sus actos incrementar el depósito de corrupción de su sociedad o luchar contra él. Pero lo que no podrán hacer es ignorarlo. La vida humana no está constituida sólo por la “transmisión genética” sino también por esto, más complejo, que cabe llamar “tradición cultural”. Por eso Zubiri la definía como “transmisión tradente”.

Volvamos desde aquí a la identidad. ¿En qué consiste nuestra identidad? En primer lugar, en el depósito que recibimos nada más nacer. Es la identidad que podemos llamar colectiva o común. Cuando alcancemos una cierta edad podremos juzgarla críticamente, e intentar modificarla a través de nuestros actos. De este modo, iremos construyendo otra identidad, la propia, la más propiamente nuestra. Y haciendo esto, iremos contribuyendo también a la modificación, perfectiva o defectiva, de la identidad común. Nosotros pasaremos, pero las obras que hayamos llevado a cabo quedarán en el depósito objetivo de nuestra sociedad. Será nuestra contribución al patrimonio común. Ningún acto humano se agota en sí mismo. Todo acto tiene trascendencia histórica, hasta el más humilde. Quizá andamos buscando identidades porque hemos perdido la identidad básica, la que nos define como seres humanos. Y es que la vida, mal que nos pese, es un enorme y continuado ejercicio de responsabilidad.

La mayoría de las personas asumen pasivamente la identidad que les viene del medio, pero no tienen capacidad de transformarla perfectivamente. Dicho en términos kantianos, no son capaces de superar la heteronomía y construir su vida autónomamente. Este es nuestro más grave problema, la falta de madurez, la falta de autonomía. Criticamos las viejas identidades, pero no salimos de la heteronomía. En esto, los grandes avances tecnológicos de las últimas décadas, los medios de comunicación, las redes sociales, no han hecho más que empeorar la situación, porque se utilizan masivamente para heterodirigir a la gente, no para autodirigirla, es decir, para hacerla más autónoma.

Diego Gracia y José Lázaro


¿Son fiables las estadísticas publicadas sobre la Covid-19? por Juan Díez Nicolas

Publicado originalmente el 10 de abril de 2020 en The Conversation

Suele decirse que la primera víctima de una guerra es la verdad. En este caso, la estadística no es responsable sino víctima, pues la responsabilidad corresponde al uso que se hace de ella. No afirmaré que los datos que se han publicado sobre el Covid-19 sean falsos, pero sí que son engañosos. Para que los instrumentos de medir sean útiles, además de ser baratos, claros y comprensibles, deben cumplir dos cualidades imprescindibles: que sean válidos y fiables.

La validez se refiere a que el indicador debe medir lo que dice medir. Generalmente esto es difícil porque lo que se quiere medir son conceptos abstractos. Este problema existe en todas las ciencias, físicas, naturales y sociales. La validez no es un atributo objetivo, sino subjetivo, basado en el consenso de la comunidad científica. El segundo criterio se refiere a la fiabilidad, es decir, que sucesivas mediciones del mismo fenómeno nos proporcionen la misma medición.

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Juan Díez Nicolas


Contra la anormalidad, por Jorge Bustos

Publicado originalmente el 8 de mayo de 2020 en El Mundo

Dicen unos millonarios en Le Monde que no quieren volver a la normalidad y los comprendo, aunque para decirlo haya que ser millonario. Marx enseñó que la conciencia del personal nace de su bolsillo antes que de su corazón, pero los ricos de su época solo pretendían seguir siendo ricos mientras que los de ahora anhelan conservar a la vez el dinero y el planeta. La clase social se ha quedado pequeña: hoy el millonario que no aspire a integrar la clase planetaria no es más que un nuevo rico, carne del bajo cuché. La conciencia anticonsumista no arraiga en las banlieues de París sino en la alfombra roja, y por eso firman el manifiesto Almodóvar, Madonna, Bardem y otros aristócratas felizmente emancipados de onerosos dilemas como el que disuade al currito de jubilar la furgoneta diésel para mantener las extraescolares del niño.

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Jorge Bustos


La erradicación ilusoria de la peste endémica, traducido por Fernando Sánchez Pintado

Publicado originalmente el 29 de abril de 2020 en Le Monde 

¿Qué pandemia no deja una huella que permanece durante mucho tiempo? Una huella, en primer lugar, histórica; no es necesario investigar a fondo en los archivos, en la literatura o las representaciones pictóricas para encontrar el rastro de la gripe española, de la peste negra o de la de Justiniano. Pero semejantes calamidades no perviven únicamente en los mitos, la literatura o el arte. La existencia de reservorios animales permite que, una vez pasada la crisis, las enfermedades infecciosas de origen animal (zoonosis) persistan en estado endémico. Los focos locales de infección son el origen de casos esporádicos y, cuando se dan las condiciones ecológicas, sanitarias y climáticas adecuadas, se producen nuevos brotes epidémicos altamente letales, como fue el caso en 2017 de la peste en Madagascar.

La peste, que según la OMS todavía causa estragos en varias regiones de África, de América y de Asia, es un vestigio duradero de la última pandemia que tuvo su origen en la provincia china de Yunnan a mediados del siglo XIX, antes de extenderse a través del tráfico marítimo por todo el mundo. Un artículo aparecido en la revista PNAS en mayo de 2019 hacía un balance de la experiencia que nos ofrecía un siglo de lucha contra la peste en la antigua Unión Soviética. A partir de los años veinte del siglo pasado, se adoptaron distintas medidas para erradicar la enfermedad del territorio, con resultados moderados a pesar de los medios extraordinarios que se emplearon.

La bacteria responsable de la peste, Yersinia pestis, es transmitida por insectos vectores, las pulgas, que parasitan a roedores salvajes, en especial a las especies sociales. Su encuentro con animales domésticos o con el hombre conduce a infecciones accidentales, pero potencialmente fatales. El contagio directo entre humanos es, comparativamente, poco frecuente. Partiendo de estos datos, la URSS tomó medidas para “liquidar” de raíz tanto los roedores salvajes como las pulgas.

Cambio de planteamiento

A partir de los años veinte, las grandes campañas de intensificación agrícola en las estepas de Asia central se acompañaron del empleo masivo de insecticidas organoclorados, como el DDT, tóxicos a largo plazo para la población y la fauna, y cuya eficacia disminuía a medida que la selección natural hacía a los insectos más resistentes. En paralelo, fueron diezmados pequeños roedores como los jerbos, lo cual mostró claramente algunos efectos contra intuitivos de la operación; si se reduce, por ejemplo, drásticamente la población de roedores, las pulgas que sobrevivan tenderán a buscar nuevos huéspedes a los que infectar. De esa manera se constató un recrudecimiento de la contaminación de los animales domésticos al hombre.

Aunque un responsable soviético aseguró en 1959 en la Organización Mundial de la Salud que la URSS no había conocido ningún caso humano de peste desde 1928, únicamente para Kazakhstan se encuentran registrados en ese período cuatrocientos casos. En los años setenta, el abandono de esos ilusorios esfuerzos de erradicación completa, pasando a adoptar una estrategia de control, permitió asignar medios a objetivos más abordables y eficaces, habiéndose producido solamente treinta y tres casos en Kazakhstan entre 1974 y 2003.

Este control implica un excelente conocimiento ecológico, geográfico y social del terreno: la vigilancia precisa y la modelización de las poblaciones vectores y de los huéspedes salvajes, a fin de detectar los brotes infecciosos lo antes posible, controlarlos preservando el equilibrio de los ecosistemas, invirtiendo en redes de saneamiento y de sanidad eficaces, flexibles y bien equipadas, así como prevenir, informar y educar a la población, y formar al personal sanitario. Un cambio de planteamiento que ayuda hoy a vivir con la peste … a pesar de la peste.

Autora: Alice Lebreton

Investigadora de l´Institut national de la recherche agronomique (INRAE) y de l´Institut de biologie de l´Ecole Normale Supèriere.

