La identidad perdida

Presentación de La identidad perdida

La Biblioteca Deliberar alcanza el número diez de su colección con el lanzamiento de La identidad perdida, de Diego Gracia.

El concepto de identidad se ha hecho ubicuo entre nosotros, pero es cada vez más difícil discutir sobre él. Da lo mismo que nos refiramos a la identidad sexual, de género, de patria, religión, lengua, nación, ideología…

La identidad se está haciendo intocable y ese proceso puede acabar en el fanatismo. Las guerras suelen ser conflictos de identidades. Pero no hay una identidad sino varias. Cada uno se identifica a la vez como varón o mujer, hetero u homosexual, castellano, europeo, cristiano, socialista, anglófilo, futbolista…

Formamos parte de distintos colectivos y por eso nos constituyen diversas identidades.Podemos asumir su pluralidad o dejarnos llevar por una de ellas convirtiéndola en hegemónica y directiva de nuestra vida.Esa aceptación pasiva de una sola identidad grupal es lo que puede acabar transformándonos en auténticos fanáticos.La identidad propia hay que construirla con materiales recibidos del medio, pero deforma autónoma, asumiendo críticamente y recreando personalmente los valores heredados


Las máscaras de la identidad, por Carlos Pose

Acaba de llegar a las librerías En busca de la identidad perdida, la última obra de Diego Gracia. Se trata de una colección de escritos, la mayoría de ellos ya publicados, aunque no todos, entre los años 2009 y 2019. Así se dice en una “Nota” que antecede al “Índice”: “Parte de los artículos que componen este volumen fueron publicados previamente en las fechas que se indican en ellos. La mayoría apareció en Bioética complutense, revista dirigida por Lydia Feito. Alguno se publicó también en el diario ABC y en otros lugares.” En total conforman un sustancioso volumen de unos 44 artículos, a los que hay que añadir una “Introducción” y un “Apéndice”. La imagen de la cubierta, una espiral entreverada en una nebulosa que sobrevuela un torso humano, es de Arina Reznikova, a freelance artist.

Pese a que la obra es el resultado de una recopilación de artículos, su unidad no es una mera yuxtaposición. Todos tratan de la identidad, aunque ciertamente mediante una estrategia bien distinta. En unos pocos casos, como sucede con la propia “Introducción. Señas de identidad” y con los titulados “En busca de la identidad perdida” y “Carnet de identidad”, se analiza directamente la cuestión de la identidad, expresión tan en uso hoy en día. Como dice el autor, “el término identidad se ha hecho ubicuo en las conversaciones y en los debates” (p. 11), pero “el sentido que damos hoy al término identidad es muy moderno” (p. 12), y resulta “desconcertante que no se llame más la atención sobre el modo de adquirir la identidad” (p. 12). En casi todos los demás artículos de En busca de la identidad perdida se procede de un modo oblicuo, desacostumbrado: partiendo por lo general de un tema circunstancial o de actualidad, se desenmascara abiertamente un elenco de “falsas identidades” que nos acechan y confunden en cualquier esfera de la vida actual, porque “una cosa son las identidades culturales y otra muy distinta la identidad personal.” (p. 19). Caso aparte, por último, es el “Apéndice”, que lleva por título “La sombra de Pigmalión es alargada”, una emotiva incursión en el tema de la identidad en primera persona que el autor de la obra hizo a propósito del homenaje que los alumnos le ofrecimos al cumplirse los veinte años del máster de bioética.

La cuestión es que, de un modo o de otro, el de la identidad se torna en esta obra en un problema “transversal”, que afecta a casi todos los ámbitos de la vida, tanto de la vida profesional, como de la vida personal. En medicina se confunden los valores con los hechos; en política, lo público con lo privado; en economía se confunde el valor con el precio; en filosofía, la primera persona con la tercera; en psicología se confunde el sentimiento con la simpatía; en ética, el deber moral con la obediencia debida… Y en la vida misma se confunde la responsabilidad con la culpa, la Sociedad con el Estado… Son algunas de las confusiones identitarias que transitan por buena parte de los artículos de la obra.

