¿Puede la pandemia convertirnos en cíclopes (ciegos)? , por Fernando Rivas

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Primer escalón

Entre las múltiples aventuras que refiere la Odisea destaca una que ha llenado la imaginación popular: la estancia de Ulises y sus compañeros en la isla de los cíclopes y su encuentro con Polifemo. La historia comienza cuando llegan a la isla de los cíclopes para averiguar si estos eran “violentos, salvajes e injustos, o tal vez hospitalarios y con sentimientos piadosos” (Od. X,175-176, en la espléndida traducción de Carlos García Gual).

El propio Ulises describe el estado de atraso en que se encontraban los cíclopes: “Llegamos a la tierra de los cíclopes, prepotentes y salvajes, que, confiados en los dioses inmortales, ni plantan ni trabajan la tierra con sus manos, sino que todo les crece sin sementeras ni arados… No tienen ellos ni asambleas ni normas legales, sino que habitan las cumbres de altas montañas, en cóncavas grutas, y cada uno impone sus leyes a sus hijos y mujeres, y no se cuidan los unos de los otros… No tienen los cíclopes navíos de mejillas pintadas de rojo…, con las que pudieran conseguir otras cosas, visitando los países ajenos (Od. IX,108-131).

            Y esto, ¿qué tiene que ver con nosotros? Más de lo creemos porque: ¿no ha supuesto la pandemia un retroceso a la vida de los cíclopes? ¿Cómo no recordar tiempos no muy lejanos donde nos hemos visto aislados en nuestras propias casas, sin más contacto que el que nos permitía el teléfono o internet, y no por propia opción o prepotencia, como en el caso de los cíclopes, sino por nuestra fragilidad? ¿No hemos tenido que acumular, como Polifemo, todo tipo de alimentos para sobrellevar el confinamiento? ¿Cómo no tener presente la educación on line, la distancia física, que se llega a hacer en muchos casos social, el proteccionismo y aislacionismo de muchas opciones políticas y económicas, el miedo al extranjero, e incluso al vecino de al lado, que se ha instalado en nuestros hábitos sociales? ¿No ha venido la pandemia a universalizar y agilizar las tendencias individualistas que se estaban desarrollando con anterioridad? Realmente, ¿no tenemos todos un poco de cíclopes, pero diminutos?

            De la descripción de Odiseo sobre los cíclopes es conveniente rescatar algunos elementos que todavía siguen siendo actuales: primero, la confianza en los dioses -hoy serían otros tipos de “dioses”, seguramente tecnológicos- lleva a los cíclopes no solo a olvidarse de sus propias capacidades, sino a convertirse en “prepotentes y salvajes”, insensibles a lo que les rodea, en su isla; segundo: su aislamiento, no solo hacia los de fuera, sino incluso de los suyos: “sin asambleas ni normas legales”, dirá Homero, algo inaudito para un griego, una señal indudable de su atraso; tercero, y aquí está el núcleo de la crítica: “no se cuidan los unos de los otros”, porque su autonomía (nómos = ley) es tal que les lleva a despreocuparse por los de su propia especie, algo que no hacen ni siquiera las bestias salvajes, y los transforma en “monstruos”.

            Pero la historia no acaba aquí, pues este deseo de aventura y conocimiento lleva a Odiseo y a sus compañeros a adentrarse en una cueva, donde “pernoctaba un individuo monstruoso que llevaba a pacer sus ganados en solitario y aparte. No se trataba con otros y carecía de normas. En verdad que era un monstruo asombroso y no se parecía a un hombre comedor de pan, sino a un peñasco selvático…, que se erige altivo y señero” (Od. IX,188-193). Todavía no conocemos el nombre de este personaje, pero sí descubrimos que es el máximo exponente de la actitud ciclópea ante la vida por su ausencia de relaciones, la confianza en su propia fortaleza y la carencia de leyes.