Traducción: Fernando S. Pintado


Cómo hacer tu vida mas noble aun en cuarentena, por Miguel Ángel Quintana

Publicado originalmente el 26 de marzo de 20202 en The Objective

El impulso para hacer tu vida mejor, más hermosa, puede brotar a veces de una, a veces de otra fuente. Para Rilke surgió de la contemplación de un magnífico torso de Apolo arcaico. Le inspiró una certeza al final del poema que le dedicaría: “Debes cambiar tu vida”. Para Hannah Arendt, el acicate provino de una experiencia menos bella: de vuelta en tierras germanas, recién derrotado Hitler, comprobaría espantada cómo muchos de sus paisanos seguían negando sencillas verdades sobre el horror nazi. Fue entonces cuando comprendió que no deseaba pasar el resto de su vida discutiendo extravagancias, como si acaso no habría sido Polonia la que había invadido Alemania. Fue entonces cuando entendió que la aislaba de sus antiguos compatriotas el mismo abismo que se abre entre la decencia y mentir.

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Miguel Ángel Quintana


¿Cambiará el coronavirus nuestra forma de pensar? por Miguel Ángel Quintana

Publicado originalmente el 20 de marzo de 2020 en El Español 

Voy a ir contra las leyes del suspense, que invitan a mantener la intriga hasta el final, y daré desde el inicio una respuesta clara: no, seguramente el coronavirus no cambiará nuestra manera de pensar.

Hablo así apoyándome en la experiencia. No hay indicios, por ejemplo, de que la terrible gripe de 1957, con su 1,1 millón de muertos, hollara en modo alguno la mentalidad de finales de los 50. De hecho, muchos la habrán olvidado ya.

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Miguel Ángel Quintana


Pandemia y desastre institucional, por Joaquín Leguina

El 2 de marzo de 2020 el Centro Europeo para el Control y Prevención de Enfermedades recomendaba “evitar concentraciones masivas” para “reducir la transmisión del virus” y el Gobierno español miró para otro lado. Pilar Aparicio, directora de Salud Pública, consultada acerca de una convención eclesiástica, recomendó el 6 de marzo el aplazamiento de los eventos multitudinarios de cualquier tipo en un documento firmado por ella y sellado por el ministro de Sanidad, por tanto, en clara contradicción con las manifestaciones. Documento que el Gobierno ignoró en beneficio de las manifestaciones del día 8.

Tengo para mí que la autorización de las manifestaciones multitudinarias feministas del 8 de marzo de 2020, que dispararon la epidemia, fue una decisión tomada bajo el chantaje al que sometieron las “organizadoras” de la concentración al Gobierno. Y siendo éste completamente consciente del riesgo que aquellas manifestaciones representaban para la salud pública, fue incapaz de poner a las “organizadoras” en su sitio. La mala fe de ellas quedó retratada en una de las consignas que gritaron: “¡El machismo mata más que el virus!”.

Mucho antes, el 30 de enero, la Unión Europea convocó una reunión urgente del Comité de Seguridad Sanitaria para analizar la decisión de la OMS, que acababa de declarar el coronavirus una “emergencia de salud pública internacional”. La mañana siguiente, el día 31, los países que acudieron a la reunión le quitaron hierro al asunto y aseguraron que no era necesario tomar “contramedidas médicas” de prevención. Ya bien entrado febrero, en Italia muchos políticos seguían diciendo que era una barbaridad cerrar el país, que no había motivos.

Los técnicos de Bruselas también interrogaron a los participantes sobre si disponían de suficientes equipos de protección. Solo cuatro gobiernos admitieron problemas y España no estaba entre esos cuatro. Entre esa fecha y mediados de febrero el Gobierno español siguió mirando para otro lado, sin mover un dedo para comprar el material defensivo imprescindible.

¿Por qué no se vio venir? ¿Qué falló? ¿Cómo es posible que de Milán a Nueva York pasando por Madrid o París se hayan cometido tantos errores? Los viajes en avión desde Oriente hacia Occidente o dentro de Europa siguieron funcionando y expandiendo el virus de forma exponencial.

¿Cómo empezó el desastre? Al parecer, Taiwán advirtió tempranamente del peligro al Gobierno chino desde los primeros casos de neumonía atípica provocada por el nuevo coronavirus, pero la alarma fue silenciada. Lo mismo hizo el Gobierno chino con el joven médico que también denunció la inacción. Fueron los primeros errores criminales. Si se hubieran controlado y aislado esos primeros casos hubiera ocurrido lo mismo que ocurrió con los brotes de SARS y de MERS, que en su día fueron abortados rápidamente.

La realidad es que casi nadie pensó entonces, cuando el virus brotó en China, que esto acabaría convirtiéndose en una pandemia… y así muchos países tardaron demasiado en actuar, incluso después de que quedara claro que tenía el potencial de globalizarse.

Desde luego, la OMS (Organización Mundial de la Sanidad), aparte de unos incomprensibles elogios a China, no ha tenido ni las ideas ni la capacidad para enfrentarse al problema con eficacia, mostrando —esta vez a golpe de fallecimientos— la misma incapacidad de tantos otros organismos internacionales cuya utilidad práctica tiende a cero.

Cuando el virus ya estaba provocando desastres en Italia, los vuelos entre Italia y España continuaron. Miguel A. Díaz, directivo de Distintia, escribió ya entonces:

» ¿Qué hicieron las instituciones públicas y privadas, la sociedad española en su conjunto? Mirar a otro lado, considerarse inmunes y confiar en que la divina providencia nos salvaría de la pandemia, aunque ya daba muestras de su apetito de expansión. El ejército es una de las pocas estructuras de la Administración con capacidad estratégica, organizativa y logística. ¿Por qué no se ha utilizado para transportar productos sanitarios y de protección con un puente aéreo de China a España?

En efecto, como ha dicho el virólogo Estanislao Nistal, “aquí nadie se lo tomó en serio y nadie se adelantó. De hecho, la oposición criticó el alarmismo días antes de empezar a criticar lo contrario. Nadie se preocupó de pedir mascarillas, equipos…”.

A todo lo anterior es preciso añadir algunas ocultaciones estadísticas. Abordar cualquier problema social exige en primer lugar conocer los datos fundamentales de ese problema. Pues en el caso de la pandemia actual los poderes públicos se han olvidado de ese requisito y así, por ejemplo en España, no se conocen ni el número de infectados ni —lo que es más sorprendente— el número de fallecidos.

¿De dónde salen en España los datos de “infectados”? Estos datos se podrían estimar fácilmente mediante una muestra —que no tiene por qué se muy grande— a la cual se le apliquen test fiables (y no esos que el Gobierno español sigue comprando en China). La verdad es que a estas alturas las clases de test y la calidad de los mismos se han ignorado en España y los datos de infectados que da el Ministerio no sirven para nada. Pero es que tampoco están contabilizados los muertos por virus en un país en el que no entierran ni incineran a nadie sin presentar “papeles”. Volvamos pues a los “papeles”, contabilicemos los muertos del mes equis de 2020, restemos esa cantidad de los muertos durante ese mes en 2019 y esa diferencia es una buena estimación de los muertos por causa del virus chino.

Como estadístico y como ciudadano no entenderé nunca cómo no se ha estimado desde el inicio (mes de febrero) el número de infectados, especialmente los asintomáticos, sabiendo como se ha sabido que conocer esos datos mediante los test es lo que ha salvado realmente muchas vidas en Corea del Sur y también el Véneto.

Joaquín Leguina


La dictadura de la mayoría, por José J. Jiménez Sánchez

Según supimos ayer, quince de abril del 2020, el CIS planteó una pregunta a sus encuestados acerca de la libertad de información. La pregunta formulaba, en principio, una disyuntiva, o prohibición o libertad. Sin embargo, se enunciaba de manera más compleja pues no oponía simplemente los términos de tal disyuntiva, sino que consideraba a uno de ellos, la libertad, de manera muy específica, como total, un calificativo de triste recuerdo en el terreno jurídico-político. Hablaba, pues, de “libertad total”, cuando en realidad nunca ha existido esa libertad total, ya que si así fuera, no cabría denominarla libertad, sino arbitrio o capricho. Pongo dos ejemplos, no cabe la libertad de expresión, decía Rawls, cuando se pueda demostrar la conexión directa entre el ejercicio de la misma y la comisión de un delito. Por eso los jueces pueden requerir la intervención de las comunicaciones o dictar el secuestro de publicaciones, ¡cuidado!, los jueces, no el Gobierno. En definitiva, el Gobierno, pues el CIS depende del Gobierno, está preguntando a los ciudadanos en una situación terrible si quieren comportarse arbitrariamente, caprichosamente. La respuesta es evidente, la mayoría dijeron que no, lo que les honra. El problema es que al decir que no a esa arbitrariedad, se ven obligados por la forma en la que está planteada la pregunta a admitir la propuesta del Gobierno, con lo que se podría concluir que el pueblo es favorable a la renuncia de su libertad de expresión en favor del Gobierno, ya ni siquiera, como en Hobbes, en favor del soberano. No es posible retroceder tanto en tan poco tiempo.

