Joseph Ratzinger, a propósito. Por Cecilio de Oriol

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Comentar o escribir sobre la figura de un Papa de la Iglesia Católica no es una tarea fácil ni tampoco descomprometida. En asuntos de las creencias las opiniones ha de ser necesariamente cautas y los puntos de vista claros. Tanto si se escribe, y más aún si se piensa, dentro o fuera de la creencia de la que hablemos, los preceptos de respeto y de prudencia son siempre  imprescindibles. Y eso se acentúa cuando el que comenta participa precisamente de la Weltanschauung  que analiza.

Por supuesto que Ratzinger era  creyente  y católico. Es lo lógico en un papa aunque la historia nos ofrezca alguna figuras que incitan a dudar de ello. Criticar, por tanto, que toda su producción intelectual estuvo dentro de los limites de la ortodoxia es poner sobre la mesa una obviedad. Pero hay dos formas de pensar: dentro de la fe y desde la fe. En el fondo de sus trabajos Ratzinger no solo piensa dentro sido también desde.

La muerte de Joseph Ratzinger ha despertado, como es natural, toda una serie de notas, necrológicas algunas, criticas otras, intrigantes las más, que han pretendido iluminar la figura de un intelectual que retirado en su convento, procuraba generar el menor ruido mediático posible. En ese sentido el papa Benedicto XVI ha sido modelo de circunspección. Y el hecho, relativamente insólito, de la existencia de dos papas vivos ha transcurrido con una serenidad y discreción típicamente vaticana. Como es tradicional en la institución, los avatares de la vida han sido afrontados con inteligencia y el hecho y las consecuencias de la muerte no lo han sido menos. Y todo ello se ha escenificado de manera conveniente y digna.

Esta descripción, que puede calificarse de aséptica, ignora sin embargo que tras lo ceremonial y lo trascendente late lo humano. Ratzinger fue papa y lo dejó, su salud no era buena, sin duda, pero en ningún caso se trataba de un estado terminal o intelectualmente incapacitante. Lo que está claro es que sus fuerzas, según propio testimonio, no eran suficientes para las exigencias (terribles en verdad) del cargo que ostentaba. No se puede dudar de la fe de Ratzinger, ni de sus capacidades intelectuales y personales. Pero dimitió y desde que dimitió solo se dice que oró y pensó, no publicó nada ni dejo traslucir actitud u opinión alguna.

Todo lo que sabemos de Joseph Ratzinger es previo a su pontificado. Después solo hay un espeso silencio que ocupo desde su renuncia en 2013 a su fallecimiento el 31 de Diciembre de 2022. Casi diez años de vida.

Quien era Ratzinger es bien conocido, su obra también.  Pero entre las glosas funerarias que se han publicado destaca, a mi vista, un pequeño articulo que Jorge Bustos escribió para el periódico El Mundo el 3 de enero de 2023, tres días después de la muerte del papa emérito como se le llamaba, con una notable confusión en el uso de esa palabra.

Bustos, en alrededor de mil palabras, sintetiza de forma magistral lo esencial del papado de Benedicto XVI y lo hace mencionando  primero los obstáculos a los que se enfrentó: proteger el dogma concediéndole un lugar a la duda; reivindicar el proyecto ilustrado luchando contra el relativismo, y apartarse de las “clerecías neopuritanas de cuño protestante”.

No se puede decir más en menos palabras.  Merecen un pequeña glosa.

La lucha por que la fe no abandone la razón es una muy acertada forma de entender lo que la Ilustración supuso en el ámbito de las creencias. Es como si en una nueva “revelación” Dios dijese al ser humano, tan azaroso como insuficiente, que el creer no está reñido con el pensar y  que al sapere aude  de Horacio hay que añadir  (o subrayar, tanto da) un nuevo y vibrante cogitare aude.

También el relativismo absoluto, sobre todo cuando sustituye de forma radical el conocimiento por la opinión, supone una de las mas mortíferas plagas de la postmodernidad. Lo relativo del relativismo no se presenta como la lógica y natural opción personal por los valores sino que ahorma performativamente un mundo en el que la búsqueda de la verdad y la constatación de la realidad se difuminan hasta aparecer como innecesarias e incluso desviadas.

Sin duda es este uno de los debates con mas enjundia que en el momento actual pueden hacerse y exigen espacio y argumentación para ser aclarados convenientemente. Baste decir por ahora que  lo relativo tiene su lugar en el mundo de los valores, y solo en la medida que supone la asunción individual de  dichos valores  en la estructuración de cada una de nuestras personalidades. Pero, en el  ámbito de la episteme, es el cáncer del pensamiento.

La búsqueda de la verdad y la investigación de la realidad  no son sustituibles en modo alguno por  el deseo y la opinión de cada uno.  El mundo no se configura y no funciona por lo que a mí me pueda parecer y por lo que yo pueda desear. Hay una objetividad (llamemos así provisionalmente a la realidad exterior) con la cual todo ser humano ha de relacionarse. Para  conocerla, cuidarla o usarla. Incluso para construirla. Pero que quede claro, esta relación siempre será una dialéctica entre el intelecto humano y el mundo en que vivimos. No admite ni la ocurrencia, ni la creencia, ni el deseo, ni la opinión.

El mundo actual se ve invadido por esa sutil pero deletérea postura  que en  definitiva considera la vivencia personal como categorización definitiva e inapelable de la realidad. Las cosas son  como yo las veo porque yo quiero que sean así.

Y el tercer punto que Burgos menciona, el neopuritanismo. Su origen, que también merecería una reflexión mas profunda, se puede localizar efectivamente, en el cristianismo protestante. Pero aparte de las indudables contribuciones que vienen de USA y de sus muy diversas y hasta folklóricas versiones de las sectas “cristianas”, hay que unir el puritanismo marxista en su versión inicial, que fue breve en la realidad y prolongado en la propaganda. Todo ello ha tenido como resultado la némesis mimética que se extiende por el mundo en forma de cancelaciones, condenas sin apelación y linchamientos mediáticos, creándose una gigantesca confusión entre lo terrible (ha destapado conductas miserables y repugnantes que no debían permanecer ocultas)  lo tragicómico (ha propiciado desde vendettas académicas hasta procesos en los que la acusación era, cuanto menos, “sorprendente”)  y ha intentado hacer desaparecer de la historia de la cultura y de la cultura de la historia la valoración de la obra supeditándola a  la valoración de la persona que la hace.

Por último, cuando Bustos recoge la afirmación de Ratzinger sobre la esencia de Europa, ligándola a tres elementos clave: “la religiosidad judía, la filosofía griega y el derecho romano”, no cabe duda que sintetiza bien un desideratum que no obstante está necesitado de una mayor  concreción.  Aunque. si nos vamos a su conclusión final,  es redonda y diáfana. El legado que da sentido a Europa tiene claras raíces cristianas en la medida que afirma “que la dignidad del individuo es inviolable, que todos los hombres son iguales la ley, que su derechos son universales y que su responsabilidad es personal”.

Un síntesis perfecta de lo que la cultura europea ha intentado exportar a lo largo de los siglos si no fuera por que, con más frecuencia de lo deseable, al tiempo que lo predicaba lo incumplía con tozuda (o perversa) naturalidad.

Pero Europa ahora no es la invasora, está a punto de convertirse en la invadida.

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