El consumismo como bulimia del alma: Gula (1), por Fernando Rivas Rebaque

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Aunque en los Padres y Madres de la Iglesia la pasión de la gula se centra sobre todo en los alimentos, podemos descubrirla en el capitalismo tardío, especialmente en los países más “avanzados”, en lo que se denomina la sociedad de consumo[1], una palabra esta que merece la pena ser analizada más a fondo, pues implica fagocitar de la forma más rápida y compulsiva posible el propio bien, con lo que esto implica de devaluación para el consumidor.

En este sentido, no deja de ser significativa la obsesiva preocupación que hay en nuestro primer mundo por la exquisitez o calidad de los alimentos, así como la gran importancia que adquieren todos los aspectos relacionados con la alimentación o el consumo: no hay cadena de televisión, periódico o evento donde de este aspecto no sea resaltado, con el valor de “gurús” de la cultura que adquieren ciertos cocineros[2].

Y, unido a esto, el aumento de los problemas de sobrepeso o anorexia en la mayoría de los países desarrollados, en abierto contraste con la muerte por hambre de millones de personas cada año en otras zonas del planeta. Porque el alimento y el consumo se han desligado en gran medida de lo relacionado con la vida y se han asociado a la distinción, la ostentación y la identidad.

De aquí la importancia de analizar a fondo esta pasión de la gula, considerada la primera pasión por los Padres y Madres de la Iglesia[3] que diferencian, en primer lugar, entre tres tipos de gula, como leemos en Clemente de Alejandría a finales del siglo II: “La gula (opsofagía) no es otra cosa que el uso inmoderado de los alimentos; la exquisitez (laimargía) es una locura de la gula, y la glotonería (gastrimargía), es una… locura del estómago, ya que margos (loco) es ansioso”[4].

Aunque en todos los casos casos la gula está relacionada con el mundo de la locura y el ansia desaforada, el primer tipo de consumo (opsofagia) consiste en la falta de control en el consumo de los alimentos, su falta de atención o cuidado (oso = “crudo”) y su carácter general, pues afecta a todas las personas.

En cambio, la (gastrimargía) se centra en la cantidad (gaster = “estómago”), suele estar relacionado con las carencias infantiles, trabaja nuestras tendencias más groseras y es practicado habitualmente por personas de un nivel económico y cultural más bajo.

El tercer tipo de gula (leimargía) se centra en la calidad (laima = “paladar”), trabaja nuestras tendencias más “elevadas”, está estrechamente conectado con las personalidades más narcisistas y suele ser practicado por personas con un nivel económico o cultural más elevado.

Aviso para navegantes: todas las personas tenemos momentos y circunstancias donde prima algún nivel sobre los otros y sentimos atracción por alguno de ellos en particular. De aquí la importancia de saber diferenciar entre sí, pues cada uno de estos niveles parasita nuestro interior de manera diferente, y por tanto la terapia debe ser distinta.

En segundo lugar, el cristianismo no considera los alimentos (o bienes) como algo negativo o impuro, lo que sucede en otras religiones como el judaísmo o el islam, donde hay alimentos puros o impuros, ya que Dios creó todo bueno, como descubrimos en el relato del Génesis, donde, después de la creación de cada día, leemos: “Y vio Dios que era bueno”[5].

Además, según Jesús impuro no es lo que entra por la boca, sino lo que se encuentra en nuestro interior[6]. Y a inicios del siglo II un discípulo de Pablo de Tarso llegará a escribir: “Todo lo que Dios ha creado es bueno y no se ha de rechazar ningún alimento que se coma con acción de gracias, pues queda santificado por la palabra de Dios y por la oración”[7]

Y es que en el caso del cristianismo la gula no se basa en un ascetismo rigorista que marque un rechazo absoluto de todo los que tenga que ver con las necesidades materiales, como mostrará la condena por parte de la Iglesia durante los siglos II y III de una corriente llamada encratismo, que propugnaba la consideración negativa y, por tanto, abstinencia, de todo lo relacionado con las bebidas alcohólicas, el consumo de carne o las relaciones sexuales[8].

Es decir, en tercer lugar, que la cuestión no se centra en los propios bienes que se consumen, que son buenos, sino en el uso que se hace de los mismos: un uso natural o benéfico y un uso patológico o antinatural.