La primera parte de la pregunta, contrapuesta a la libertad total, se articula sobre dos ideas, una consiste en la defensa de la prohibición de “la difusión de bulos e informaciones engañosas y poco fundamentadas por las redes y los medios de comunicación social”; la segunda, consistiría en la defensa de que la información se remitiera a “fuentes oficiales”, con lo que aparentemente se estaría garantizando el derecho constitucional a una información veraz. Esta segunda parte es de poca enjundia, se apoya en una lectura sesgada y simple, esto es, populista, de la Constitución, de manera que se coge de ella lo que me interesa en cada momento, despreciando el resto de la misma. Esto ya ha sucedido con anterioridad, por ejemplo, con la orden ministerial que aprueba la requisa de bienes inmuebles, basada en el artículo 128, sin tener en cuenta otros que están íntimamente relacionados con este, como por ejemplo, los artículos 38 y 33, especialmente el apartado 2, en el que se afirma que su función social se regulará por ley, pero no por orden ministerial. Las leyes y disposiciones normativas con fuerza de ley son recurribles ante el Tribunal Constitucional, las órdenes ministeriales no.

Me interesa centrarme en la primera idea, la prohibición de la difusión de las informaciones falsas. Esto quiere decir que se puede proscribir lo falso, porque se conoce lo verdadero. El trasfondo de esta posición quedó muy bien reflejado en una intervención del ministro de Justicia, en la que defendió la necesidad de luchar contra la “contaminación de la opinión pública”. Ambas cuestiones están estrechamente relacionadas. La opinión pública ha de ser verdadera y cuando no lo es, quiere decirse que está infectada, así que de la misma manera que combatimos un virus, purificando el cuerpo, así debemos combatir la infestación de la opinión pública por informaciones engañosas y alcanzar su depuración. En principio parece que la argumentación tanto del CIS como del ministro es impecable. Lo que sucede en la ciencia ha de trasladarse a la sociedad.

El problema radica en que tal manera de pensar está enraizada en una nefasta comprensión de lo que sea un Estado democrático de derecho, lo de social lo dejo para otra ocasión. El Estado democrático de derecho es una construcción que la cultura occidental ha venido desarrollando a lo largo de varios cientos de años y como tal habría de considerarse una auténtica obra de arte pues se asienta sobre la defensa de la libertad del ser humano, lo que no hay que entender como sometimiento a nuestros impulsos, inclinaciones o deseos, sino justamente lo contrario un control racional sobre los mismos. Hobbes, fundador del Estado moderno, partió de esa libertad y reconoció como irrenunciable nuestra libertad de pensamiento, aunque sometió la libertad de expresión a los requerimientos del soberano, vamos como ahora con la preguntita del CIS. Sin embargo, esta posición produjo uno de los debates intelectuales de mayor altura que se produjo en el siglo XVII. Spinoza se opuso a Hobbes y defendió que la libertad de expresión era irrenunciable, pues no era simplemente algo que pudiera considerarse como un derecho político por importante que fuera, sino que era constitutivo de la propia naturaleza humana. Si el ser humano se define por algo es por su capacidad de raciocinio, y esta solo puede ejercerse, en opinión de Spinoza, en común. Esto quiere decir simplemente que el hombre a fin de ejercer su capacidad racional ha de poder comunicarse con los otros, por lo que unos y otros han de ser capaces de ejercer su razón en una comunicación libre entre ellos, lo que exige que el soberano, en nuestro caso, el Gobierno, se quede en la Moncloa. Así pues, parece que la libertad de expresión no puede quedar relegada a lo que establezcan las fuentes oficiales, sino que ha de quedar en manos de quienes requieren de su ejercicio.

El Estado democrático de derecho se asienta sobre las decisiones que bajo ciertas condiciones adoptan las mayorías, esto es, la mayoría elige el poder legislativo y este al ejecutivo, pero esas medidas no pueden ser arbitrarias, pues si lo fuesen dejarían de estar justificadas. Para estarlo, las decisiones de la mayoría y de los poderes que en ella encuentran su fundamento, han de adoptarse bajo ciertos límites, fundamentalmente dos, el respeto a las libertades subjetivas de acción y a las libertades políticas, especialmente la libertad de expresión. En nuestra situación, confinados como nos encontramos, se ha producido una restricción de las primeras, hemos de permanecer en casa y nuestra capacidad de movimiento se ha limitado. Hay razones para justificarlo y por tanto compartirlo. El problema por tanto se encuentra en la segunda parte, en si se respetan o no las libertades políticas. La pregunta que ha formulado el CIS va en la dirección opuesta, en el fondo está cuestionando la libertad de expresión y si esta quiebra, se quebranta también la justificación de las decisiones mayoritarias, por lo que entonces habríamos de dejar de hablar de un Estado democrático de derecho y empezar a hacerlo de una dictadura de la mayoría, todo muy bolivariano.

Si esto terminara por suceder, deberíamos abandonar el confinamiento y defender en la calle lo que más importa, la libertad, pues nuestra libertad está por encima de una vida sumisa.

Jose J. Jiménez Sánchez


Enmienda, por Fernando Savater

Publicado el 18 de abril de 2020 en El País

En mi adolescencia de colegio religioso solían llevarnos a ejercicios espirituales: tres días encerrados en una residencia, sin salidas ni visitas, escuchando homilías sobre las desventajas de morir en pecado y las incomodidades del infierno. Teníamos ratos dedicados a la meditación, a la que nunca he sido aficionado, que yo ocupaba con ocurrentes pensamientos impuros y prácticas nefandas. El objetivo del retiro espiritual era despertar el propósito de enmienda y cambiar —a mejor, claro— nuestras vidas. Conmigo nunca funcionó. En vez de recordar con santo rechazo mi pasada existencia pecaminosa, no veía el momento de salir de la clausura y volver al culpable paraíso.

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Fernando Savater


Agujero negro COVID-19, por Pedro García Barreno

En la novela La dama de blanco, en el contexto de un dialogo, puede leerse: «Eso no me importa, señor. En este país no nos interesa el genio si no va acompañado de honorabilidad, pero si la hay, somos felices de ver un genio, verdaderamente felices». ¿Lo hay? ¿La hay? ¿Lo somos?

En este país, lo que hay, es mucha noticia tergiversada, manipulada o con fines espurios (fake-news), y también falsas (false-news). Hay cierta diferencia de matiz entre lo falso y lo tergiversado. También hay comunicados y comparecencias largas, terriblemente largas, repetitivas, aburridas. También hay una Ley de Transparencia que, como todas las leyes, está para saltársela. Por supuesto, también hay expertos; muchos expertos, según el censo de población actual cerca de 47 millones.

Todos, yo también, hemos escrito sobre este mal. Pero creo que ha llegado el momento de parar. Todos los días, y no cada ocho horas ¾los remedios se administran con desayuno, comida y cena, sino en píldoras imposibles de tragar, de manera continua; ni se respetan las altas horas de la madrugada—, expertos de todo tipo nos deleitan con su sabiduría. Amen de los tertulianos, quién no está troceando virus, anda con la edición génica; por supuesto con su mejor buena intención y saber hacer. Ya, mañana mismo, conoceremos las tripas del bicho y, ¡albricias!, la vacuna, el fármaco de Fierabrás está al alcance de la mano. Al terminar, el pudor añade, «bueno, ¡se tardará un tiempo…!». Otros, con igual buena intención y saber hacer, se embarcan en ensayos clínicos que tras el correspondiente metaanálisis —alguien se refirió́ al asunto como la «alquimia estadística del siglo XXI»—, sacarán conclusiones sobre un fármaco, hasta ahora arrinconado en las boticas, que consigue el efecto soñado. Qué actual suena aquello de «fármacos viejos para enfermedades nuevas». También, agradecer que el experto de turno suele añadir: como son muchos los centros implicados se tardará un tiempo.

