Breviario del animal humano

Introducción, por José Lázaro

La publicación en 2019 del Breviario del animal humano por el catedrático de psiquiatría (y codirector de la Revista Deliberar) Enrique Baca supone por su parte una primera obra destinada al público general, tras haber publicado cientos de artículos y varios libros para especialistas en su disciplina. Si los cursos y conferencias del profesor Baca gozaban de un amplio prestigio por su brillantez y claridad, sus escritos, de fuerte carácter académico, no habían estado hasta ahora al alcance de los lectores cultos, pero ajenos al círculo psiquiátrico.

Pero además el Breviario del animal humano es un ejercicio de síntesis que ofrece, de forma aforística, en poco más de cien páginas, las ideas esenciales sobre nosotros mismos que ha elaborado Baca a lo largo de décadas dedicadas al estudio teórico, la investigación empírica y, sobre todo, la práctica clínica. Tras muchos miles de horas dedicadas a la escucha y observación atenta de personas que sufren, Enrique Baca se ha decidido por fin a exponer, de forma rigurosa y accesible, lo que considera fundamental sobre la génesis, estructura y funcionamiento de un ser humano, las claves de su comportamiento, las razones profundas de sus acciones y la dinámica de sus relaciones con los demás.

La selección de citas que aparece a continuación está pensada como una primera introducción a los contenidos del Breviario.

José Lázaro


Breviario del animal humano. Antología de citas. Enrique Baca

Sobre la naturaleza de lo humano

  • Sin conciencia no hay existencia humana y sin cuerpo no hay vida.
  • La vida es siempre corporal, sea cual fuere la dimensión y la forma que adopte dicha corporalidad. Y esto es válido para el organismo más simple y para el más complejo.
  • En la generación de un ser humano son imprescindibles un genoma humano que construya el cuerpo humano y un ambiente humano que desarrolle las características humanas.
  • Herencia (humana) y ambiente (humano) son los elementos imprescindibles para dar lugar a un ser humano.
  • En el ser humano la presencia de la conciencia de sí transforma radicalmente la naturaleza de lo que, en su origen ontogenético, es simple ambiente, y hace que la interacción entre lo que nos circunda y nosotros mismos constituya una entidad específicamente humana que se suele denominar “mundo”.
  • El mundo es, en consecuencia, el resultado de la interacción entre una genética (que, al desarrollarse en tanto individuo, adquiere conciencia de sí misma) y un ambiente (que, al interaccionar con dicha conciencia, queda definitivamente transformado en ambiente humano).
  • Hemos de concluir que el cuerpo humano es el imperativo de realización que se le presenta al espíritu. Incluso, yendo un paso más, debe decirse que el cuerpo es la realidad del espíritu.
  • El ser humano construye y es construido por su mundo a lo largo de todas las etapas de su vida y por eso la muerte puede ser entendida como el límite definitivo, el cese completo de toda posibilidad de relación entre la estructura corporal que soporta la existencia encarnada y el mundo que construyó mejor o peor dicha existencia.
  • Porque la vida humana es una constante y permanente construcción de mundo.
  • El cerebro no explica al hombre, es el hombre el que explica al cerebro.
  • El cerebro es la condición posibilitante que se trasciende a sí misma en la dialéctica con el mundo.
  • Sin cerebro no hay humanidad.
  • Sin mundo no hay humanidad.
  • Pero nunca hay Hombre sino posibilidad potencial de Hombre.
  • El ser humano se nos aparece así, en su generalidad, como un acto imposible siempre en relación de acercamiento progresivo desde lo potencial.
  • La vida humana es una constante y permanente construcción de mundo.
  • Esto convierte al ser humano fundamentalmente en una potencia en desarrollo.
  • Una primera definición de qué es ser humano (en el doble sentido de la palabra “ser” como verbo y como sustantivo) es el ser que se contempla a sí mismo continuamente.
  • La reflexividad pensante y también la reflexividad existencial son las más seguras características de la especie humana en su plenitud funcional.
  • El homo sapiens sapiens pertenece a una insólita especie que se pregunta que es el homo sapiens sapiens y, para colmo, se autodenomina como perteneciente a una especie que ha sido definida por él mismo. No hay ningún otro ser que haga lo mismo, ni en cuanto ente ni en cuanto ser.
  • El hombre es el gran definidor que busca agónicamente poder definirse a sí mismo.
  • La construcción del ser humano es un largo proceso que nunca alcanza su despliegue total. La vida del hombre termina generalmente sin que todas sus potencialidades se hayan convertido en logros actuales.
  • El proceso de construcción de la persona gravita sobre dos elementos radicales y fundamentales: la conciencia de sí y el lenguaje simbólico. Esto dos elementos son los que hacen posible la aparición y mantenimiento de una identidad personal.
  • Si hay un acto, función, experiencia o realidad fáctica que separa radicalmente al ser humano del resto de los seres vivos es el lenguaje.
  • El lenguaje es una potente herramienta de configuración operativa de la realidad.
  • Cuando se plantea qué es el ser humano, siempre se plantea la cuestión de su esencia y de su existencia.
  • En el ser humano, como vamos viendo, esencia y existencia confluyen en dos hechos fundamentales: ser consciente de que se es consciente y hablar.
  • Sobre la identidad de la persona
  • Ya en una edad tan temprana como los 18 meses el niño comienza a decir “no” cuando se le propone u ofrece algo. Esta es la primera señal de que, así como ya ha conseguido identificar su cuerpo como cosa propia y diferenciarlo del resto de las cosas que le rodean, ha comenzado a emerger una instancia que le permite, de forma tosca e inicial, separar la voluntad de los demás de la voluntad propia.
  • La identidad es lo que nos hace reconocernos a nosotros mismos como distintos de los demás y como propios en nuestros pensamientos, en nuestros sentimientos y en nuestra conducta.
  • La identidad nos remite consistentemente a la propiedad reflexiva de la misma.
  • La memoria es la garantía y el sostén de la identidad y actúa manteniendo la constancia de la misma a través del tiempo, de tal manera que cuando desparece la posibilidad de recordar desaparece la identidad del que pierde dicha capacidad.
  • Somos en cuanto recordamos.