Cuando un término afecta de modo directo o indirecto a tantas áreas de conocimiento, parece obvio que posea un cierto aire de confusión. Existía, desde antiguo, una identidad lógica y ontológica. Pero hoy se atribuye identidad, además, a las cosas y a los seres vivos, y muy especialmente a las personas; y dentro de estas últimas, no solo suele hablarse de una identidad biológica o genética, sino también de una identidad sociocultural, que incluye, a su vez, una identidad de género, territorial, lingüística, política, religiosa… hasta llegar a la identidad personal. Aunque tampoco identidad personal es expresión unívoca, pues la identidad personal psicológica (identidad psicológica) y la identidad personal ética (identidad ética) no son lo mismo. Para mayor confusión, lo más reciente en este asunto es añadir una identidad más: la identidad personal digital (identidad digital).

La pregunta entonces es: ¿Identidad? ¿Qué identidad? El verdadero hallazgo y novedad de este libro, lo que vertebra todos sus artículos subrepticiamente, es que por todas partes nos encontramos con presuntas identidades, identidades que proceden de los más exitosos saberes o quehaceres humanos, lo que nos lleva a “perdernos” o “identificarnos” impropiamente con alguna de ellas. La historia, la política, la psicología, el derecho, la economía… Todas estas disciplinas se conciben según una imagen del ser humano y, por tanto, ofrecen necesariamente diversas respuestas al fenómeno de la identidad, en todo caso siempre acordes con el cuerpo de conocimientos de que parten. “Uno se identifica a la vez como castellano, español, occidental, cristiano, ciudadano del mundo, etc., precisamente porque se encuentra afectado y constituido en su identidad por diferentes depósitos de valores, el familiar, el local, el regional, el nacional, el continental, el mundial. En el fondo, en nosotros no hay una identidad sino varias, muchas.”  (p. 14) Esto significa que, por lo general, tenemos que elegir, no una única identidad, sino varias identidades, porque ninguna da cuenta por completo de nuestra situación identitaria.

Ahora bien, por más que esta diversidad de identidades que cada uno se atribuye resulte ser culturalmente enriquecedora, desde el punto de vista moral puede ocultar la verdadera identidad. Hoy en día parece que “suena bien” identificase con un género, con una lengua, con una nación o con una marca, sin preguntarse al mismo tiempo qué es cada uno, cuál su auténtica identidad, cómo la adquiere, si se trata de algo heredado dentro de una tradición cultural, o si la tiene que ir construyendo inexorablemente de modo autónomo. Podría resultar, dado el caso, que envueltos en tantas identidades, o aparentes identidades, nos enmascaremos como personas, malogrando así nuestro auténtico ser. Nada extraño, bien mirado, pues también uno de los significados antiguos del término “persona” es este: “máscara”, eso que cubría el rostro de un actor y que hacía “resonar su voz” al desempeñar su papel en el teatro, sobre todo en la tragedia. Persona sería, entonces, “personaje”; identidad, ahora, “personalidad convencional”.

¿Cómo poner orden en esta maraña de identidades o identificaciones? Todos los artículos de En busca de la identidad perdida se levantan sobre una misma idea: la identidad personal posee niveles, y solo uno de ellos es el auténtico, siendo los demás consecutivos, complementarios, o incluso falsos si se los toma como hegemónicos. Ciertamente, no es la primera vez que se plantea así esta cuestión, pero nadie ha sabido extraer tantas consecuencias como lo hace aquí el autor de la obra.

El ser humano es, como decía Zubiri, “agente”, “actor” y “autor” de su vida. En primer lugar, el ser humano es agente. Su primera identidad es la biológica o genética. Al nacer cada ser humano recibe una primera herencia, esa que se transmite genéticamente. Es algo que procede de los progenitores de cada uno. Tiene, en este sentido, una primera identidad, que es única, irrepetible, pero recibida, heredada. Sobre ello no hay mucho que añadir.

En segundo lugar, el ser humano es “actor”, por lo que comienza representando un papel que no es propiamente elegido, sino entregado por otros. “El infante no sólo es hijo de sus padres sino también del depósito de valores de su sociedad. Por eso Zubiri decía que al venir al mundo, todo ser humano asume dos herencias: de una parte, la ‘transmisión genética’ que procede de sus padres biológicos; y de otra, la ‘tradición de los valores’ presentes en el depósito objetivo de la sociedad en que venga al mundo. […]. Esto no es optativo.” (p. 14) La transmisión de valores es pues la forma de recibir la identidad cultural. Es el nivel en el que comienza a desarrollarse la vida de cada uno. Por más que creamos que empezamos a tener identidad propia, auténtica, desde el primer momento, no se trata más que de un espejismo. “Cuando alguien viene al mundo en una sociedad determinada, no tiene más remedio que introyectar el depósito de valores que todas las generaciones anteriores han ido objetivando con sus actos en esa sociedad. Esto no es libre sino absolutamente necesario. Asimilamos la lengua, los usos, las costumbres, los gustos culinarios, artísticos, incluso los vicios. Si se nace en una sociedad corrupta, no puede no introyectarse la corrupción.” (p. 13) Por lo tanto, en este segundo nivel cada persona no puede expresar más que lo que arriba llamábamos “personalidad convencional”.