Pero no es un problema exclusivamente interno, también hay «expertos» en los centros de mayor renombre internacional que se desayunan con ocurrencias. A estas alturas, en mi opinión, los expertos no deberían exigir lo uno y lo otro. Si usted es un experto, esté donde esté, no está en condiciones de exigir sino de hacer. Si usted piensa en algo —primer mandamiento del científico o del experto— tiene dos opciones. La primera y obligada es diseñar un experimento y llevarlo a cabo con sus manos y con su grupo y, cuando obtenga resultados contrastados, divulgarlos. Si usted es un filósofo se lo cuenta a un amigo experto para que lo haga. No es momento para ocurrencias. Para Linus Pauling: «The best way to have a good idea is to have lots of ideas».

Se atribuye a Lord Ernest Rutherford, conocido como el «padre» de la física nuclear y Premio Nobel de Química en 1908 por sus investigaciones en la desintegración de los elementos y la química de las sustancias radiactivas, que espetó a sus colegas en una conferencia en la Royal Society: «We’ve got no money, so we’ve got to think». Una variante se pone en boca de Sir Winston Curchill, Premio Nobel de Literatura en 1953 por su maestría en las descripciones histórica y biográfica y por su brillante oratoria en la defensa de los valores humanos: «Gentlemen, we have run out of money. It’s time to start thinking». Eran tiempos duros, difíciles, para el uno —tras la Primera Guerra Mundial— y para el otro, en plena Segunda Guerra Mundial. Charles P. Snow recogió́ en las Godkin Lectures 1960, en Harvard, las diferencias y pugna entre científicos que asesoraron al Gobierno británico durante la Segunda Guerra Mundial.

¿Por qué el CSIC de la mano —el problema es que está prohibido darse la mano— con otras agencias no recopila todo lo que están haciendo los grupos de este país y lo publica para información de la ciudadanía que, a la postre, es quién costea el trabajo? Señores, los grupos tal y tal, donde trabajan tal y cual, están haciendo este trabajo. Cuando se obtengan resultados lo comunicaremos. Punto y final. No es posible tragarse minuto a minuto lo que cada uno dice que hace, deja de hacer o se le ha ocurrido.

No importa, el gentío, tras escuchar a los oráculos —antes solo había uno o dos homologados—, se agolpa en las farmacias ávido de los productos. Algunos colegas expenden recetas oficiales a todos y cada uno de los miembros de la familia y algún vecino para asegurar el bienestar de los suyos. Las boticas quedan exhaustas. Los más avispados hicieron acopio de las afamadas y oscarizadas mascarillas, aprovechando que la OMS había dicho que no. Ahora parece que ha dicho que sí. El gobierno, astuto, dice que no impondrá a sus ahijados lo que resulte imposible llevar a cabo, ni lo que atente contra los derechos individuales. Acaparamos casi todo. Nada, que los aviones no acaban de llegar. Señores, lean lo de las Mil y Una Noches, en especial la historia de Aladino. Compren una lámpara con genio incluido; a frotar y, ¡voilá! De momento, mientras el gabinete de crisis se va o no se va, un empresario con clase vació el almacén clausurado por impago y ha hecho el negocio del siglo.

Amén de las discusiones en el Hemiciclo, llegan a diario declaraciones, opiniones, entrevistas… de ilustres expertos; ilustres de verdad porque, no cabe duda, destacan o han destacado en sus respectivas ocupaciones: médicos de diferentes especialidades, epidemiólogos, biólogos y virólogos experimentales, matemáticos computacionales, psicólogos, sociólogos… Todos ellos o la mayoría con estancias en centros de incuestionable reputación y amigos de algún Premio Nobel o destacadas figuras de… Nadie duda de su buena voluntad. ¿Pero todos los días? Si, al menos, se pusieran de acuerdo. Las diferentes tertulias quedan al margen por razones que no detallo.

Hay, sin embargo, alcaldes de poblaciones de la España vacía —prefiero la denominación de Sergio del Molino— y no vacía, pueblos entre 500 y 10.000 vecinos, que no conocen a premiado alguno ni, mucho menos, tienen amigos en los centros más afamados. Poseen una preparación, en ocasiones básica, una inmensa inteligencia que llamamos natural y, sobre todo, responsabilidad del cargo que exige previsión, tomar decisiones a veces arriesgadas e impopulares, pero que gracias a su empeño han conseguido que en su territorio de gobierno no haya infectado alguno y, por elemental supuesto, fallecimiento por el maldito mal. Se anticiparon a los expertos, obviaron directrices y aplicaron normas ancestrales: los leprosos a los lazaretos, los tuberculosos a los sanatorios serranos, los apestados con una campanilla para mantenerlos alejados, los sanadores con máscaras. En resumen, detección de los contagiados y aislamiento y los sanos procurando no acercarse. En nuestros días, países más sofisticados han hecho lo mismo, a tiempo y con medidas más refinadas; unos efectuando cientos de miles de análisis para la detección precoz y aislamiento de los contagiados, otros controlado la temperatura mediante telesistemas con igual objetivo. Véanse los resultados.

Qué fácil es predecir el pasado. Antes la mántica, el dominio de la adivinación, estaba reservada a unos pocos que conocían a las tres Moiras que daban el destino. Ya no hay Moiras, tal vez, con la que está cayendo, ande por ahí Átropos. Tampoco tenemos a mano a Tiresias ni la Pitia. Va a tener razón Dan Quisensberry, lanzador del equipo de béisbol Kansas City Royals: «I have seen the future and it is just like the present – only longer». Fue descalificado. Habrá que rehabilitarle.

Aunque tarde y más cosas, hay que ir en busca del tiempo perdido. Como se murió Marcel Proust —por cierto, de neumonía— echamos mano de los expertos, esta vez en comunicación de masas. Problema, China ha controlado la cosa; Italia parece que, por fin, va recuperándose. Grecia y Portugal casi limpios. ¿Quién tiene más infectados, más muertos? Pues Estados Unidos. Otro problema fácil de resolver; nadie pregunta cuantos habitantes pululan por allí: aproximadamente 328 millones. Sacamos el artilugio que opera bajo el control de IA y, más o menos, ocho veces más. No importa, los escuchantes tragan. Por cierto, 13 días después del multitudinario Mardi Gras en New Orleans se detectaron los primeros casos de COVID-19; ahora se ha convertido, compitiendo con New York, en el epicentro de la epidemia en Estados Unidos, y eso que las autoridades no descartaron que se produjera un contagio masivo; se calcula que al menos un millón de personas acudieron al carnaval. Es curioso que por aquí las consecuencias de las concentraciones masivas de personas nada tengan que ver con lo que pasa en otros sitios.

Hablando de IA, existe un artilugio llamado quipu, una especie de ábaco sofisticado, hecho a base de cuerdas previstas de nudos, que sirve, en otras cosas, para llevar las cuentas. Tal vez, para evitar el baile del número de muertos, afectados…, no sería descartado incorporar al equipo asesor a un quipucamayoc y un par de qullqa- kamayuquna; el problema es que hablan quechua. Tal vez lo entiendan porque nadie entiende el idioma del oráculo.

Dado que los gobiernos, no nos gusten o nos gusten, el de aquí y la mayoría de los de fuera, están elegidos democráticamente, y lo mismo para las instituciones nacionales y transnacionales, no nos gusten o nos gusten, son igualmente legítimas, que hagan su trabajo como puedan o quieran. Un portavoz, al menos, que aparente ser creíble —hablaba al comienzo de honorabilidad—y domine la dicción —no pretendo que incluyan la retórica en el nuevo plan educativo, aunque es tan importante lo que se dice y cómo se dice; las formas ¿les suena?; las formas son parte integrante del hacer democrático—, informe un par de veces al día, en comunicados claros de no más de diez minutos, sobre cómo se desarrolla la situación. Se puede ahorrar que somos los mejores; se da por supuesto que tenemos las morgues más grandes y hemos levantado los hospitales más enormes, tomado las «medidas más exigentes del mundo» o comprado los «mejores y más fiables» test del mercado. También que un experto —pero que sea experto, que no dependa su puesto de lo que diga— informe otros diez minutos al día, para explicar lo técnico del asunto. El resto de la población, es decir los casi 47 millones indicados menos las dos personas citadas, permanezcamos callados. Que no liemos a la ciudadanía que bastante tiene. Tampoco a los que nos cuidan, a los que hay que cuidar y dotar de medios para que nos cuiden. Como en la película Margin Call —que viene al pelo—, que solo se oiga el silencio. Creo que los participantes en el grupo de la UE, también de expertos, que tendrían que haber tomado una decisión resolutiva esta madrugada (09/04/2020), estuvieron viendo la película. Seguimos sin ser felices.

