Que alguien lea una historia y piense en ti, por Paloma Serrano Molinero

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Qué bonito es que alguien piense en ti cuando lee una historia; más aún cuando se acuerda de ti si aquella es una historia de esperanza y —en esta vida de vagones y líneas coincidentes, de cruces en rojo atravesados aprisa— más bonito es todavía que se tome el tiempo de enviártela y de comentarla contigo. Qué bonito es saber que una historia hace pensar en ti… y qué lindo que escribiendo ahora me acuerde de Benedetti y su: «Qué lindo es saber que usted existe…».

Ayer mi primo me envió un WhatsApp.

Compartía conmigo una historia que había leído en una sección de El País.

Justo ayer, que estaba liadísima con trabajo, con mil historias en la cabeza y, —a punto de estallar tuve que parar y refugiarme en un relato del «Cementerio de los libros olvidados»— recibí una historia que a mi primo le había hecho acordarse de mí.

A veces creemos que hemos olvidado los cuentos. Vamos corriendo por los andenes, apuramos los semáforos a punto de cambiar de color, descartamos un mensaje en el móvil si hay que deslizar mucho texto hacia abajo. Pero las historias sobreviven. Van por ahí.

Las cosas que nos pasan, serán historias. Nosotros, cuando pasemos, seremos historia. Hay que seguir contándolas. Y contándola, aunque se repita.

Hay algunas historias malas pero hay muchísimas más buenas, como la de Rut de las Heras, por ejemplo. Es una historia de esperanza que nació al ver a un chico con chándal de Play Station leyendo un libro de Roald Dahl en el metro.

Hay muchísimas más historias, como la del mensaje que me mandó mi primo para compartir la reflexión de Rut sobre el niño en chándal que leía a Roald Dahl en el metro, de ese relato que me mandó, en vez de un meme.

Historias, cuentos: como los que leo con mi hijo mayor cada noche; como los que le contaré a la hija de mi primo, que está a punto de nacer (o naciendo mientras escribo); como los que le contaré al hijo de mi otro primo (que nos contaba a nosotros el cuento de la caperucita espacial); como los que escribo en verso para todos mis sobrinos; como los que me invento para mi bebé.

Idas, prisas, libros olvidados; venidas, días, textos perdidos por el deslice de un pulgar. Historias que nacen, historias de nacimientos, de clásicos y videojuegos, historias en papel, en el mundo digital y en el que sea que sea el nuestro.

Seguramente recuerdes bien el último meme que has enviado. ¿Pero qué relato vas a compartir con alguien hoy? Rut vio a un niño leyendo, le dio esperanza y escribió sobre él; mi primo compartió su reflexión conmigo, la leí y escribí lo que ahora lees tú; ¿vas a hacer un colorín-colorado, dejar que acabe esta historia aquí? Haz que una persona sepa que has pensado en ella mientras leías una historia.

Yo voy a ponerme cómoda, vestir unos pantalones de chándal y seguir releyendo la historia de La sombra del viento… ya que la rescaté ayer —cuando estaba con mil historias— del «Cementerio de los libros olvidados».

Dedicado a todos mis sobrinos. Os deseo que alguien lea una historia y piense en vosotros.

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