No hace falta haber leído a Byung-Chul Han para darse cuenta de que las preocupaciones, los desvelos, los desasosiegos y la ansiedad marcan en gran medida nuestra vida personal y nuestra época, invitándonos a buscar, con mayor o menor éxito, espacios y tiempos donde estas inquietudes se solucionen o, al menos, queden reducidas a una dimensión aceptable.
Sin embargo, no somos los primeros, ni seremos los últimos, en considerar que nuestro tiempo está totalmente lleno de problemas y preocupaciones. Ya en la Antigüedad clásica tenían esta conciencia y plantearon una serie de medidas para enfrentarse a esta situación. Entre ellas destaca la “hesyquía [ἡσυχία]”, que podemos traducir como “paz interior, recogimiento, descanso, silencio”. Dada la amplitud de este tema, este artículo describirá qué es la hesiquía y el siguiente para qué sirve (si es que sirve para algo, que sí) y cómo conseguirla.
- ¿Qué es la hesiquía?
Aunque no se conoce propiamente el origen de la palabra hesiquía (quizá proceda del verbo griego “estar sentado”), designa el estado de calma, reposo y tranquilidad que se deriva de haber eliminado tanto las causas exteriores de la inquietud (conflictos, trabajos, ruidos), como la ausencia de agitación interna. Algo que se manifiesta en el descanso, el silencio o la tranquilidad y se consigue en gran medida por el recogimiento o la búsqueda de espacios de soledad donde vivir esta paz, como podemos descubrir entre otros autores en Platón[1]. El Nuevo Testamento mantiene este significado plural, y así se refiere a la hesiquía como estar callado[2], observar el descanso del sábado[3], dejar de molestar a los demás[4], o vivir en paz[5]. Pero serán sobre todo los monjes del desierto los que llevarán a su culmen la hesiquía diferenciando entre una hesiquía exterior y otra interior.
- Hesiquía exterior
La hesiquía exterior es la paz y tranquilidad que se produce por el alejamiento de todos aquellos espacios, ocupaciones y circunstancias que producen inquietudes y desasosiegos. Antonio Abad, refiriéndose al desierto como el lugar más oportuno para encontrar esta tranquilidad, dirá: “El que permanece en el desierto para guardar el sosiego con Dios, está liberado de tres guerras: la del oír, la del hablar y la del ver; le queda una sola: la del corazón”[6].
Y uno de los padres del desierto hace referencia a aquellas ocupaciones que producen ansiedades y problemas, así como la manera de hacerles frente: “Tres amigos, llenos de celo, se hicieron monjes. Uno de ellos eligió reconciliar a los que tenían pleitos, según lo que está escrito: ‘Bienaventurados los que buscan la paz’[7]. El segundo se propuso visitar a los enfermos. El tercero fue a poner en práctica la hesiquía en la soledad. El primero, agotándose en los pleitos de los hombres, no podía pacificar a todos. Desalentado se fue donde estaba el que ayudaba a los enfermos y lo encontró también desanimado, incapaz de cumplir el mandamiento divino. De común acuerdo fueron al encuentro del que se había retirado al desierto, y le contaron sus tribulaciones y le rogaron que les dijera a qué situación había llegado. Este quedó un momento en silencio, y llenando una copa de agua les dijo: ‘Mirad este agua’. Estaba turbia. Y poco después añadió: ‘Mirad ahora cómo se ha vuelto trasparente’. Se inclinaron sobre el agua y vieron en ella su rostro como un espejo. Y les dijo: ‘Esto sucede al que mora en medio de las personas: el desorden no le permite ver sus pecados, pero si recurre a la hesiquía, sobre todo en el desierto, descubrirá sus pecados’”[8].
Una búsqueda de la tranquilidad que llevará a algunos monjes, como Arsenio, a escapar de los visitantes indiscretos, aunque sean de la nobleza, el propio obispo, Teófilo de Antioquía, o incluso de otros monjes que pretendían hablar con él, porque Arsenio prefería estar con Dios antes que con las personas.