Una cuestión que no debe pasar desapercibida. Estemos atentos para que esta vez no nos engulla. Se denomina límite de Chandrasekhar a la masa máxima posible que puede soportar una estrella fría; a partir de ella la estrella colapsa en un agujero negro. Una vez traspasado el límite de acontecimientos —el borde del agujero— todo es oscuridad; nada, ni la luz, es capaz de escapar. Ya nos estamos quedando fríos; la «masa» de desaguisados se aproxima, casi a la velocidad máxima permitida por la relatividad, al límite. Antes de que esto llegue —al menos todas las pandemias se han resuelto, de una u otra manera, a lo largo de los siglos— será el momento de llevar ante los tribunales de justicia a quien haya menester. Si pasamos el horizonte de acontecimientos todo quedará impune.

Nota: Una entrañable y admirada amiga tuvo la gentileza, el buen gusto, el tacto, de hacerme llegar un mensaje con una breve nota: «Si tienes tiempo escucha esto, Pedro». Escuché, y lloré. Señorías, en la próxima reunión del Hemiciclo, por favor, antes de iniciar el turno de intervenciones, escuchen Gregorio Allegri (1582–1652): Miserere. «Perderán», exclusivamente 12:40 min. Luego comiencen a dialogar, señorías.

Pedro R. García Barreno Médico


Moralizar la naturaleza, por Diego S. Garrocho Salcedo

Uno de los recursos más arcaicos de cualquier cultura consiste en atribuirle rasgos humanos a la naturaleza e incluso a los seres inanimados. Las tempestades, las plagas y los desastres naturales podrían justificarse como el resultado de la decisión de un dios que vela por nuestra correcta instrucción moral a través de la retribución y el castigo. El Antiguo Testamento, por ejemplo, está plagado de escenas en las que se quiere imprimir una significatividad moral a algo que, en principio, no la tiene. El tópico del diluvio, del que el mismo Dios habría de arrepentirse, es su ejemplo más célebre, aunque ya lo primeros exégetas del texto supieron adelantar la eventual condición alegórica del motivo.

A partir del siglo XVII, con Descartes y a pesar de sus abusos, aprendimos a distinguir entre seres animados e inanimados.  Con permiso de Bruno Latour, todavía hoy tendemos a sospechar de aquellas personas que reconocen sentimientos a la lluvia, a las aspiradoras o a los osos de peluche. Nuestras exigencias éticas tienden a circunscribirse a una comunidad de sujetos imputables y no parece razonable discutir la condición moral de que la gravedad sea, aproximadamente, de 9,8 m/s2.

En las últimas semanas no pocas voces han insistido en imputar rasgos morales e incluso teológicos a la propagación y eventual condición letal del coronavirus. La vocación apostolar de muchos ha querido reconocer incluso un cierto cariz mesiánico, salvífico o castigador en los efectos de la COVID19. Lo que a todas luces no es más que un fenómeno puramente biológico ­—aunque su gestión e interpretación adquirirá, por supuesto, connotaciones éticas y políticas— ha representado a ojos de algunos una ocasión irrechazable para confirmar todas sus teorías.

A poco que nos descuidemos las ideologías se instalan en nuestro cerebro como un dispositivo fallido y miope que funciona como un reloj parado. Lo han oído más veces. Sólo hace falta esperar el tiempo suficiente para que, cada doce horas, el artilugio inmóvil parezca dar la hora correctamente. Miren a su alrededor y constaten la pléyade de ideólogos que merced a esta pandemia sienten, por fin, que el tiempo se ha cumplido para ratificar sus infalibles doctrinas. No cabe duda de que para una mentalidad obstinada cualquier signo fortuito será una prueba inequívoca al servicio de su sólida convicción. Para quien espera el fin del mundo —o la venida del Reino, que es lo mismo— todo son señales.

No hace falta mucho esfuerzo para reconocer este gesto a uno y otro lado. Mientras seguimos sumando muertos hay aprendices de brujo a izquierda y derecha afanados en ratificar su propia prestidigitación. Para algunos la letalidad del virus es un signo inequívoco de los males del capitalismo; para otros una señal distintiva de la obsolescencia de cualquier nacionalismo. Más allá de la distinción entre izquierda y derecha el COVID19 también admite lecturas según talantes. Tenemos exégesis de todo tipo, desde la del apocalíptico que no duda en anunciar el fin de la democracia y el inicio del terror orwelliano, hasta las expectativas esperanzadas que confían en reiniciar un sistema que a todas luces estaba viciado.

Todos los aficionados a la teúrgia (economistas, filósofos y opinadores de distinta ralea) han sacado su bola de cristal para intentar desentrañar un sentido oculto en toda esta tragedia. Tal es la vocación de sentido en el ser humano: queremos explicar también lo inexplicable. Habrá quien confíe en que, al menos, las circunstancias extremadamente dramáticas tienen el beneficio de reconciliarnos con la inmanencia de lo real. Cuando la realidad golpea de veras el universo de lo simbólico parece empequeñecerse y en un tiempo en que los muertos se cuentan por miles parecería casi una frivolidad teórica intentar trascender la dramática materialidad del hecho.

Algún ingenuo —entre los que me cuento— podría haber pensado incluso que las vindicaciones identitarias o que la colección de pseudoproblemas artificialmente alimentados habrían dejado de tener vigencia durante este período de excepción. Sin embargo, para quienes han construido toda su personalidad intelectual en torno a los debates simbólicos esta oportunidad se ha hecho también irrenunciable. Mientras nuestros médicos, policías, militares y transportistas arriesgan su vida, siempre habrá en Madrid, en París o en California un intelectual sensible dramáticamente afectado por la cuestión del relato.

Ante la crudeza del hecho, el manierismo de la interpretación. Es curioso como casi todo el panteón de la filosofía mundial ha sentido la necesidad de brindarnos una lección oportuna y originalísima de un acontecimiento tan escrupulosamente natural como esta pandemia. Nadie está dispuesto a dejar de elaborar una sofisticada hermenéutica del dolor con vocación política.

No hay nada malo en que el ser humano intente reconstruir un sentido más allá del dolor y la desgracia. Lo que parece menos afortunado es aprovechar cualquier hecho, especialmente si es dramático, para intentar validar nuestros prejuicios. Máxime cuando para justificar nuestras posiciones somos capaces de desentendernos de la neutralidad moral de la naturaleza. Aguarden unas semanas y pronto las librerías estarán repletas de ensayos, novelas y poemarios compitiendo por brindar la explicación más global, omnisciente y crítica de lo que nos está pasando.

Todo está permitido siempre y cuando la visión se defienda con apocalíptica vehemencia. Todo menos una cosa: la asunción serena y consciente de nuestra condición irremediablemente finita. Cada día amanecemos para lamentar el ascenso de unas cifras que, desafortunadamente, están llamadas a alcanzarnos a todos aunque por distintas causas. Heidegger con su estilo ampuloso definió al hombre como un ser-para-la-muerte, una expresión que Odo Marquard vendría a enmendar con una frase mucho más prosaica pero igualmente inapelable: la tasa de mortalidad en el ser humano es del cien por cien. Sólo a partir de esa certeza podremos reconstruir una interpretación lúcida de la realidad, no sólo esa pequeña parte que atañe a esta crisis dolorosa pero forzosamente puntual, sino también a aquella otra, más íntima y definitiva, que determina la única condición incuestionable de nuestra humana existencia.

Diego S. Garrocho Salcedo


El confinado por su gusto, por Daniel Martín Mayorga

Todos los males del mundo vienen de que a la gente le da por salir de su casa

Blaise Pascal

Solo por esta cita —extraída de los Pensamientos, en traducción un tanto libre— merecería Pascal la consideración de santo patrón de todos nosotros, los confinados. Pero no es el único ni el más importante promotor del discreto recogimiento. Antes bien, son multitud, y de todas las épocas, quienes con mayor o menor énfasis han ensalzado el aislamiento, la soledad, el retiro, o, cuando menos, las ventajas de mantener una prudente distancia con nuestros congéneres. Aquí nos ocuparemos de uno vernáculo: el fraile Juan Crisóstomo de Olóriz.