Sobre el poder

  • El poder es la expresión humana del dominio.
  • Todo poder es dominio pero no todo dominio es poder.
  • El ser humano domina muchas cosas (y el animal también puede dominar su ambiente y a sus presas) pero solo ejerce poder cuando actúa desde su conducta voluntaria.
  • Manifestaciones evidentes del poder son el poder de la fuerza, el poder del dinero o el poder del conocimiento (y su correlato, la información). Una cuarta es el poder para deformar la realidad y la verdad. Dicho directamente, es el poder de la mentira. No se puede desdeñar un quinto tipo de poder social que emerge fundamentalmente en las culturas de la imagen: es el poder de la fama.
  • El poder absoluto es el horror absoluto.
  • El poder absoluto siempre es poder de un individuo o de un grupo reducido de individuos. Pero incluso cuando lo ejerce un grupo reducido de individuos acaba en las manos de uno de ellos, que se alza así como el único poderoso.
  • El poder absoluto promete siempre la seguridad absoluta a aquellos sobre los que se ejerce a cambio de la absoluta pérdida de la libertad.
  • Sobre la igualdad
  • No debemos confundir igualdad con uniformidad.
  • La uniformidad es la versión perversa de la igualdad.
  • La uniformidad supone la negación de la identidad personal mientras que la igualdad la sostiene y la realza.
  • La uniformidad es la antítesis de la humanidad.
  • Sin embargo la igualdad es una tendencia fundamental en el progreso de la humanidad.

Enrique Baca


El cultivo de la adolescencia y sus consecuencias, por Jesús Banegas

Artículo publicado en ABC el día 1 de noviembre de 2019

En un reciente y magistral libro del sabio psiquiatra Enrique Baca, titulado: Breviario del animal humano, comienza por sostener su autor que “en la naturaleza de lo humano no es posible separar la influencia genética de la influencia ambiental”.

