La cruz como realidad y misterio, por Fernando Rivas Rebaque

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Una de las afirmaciones sobre Jesús de Nazaret en la que hay plena coincidencia es que murió crucificado. Tanto sus seguidores como sus detractores, cada uno por motivos diversos, lo afirman con contundencia. Sin embargo, no fue el primero ni el último en sufrir esta terrible tortura, que vamos a describir desde dos perspectivas: como realidad y como símbolo o misterio.

  1. La cruz como realidad

Las primeras crucifixiones de las que tenemos noticias proceden de los persas (s. VI a.C.), que podrían haberlas tomado de los empalamientos asirios. Según Heródoto, el rey Darío I habría ordenado crucificar a unos tres mil babilonios[1]. Una tortura que también habría utilizado con posterioridad Alejandro Magno y los cartagineses introdujeron en las guerras púnicas (s. III a.C.), de donde parece imitaron los romanos, aunque con una serie de innovaciones como los latigazos antes de la pena (flagelación) y el añadido en la parte superior de la estaca vertical (stipes o palus), hasta ahora la forma habitual de  crucifixión, con un travesaño (patibulum)[2] en forma de T, aunque también puede aparecer como X o Y, que el condenado era obligado a cargar hasta el lugar de ejecución.

            Aunque el reo era atado al patíbulo con cuerdas, en ocasiones se utilizaban clavos, como encontramos en Juan 20,25[3]. Hay dudas sobre el lugar de la mano donde eran clavados: si entre los dos huesos del antebrazo o entre los huesos del carpo. En ocasiones se colocaba en la parte superior de la cruz la acusación (titulus)[4] y había un pequeño asiento para el reo (sedile)[5]. Se solía romper las piernas a los condenados para acelerar su muerte y los soldados tomaban los bienes de la víctima como parte de su salario (expoliatio).

            Esta tortura era considerada como la forma más humillante de morir porque la víctima era obligada a desnudarse por completo, la muerte era lenta y dolorosa, el cuerpo permanecía expuesto a la vista de todos y se impedía un entierro honroso. Por eso la crucifixión era empleada sobre todo con personas de estamento inferior (Séneca la llamara supplicium servile) y de condición criminal, prefiriéndose en todos los casos la decapitación. De hecho, los romanos la utilizaron de manera masiva en las revueltas de los esclavos (73-71 a.C.) y en la guerra contra los judíos (70 d.C.), y fue abolida solo al final del gobierno del emperador Constantino (327 d.C.), aunque todavía se mantuvo y se mantiene como pena de muerte en ciertos países.

  1. La cruz como misterio

La imagen de la cruz fue tan terrible que ni siquiera los primeros cristianos se atrevieron a representar a Jesús en la cruz hasta inicios del siglo V, más de cien años después de que la crucifixión fuera prohibida[6], aunque sí se constituyó en el núcleo de sus creencias, pero transformada en misterio (algo escondido que se manifiesta) ya desde el propio Pablo, para quien la cruz de Cristo habría manifestado de manera plena el amor gratuito de Dios, “escándalo para los judíos y necedad para los gentiles, pero para los llamados…, fuerza y sabiduría de Dios” (Primera Carta a los Corintios 1,23), donde se revela la auténtica verdad del cosmos y de Dios.

            Porque, como afirma el filósofo Justino (150 d.C.), el cosmos ha sido creado por Dios en forma de cruz[7], que le da su unidad y cohesión. Y poco más adelante Ireneo (190 d.C.) hablará de una cruz invisible sobre la que Jesús extendía su salvación al mundo producida por la cruz visible. Crucificado sobre el universo, llega por lo alto a los cielos y por lo bajo a los infiernos, y por lo largo y ancho “se extiende a lo largo desde el Oriente hasta el Ocaso y gobierna como piloto la región del Norte y la anchura del Mediodía, y convoca de todas partes a los dispersos para el conocimiento del Padre” (Demostración apostólica 34)[8].

            A partir de aquí aparecerán innumerables textos sobre misterio cósmico de la cruz. Así, a principios del siglo IV el orador Lactancio escribirá: “En su pasión, Dios extendió sus brazos y abarcó la tierra entera, prefigurando ya entonces que, desde el orto hasta el ocaso, se reuniría bajo sus alas un pueblo que estaba por venir” (Instituciones divinas IV,36,26). Una afirmación que tendrá su continuidad a mediados de este siglo con el intelectual cristiano Fírmico Materno: “El signo de un madero de cruz mantiene unida la máquina celeste, fortalece los fundamentos de la tierra, conduce a la vida a los seres humanos que de ella dependen” (Sobre el error de las religiones paganas 27). Y en este mismo tiempo Cirilo de Jerusalén comentará que “Dios ha extendido sus manos en la cruz para abrazar los límites del orbe y por ello la montaña del Gólgota es el eje del mundo”, en torno al cual gira el universo (Catequesis 13,28).