Mínimos datos biográficos para situar al personaje: nacido en 1711 en Zaragoza, monje cisterciense, erudito, catedrático de la universidad de Huesca, calificador del Santo Oficio, miembro correspondiente de la Real Academia Española. Murió en 1783. Autor de una docena de obras, todas de tema religioso con dos o tres excepciones. Precisamente una de ellas es la que merece ser recordada en estos momentos de reclusión: Molestias del trato humano (1745).

Quien esto escribe tuvo primera noticia de tal libro gracias a uno de los extraordinarios, luminosos y siempre divertidos artículos que Julio Caro Baroja publicaba en el diario El País en los años 80 del pasado siglo. En concreto, el domingo 20 de marzo de 1983, en la sección de Opinión, página 11, el desprevenido lector se encontraba, junto al nombre del sobrino de don Pío, este título: “Apotegmas II: sobre la abundancia de pelmazos”. Se comprenderá que, con un reclamo así, cualquier otra actividad física o mental que no fuera sumergirse inmediatamente en su lectura resultaba impensable.

El meollo del artículo era un recuerdo de juventud del autor, cuando de estudiante frecuentaba el Ateneo madrileño y a los atrabiliarios seres que allí habitaban. Uno en concreto, don Saturnino, general retirado, agnóstico, positivista y “discípulo de don Heriberto (Spencer), como él decía”, le tomó particular afición, hasta el punto de confiarle su diagnóstico sobre los males de España: la causa de nuestras desgracias no era, a su entender, la desidia o la holgazanería, sino “la proporción descomunal de pelmazos por kilómetro cuadrado”.

Y seguía don Julio:  «Algún tiempo después de amistar con el viejo general y de conocer su teoría, compré en la feria de libros una edición barata, publicada por la Biblioteca Clásica Española de Barcelona, de la obra de fray Juan Crisóstomo de Olóriz Molestias del trato humano y se la regalé. Me agradeció el modesto obsequio, comprobó que aquel fraile castizo era “una autoridad de la lengua” y que utilizaba la palabra clave: pelmazo. Y me dijo: “Es una obra sugerente, estimulante. Muchas gracias, pollo, muchas gracias”».

No extrañará al lector que nos pusiéramos con toda urgencia a la búsqueda de un ejemplar. En aquellos años no era tan fácil e inmediato como en nuestro actual tiempo tecnológico, donde, con un ordenador y sin moverse del sillón, se puede acceder a los fondos de cientos de librerías, escoger y pagar con aladas monedas. Entonces se requería visitarlas físicamente y, además, estar en buenos términos con el librero. Hubo suerte y con cierta rapidez dimos con las Molestias…, en la misma edición que regaló don Julio (no había otra) de la Biblioteca Clásica Española; casa que conocíamos bien por sus hermosos volúmenes con la particular encuadernación que los distingue (entre ellos guardamos con cariño una preciosa edición, la única en castellano, de las novelas de Mateo Bandello).

Molestias del trato humano es, sobra decirlo, singular. Y sugerente y estimulante, como atinadamente afirmaba el general. Para empezar, uno nunca ha visto un libro con tantos preámbulos: una dedicatoria, una aprobación, tres licencias, dos censuras, una tasa y la introducción propiamente dicha hay que atravesar antes de llegar a la sustancia. En cuanto al texto, el lector de hoy probablemente señalaría tres supuestos defectos: estilo sumamente recargado, exceso de latinajos —la mayoría, sin traducción— y argumentaciones efectistas y tortuosas. Nada grave: 1) estilo, hay tres siglos de distancia con el gusto actual; 2) qué decir lo de los latines, siendo el autor un fraile, y 3) en cuanto a las argumentaciones tortuosas… era catedrático y, por si fuera poco, académico.

La obra está dividida en diez capítulos, denominados Reflexiones. En la primera se nos sitúa —“Qué hombres buscan la comunicación y qué hombres huyen a la soledad”— y en las siguientes se desarrolla la teoría y la práctica del aspirante a confinado a partir de las mil situaciones que se van dando en la vida social. Solo con leer algunos títulos nos haremos una mediana idea: Reflexión VI, “Dificultades en que se embaraza la política para tratarse los hombres sin molestia”; Reflexión VIII, “El trato de los hombres es más temible que el de las fieras silvestres”. Y todo así.

Para el padre Olóriz es dogma infalible que el sabio prefiera la vida retirada, mientras resulta sospechoso de garrulería cualquiera que guste de la compañía de sus semejantes. “Indoctis molestissima est solitudo”, (para los ignorantes es muy molesta la soledad), nos asegura, e insiste: “fuge multitudinem, fuge paucitatem, fuge etiam unum” (huye de la multitud, huye de pocos, huye incluso de uno solo). Remacha con una sentencia de San Bernardo, el fundador de su orden: “nunquam minus solus quam cum solus”, (nunca se está menos solo que cuando se está solo).

Pero, ¿es el trato humano detestable por sí mismo, o depende de las personas involucradas? Nuestro fraile, creemos, lo tiene claro, pero contemporiza: “No quiero decir que la conversación que se tiene entre gente discreta no sea el pábulo más gustoso del alma”. Añadiendo a continuación, porque le puede el genio: “Aunque sobre esto hay muchas excepciones”.

Y va describiendo los distintos tipos de pelmazos, entre abundantes citas y referencias por las que desfila todo el elenco clásico —a Cicerón lo llama familiarmente “Tulio”— y bastante del santoral. Repara especialmente en aquellos que importunan no solo con su propia presencia, sino que lo complementan hablando mal del prójimo. Olóriz opina que estos hombres malignos suelen ser peritos (in illa est eruditus) en los defectos que a los demás achacan. Quien a otros pretende corregir omni vitio carere debet, (debería carecer de todo vicio), pero la vida y la historia nos presenta múltiples ejemplos de lo contrario; tal Salustio, “terrible fiscal y acusador de cualquiera delincuente, siendo él mismo tan vicioso que era escandaloso y ninguno más notado en Roma”.

Las visitas y los visitantes son particularmente detestables, como no podía ser de otra manera, pues consiguen que “para tropezar ya en molestias, no sea menester salir de casa”. Y añade esta certísima observación que merecería ser puesta en mármol: “los que no gustan mucho de que los visiten, gustan menos de visitar. Si el ser visitado es molestia, el visitar es violencia que martiriza”. Lo cual incluye, por supuesto, a los amigos, si es que existen: “presumo que la verdadera amistad solo la descubrieron los mitológicos en el país de la ficción”.

A nadie se echa en falta en la infinita galería de pelmazos que, con precisión de entomólogo, se descubren y clasifican en el libro. Recorriéndolo —a capite usque ad calcem, como diría nuestro fraile— quedará el lector bien munido de sentencias y prácticos consejos de aplicación directa en estos días de confinamiento. Y también de ejemplos del talante rocoso y la actitud resuelta con que hay que afrontarlo… y hasta disfrutarlo.

Una muestra, para concluir, del recio carácter del padre Olóriz, y de cómo éste le lleva a no rehuir contrincante alguno, por más elevado que sea: así, acepta —porque no le queda más remedio— que el mismísimo Dios dijera aquello de non est bonum hominem esse solum. Pero acto seguido se atreve a puntualizar: “Mientras Adán estuvo solo mantuvo la gracia, y la perdió poco después que tuvo compañía”.

Es lo que modernamente se llamaría un “zasca” en toda regla, aplicado nada menos que al Padre Celestial. Reconozcamos que, para un inquisidor, no es poca cosa.

Nota; nunca tuvimos la fortuna de manejar la primera edición (1745) de Molestias del trato humano. La mencionada por Julio Caro Baroja (Biblioteca Clásica Española, 1887) no es, ya lo hemos dicho, un libro particularmente difícil de conseguir. De este, además, la Editorial Alta Fulla sacó un muy digno facsímil en 2001, y no hace muchos años incluso estaba saldado en la librería del Círculo de Bellas Artes de Madrid.