            La continuación de la historia ya la sabemos: Odiseo y los suyos entran apresuradamente en la cueva y, admirados por la abundancia y el orden de los alimentos que allí encuentran, son sorprendidos por el cíclope. Se inicia entonces un diálogo lleno de astucia y engaños entre el solitario y desconfiado cíclope y Ulises, maestro de ardides. A la pregunta del cíclope sobre si son comerciantes o piratas (dos modelos negativos de extracción económica) y dónde está su nave, la respuesta de Odiseo se centra en que son héroes de guerra, que regresan a su patria y han perdido su barco. Primer giro retórico.

De aquí su petición a Polifemo del don, que no deber, de la hospitalidad. Una petición que es planteada además en clave religiosa, pues al fin y al cabo Polifemo es hijo de Poseidón y la ninfa Toosa y se dirigen a él como suplicantes (una de las prácticas más sacrosantas del mundo helenístico), bajo el amparo de Zeus Hospitalario, protector de suplicantes y extranjeros. Esto no parece amedrantar el ánimo cruel de Polifemo, pues según él los cíclopes no temen ni respetan a los dioses, porque son más fuertes que ellos. Y para demostrar su insensibilidad y falta de respeto a las leyes, echa mano de dos compañeros de Ulises a los que devora “sin dejar nada: las vísceras, las carnes y los huesos con el tuétano”, dice el texto de una manera brutal. Segundo giro retórico.

            La historia podría haber acabado aquí si Odiseo se hubiera dejado llevar por la ira y hubiera matado al cíclope dormido. Pero la cueva estaba cerrada por un enorme pedrusco que impedía la salida, así que no se podía dejar llevar por la imprudencia. Sin embargo, un tronco de olivo que se encontraba allí, la engañosa oferta del vino al cíclope y el no menos engañoso diálogo entre el cíclope y Odiseo ponen en marcha el plan de huida.

De este diálogo queda para la posteridad la genial respuesta de Ulises a la pregunta de Polifemo sobre cuál era su nombre: “Mi nombre es Nadie”, responderá el señor de Ítaca, retomada en clave satírica por el propio cíclope cuando le diga: “Pues a Nadie me lo zamparé el último…, este será mi regalo de hospitalidad”. Tercer giro retórico y anticipo del clímax de la acción que se va a desarrollar a partir de este momento cuando, después de clavar la estaca de olivo en el único ojo del cíclope, Ulises y los suyos escapan escondidos entre los corderos que guardaba el cíclope en su cueva.

Una acción que tendrá su colofón en la mordaz conversación entre Polifemo y sus compañeros, que comienza con la afirmación del solitario cíclope: “Amigos, Nadie intenta matarme, con trampa y con violencia”. Y continúa con la respuesta de sus congéneres: “Pues si nadie te ataca y tú te encuentras solo, no es posible de ningún modo evitar una dolencia que envía el gran Zeus. Así que suplica a tu padre, el soberano Poseidón” (Od. IX,400-412). Cuarto giro retórico, donde el engaño se consuma y Polifemo se convierte en la irrisión de sus vecinos por haber hecho de un pronombre un nombre (¡para que luego digan que el conocimiento de la lengua no es útil!).

            Múltiples interpretaciones se han dado a este relato. Entre las antiguas predominan las ejemplares. Así algunas, centrándose en el plano psicológico, lo ven como un choque entre dos modelos de personalidad: el de los deseos irracionales representados por Polifemo (una persona asocial, sin reglas ni moral, atento solo a sus propios apetitos y a su propio vientre), y el que personifica Ulises, centrado en la razón que controla sus deseos, apela al derecho de hospitalidad y está atento al bien común. Un contraste donde al final triunfa Ulises, porque lo contrario sería la decadencia y el caos.

Otras interpretaciones responden a una aplicación más social, como aquellas que ven aquí una oposición entre el poder de la fuerza bruta, representado por quienes, como Polifemo, se comportan de manera soberbia, cruel y prepotente, faltando el respeto no solo a los dioses, sino también a las costumbres humanizadoras que en ellos encuentran su fundamento, y el poder de la ley y las normas sociales (como la hospitalidad), al que apela Ulises y sus compañeros, que son las que al final prevalecen, pues su incumplimiento encuentra castigo no solo en la víctima, sino también en el victimario.