Se considera natural y querido por Dios aquel consumo que responde a las auténticas necesidades del ser humano, sirve para conservar la vida y se mantiene en una relación “eucarística”: don de Dios por el que dar gracias y compartir con las personas necesitadas. Un don que regresa a Dios convertido en “sacrificio agradable”: “Ya comáis, ya bebáis o hagáis cualquier cosa, hacedlo todo para gloria de Dios”[9].

En cambio, el consumo se ve como antinatural o patológico cuando se centra, no en la necesidad auténtica o vital, sino en lo superfluo (algo cada vez más difícil de diferenciar hoy), supone una merma o degradación de nuestros propios deseos, al impedir el crecimiento de otros deseos más humanizadores, y pervierte tanto al sujeto que consume como al propio bien consumido.

Los efectos patológicos de la gula o el consumismo se expresan en el peligro para nuestra propia salud física (como ciertas enfermedades cardio-vasculares o las relacionadas con el hígado o el riñón, cuando no el estómago), la pérdida de control sobre nuestras propias personas (bulimia o anorexia, falta de atención, pereza) y la tiranía con que esta pasión nos esclaviza, generando múltiples dependencias psicológicas, como sabiamente nos advierte un maestro espiritual del siglo VII:

“Mi primogénito [dice la gula] es el servidor de la fornicación; detrás de él viene el endurecimiento del corazón. De mí procede un océano de malos pensamientos… Mis hijas son la pereza…, la superficialidad…, la insensibilidad, la cautividad, la suficiencia…, la ostentación”[10].

Solo una última advertencia: los Padres y Madres de la Iglesia están muy alertas a un tipo de consumismo muy en boga en la actualidad, al que podríamos denominar, siguiendo a san Juan de la Cruz, “gula espiritual”, es decir, la búsqueda egoísta y desordenada de los sentimientos placenteros en nuestro itinerario y crecimiento personal o espiritual[11], siguiendo solo lo fácil y cómodo, en detrimento de aquello que nos suponga un mínimo esfuerzo.

Y como el tema da mucho más de sí, el espacio se agota y las preguntas seguro que nos surgen, seguiremos profundizando sobre la gula o el consumismo en un segundo artículo, dedicado sobre todo a ver las terapias correspondientes a esta pasión, a la que tan atados estamos.

[1] La palabra “consumo” proviene del latín “cum”, conjuntamente, y “sumere” (tomar, asumir), e indica la acción de tomar por completo, agotar, desgasta”, con un sentido negativo tanto para el objeto consumido como por la persona que lleva a cabo esta acción, en nada creativa ni que contribuya al crecimiento.

[2] No deja de ser curiosa la asociación tan habitual entre búsqueda obsesiva de los refinamientos culinarios y culturas o sociedades decantes, que pasan de la ética a la estética, y de la estética a la gastronomía.

[3] Este habría sido el problema de fondo del pecado original en el caso de Adán y Eva (sucumbir a la tentación de la gula), y a ella se habría opuesto frontalmente Jesucristo en la primera de las tentaciones del desierto.

[4] Clemente de Alejandría, El Pedagogo II,12,1.

[5] Génesis 1,4.10.12.18.21.25, y el v. 31: “Y vio Dios cuanto había hecho, y todo estaba muy bien”. La palabra que está por detrás tanto en hebreo (tôb) como en griego (καλός, kalós) expresa al mismo tiempo la bondad y la belleza.

[6] Frente a los rituales de pureza tan abundantes en tiempos de Jesús, sobre todo entre los grupos fariseos, imposibles de respetar por la gente común, Jesús responde con: “No es lo que entra por la boca lo que contamina al ser humano, sino lo que sale de la boca, eso es lo que contamina al ser humano”, Evangelio de Mateo 15,11.

[7] Primera Carta de Timoteo 4,4-5.

[8] Muy significativo en este sentido es la reaparición en la actualidad de estas corrientes, eso sí, con nuevas formas y justificaciones, con un aire de modernidad ilustrada, como los veganos o las campañas por la eliminación del alcohol o el consumo de carne, entre otras. Y es que cuando se quitan los dioses no suele venir la libertad del ser humano, sino la atadura a los ídolos, más duros y crueles que los dioses a los que sustituyen.

[9] Primera Carta de Pablo a los Corintios 10,31.

[10] Juan Clímaco, Escalera espiritual XIV,38.

[11] Cf G. Gatti, Gula, en L. Borriello-E. Caruana (dirs.), Diccionario de la mística, San Pablo, Madrid, 814s.

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