En las primeras etapas de la vida humana, el recién nacido necesita ser acogido “por un medio lo menos hostil y mas potenciador posible”… que “encarna la madre biológica”. Ello “supone de facto que el recién nacido depende de la benevolencia de quién se encarga de él”. Conforme la vida avanza “el deseo y la necesidad se diferencian de forma más clara” y el niño debe aprender que “la realidad impone límites racionales al deseo sin condiciones”. Por eso una buena educación implica que “dichos límites deben ser claros desde la primera infancia”.

Leer más…

Jesús Banegas


Aforismos sobre la condición humana, por Daniel Martín Mayorga

Reseña de Breviario del animal humano, publicada en Revista de Occidente, número 467, abril de 2020.

Comenzaremos reconociendo que este libro del catedrático y eminente psiquiatra Enrique Baca nos ha sorprendido, tanto por su aparición –—de la que nada sospechábamos— como por las hechuras de la propia obra; inéditas, por lo que sabemos, para el autor: no se trata de un texto científico (vale decir, estrictamente científico) o una publicación académica, sino de un meritorio ejercicio de alta divulgación, dirigido a quienes, sin ser especialistas, tienen la curiosidad de querer informarse sobre una disciplina tan sugestiva como escurridiza.

Disciplina, decimos, en referencia, claro, a la psiquiatría, aunque en puridad tal palabra no aparece en página alguna (o, al menos, no recordamos habérnosla encontrado) como no sea en los paratextos de la contraportada. Mejor sería hablar de metapsiquiatría…, o simplemente, por remitirnos al título, de lo humano. El libro, en efecto, es una pasarela hacia el conocimiento del ser humano construida con distintos materiales (biológicos, filosóficos, médicos, sociológicos…) amalgamados por la experiencia del autor tras toda una vida de praxis clínica. Y, otra novedad, presentado en forma de aforismos.

Aforismo. San Isidoro, de manera muy aforística —qué menos— y con la prestancia que da el latín, lo definió como sermo brevis integrum sensum propositae rei scribens. Breves frases que tienen sentido completo; los libros que las recopilan suelen provenir, o bien de una selección posterior —propia o ajena— de sentencias de obras mayores de un escritor, o de la recolección de pequeños pensamientos, observaciones (y también ocurrencias sin mayor importancia) que algunos autores acostumbran a anotar en los papeles que tienen más a mano, ya sea la vuelta de un sobre postal, una servilleta de bar o la esquina de un periódico. Machado era ejemplo de estos últimos, y Séneca de los primeros. También se podría afirmar que hay prosistas aforísticos; es decir, que hacen del aforismo un género literario, y aquí quizá incluiríamos a Gracián, aunque la etiqueta se le quede muy corta. Y, cómo no, es inevitable mencionar esa contemporánea máquina de fabricar aforismos en cantidades titánicas que es Twitter.

El libro de Enrique Baca es otra cosa. Su peculiar disposición lo hace singular, pero eso no despista al lector; más bien todo lo contrario: la tradición aforística en la ciencia está ahí al menos desde Hipócrates —ars longa, vita brevis—, la estructura se adapta perfectamente al propósito y a poco de comenzar la lectura se hace evidente el acierto del autor. Estos pequeños bocados de sabiduría —perdónesenos el inevitable tópico— resultan cómodos de masticar, aunque no por ello se dejen digerir más fácilmente.

La obra consta de cuatro grandes apartados (“Sobre el género humano”; “El desarrollo de lo humano”; “El ser humano adulto” y “Algunos rasgos de la existencia y la conducta humanas”) cada uno de ellos subdividido en breves capítulos, hasta un total de cuarenta y dos. Los aforismos están numerados, y suman 914. Los tres primeros de los bloques principales son, como se puede ver, coherentes entre sí, correlativos, y mantienen el orden expositivo del conjunto. El cuarto y último recoge flecos sueltos que matizan o no han podido integrarse debidamente en las secciones anteriores, y quizá por ello resulta particularmente interesante.