Otras interpretaciones se internan, por último, en el plano mítico y religioso, viendo una conexión entre la caverna de Polifemo y el Hades: a la entrada en la muerte le debe corresponder una salida en una nueva vida, aunque no para todos, sino solo para aquellos que son capaces de enfrentarse al monstruo de la muerte de manera sagaz.

Este episodio pudo servir de inspiración a Hobbes para escribir su Leviatán y en época contemporánea se han visto paralelismos entre Polifemo y sistemas totalitarios como la Rumanía de Ceaucescu, la Grecia de la Junta de los coroneles, la tiranía de Hussein en Iraq o el Estado policial de la novela 1984 de Orwell, representado por un ojo que reduce al pueblo a producir y consumir.

Y, a nosotros, ¿qué nos puede enseñar este episodio de Polifemo?

En primer lugar, que el Sistema que estamos construyendo, nos construye (y destruye) a nosotros mismos. Y así, la tendencia actual a hacer de nuestros espacios -casa, ciudad, Estado, naturaleza- una cueva donde almacenar, sentirnos seguros y satisfacer nuestros propios deseos, acaba por aislarnos, deshumanizarnos y alienarnos, esclavizándonos a un individualismo destructivo, ciego e incapaz de acoger la novedad que trae el otro, ignorante de los vínculos sociales y confiado de manera fatua en la propia fuerza.

En segundo lugar: que dos ojos (Ulises) ven más que uno (Polifemo), que al final acaba en ceguera por su comportamiento. Que la apuesta actual por el gigantismo (modelo Polifemo), que tiene algunas de sus expresiones en la acumulación económica, las fusiones bancarias, las grandes redes sociales o la centralización informativa conduce al abuso, la ley del más fuerte y el colapso. No deja de ser significativo en este sentido que un gran buque bloquee el canal de Suez, cualquier mínimo apagón informático genere un desplome de la economía o un hacker pueda paralizar las oficinas de la Seguridad Social. Apostar por Ulises supone, por tanto, entrar en la dinámica del emprendedor, la inteligencia y la cultura, el trabajo colaborativo, la innovación y la tarea callada de quien se considera “nadie”, frente a búsqueda de gloria que representa Polifemo (“de mucha fama”).

En tercer lugar, que mientras la vida encerrada en la cueva conduce al predominio del deseo sobre la razón, del ego sobre el nosotros y de la fuerza sobre la cultura, la vida a la que nos invita Homero es a navegar, a un viaje lleno de aventuras y conocimiento. Que, aunque nuestro destino es llegar a Ítaca, el camino que nos conduce a ella nos hace más sabios y experimentados. Y que este estar volcados en la cueva hace que los cíclopes no se cuiden entre sí y se olviden de las leyes y de la hospitalidad, mientras Ulises y sus compañeros que salen a recorrer el mundo se necesitan -pues nadie puede hacer el camino solo-, hacen de la acogida y la convivencia la forma plena de humanidad y son capaces de enfrentarse a las dificultades con el ingenio.

En conclusión, y como bien nos aconseja el sabio Kavafis: “Cuando emprendas tu viaje a Ítaca/, pide que tu camino sea largo,/ lleno de aventuras, lleno de experiencias./ No temas ni a los lestrigones, ni a los cíclopes,/ ni al colérico Poseidón./ Seres tales jamás hallarás en el camino/ si tu pensar es elevado, si selecta/ es la emoción que toca tu espíritu y tu cuerpo./ Ni a los lestrigones ni a los cíclopes/ ni al salvaje Poseidón encontrarás,/ si no los llevas dentro de tu alma,/ si no los yergue tu alma ante ti”. Porque los verdaderos monstruos son los que llevamos dentro.

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