            Pero no solo es el cosmos el que refleja la cruz, sino que el propio ser humano (los dos brazos que sobresalen del cuerpo), muchos de los animales (el vuelo de las aves), objetos de trabajo (el mástil de los barcos) actividades humanas (como la oración con los brazos extendidos)…, todo se convierte en símbolo de esta cruz omnipresente en la creación entera, que por este signo queda salvada.

            Una cruz que se ha manifestado además en diversos momentos de la historia de Israel como la letra tau (T) dibujada sobre el dintel de las casas israelitas en Egipto (Éxodo 12,22), la serpiente de bronce que llevó Moisés en el desierto (Números 21,9: “cuando alguien la miraba se curaba); la oración de Moisés con los brazos en cruz en la batalla contra los amalecitas (Éxodo 17,11-12)… Y muchas otras ocasiones donde esta cruz aparece prefigurada.

            Y es que la cruz ha pasado de ser un instrumento de tortura a un misterio donde podemos descubrir al Dios escondido e inescrutable. Pues al acoger voluntariamente la cruz, Jesucristo une en el momento de su muerte al ser humano con Dios, hermanando pueblos separados e iniciando una nueva creación.

De esta manera la cruz se convierte en el nuevo árbol de la vida plantado en el Paraíso, como canta un himno anónimo del siglo IV: “Este árbol, de dimensiones celestes, ascendió de la tierra hasta los cielos. Planta inmortal fijada entre el cielo y la tierra. Es el punto de apoyo fijo del universo, el punto de reposo de todas las cosas, cimiento del orbe, eje cósmico. Resume en él y en una unidad la multiplicidad de la naturaleza humana. Está sujeto por clavos invisibles del espíritu para no soltarse de su unión con lo divino. Toca las supremas alturas del cielo y con sus pies consolida la tierra y abarca con sus brazos inconmensurables la atmósfera ancha e intermedia” (Patrología Griega 59,743).

Himno que concluye con este bello final dedicado a Jesucristo: “¡Oh, crucificado, primer bailarín de la danza mística! ¡Oh, espiritual celebración de boda! ¡Oh, Pascua divina, que pasas de los cielos a la tierra y vuelves a levantarte hacia el cielo! ¡Oh, nueva fiesta de las cosas todas, oh reunión festiva del cosmos, oh alegría del universo, oh honor, oh gozo, oh encanto, por los que se anuló la tenebrosa muerte, se comunicó la vida al universo, se abrieron las puertas del cielo! Dios apareció como hombre y el hombre ascendió como Dios, pues derribó las puertas del infierno e hizo saltar sus cerrojos de bronce. Y el pueblo que moraba en las profundidades se levanta de entre los muertos y comunica allá arriba la plenitud: ¡regresa el coro de la tierra!”.

            Ahora solo falta poner música a este himno para que todo el cosmos, humanidad incluida, podamos unirnos a la danza que el Padre, el Hijo y el Espíritu llevan haciendo desde toda la eternidad (y a la que los Padres de la Iglesia llaman perijóresis, περιχώρησις).

[1] Cf. Heródoto, Historias I,128,2.

[2] El autor latino de comedias Plauto escribe hacia el 205 a.C.: “De la misma forma que estás ahí de plantón vas a acabar tus días en las afueras en esta posición: con las manos extendidas y clavadas en el patíbulo”, Miles gloriosus 359s.

[3] También Flavio Josefo habla de ello en la Guerra de los judíos 5,11,1.

[4] Cf. Dión Casio, Historias de Roma 54,3,7-8.

[5] El saliente a los pies (supedaneum) para quitar el peso no aparece en las fuentes antiguas, aunque sí en las representaciones de la crucifixión de Jesús.

[6] La representación de Jesús crucificado que aparece en el grafito de Alexameno sería anterior a esta fecha, pero no estaría pintado por un cristiano, sino por sus adversarios.

[7] Justino se sirve de la idea de Platón en el Timeo (36BC) donde se habla de las dos grandes circunferencias del cielo, el ecuador y la elíptica, que se junta formando una X horizontal, sobre los que oscilan el firmamento y las estrellas.

[8] Cada una de estas regiones acogería a diferentes grupos de personas: justos cristianos, justos antes de Jesucristo, israelitas y gentiles.

3 Respuestas a “La cruz como realidad y misterio, por Fernando Rivas Rebaque”

  1. Me ha encantado. Ha sido muy instructiva, una enseñanza para compartir sean Cristianos o no… Estupenda!! Mil gracias por este rato!!

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