- Hesiquía interior
Este alejamiento de los espacios, tareas y personas posibilitan la consecución de la auténtica hesiquía interior, que no se trata de una situación momentánea, sino de un estado permanente de paz interior, que va siempre acompañada por el reconocimiento de las propias carencias, como bien expresa uno de los grandes maestros espirituales del Oriente cristiano, Isaac de Nínive: “Amigo de la paz interior no es quien lleva a cabo con diligencia las cosas hermosas, sino quien acoge con alegría las cosas negativas que le afectan”[9].
Y es que por medio de la hesiquía podemos alcanzar la unidad interna (focalizando nuestros deseos, facultades y energías), vivir en paz con nosotros y con quienes nos rodean (naturaleza incluida) y experimentar la presencia y el encuentro con lo que da sentido a nuestra vida. Volvemos de nuevo a Isaac de Nínive: “Escruta tu práctica y no corras tras un nombre. Entra, profundiza, no tengas pudor, aprende, progresa, lánzate en todas las distinciones maravillosas y libres de los caminos de la práctica de la quietud, a fin de que comprendas con todos los santos la altura, la profundidad, la longitud y la largura de esta conducta que no tiene límites…[10] Y no te concedas reposo hasta haber penetrado en todos los senderos”[11],
La hesiquía no supone dejar de tener problemas o dificultades, que nos acompañan hasta el final de nuestros días, sino ser capaces de enfrentarnos a ellos. Tampoco significa insensibilidad hacia lo que nos rodea, sino relacionarnos con nuestro entorno en su auténtico sentido y razón, y no en función de nuestros deseos, como escribirá Isaac de Nínive: “Permanece en paz contigo mismo, y los cielos y la tierra estarán en paz contigo mismo. Entra con ansía en la casa del tesoro que está dentro de ti, y verás las cosas que están en el cielo, porque la entrada a ambas es única. La escalera que lleva al Reino es invisible dentro de tu alma. Huye del pecado, sumérgete en ti mismo, y encontrarás en tu alma los peldaños que te llevarán arriba”[12].
Sin embargo, aunque es por esta hesiquía por la que empezamos a adquirir el conocimiento de nuestra propia persona y de lo auténticamente valioso, no es más que indirectamente, pues solo por el amor tenemos un conocimiento pleno de ambos: “De hecho, cada vez que apacigua todos los movimientos del oído y de la vista, el solitario ve de un modo luminoso a Dios y a sí mismo, y extrae [del alma] aguas limpias y dulces, que son los suaves pensamientos de la firmeza. Por el contrario, cuando se apoya en aquellos movimientos, a causa de la torpeza que ellos le producen en el alma, se vuelve semejante a uno que camina de noche en medio de la niebla: es incapaz de ver el camino y el sendero, de manera que se extravía con facilidad hacia lugares desiertos y peligrosos. Sin embargo, cuando se aquieta al mismo tiempo que su alma, como alguien sobre el cual soplara un viento fresco que despejase el aire a su alrededor, entonces empieza a resplandecer de nuevo ante sí mismo, descubre lo que él es, discierne dónde se encuentra y dónde se le pide que vaya, y ve de lejos la morada de la Vida”[13].
Una advertencia para las almas inquietas: la hesiquía no es algo que se consigue de la noche a la mañana, sino que va para largo. Para muy, muy largo.
Y como la hesiquía es por una parte un estilo de vida, un arte que debe ejercitarse y un don que se recibe mediante la eliminación de las preocupaciones (ἀμεριμνία), la atención vigilante (νῆψις) a nuestros deseos y pensamientos y el recuerdo (μνήμη) de aquello que merece la pena, veremos estos aspectos en el siguiente blog, donde analizaremos para qué sirve la hesiquía y cómo conseguirla.
[1] Cf. Platón, La república VI,496D y X,604E.
[2] Cf. Lucas 14,4.
[3] Cf. Lucas 23,56).
[4] Cf. Hechos de los Apóstoles 21,14.
[5] Cf. Primera Carta a los Tesalonicenses 2,2.
[6] Apotegmas II,2.
[7] Evangelio de Mateo 5,9.
[8] Apotegmas. Sobre la hesiquía 16.
[9] Isaac de Nínive, El don de la humildad. Ed. Sígueme. Salamanca 2007, p. 111.
[10] Cf. Carta a los efesios 3,18.
[11] Isaac de Nínive, El don de la humildad, 182.
[12] Ib. 78.
[13] Ib. 108.
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