La naturaleza corporal del ser humano es el primer axioma que el autor quiere establecer. Una corporalidad que, además de ser, “existe porque tiene conciencia de sí misma” (Af. 3). Los condicionantes biológicos y ambientales son expuestos a continuación, para concluir que “el mundo es el resultado de la interacción de una genética que, al desarrollarse en tanto individuo, adquiere conciencia de sí misma y un ambiente que, al interaccionar con dicha conciencia, queda definitivamente transformado en ambiente humano” (Af. 45). El ser humano sería así “el ser que se contempla a sí mismo continuamente” (Af. 75), y por ello “el homo sapiens sapiens pertenece a una insólita especie que se pregunta qué es el homo sapiens sapiens y, para colmo, se autodenomina como perteneciente a una especie que ha sido definida por él mismo” (Af. 78). Autodefinición que nunca llega a ser clara y rotunda, y por ello el autor, convincentemente, la relaciona con la angustia kierkegaardiana.

En el bloque segundo se avanza sobre el ser humano ya constituido y sus aspectos definitorios. La persona se cimienta desde dos elementos, “la conciencia de sí y el lenguaje simbólico” (Af. 122). Al lenguaje le es concedida la máxima importancia: “El lenguaje supone la apropiación simbólica del mundo y la posibilidad de su configuración” (Af. 153), pero no excesivo espacio. La naturaleza y origen de las estructuras mentales que cobijan la expresión oral sigue siendo asunto particularmente resbaladizo tras tantas idas y vueltas de las teorías chomskyanas, por lo que se entiende la sobriedad del profesor Baca en este punto.

Los temas se siguen sucediendo, siempre desde una perspectiva primordialmente antropológica: temperamento, identidad, memoria, alteridad, sentimientos, empatía, socialización, valores…, y cómo cada uno se manifiesta y consolida en la persona en desarrollo: “En el ser humano, la separación entre lo cognitivo y lo afectivo es una falacia” (Af. 351). Tras un examen necesariamente somero de los rasgos generales de la pubertad y la adolescencia y el paso de los valores adquiridos (de niño) a los asumidos (de adulto), el tercer bloque plantea las cuestiones de ese periodo vital: madurez, libertad, responsabilidad, congruencia, capacidad de amar. “La madurez no debe concebirse como un estado, sino como un proceso” (Af. 516). “La dinámica de la madurez supone la aparición y desarrollo de dos aspectos existenciales básicos: la libertad y la capacidad de amar” (Af. 522). “La libertad supone, a su vez, (…) la responsabilidad y la congruencia” (Af. 524).

El último de los cuatro grandes apartados recoge, como ya habíamos señalado, cuestiones colaterales, pero no por ello menos trascendentes: el poder (“el poder es esquivo porque en la misma naturaleza de su eficacia está el permanecer presente por sus efectos y nunca por sus causas. El poder nunca se ve, siempre se nota”, Af. 681); el placer y el deseo (“toda satisfacción humana es relativa a un campo vivencial determinado y perecedera. No existe en la vida humana la satisfacción total”, Af. 726); la inteligencia y la creatividad, donde, como era de esperar, desmonta en pocas frases toda esa absurda moda de las inteligencias emocionales o afectivas, ya que “el funcionamiento de la inteligencia se mueve siempre en el ámbito de lo cognitivo” (Af. 744) y “llamar inteligencia afectiva a la capacidad empática y relacional del sujeto es mezclar dos cosas que en su origen funcional no están relacionadas” (Af. 747); “la virtud, la cooperación y la competencia, la tolerancia, la igualdad y, en fin, la felicidad, cuya receta parece una sabia mixtura del pensamiento helenístico clásico (estoico, epicúreo y escéptico): la felicidad absoluta es una opción imposible como tal” (Af. 877); “en la aceptación e instalación gozosa y tranquila en dicha imposibilidad radica, paradójicamente, la posibilidad de satisfacción” (Af. 878); “ser feliz es una enunciación falaz. Estar feliz es una posibilidad razonable” (Af. 884).