¿Es posible dar el salto a un tercer nivel? ¿Puede una persona llegar a ser “autor” de su vida? Este es el reto que plantea el libro. Y la respuesta es: sí, puede; incluso lo tiene que hacer para alcanzar la verdadera identidad, la verdadera autonomía. Pero el camino está lleno de peligros y riesgos, y además es difícil. Aludiré aquí muy brevemente tan solo a dos aspectos que el lector podrá encontrar insinuados en muchos de los artículos de En busca de la identidad perdida. Denominaré, al primero, recordando una vieja canción y recientes acontecimientos, el problema del “colectivo”. Y al segundo, el problema del “desgaste” de la identidad personal.

El problema del colectivo lo constituye la actualización de lo que a principios del siglo pasado todavía se podía llamar la lógica de la “masa”, palabra hoy completamente desconocida en su sentido sociológico y antropológico. Y, sin embargo, sigue siendo una “seña de identidad”, o de falta de ella, clave, puesto que da cuenta de una de las causas de la disolución de la verdadera identidad. El autor considera, por ejemplo, que hay una institución, el Estado, y en su representación, los políticos, que tienen un especial interés en suplantar o confundir la idea de la identidad personal. De hecho, uno de los modos que tienen las personas de defenderse de la maquinaria del Estado es disolver su identidad personal en la identidad colectiva del signo que sea. Hoy ya nadie habla de “conciencia de clase”, ni de que “la unión hace la fuerza”, pero estas expresiones siguen estando muy presentes en el inconsciente colectivo. Solo que ahora la “conciencia de clase” se ha convertido en “conciencia de género”, en “conciencia de pueblo o nación” o en “conciencia de determinados derechos”. Se da, pues, la paradoja de que el modo de reivindicar la identidad personal frente al Estado es disolviéndola en una genérica identidad colectiva o social. Así es como se cree cobrar verdadera identidad o visibilidad.

El problema del desgaste de la identidad personal tiene otro origen. Se trata ahora de una reacción, no solo contra el Estado, sino contra la propia Sociedad. Esto se da en distintos ámbitos, desde el artístico o contracultural, hasta el de las personas que poco a poco se van viendo excluidas de la sociedad debido, por ejemplo, a su edad, a su sensibilidad… Es algo que, como dirá el autor en un artículo, “Incomprensible” (p. 285). Luchar contra los actuales modelos sociales, levantar la voz y decir que otro modo de vida es posible siempre resulta  arriesgado. Desde el joven que quiere emanciparse y no lo ve posible porque “el mercado social” manda, hasta la persona mal denominada “mayor” que quiere seguir contribuyendo al bienestar social pero que ya no es considerada productiva; todos ellos pueden acabar sufriendo el problema del desgaste de la identidad personal. No ser escuchado, no ser tenido en cuenta, no ser partícipe de las decisiones sociales es ahora el modo social de reducir al mínimo la identidad personal.

En definitiva, por unas razones o por otras, la identidad se ha vuelto asunto difícil. Y muchos de los problemas actuales provienen de su concepción errónea. Así como hay una lógica difusa, parece que también existe una identidad difusa, o eso es lo que se nos quiere hacer creer. Esta obra, en sus numerosas paginas, se pregunta desde el inicio por el concepto actual de identidad, “porque sin identidad no se puede vivir”. Señala los peligros y riesgos de confundir la auténtica identidad con la más variada gama de falsas identidades, o con identidades enmascaradas. E indica el camino que cada cual ha de transitar “autónomamente”. Porque toda persona tiene que plantearse, al menos alguna vez en la vida, qué hacer con sus actos, “seguir la corriente” de la tradición sin más, “elegir las mejores posibilidades” que el medio social le proporciona, o erigirse en “creador de valores”. Tan fácil, tan difícil.

Carlos Pose