Daniel Martín Mayorga


Ante el cuerpo yacente de España, un nuevo gobierno, por Francisco Sosa Wagner

Publicado en www.sosawagner.es

Tiempo este de recuperación de la literatura de almanaques y pronósticos (con los que nuestro Torres y Villarroel ganó buenos dineros) pues que somos muchos los que nos dedicamos a formular conjeturas acerca de cómo ha de ser el mundo tras la epidemia que estamos padeciendo. Porque todo parece indicar que se nos han desplomado certezas que teníamos por imbatibles y con ellas esos tópicos con los que nos empeñamos en apuntalar los intereses y las miserias que mantienen erguido nuestro pequeño entorno.

Para descargo de nuestras conciencias podríamos imputar al azar, ese diablillo juguetón, las actuales calamidades si no fuera porque Tocqueville ya nos dejó explicado que “el azar tiene una gran intervención en todo lo que nosotros vemos en el teatro del mundo, pero creo firmemente que el azar no hace nada que no esté preparado de antemano. Los hechos anteriores, la naturaleza de las instituciones, el giro de los espíritus, el estado de las costumbres son los materiales con los que el azar compone esas improvisaciones que nos asombran y nos aterran” (así en sus Recuerdos de la revolución de 1848, libro obligado para los políticos cuya lectura debería desplazar a los tuits inanes).

Este azar que nos amarga, si azar es, ha venido escoltado por las advertencias de organizaciones serias como la Mundial de la Salud o la ONU a las que los gobernantes y los ciudadanos hemos prestado oídos de mercader. Y así nos va ahora en la feria malhadada pues, hasta pocas fechas, antes de que el sudario se convirtiera en la prenda de la temporada, hemos estado escuchando las gansadas de la gripe, la de las víctimas de la carretera o la necedad suprema del machismo.

Ya que las opiniones de los expertos las hemos sustituido en el pasado inmediato por las de improvisadores a la violeta y revolvedores de caldos pestilentes, por lo menos afrontemos el futuro meditando con mesura pero con las luces largas sobre aquello que deberíamos corregir cuando nos libremos de los actuales agobios.

Podríamos aprovechar para ahuyentar de forma definitiva las patrañas de los nacionalismos catalán y vasco haciendo ver lo reaccionario de sus programas, la falacia de sus mensajes y la traición a los intereses comunes que suponen sus postulados. De una vez procede explicar que todo ese mundo no es más que el carlismo disfrazado de palabrería en programa de ordenador, hojarasca pisoteada por la historia; que nada tiene que ver con el progreso el partido cuyo lema sigue siendo Dios y leyes viejas y que Cataluña jamás ha sido un Estado ni siquiera en los momentos en que los sueños de sus próceres pudieron haberse manifestado de forma más extravagante. Y que España no ha robado a los catalanes sino que unos catalanes poderosos han robado con descaro jupiterino a unos catalanes indefensos.

Creemos que si este mensaje sencillo lo hubieran defendido los políticos en la tribuna desde la hora primera de la transición, con la ayuda de los altavoces de que ellos han disfrutado, hoy no estaríamos haciendo almoneda con España. Dicho con nombres propios: si Felipe González y después José María Aznar, en la época en que tanto prestigio tuvieron, cuando nuestra democracia andaba a gatas e intentaba asentarse, hubieran destapado los embustes y las bellaquerías de la averiada mercancía nacionalista, hoy esos nacionalismos se limitarían a disponer de su clientela en sus respectivos territorios pero no habrían estado marcando el paso de la política española, hasta estos mismos días, cuando ya el descaro es orquestal. Pero los presidentes citados, que alumbraron hallazgos apreciables, en este del tratamiento de la quincalla nacionalista, se equivocaron de prisa y de corrido. Con punible desembarazo además. Por eso sería preferible que no dieran lecciones.

Hoy, la epidemia nos pone de manifiesto que solo luchando codo con codo todas las regiones podremos arrinconarla en una esquina del calendario y por eso todo el personal sanitario, desde los médicos a los camilleros, están entregados a la tarea de salvar la vida de los españoles sin mirar si son de Bilbao o de Cáceres. Y por eso los militares, también desde quienes lucen imponentes estrellas hasta los humildes soldados, están implicados en la misma labor humanitaria, sin importarles si las personas sometidas a tratamiento son de izquierdas o de derechas, federales o centralistas. Y lo mismo los camioneros que nos están alimentando, los funcionarios que se ocupan de nuestra seguridad, los voluntarios…

De otro lado, es hora de que los ciudadanos exijamos, cuando de achaques profesionales se trata, que sea atendida de forma prioritaria la voz de los expertos y no la de pícaros sin otra formación que la suministrada por el cultivo de la chapuza y la farfolla improvisada en reuniones y mítines de unos partidos sin músculo consistente alguno. Es hora de que callen quienes, con mala fe de orondas proporciones, no ven entre sus semejantes más que progresistas o carcas, machistas o feministas, fulanistas o zutanistas. Es hora de que calle el logrero y suene la melodía de un pensamiento libre del apuntalamiento de los lugares comunes.

Como es hora de que callen o bajen el diapasón quienes olvidan la vieja regla según la cual debemos conservar tanto mercado como sea posible y tanto Estado como sea necesario. Regla que encierra la sabiduría de la sencillez y la exactitud de la profundidad. Y que adquiere toda su grandeza cuando nos encontramos en épocas de crisis como la actual donde advertimos que no sobra nada ni nadie a la hora de hacer frente a las carencias: necesitamos a los poderes públicos como necesitamos a los empresarios privados y a las monjas de clausura, todos trabajando de consuno para lograr fines comunes, en este caso, la derrota del virus asesino.

Mercado, libertad, servicio público, Administraciones fuertes… son componentes imprescindibles de una única organización social que han de convivir en armonía y mutuo aliento. Lo contrario es dogmatismo de converso a una nueva revelación y de los dogmáticos, como de las Academias y de las epidemias, ¡líbranos, Señor!

Si intuimos que de esta pandemia saldremos con el paisaje convertido en un esqueleto yacente, la pregunta es: ¿ante el espectáculo del barco varado seguiremos empeñados en mantener el mismo Gobierno en España?, ¿volveremos a reunir la mesa del conflicto catalán, con Torra en su cabecera, el mismo que ha denigrado a España en los foros internacionales?, ¿seguiremos aceptando la interlocución con quienes han querido hacer rancho aparte en el combate sanitario?, ¿seguiremos viendo como prioritario entregar competencias delicadas a quienes en el País Vasco proclaman su independentismo?, ¿seguiremos empeñados en aliviar la prisión a quienes protagonizaron un golpe al Estado que ha desequilibrado sus cuadernas?, ¿seguiremos dando prioridad a los debates sobre el heteropatriarcado?, ¿seguiremos atados al lenguaje populista y a su defensa del derecho de autodeterminación? O, por el contrario, ¿haremos una agenda que contenga los graves problemas que ha de enfrentar una sociedad traspasada por angustias, desesperanzas y lutos?

Me atrevo a proponer que, cuando empecemos a ver la luz por la amura, tenga valor el socialismo español, como organización mayoritaria, para alumbrar una fórmula nueva de gobierno que debe pasar por prescindir sin miramiento alguno de los enemigos de España y apoyarse en los partidos que no están por aventuras: ni de desgarro institucional ni territorial. No defiendo llevar a sus líderes a un nuevo Gobierno. En absoluto: se trata de obtener el respaldo mayoritario en el Congreso a un Ejecutivo, temporalmente limitado, de perfil técnico, lo que excluye obviamente al actual presidente, pues, como sabemos desde las Epístolas de Plinio el Joven, “como en el cuerpo, así en el gobierno, el mal más grave es el que se difunde desde la cabeza”.

Un Gobierno que recoja lo que de aprovechable -en términos profesionales- tiene el actual pero incorpore a personas procedentes de la nueva mayoría que tengan acreditada una formación coherente con las responsabilidades que asuman. Austero en las proclamas, contenido en sus promesas, riguroso en sus manifestaciones. Un Gobierno, en fin, que logre secar la actual fuente de la que brotan la temeridad y las simplezas.

Francisco Sosa Wagner


Contagio emocional, por Javier Moscoso

Publicado el 24 de marzo de 2020 en ABC

En uno de los cuentos más emblemáticos de Edgar A. Poe, el detective Dupin resuelve el misterio de un chantaje, no mediante la aplicación del razonamiento lógico, sino a través de la identificación empática. En «la carta robada», que así se llama este maravilloso cuento, Poe defiende que, para averiguar los pensamientos de otros, no hay nada como comenzar por acomodar nuestras expresiones faciales a las suyas, y esperar a que los mismos sentimientos afloren en nuestro corazón. 