La obra termina con un capítulo especialmente filosófico: Un apunte final muy breve sobre el Bien y el Mal. Y no es, como ya hemos visto, que en los apartados anteriores se hayan obviado, más bien lo contrario, cuestiones éticas o incluso ontológicas. Pero aquí el profesor Baca se pone serio; no quiere dejar de culminar su edificio con una referencia a esas “categorías tan presentes y fundantes de la existencia humana” (Af. 906). Y concluye con elegancia y sagacidad: “Existe lo bueno y existe lo malo. Está en el terreno de la esperanza que exista el Bien. Lo que no es seguro es que exista el Mal (Af. 914). Lichtenberg, cuyo libro de aforismos es seguramente el más conocido y festejado de la literatura universal, lo veía de otro modo: “El bienestar de muchas sociedades se decide por mayoría de votos, a pesar de que todos nos damos cuenta de que hay más gente mala que buena”. Quizá la causa del especial encanto de estos pequeños pedazos de pensamiento que son los aforismos esté en su capacidad de adaptarse igual de bien al apotegma y a la humorada.

Daniel Martín Mayorga


Concurso de belleza para supervivientes, por Fernando Sánchez Pintado

Del animal humano se pueden decir muchas cosas, la mayoría poco tranquilizadoras y algunas buenas, pero de lo que podemos estar seguros es de que nos sorprenderá por su ilimitada capacidad de ir más allá de lo que hasta entonces teníamos por un límite infranqueable. Por suerte, en la mayoría de las ocasiones son avances favorables y, aunque al principio nos parezcan de poco interés, inverosímiles o incluso peligrosos, los aceptamos e incorporamos a nuestra vida rápidamente. Y así avanzamos, dando traspié y a saltos, por el camino del progreso. Pero a veces nos encontramos con hechos y situaciones que, por más que aparenten normalidad, nos hielan la sangre. Esto es lo que ocurre con el documental The Pageant, en el que un vulgar concurso de belleza se transforma en el rostro siniestro de la normalidad en que vivimos.

En el festival de cine documental Visions du reel, que se celebra en Nyon, Suiza, se ha presentado este año una obra que, lejos de toda pretensión pedagógica, obliga a meditar acerca de cómo el valor de salvaguardar y respetar la memoria del Holocausto se convierte en cenizas en manos de la combinación de política, fanatismo religioso y espectáculo mediático. The Pageant es la historia de un concurso de belleza reservado a las supervivientes del Holocausto, que viven en Haifa en una residencia financiada por La embajada cristiana internacional de Jerusalén, confesión evangélica que podríamos calificar de extrema derecha, que cree que la vuelta de los judíos a Tierra Santa y la creación del Estado de Israel anuncian la llegada de Cristo a la tierra. Esta curiosa posición político-religiosa les lleva a financiar numerosas obras de caridad en Israel, entre las que se encuentra un concurso de belleza para las supervivientes de la Shoah. Las imágenes de El Concurso no son, consideradas en sí mismas, en absoluto estremecedoras, aunque producen la impresión de irrealidad de una película de terror, y también de repugnancia al ver hasta qué extremo puede llegar la sociedad del espectáculo, exhibiendo a unas ancianas supervivientes de la mayor inhumanidad de la historia como si se tratara de un desfile de modas.

Eytan Ipeker, el realizador del documental que también es judío y vive entre Estambul e Israel, trata en el film con todo respeto a las ancianas, que se prestan al espectáculo en parte por agradecimiento a los evangélicos que financian su residencia y, por paradójico que parezca, también para honrar a quienes no sobrevivieron, mostrándose cargadas de bisutería en público y tal vez disfrutando del glamour de un concurso de belleza en su nombre. Sea como fuere, el realizador es extremadamente cuidadoso y no añade nada a lo que ocurre en el concurso ni pretende hacer psicología. Sólo muestra lo que ocurre entre bambalinas y durante el concurso, se limita a lo que los organizadores evangélicos han planificado y hacen que realicen las ancianas supervivientes que mantienen en su residencia. En la crónica de los films presentados este año, Mandelbaum recoge algunos momentos de este documental que alcanzan cotas de indignidad difícilmente concebibles: sesión fotográfica a la que se someten dócilmente las ancianas, con expresión vacía, sin entender lo que se les pide que hagan; una cantante que desafina vociferando el estribillo “yo he sobrevivido”; el incalificable mérito de haber pasado por Auschwitz que hace ganar puntos a las concursantes en la  clasificación del jurado; la prima de atrocidad que da más puntos a una concursante por haber sido violada en el campo de exterminio; los camareros que recogen la sala mientras suena el himno nacional en versión kitsch celebrando el fin de la ceremonia; la patética cestita de productos de belleza con la que se recompensa a las aturdidas ancianas en la despedida.