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Javier Moscoso


Coronavirus y realidad, por Enrique Baca Baldomero

La humanidad se encuentra en estos días (20 de marzo de 2020) frente a un desafío que la coloca en una situación parecida a la que generaron en el pasado las guerras mundiales. Pero ahora no se trata un peligro bélico.  Al menos por el momento.

Hay una amenaza a la vida de las personas en todo el mundo que no se conoce bien y que, mas allá de su letalidad real, produce efectos graves en forma de “epidemias mediáticas”. Es decir produce, de forma fehaciente y rápida, una infoxicación que es la forma de denominar a una intoxicación informativa global. Globalidad que está favorecida por un hecho insólito en la historia: la difusión instantánea y mundial de la información en las alas de las tecnologías de la comunicación.

Así pues, estamos ante una situación que, repetimos, es global, que no es fácilmente controlable, que genera miedo e incertidumbre y que se propaga con una celeridad pasmosa en su doble vertiente: la infección física de la gente y la infección informativa. La primera provoca enfermedad y muerte, la segunda ataca y destruye el tejido social.

Nadie debería ignorar este hecho y por ello es necesario hacer un doble esfuerzo. El primero, el que hace el sistema sanitario intentando paliar los hechos físicos de la enfermedad y al tiempo luchando para que el propio sistema no se colapse. No es tarea fácil, aunque me temo que los responsables políticos no son aún conscientes de lo que nos jugamos en ese frente, cuyo peso se ha descargado en su totalidad sobre los profesionales sanitarios, esperando que ellos aguanten todo lo que se les viene encima. Pero no podrán aguantar solo con halagos verbales y con los aplausos en los balcones por mucho que nos emocionen y se agradezcan. Es imperativo actuar con decisión racional y sin trucos barriobajeros en la distribución de los recursos y en la elaboración de los necesarios planes de contingencia. Hay que explicar a los que están al pie del cañón lo que se piensa hacer y por qué se piensa hacer eso y no otra cosa (están perfectamente capacitados para entenderlo) y hay que arbitrar los medios y canales para recoger las informaciones de esos profesionales de trinchera, de manera que dicha información llegue a los sanedrines de todo tipo. Si no se hace todo esto, pronto los profesionales entenderán como un sarcasmo ofensivo los halagos que se les dirijan y más aun en la medida en que contrasten con lo que diariamente viven.

Y esto que se dice de los profesionales sanitarios hay que aplicarlo también a los colectivos que mantienen el orden y la estructura social. No se puede tener trasportistas, policías, personal de comercio, repartidores y tantos otros sin los apoyos y las medidas fácticas de protección, pensando que solo la disciplina o el halago los mantendrán a salvo (y sobre todos los mantendrán activos y operativos).

Y ahora hablemos de la información. La información que se da a la población general ha de ser, sin duda, veraz, rápida y continua. Pero la información que se trasmite a los colectivos profesionales ha de ser una comunicación técnica solvente que  permita saber a dichos profesionales por qué se les dice que hagan lo que están haciendo más allá de la expertiseclínica para la cual, afortunadamente,  no necesitan instrucción alguna.

La idea de un grupo de sabios, alejado de la realidad, que piensa por todos, no solo es arriesgada sino que es radicalmente peligrosa en su efectividad real. Y mucho peor si en lugar de sabios tenemos a burócratas empoderados o a expertos de solapilla.

[Un inciso necesario aunque molesto:  España posee una masa cualificada de profesionales de la salud publica (epidemiólogos, preventivistas y salubristas) perfectamente homologable internacionalmente.  Pero en épocas normales se ha producido, en los organismos oficiales que atienden a la salud publica en nuestro sistema sanitario,  intromisiones (políticas a veces, nepotistas otras) de gente que hace real la frase “no son todos los que están” y, en consecuencia, no están todos los que son. Es vital en estos momentos actuar de manera realista y con estrictos criterios de efectividad, corrigiendo estas desviaciones allá donde se manifiesten.  Hay que ser valientes y dar paso a los que saben. No se trata de echar a nadie pero sí de apartar a los ignorantes y a los advenedizos. No es fácil, pero al menos que no estorben].

Sigamos hablando de información. Y centrémonos en lo que mas arriba hemos llamado “epidemia mediática”.  Y aquí hay también dos problemas distintos pero complementarios. El primero es la información que dispensan las autoridades entendiendo por tales los responsables políticos de las acciones. Hay solo una difícil condición para este primer aspecto: No engañar. Y no engañar no es solo no ocultar lo que pasa, también es dar la información de manera comprensible y sin sesgos oportunistas. Aquí los profesionales sanitarios que están incrustados en las esferas de mando tienen un deber inexcusable: no plegarse al tempo político ni al manejo partidista. Y ya hemos visto como no lo consiguen en los momentos más clave del problema. A veces, por muy compresible que sea, no es de recibo decir amén a lo que el poder nos dicta. Mejor irse a casa con la cabeza alta.

El segundo problema lo protagoniza el afán de conseguir la “historia llamativa”. Comprendo que para el periodismo de batalla la tentación de contar la historia llamativa es muy difícil de resistir. Pero las anécdotas han de ser valoradas en razón de su impacto social y, sobre todo, de su posibilidad de ser generalizables. No cabe duda de que toda historia humana tiene un valor por sí misma y toda historia que se relata está ciertamente basada en un hecho real y comprobado. No me refiero en este momento a la verdad del hecho. Sino a su valor divulgativo, a su capacidad de generar ruido, miedo o indignación. Se podrá decir que se pretende exactamente eso: generar ruido, miedo e indignación para que se resuelvan las cosas. Pero me temo que en circunstancias como las que atravesamos no está tan claro que sea la mejor manera de resolverlas. Lo que sí es evidente es la facilidad con la que se convierte en un elemento importante  de erosión del tejido social que tan imprescindiblemente hay que preservar.

¿Hay, por tanto, que callar todo lo que no sea ideal o estupendo en la respuesta que se da al problema? ¿Los que sufren no tienen derecho a que se conozca y se responda a su sufrimiento? De ninguna manera. La función critica de los medios de comunicación es imprescindible. Y aun mejor si se convierten en la voz de los que no tiene posibilidad de ser escuchados.  Pero eso no es una patente de corso para torticeramente alimentar un sensacionalismo alarmista ni, lo que es mucho peor, arrimar el ascua a la sardina de nuestras preferencias ideológicas. Y no solo por sus consecuencias negativas sino porque estamos usando el dolor de la gente.

No cabe duda de que el tremendo asunto que nos ocupa da para mucho más. Pero no se puede acabar sin mencionar dos de sus consecuencias colaterales más graves. La primera es la económica. Se habla y se escribe mucho sobre esto y no estaría de más que se abordase con seriedad y sin pensar que se trata de una mera cuestión táctica. El trasfondo (la alteración de los sistemas y estructuras económicas, las pérdidas de magnitudes escalofriantes y la repercusión en la vida inmediata de cada uno de nosotros) no es fácil de percibir, ni siquiera de concebir, ahora. Los remedios nos remiten, como decíamos al comienzo, a la economía de guerra durante la epidemia y a las reconstrucciones económicas de las postguerras, una vez pase la pandemia. Pero en las guerras del siglo XX siempre había vencedores y en ellos se apoyaba la humanidad para reconstruir. ¿Los habrá ahora? Me temo que la respuesta puede no ser demasiado tranquilizadora.

Pero hay una ultima consecuencia más obscura y no menos preocupante. Las consecuencias políticas. Las opciones políticas revolucionarias (y llamo revolucionarias a las que pretenden asaltar el poder constituido desde una legitimidad autoatribuída) tienen en su ADN la idea de que los momentos de debilidad del sistema que pretenden asaltar son los que hay que aprovechar sin demora y cueste lo que cueste. En su ADN también está inscrito a fuego aquello, tan repetido y tan ignorado, de que el fin justifica los medios; y también aquello, cínico pero efectivo, de que cuanto peor, mejor.

No es un tema que ninguno debamos desdeñar ni menospreciar.

A no ser que decidamos formar parte de la gente definitivamente instalada en la ciudad alegre y confiada que tan bien describió Benavente.

Enrique Baca