Del genocidio de millones de seres humanos, del intento de erradicación de la faz de la tierra de todo un pueblo, de la masacre organizada y ejecutada de manera industrial y a una escala nunca conocida, pasamos a un concurso de belleza en el que participan unas ancianas a las que se obliga a comportarse como marionetas en una farsa del horror. Si no hay palabras para nombrar el Holocausto, qué se puede decir de esta degradación moral a la que se somete a las supervivientes. No se sabe qué es más repulsivo, si integrar a unas ancianas en la vida ordinaria de hoy “elevando” que hayan sobrevivido a la categoría de espectáculo en nombre de la religión y el patriotismo o disfrutar de él haciendo como si lo que ocurre ante nuestros ojos fuera un juego y no una pesadilla. Hay que agradecer al realizador del documental la objetividad con que lo trata, que hace meditar sobre cómo la religión, la política, la memoria y el espectáculo se entrecruzan y de ello surge un producto nuevo de difícil comprensión; un nuevo espectáculo en el que vemos qué frágil es la concepción que habitualmente se tiene de la naturaleza humana o, si se prefiere, de lo que el hombre es capaz de hacer.

El concepto de naturaleza humana ha caído en desuso y en ocasiones ha pasado a ser una expresión retórica sin referencia precisa. Incluso en determinados ámbitos académicos, donde aún se resiste a desaparecer, tiene mala reputación. En la modernidad, el hombre es historia, es decir, un hacerse a sí mismo sin fin, con lo cual carece de sentido atribuirle un origen y una sustancia que lo constituyan y limiten. La naturaleza misma no es un dato objetivo, sino interpretaciones de un conjunto de fenómenos cuyo anclaje en el mundo real está, a su vez, sujeto a interpretación. Sin embargo, no tenemos la menor duda (salvo en momentos no tan infrecuentes en la historia) de que compartimos la misma naturaleza con cualquier ejemplar de nuestra especie por alejado que esté de nuestros usos y costumbres. Por eso, aunque el hombre no tenga ontológicamente naturaleza, ante ciertos comportamientos sentimos una repugnancia invencible y los consideramos inhumanos. Otra cosa es saber en qué consiste esa naturaleza. Hay una extensa lista de definiciones de hombre que tratan de señalar lo que le diferencia de los demás animales, pero ninguna es convincente ni ha tenido éxito: sapiens, rationalis, socialis, faber, loquax… Sin duda, también se podría añadir que el hombre es el animal cruel, es decir, el único capaz de hacer daño para su propia satisfacción. A partir de la Shoah, si aún se tenía alguna duda, se pudo distinguir entre la crueldad simple que consiste en hacer sufrir de manera individual, produciendo satisfacción al torturador, y la crueldad que hace sufrir sistemática y colectivamente sin que se obtenga ninguna satisfacción personal. Parece como si con esta forma de comportamiento hubiéramos alcanzado la perfección de un tipo de crueldad universal y abstracta, en la que se conjugan los demás atributos del hombre para aniquilar de manera racional y efectiva a sus semejantes.

El concurso de belleza para supervivientes de la Shoah nos advierte de otro tipo de crueldad, aún más abstracta, aún más impersonal, aún más ajena a lo que puedan sentir las víctimas; una crueldad que no es reprobable y cuya única satisfacción consiste en contemplar lo que sufrieron otros seres humanos como si no hubiera ocurrido, representándolo como una mascarada que entretiene y anula lo que padecieron realmente. La sociedad del espectáculo en su cenit ofreciendo su cara más sombría: el momento de la historia en que se suprimió la naturaleza humana a millones de seres humanos se nos presenta como un espectáculo y se nos ofrece a unos cuantos supervivientes para pasar una agradable sobremesa. Si hubiera sido el argumento de una novela de terror nadie lo habría creído. Ha sucedido realmente, pero no hay que alarmarse, el animal humano aún puede ir más allá, porque, bien considerado, ¿qué tiene de malo un concurso de belleza?

Fernando Sánchez Pintado